Ronald Gerardo Hernández Campos
«Discurso, poder e imaginario cultural: Análisis de los ensayos Las trampas de la desgracia y Ese país donde nunca estuvimos de Alexander Jiménez Matarrita»
humanidades, vol. 8, n.º 1 (2018)
humanidades | Universidad de Costa Rica | San José de Costa Rica | COSTA RICA
Extracto de apartados en páginas 104 y 113 a 119 de la publicación en PDF. Véanse las referencias en la publicación original del texto.
«Resumen
»Se analizan los ensayos Las trampas de la desgracia y Ese país donde nunca estuvimos (cultura y sociedad en Costa Rica, 1980-1995) de Alexander Jiménez Matarrita a partir de diferentes perspectivas: por un lado, se exponen las relaciones de ambos textos con la teoría del ensayo y las categorías del presente y del tiempo propuestas por Liliana Weinberg; por otro lado, se explican ambos ensayos en torno a los postulados teóricos de Michel Foucault y de Louis Althusser sobre los mecanismos de control-distribución del discurso y los aparatos ideológicos del Estado, respectivamente.
»Las trampas de la desgracia: Los mecanismos de control del dis-curso y los aparatos ideológicos del Estado
»En este ensayo Jiménez (1996) abre su exposición relacionando los medios de co-municación con algunos de los conceptos del entramado teórico de Foucault acerca de la vigilancia, la disciplina, el castigo; si se sigue el planteamiento de que el ensayo trasciende a su tiempo presente (el momento de la enunciación del texto) se puede llegar rápidamente a encontrar aún vigente el siguiente cuestionamiento del autor:
»Somos el producto de regímenes constituidos mediante artifi¬cios de poder y saber, ligados al manejo de la información sobre los cuerpos y las virtualidades del alma. En efecto, buena parte de los aparatos disciplinarios operan mediante miradas omnicomprensi¬vas. Verlo todo, saberlo todo, decirlo todo (Jiménez, 1996, p. 60)
»De acuerdo con el autor, entonces, se incluye como un “producto” de regímenes y sus mecanismos para mantener el poder, entre ellos los aparatos disciplinarios; además, el ensayo pone énfasis en el hecho de que dichos aparatos convierten en un “panóp¬tico” al Estado: lo ve y lo sabe todo, lo cual no precisamente está cargado de un sig¬nificado positivo, puesto que la disciplina opera para hacer que el pueblo obedezca.
»A partir del concepto de disciplina, en este texto se observa cómo la infor¬mación –entendida como los medios que se dedican a “informar”– surge en como piedra angular para el autor e inmediatamente de entrada les colo¬ca una connotación negativa: en concreto, los medios de comunicación (pe¬riódicos, noticieros, de acuerdo con Jiménez) son mecanismos de vigilancia y castigo, ya que cooperan con el “poder” siempre invisible y casi omnipresen¬te, según su interpretación; el yo discursivo del ensayo afirma que “las pan¬tallas y las planas de los diarios transforman las capacidades perceptivas de los sujetos. Actúan como factores de irrealidad o hiperrealidad necesaria se¬gún haya que enseñar o mostrar [cursivas añadidas]” (Jiménez, 1996, p. 60).
»En efecto, el acceso a la información que se divulga en los medios tiene poder sobre los sujetos. El texto apunta a la función que cumplen las noticias de sucesos dentro de la sociedad y del entramado del discurso periodístico nacional; el autor alude a varios ejemplos de cómo por el afán de “rememorar” lo ocurrido se toca un punto que se puede llamar ético, si se quiere, ya que como afirma el autor “la condición de nuestro periodismo, la de nuestros periodistas y la de nuestra sensibilidad. Sin duda, algo se descompone allí donde la desgracia íntima asume la realidad de un espectáculo [cursivas añadidas]” (p. 61). Para la voz del ensayo, la desgracia, que se supone es íntima, pertenece al ámbito de lo privado, es un elemento que se ve invadido, cosificado, por parte de los medios y su connotación de espectáculo es evidentemente negativa. Esta desgracia adquiere el matiz de expectación, ya no es propia de quien sufre el suceso, sino que es tomada para crear contenido infor¬mativo, no siempre aceptado por el público como válido en el ámbito periodístico.
»En este caso, se observa al medio de comunicación –el periódico, la noticia de sucesos– como un aparato ideológico porque está “contribuyendo” de cierta for¬ma a dar legitimidad al discurso del poder: la clase que se encarga de “recolec¬tar” y “distribuir” la información se acuerpa con el derecho de hacer saber a las demás clases el acontecer de la realidad ocurrida, lo que incluye por supuesto la noticia de sucesos; como dice el autor, para el resto de las personas se norma¬lizan este tipo de noticias. El ensayo hace hincapié en la manera en que exis¬te un cambio en la ética y estética de consumir los sucesos, la intimidad, por parte de los sujetos, ya que el consumidor de la noticia lo hace desde la visión indiferente del observador sin apelar por ello a su empatía y al respeto de la in-timidad de las personas que sufren, de acuerdo con lo propuesto en el ensayo.
»Se puede afirmar, además, que en el texto de Jiménez se ilustra la for¬ma en que el discurso periodístico encuentra las formas para construir su saber y sus rituales dentro de una sociedad a partir del ejemplo que el autor da acerca de la manera en que se relatan las noticias de sucesos:
»El modo de elaborar el discurso de la delincuencia común puede ilus¬trar tales mediaciones y su carácter de estabilizadores sociales. Los sectores populares aprenden a denunciar a quienes les son cerca¬nos. La peligrosidad social queda así reducida a un segmento que tie¬ne mala conciencia sobre sí mismo, a partir del manejo de un discur¬so administrado por las secciones de sucesos (Jiménez, 1996, p. 60).
»De acuerdo con el planteamiento de Jiménez, se sostendría entonces que el segmen¬to informativo denominado sucesos administra con sus propias reglas el discurso sobre diferentes noticias que entran dentro de esta categoría periodística; además de ello, el factor ético de dicho subgénero periodístico se encuentra anulado puesto que los sectores que denomina el ensayo como populares son objeto y no sujetos de tales noticias: forman parte del discurso administrado a las clases dominantes, a quienes los “miran de reojo” desde la comodidad del televisor o del periódico, me¬dios que critica Jiménez por publicitar el dolor ajeno como una forma de dominio.
»Asimismo, en Las trampas de la desgracia se afirma que existe un lugar de enuncia¬ción para los sujetos de las clases: los sectores “poderosos” se encuentran representa¬dos en las noticias de espectáculos, de económicos, de política, entre otros, mientras que los sectores que se podrían denominar populares, “dominados”, según el texto:
»Solo acceden a los espacios públicos a modo de material informa¬tivo en las secciones de Sucesos. Es paradójico. Quienes nunca ha¬bían aparecido en la pantalla o el papel aparecen cuando ya no es¬tán, cuando han dejado de habitar sus cuerpos. Quienes estaban al margen ocupan el centro de estas noticias. La intimidad parece es¬tar reservada a los hombres públicos y a las familias “honorables”, y la honorabilidad es una virtud reservada, desde finales del medioevo, a los sectores con poder económico (Jiménez, 1996, p. 62).
»En la cita anterior se evidencia que en efecto, los sectores que son dominados por las clases poderosas tienen un lugar en el discurso periodístico; sin em¬bargo, es un lugar de objeto, de contenido de noticias. Cabe destacar, además que el acceso al discurso por parte de los sujetos populares les quita su priva¬cidad, la intimidad, pues esta se reserva para hombres honorables que por lo descrito en el ensayo de Jiménez no son otros sino los que ostentan el poder económico. Otro punto con el que se relacionan el texto y la teoría es la per¬cepción en el imaginario cultural costarricense de las personas que sufren y cuyo dolor es expuesto en las notas de sucesos. Jiménez expone lo siguiente:
»Hasta hace pocos años, los sujetos creían tener derechos a sobrellevar el dolor y la desgracia con un cierto grado de intimidad, dignidad y dis¬creción. Como parte del proceso de frivolización colectiva que pade¬cemos, también los sufrimientos más profundos son divulgados como información negociable. Sin que nadie lo advirtiera, nos ha nacido una “intimidad de masas” cuyo rostro más visible son los espacios te¬levisivos en donde sujetos se confiesan, los unos a los otros, detalles afectivos, amorosos, familiares, que tradicionalmente se resolvían en ausencia de las cámaras. Sin embargo, la apertura del mercado de la des¬gracia no toca a todos los segmentos por igual (Jiménez, 1996, p. 63).
»En esta cita se puede apreciar que el subgénero periodístico denominado “sucesos” implica un posible mercado, según la voz del ensayo. Esto quiere decir que la sensi¬bilidad de quien es “víctima” de la desgracia se convierte en una fuente de ingresos, una “cosa” mercadeable, vendible, para un público que consume la información.
»En la cita anterior, además, se evidencian varias apreciaciones a partir de la experiencia del autor con los medios de comunicación y el uso de la informa¬ción que llevan a cabo. Para el autor, la frivolidad con que se televisan y se recuentan los sufrimientos y las desgracias de los otros (de los po¬bres, de los dominados, de las personas a quienes les ocurre una trage¬dia) les resta lo poco de dignidad y discreción que deberían recibir al menos.
»La intimidad de masas de la que habla el texto reafirma que los medios de comuni¬cación son un aparato ideológico del Estado porque, en el fondo, la visibilización de ciertos sucesos permite a la clase dominante construir una imagen del gran “otro” (los dominados) a quienes sí les ocurren desgracias. Aquí la connotación de la masi¬ficación también es negativa porque en la masa no hay solidaridad, sino frivolidad, es decir, el pensamiento masificado de la misma manera reprime lo que visibiliza.
»Ese país donde nunca estuvimos: Para una (de)construcción de la “cultura” y la “sociedad” costarricenses (1980-1995)
»En este otro texto, el autor propone una crítica y su interpretación de ciertos fe-nómenos culturales que persisten en el imaginario costarricense; no obstante, al parecer, la memoria del poder ha buscado la manera de borrarlos. El texto se interroga por el lugar del recuerdo hacia el que se dirigen los hechos relevantes (los años) de un país, a partir del intertexto de Funes el memorioso de Jorge Luis Borges, pero hace una apreciación opuesta:
»A diferencia de Funes, los políticos costarricenses tienen como oficio la desmemoria. Siempre han olvidado todo cada vez que se descu¬bren sobornos, financiamientos mafiosos, líos diplomáticos, desfal¬cos en los bancos. El talento del olvido lo tienen muy desarrollado. No saben, no recuerdan, no estaban nunca ahí (Jiménez, 1997, p. 163).
»En la cita anterior, la metáfora tomada de Borges sirve (con un efecto opuesto) para hacer hincapié en la “desmemoria” que persiste en la cultura costarricense, en su imaginario y, desde luego, en la clase política que domina el país y que cons¬truye una identidad que pretende homogenizar a todos los habitantes de la nación con el fin de que no salgan a la luz los crímenes que los diplomáticos cometen, mediante actos de corrupción que se esconden a través del olvido. El imaginario costarricense, de acuerdo con Jiménez, está construido a base de olvidos de los acontecimientos trascendentales, procesos de invisibilización de lugares y sujetos incómodos para el colectivo dominante, y de la mostración de Costa Rica como una marca país. Jiménez apunta y critica:
»Costa Rica es, pues, un nombre tramposo. Aquí lo real acontece le¬jos de las costas, y estas fueron perdiendo poco a poco sus riquezas. Sin embargo, alrededor del nombre de la Patria se ha configurado un discurso que despliega y sostiene estructuras de percepción, valora¬ción y racionalidad, de una gran rentabilidad política (1997, p. 162).
»En esta cita se confirma que el imaginario costarricense ignora conscientemente todo lo que está fuera de la Gran Área Metropolitana, para la época en la que escribe el ensayo el autor. Sin embargo, aquí cabe preguntarse nuevamente por la categoría del presente en los textos ensayísticos, y la respuesta no dejaría de apuntar a que esta visión sesgada de lo nacional. Incluso en el texto se hace referencia a la búsque¬da de los costarricenses por borrar a los sujetos que son la otredad (mujeres, niños, negros, indígenas, homosexuales) para la clase dominante (hombres, “blancos”, “heterosexuales”, productores de riqueza). Jiménez es tajante en su afirmación:
»La sociedad y la cultura costarricenses son básicamente ladinas. Esto quie¬re decir que la identidad social de sus capas medias está construida desde elementos imaginarios que les hacen creer que son sin mezcla, que aquí la sangre hispana marca la diferencia, que no son parte de un proceso por el que han pasado la mayoría de los pueblos profundos de América Latina (p. 164).
»Para el costarricense, siguiendo la línea de pensamiento del filósofo Jimé¬nez Matarrita, la identidad social, su imaginario, dista demasiado del mes¬tizaje, de la diversidad: al ser sin mezcla, la pureza representada en la paz, en las celebraciones que se alejan de la parafernalia militar de las nacio¬nes centroamericanas, se marca la “diferencia” entre los ticos y los otros. De hecho, esta consideración también es criticada por Alexander Jiménez:
»Para los costarricenses, los pueblos de Centroamérica son siem¬pre lo otro, aquello con lo cual no se nos puede confundir, aque¬llo donde se origina buena parte de los males. En los estadios de fútbol, en los asesinatos y robos cotidianos, en los posibles proyec¬tos políticos y económicos comunes, el resto de los centroameri¬canos no merecen nunca la oportunidad de la inocencia (p. 162).
»El gran otro que representan los pueblos extranjeros para el costarricense, de acuerdo con el texto de Jiménez, se observa de reojo sin identificarse con este: el costarricense no es belicoso como ellos, porque se olvida de las revueltas y de los conflictos armados en los que ha participado (guerra de 1948, campaña de 1856, por citar algunos importantes) que han sido la forma de zanjar las bases de ese discurso pacífico que domina el imaginario en el país.
»Asimismo, la no identificación con el otro centroamericano le da legitimidad a la carga semántica de “pureza, blancura e inocencia” con que se publicita la identidad costarricense porque al ser más hispanos, ladinos, los ticos son más “civilizados”, lo cual, discursivamente, es un artificio, es una construcción y no precisamente es cierta.
»Conclusiones
»Se ha visto en este trabajo que la ideología dominante en el imagina¬rio costarricense ha decantado en la construcción de una identidad que se publicita como estática en el tiempo. Jiménez Matarrita argumen¬ta con ejemplos de la cotidianeidad de la época en la que enuncia sus textos.
»El filósofo toma como base para criticar el pensamiento y el imaginario cultural cos-tarricenses los olvidos de la política y las noticias de sucesos; de esta manera invita a reflexionar al lector sobre cómo el poder y las clases dominantes del país han buscado la forma de invisibilizar sujetos, reafirmar a las clases poderosas a través de los me¬dios de comunicación, olvidar hechos relevantes que atañen al “tico” y controlar a las masas por medio del dolor y la negación de la intimidad de los individuos. De esta manera, además, se cumple que estos ensayos de Jiménez continúan siendo vigen¬tes, mientras se siga observando en la cotidianidad lo ya criticado por el ensayista.»
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