enero 26, 2024

La coherencia es una propiedad del discurso que nos permite entenderlo como una unidad comunicativa


Esperanza Morales López (autoría) y Mar Garachana Camarero (revisión)
«Coherencia»


Diccionari de lingüística online, Ciències del llenguatge i docència (Grup d’Innovació Docent de la Universitat de Barcelona).

Licencia Creative Commons.




La coherencia es una propiedad del discurso que nos permite entenderlo como una unidad comunicativa. Ello supone que la coherencia está ligada tanto a la interpretabilidad como a la aceptabilidad por parte de los interlocutores. La coherencia depende de la cohesión, así como del contexto lingüístico, del entorno sociocultural, del principio de cooperación y de las máximas, y del conocimiento enciclopédico.



Contenidos

Explicación
Conceptos relacionados
Bibliografía básica
Bibliografía complementaria



Explicación

La coherencia es un concepto que no puede entenderse desligado de la cohesión. La característica principal de la cohesión es su carácter semántico-sintáctico; su función es el establecimiento de relaciones semánticas explícitas en el interior de un discurso, reguladas por las normas gramaticales de una lengua. Por su parte, la coherencia es una propiedad ligada a la interpretación del texto por parte de los receptores en una actividad comunicativa (Castellà, 1992; Charaudeau y Maingueneau, 2002; Bublitz, 2011).

Para Beaugrande y Dressler (1972:135-136), la coherencia es una de las propiedades constitutivas de la textualidad (la propiedad de un texto o discurso para ser comunicativo); por ello, la definen en los siguientes términos:

Un texto «tiene sentido» porque el conocimiento activado por las expresiones que lo componen va construyendo, valga la redundancia, una continuidad de sentido. Cuando los receptores detectan la ausencia de continuidad, el texto se convierte en un «sinsentido» [...] La continuidad del sentido está en la base de la coherencia, entendida como la regulación de la posibilidad de que los conceptos y las relaciones que subyacen bajo la superficie textual sean accesibles entre sí e interactúen de un modo relevante.

Esta organización subyacente en un texto es lo que se denomina mundo textual [...] [E]l mundo textual contiene información que va mucho más allá del sentido literal de las expresiones que aparecen en la superficie textual: de manera casi automática, los procesos cognitivos aportan cierta cantidad adicional de conocimiento, denominado sentido común, que deriva de las expectativas y de las experiencias de los participantes en la interacción comunicativa relativas a la manera como se organizan los acontecimientos y las situaciones en el mundo real. /


Esta definición incluye los dos rasgos esenciales de la coherencia: a) es una propiedad que surge, como se ha anticipado, del trabajo interpretativo de los usuarios en la comunicación, quienes activan una serie de expectativas y experiencias de conocimiento del mundo para realizar dicha interpretación; y b) tiene un carácter dinámico (no es un producto, sino un proceso), por lo que es una característica que puede estar sometida a revisión y a adaptación en el devenir comunicativo y en las distintas situaciones socioculturales; por ello hemos indicado también que la coherencia de un discurso depende también de su aceptabilidad por parte de los interlocutores en una situación comunicativa concreta.

La coherencia es, pues, una propiedad subyacente de los discursos, de naturaleza tanto semántico-pragmática como retórico-argumentativa (Calsamiglia y Tusón, 1999; Renkema, 2004; y Sanders y Spooren, 2009). La coherencia de tipo semántico conecta enunciados a partir de sus características proposicionales. Así, en el ejemplo 1, la relación entre los dos enunciados se basa en que lo afirmado en la segunda proposición es una de las razones establecidas para ausentarse de la escuela.

La coherencia de tipo pragmático se fundamenta en la relación entre las propiedades ilocutivas de los distintos enunciados de un discurso. En el ejemplo 2, la adecuación entre los dos enunciados la establece el hablante a partir de su intención personal y del conocimiento del contexto de situación (dado que la acción de ir al supermercado implica un cierto desplazamiento, el hablante en este ejemplo supone que puede aprovechar para hacer la compra de los dos interlocutores).

Finalmente, la coherencia de tipo argumentativo se basa en el reconocimiento de la intención del hablante de aportar pruebas para demostrar algo o para convencer de algo. En el ejemplo 3, el segundo enunciado es un argumento basado en el lugar (o el topos) de la cantidad con el que el hablante justifica su decisión de abandonar la actividad indicada en la primera premisa; es decir, el hablante se apoya en una premisa cultural básica que supone que la acumulación o repetición de un hecho constituye una prueba fiable de algo. (Los ejemplos se basan en Rekema 2004).

(1) Juan no va a la escuela; está enfermo.

(2) Ya traeré yo lo que falta; tengo que ir necesariamente al supermercado.

(3) Esta vez tiro la toalla. Lo he intentado ya muchas veces.


Debido a su carácter interpretativo o inferencial (es decir, basado en el significado implícito), la coherencia se relaciona con las nociones cognitivas de marco, script, esquema o escenario, propuestas por diferentes investigadores en ciencia cognitiva y en otras ciencias sociales, para dar cuenta del conocimiento del mundo concreto que activan los interlocutores en el proceso comunicativo (Brown y Yule, 1983).



Conceptos relacionados [incluidos en el citado diccionario]

Texto
Discurso
Cohesión
Marco
Contexto



Bibliografía básica

Brown, G., Yule, G. (1983). Discourse analysis, Cambridge, Cambridge University Press.

Calsamiglia Blancafort, H., Tusón Valls, A. (1999). Las cosas del decir. Manual de análisis del discurso, Barcelona, Ariel (segunda edición 2007).

Castellà, J. M., (1992). De la frase al text. Teories de l’ús linguístic, Barcelona, Empúries.

Charaudeau, P., Maingueneau, D. (2002). Dictionnaire d'analyse du discours, París, Editions du Seuil [trad. esp.: Diccionario de análisis del discurso, Buenos Aires, Amorrortu, 2005].



Bibliografía complementaria

Beaugrande, R. de, Dressler, W. U. (1972). Introducción a la lingüística del texto, Barcelona, Ariel, 1994.

Bublitz, W. (2011). «Cohesion and coherence», en Zienkowski, J., Óstman, J.-O., Verschueren, J. (eds.). Discursive pragmatics, Amsterdam, John Benjamins, 37-49.

Renkema, J. (2004). Introduction to discourse studies, Ámsterdam, John Benjamins.

Sanders, T., Spooren, W. (2009). «The cognition of discourse coherence». En Renkema, J. (ed.). Discourse, of course. An overview of research in discourse studies, Ámsterdam, John Benjamins, 197-212.

Sanders, T., Spooren, W. (2009). «The cognition of discourse coherence». En Renkema, J. (ed.). Discourse, of course. An overview of research in discourse studies, Ámsterdam, John Benjamins, 197-212.




enero 19, 2024

Antes de sustantivos femeninos que empiezan con «a», como arte o azúcar, escribimos el artículo masculino «el», no «la», ¿por qué?



Ana María Nafría y Francisco Domínguez
El Faro (@_ElFaro_)


El Faro presenta estos «Diálogos gramaticales», una serie que se actualizará cada quince días. En esta entrega, Francisco se pregunta cuál es el artículo correcto que debe preceder alos nombres femeninos que empiezan con a, como agua y azúcar. Esta duda que, en teoría, parecía resolverse fácil, terminó desencadenando dudas nuevas a medida que Ana María le responde.



Los autores, foto de El Faro.


F: Ana María, tengo una duda. Sé que en el caso de algunos sustantivos femeninos que empiezan con «a», como arma, arte, alma, azúcar, se acostumbra anteponer el artículo «el» y no «la», como debería ser porque son nombres femeninos. Supongo que es para evitar el sonido desagradable que resulta de la secuencia de dos vocales «a» seguidas, porque suena mal decir «la alma» o «la azúcar», aunque hay personas que así lo hacen.

AM: Mira, Francisco. En esta pregunta estás planteando dos problemas diferentes. Uno es el uso del artículo «el» ante sustantivos femeninos en singular que inician con «a» tónica, como los ejemplos que citas, a excepción de «azúcar». Esta palabra pertenece a otro tema distinto.


F: ¿Por qué a otro tema distinto? ¿No es el mismo caso para todas?

AM: No, hay dos grandes diferencias. «Azúcar» no comienza con «a» tónica y, además, es un nombre ambiguo, es decir, que lo podemos usar como nombre masculino y, por lo tanto, lleva el artículo masculino «el» o como nombre femenino y en este caso llevaría el artículo femenino «la», como ocurre también con otras palabras, como «el mar» o «la mar», «el calor» o «la calor».


F: Está bien. Entiendo este caso de los nombres ambiguos. ¿Pero qué pasa entonces con los otros ejemplos, es decir, con esas palabras que empiezan con «a» tónica? Porque yo puedo decir «el arma de guerra», pero también «la sofisticada arma»? Quiero decir que puedo ocupar, como con los nombres ambiguos, los dos artículos: el masculino y el femenino.

AM: En esta observación tuya hay dos puntos que aclarar. El primero es que el artículo «el» se utiliza solamente ante nombres femeninos que comienzan con «a» tónica, como en el primer ejemplo, «el arma de guerra»; pero si entre este articulo y el nombre femenino hay otra palabra, o van en plural, el artículo que se utiliza es «la», como en «la sofisticada arma» o «las armas». El segundo punto es aclarar que este artículo «el» que se utiliza ante los nombres femeninos es un artículo femenino.


F: ¿Cómo? Eso no puede ser. ¡¿Cómo va creer que «el» va a ser un artículo femenino?! Eso es una contradicción.

AM: No. Te voy a explicar. Aunque en la lengua latina clásica no existía el artículo como clase de palabra, en la última época del latín vulgar, de donde proviene el español, se sintió la necesidad de crear artículos y los tomaron de la palabra latina femenina singular «illa». Esta palabra, en su evolución, perdió la primera sílaba y quedó el actual femenino «la»; pero hubo una excepción ante nombres femeninos que comenzaban por vocal, para los que se prefirió conservar esa primera sílaba «ill», que evolucionó a «el». Pronto, los únicos nombres femeninos singulares con los que se admitía este artículo femenino «el» fueron los que comenzaban por «a» tónica.


F: Qué complicado, Ana María. Déjeme ver si le he entendido. ¿Me está diciendo que en el español actual hay un artículo masculino singular («el») y dos artículos femeninos singulares («la» y «el»)? ¿Y que no es entonces que le pongamos el artículo masculino a ciertos nombres femeninos?

AM: Así es, pues provienen de palabras latinas diferentes. El artículo masculino singular viene de la palabra latina masculina «ille», mientras que los artículos femeninos provienen, como ya te he dicho, de la palabra latina femenina «illa».


F: Pero entonces por qué decimos «el ave», pero «la avecita», si es el mismo nombre femenino solo que en diminutivo. ¿No debería ser «el avecita»?

AM: Francisco, fíjate bien. ¿Cuál es la sílaba tónica de «avecita»?


F: Ah, ya entendí. Como no comienza por «a» tónica, pues la sílaba tónica es «ci», entonces no se le aplica la norma del artículo femenino «el».

AM: Exacto.




Sobre los autores

Hace treinta años, los caminos de Ana María Nafría y Francisco Domínguez se cruzaron gracias a las palabras. En 1986, él ingresó a la carrera de Filosofía de la Universidad Centroamericana (UCA) y recibió clases de Lingüística con ella. Su desempeño en la cátedra fue excepcional y Ana María decidió reclutarlo como instructor los cinco años siguientes y luego contratarlo como profesor. Desde entonces, mantienen un diálogo constante sobre los errores que encuentran en los textos que corrigen. Esta experiencia les dio la idea de escribir estos artículos.

Cuando a Ana María se le pregunta qué le gusta, ella responde: «Me entusiasma facilitar a mis estudiantes la comprensión de la estructura de la lengua española». Ella estudió Filología Moderna en la Universidad de Salamanca y Filosofía Iberoamericana en la UCA, donde ha trabajado durante más de cuarenta años. Es miembro de número de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

A Francisco le gustan las novelas de Hesse y Kundera, el cine francés y la música barroca. Además de Filosofía, él estudió Lingüística en la Universidad Complutense y Lexicografía Hispánica en la Real Academia Española. Desde septiembre 2016 es becario de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

Ambos trabajan como profesores del área de lenguaje en universidades privadas. Ella en la UCA y él, desde hace diez años, en la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN). Por sus aulas han desfilado periodistas de El Faro y de otros medios del país.




enero 12, 2024

La retórica de los datos, restringida por la escasez que define estos tiempos, se ha quedado en la simple abundancia de una «materia prima»


Antonio Fumero
«Big Data. Retórica de la abundancia en tiempos de escasez»

Revista TELOS, n.º 95 (junio–septiembre de 2013).

Revista TELOS (Cuadernos de Comunicación e Innovación) | Fundación Telefónica | Telefónica, S.A. | Madrid | ESPAÑA




La retórica informática del cambio de versión que daba lugar a la Web 2.0 ha popularizado también metáforas como el software (o la computación) social (Social Computing) o la nube informática (Cloud Computing), destacando cada una de ellas elementos particulares de una situación de complejidad que, desde un punto de vista sociotecnológico, no deja de ser un reflejo de la «infotecnología-uso» que se extiende a partir de unas características básicas de «convivencialidad» y cotidianeidad que han dado lugar a la popularización de las Tecnologías para la Vida Cotidiana (TVIC) (Sáez Vacas, 2007) [NOTA 1].

Hoy, el volumen de datos que se generan en nuestra Sociedad de la Información y del Conocimiento (SIC) —superespecializada en la creación de ignorancias y lagunas inter y multidisciplinares—, solo rivaliza con la diversidad de los mismos y la velocidad a la que se generan. Tal es así que se ha creado una metáfora simplificadora que atiende solo a la primera de estas tres dimensiones fundamentales que se utilizaran originalmente para definirla.

Tal y como planteaban D. Boyd y K. Crawford (2011) [NOTA 2], esa abundancia provoca efectos perversos: confunde objetividad y precisión, cambia la definición de conocimiento, se ahondan nuevas brechas digitales, cambia la ética en su utilización por un acceso simplificado y universalizado o diluye la «calidad» de la información y los procesos para su producción y distribución.

Se trata de una abundancia difícil de gestionar y que se ve alimentada por fuentes diversas. Una de ellas es el desarrollo explosivo de la Internet de las cosas —que ya supera en número a las personas según las cifras publicadas por Cisco Systems [NOTA 3]—. Los proyectos basados en la metáfora de las «ciudades inteligentes» (smart cities) conectan personas y servicios con esas «cosas», creando un escenario en el que tiene más sentido que nunca la promoción de la reutilización de la información en poder de los organismos públicos e institucionales a través de iniciativas bautizadas como Open Data u Open Government (oGov).

Para dar salida a las demandas que provoca este fenómeno, se perfilan «soluciones» parciales que provienen de la popularización de otro tipo de fenómenos basados, fundamentalmente, en la externalización masiva, con diferentes niveles de automatización —es decir de intervención desatendida por parte de las máquinas—, de tareas y procesos que tradicionalmente se asignaban a equipos humanos definidos dentro de una organización empresarial, contando con mayor o menor apoyo explícito de recursos tecnológicos.


Expresiones del Big Data

Desde el punto de vista de las tradicionales Ciencias de la Computación (Computer Sciences), esa evolución va en la línea de lo que el propio A. Turing [NOTA 4] ya anunciaba cuando hablaba de las máquinas computadoras digitales (1950) y que hoy, dentro de las Ciencias de la Web (Web Sciences) se ha conceptualizado como Human Computation (Quinn y Bederson, 2011) [NOTA 5], contextualizando fenómenos como lo que conocemos —dentro del ámbito de los medios sociales para la información, la relación y la comunicación en la Web 2.0-IRC 2.0 tal y como se define en Fumero (2011) [NOTA 6]— como crowdsourcing.

La «abundancia» que anuncia el fenómeno del Big Data ha impulsado la externalización masiva de tareas hacia la Red —considerada esta como un entramado sociotécnico capaz de ofrecer funcionalidades «computacionales» avanzadas—, dando lugar a multitud de iniciativas y casos de estudio en ámbitos diversos: en el de los medios encontramos casos como Demotix, CNN iReport, All Voices y un largo etcétera (véase en periodismociudadano.com y en el libro de la colección Ariel-Fundación Telefónica Periodismo Ciudadano. Evolución Positiva de la Comunicación). Podemos también encontrar en nuestro país casos de aplicación en el ámbito de la acción social, como Ziudad, 100Medidas.es o Change.org; en lo que se refiere a la financiación cooperativa de proyectos (crowdfunding), Goteo, Verkami, Lanzanos o Seedquick son algunos casos de aplicación en España.

Todas esas iniciativas han convertido, en mayor o menor medida, la «simple» innovación infotecnológica en verdadera innovación social, trascendiendo además la abundante retórica de los fenómenos sustantivos que han extendido la naturaleza oclocrática de la acción de las multitudes en la Red.

Cualquier análisis serio, de cierto alcance intelectual, de este fenómeno de lo grande, de lo abundante, en la Red debe trascender la retórica de la que surge esta metáfora para poner en contexto su impacto sociotécnico y socioeconómico, dentro de un marco tecnocultural que nos ayude a aprehender la realidad de su propia evolución a través de sus realizaciones prácticas en diferentes ámbitos.

De la misma forma que J. de Rosnay (1977) [NOTA 7] nos proponía aproximarnos a lo infinitamente complejo a través de un metafórico macroscopio, F. Sáez Vacas nos propone mirar la complejidad de un entorno vital intensamente tecnificado a través de las ópticas múltiples de otro potente instrumento intelectual, el «netoscopio», que permite dibujar la realidad del Nuevo Entorno Tecnosocial (NET) que inspira su denominación en 21 dimensiones; y esa es, creo, la aproximación compleja, sistémica, que requiere un fenómeno como el que hemos aceptado nombrar con su denominación sajona, Big Data, y que Fundéu nos recomendaba sustituir en enero de 2013 por «macrodatos».

Mi tesis aquí es, en definitiva, que el hecho de que la proliferación de «variedad», de diversidad, así como su compleja interrelación en ese NET, es lo que caracteriza un fenómeno cuya retórica se ha quedado, restringida por la escasez que define estos tiempos, en la simple abundancia de una «materia prima», los datos, que aun sin procesar difícilmente podrán impulsar la compleja maquinaria sociotécnica de nuestra SI.

Surge en este punto la cuestión —cuya resolución excede el alcance de esta breve tribuna— de cómo favorecer ese procesado: H. Rheingold (2012) [NOTA 8] habla en su último libro del desarrollo de ciertas «habilidades» digitales para un contexto social en la Red que, dominadas en su conjunto, definen un tipo de individuo caracterizado como Net Smart; mientras que F. Sáez Vacas (2011) [NOTA 9] propone la conveniencia de desarrollar cierta «inteligencia tecnosocial», como parte de las múltiples inteligencias propuestas por H. Gardner [NOTA 10].


NOTAS

[NOTA 1] Sáez Vacas, F. (2007). TVIC: Tecnologías para la Vida Cotidiana. Telos, 73, 4-6.

[NOTA 2] Boyd, D. y Crawford, K. (2011). Six Provocations for Big Data. En A Decade in Internet Time: Symposium on the Dynamics of the Internet and Society, September 2011 [en línea].

[NOTA 3] Evans, D. (2011, abril). The Internet of Things How the Next Evolution of the Internet Is Changing Everything. White Paper. Cisco Systems.

[NOTA 4] Turing, A. M. (1950). Computing Machinery and Intelligence. Mind, 59(236), oct., 433-460. Oxford University Press.

[NOTA 5] Quinn, A.; Bederson, B. (2011). Human computation: a survey and taxonomy of a growing field, en Proceedings of the 2011 annual conference on Human factors in computing systems (CHI’11). New York: ACM, pp. 1403-1412.

[NOTA 6] Fumero, A. (2011). IRC 2.0. Medios para la Información, la Relación y la Comunicación en la Web 2.0. El profesional de la información, 20(6), 605-609.

[NOTA 7] De Rosnay, J. (1977). El Macroscopio: hacia una visión global. Traducción de Fernando Sáez Vacas. Madrid: Alfa Centauro.

[NOTA 8] Rheingold, H. (2012). Net Smart. How to Thrive Online. MIT Press.

[NOTA 9] Sáez Vacas, F. (2011). ¿Convendría desarrollar una Inteligencia Tecnosocial?. En Miscelánea NEToscópica, mayo.

[NOTA 10] Gardner, H. (1983). Inteligencias múltiples. Barcelona: Paidós.




enero 05, 2024

Cómo hablar en público y ganarte a la audiencia. Varias pautas según Natalia Gómez del Pozuelo y otras orientaciones de Agustín Rosa




Emprendedores & Empleo (en Expansión.com, @expansioncom).


Esta página se publicó originalmente tomada del diario El País, de Uruguay, donde ya no se encuentra disponible.




Algunos tildaban a Steve Jobs de tirano, otros de genio y son muchos los que aún critican sus excentricidades. Sin embargo, casi todos coinciden en que era un gran orador capaz de meterse en el bolsillo a cualquier audiencia.

Las presentaciones en público son la puesta de largo de un personaje y de la empresa o idea objeto de la charla. Natalia Gómez del Pozuelo, escritora y experta en comunicación, asegura que «el 85% del éxito de un profesional depende de sus habilidades de comunicación. No solo es importante lo que decimos, también cómo lo decimos»...



Para el autor del libro Hablar bien en público es posible, si sabes cómo (Editorial Paidós), Agustín Rosa, las mayores lecciones de oratoria pueden aprenderse de líderes como Barack Obama (control del lenguaje, buena estructura y utiliza la mirada); el malogrado Steve Jobs (hacía presentaciones sencillas y dinámicas y contaba una historia); el magnate Donald Trump (es directo, tiene una visión clara del mensaje y convence al auditorio) y la CEO de Yahoo!, Marissa Mayer (utiliza ejemplos y buen uso del lenguaje no verbal, «aunque a veces habla muy rápido»)



Y con este enlace, la conferencia completa.


A continuación, algunas pautas para hablar bien en público y convencer a un auditorio difundidas por Expansión.com.

* Establece el marco de conocimiento que quieres transmitir. Asegúrate de que dominas el tema del que vas a hablar. La seguridad en el contenido es básica para eludir los nervios.

* Si tienes un buen principio memorízalo, como si fuera el estribillo de tu canción favorita. Te ayudará a romper el hielo y a continuar en calma.

* La velocidad media en una conversación fluida está entre 150 y 200 palabras por minuto. Al hablar en público, la intensidad debe bajar hasta las 90 palabras por minuto, ya que se usan silencios y elementos retóricos.

* Desde el libro Hablar bien en público es posible, si sabes cómo, se insiste en que hay que mirar a los ojos. Rosa aconseja mirar en forma de V invertida para controlar quién te está escuchando y quién se está aburriendo.



* El Power Point puede usarse en una presentación, pero sin abusar de él. Agustín Rosa advierte que el exceso llega cuando los párrafos son demasiados densos, el orador solo lee lo que tiene en las transparencias sin mirar a su audiencia o cae en la pobreza visual.

* Si es posible, antes de la fecha del discurso o unas horas previas, visita el lugar en el que va a desarrollar. Mide las distancias y los espacios.

* Solo si te sientes seguro, cómodo y convencido de tu charla, improvisa y lanza preguntas retóricas a tu público. Tu discurso ganará agilidad y frescura, con lo que evitarás aburrir a tu audiencia.

* Utiliza una indumentaria cómoda y que te permita moverte con libertad. Escoge un vestuario actual que no llame la atención, que no te haga sentirte fuera de lugar. A no ser que lo que busques sea destacar, ir a tono minimiza los nervios.

* Según Rosa, para hablar bien en público es primordial mostrar entusiasmo, aportar experiencias y llegar al corazón de los oyentes. «Al que es orador solo por dinero se le nota», concluye.