Camilo Fernández Cozman
«Carlos Germán Belli y Jorge Eduardo Eielson. Un ensayo de retórica comparada»
Literatura y lingüística, n.º 33 (2016)
Literatura y lingüística | Universidad Católica Cardenal Raúl Silva Henríquez | Escuela de Artes y Humanidades | Santiago de Chile | CHILE
Extracto de páginas 62 a 65 de la edición en PDF. Véanse referencias en la publicación original.
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La Retórica Comparada implica el acto de confrontar dos o más textos o autores en relación con los recursos persuasivos que se emplean de modo recurrente en cada uno de los discursos literarios. Pueden ser metáforas, metonimias o técnicas argumentativas, entre otros recursos expresivos. Dicha disciplina se nutre de tres fuentes. La primera es la Retórica General Textual que se halla representada por Antonio García Berrio, Giovanni Bottiroli y Stefano Arduini quienes superan la óptica de la retórica restringida que solo se limitaba a una descripción minuciosa de las figuras literarias y dejaba de lado el vínculo entre una metonimia y un tema; o entre una sinécdoque y la ideología del autor.
Arduini aportó dos categorías fundamentales: campo retórico y campo figurativo. El primero «es la vasta área de los conocimientos y de las experiencias comunicativas adquiridas por el individuo, la sociedad y por las culturas». En dicho ámbito se sitúan los procesos de recepción de las obras literarias y el vínculo que estas últimas establecen con ciertas corrientes literarias, artísticas o de pensamiento.
Cuando nos preguntamos sobre cómo Roberto Paoli leyó a César Vallejo, estamos indagando en una experiencia comunicativa por la cual se descifra un poema vallejiano desde una determinada óptica teórica. Asimismo, cuando calificamos a Guillaume Apollinaire como poeta cubista, estamos adscribiendo la obra de este en la esfera del cubismo como corriente estética. Ello implica el conocimiento que poseía Apollinaire de dicha escuela artística. En los dos casos, sin duda, nuestro análisis pone de relieve el funcionamiento del campo retórico.
En lo que concierne al campo figurativo, resulta pertinente señalar que se trata de un ámbito cognitivo que permite incluir las distintas figuras literarias en seis categorías del pensamiento: la metáfora, la metonimia, la sinécdoque, la elipsis, la antítesis y la repetición. Por ejemplo, pensamos metafóricamente cuando concebimos que una casa es un cuerpo y que los pilares de ella son los brazos.
En el campo figurativo de la metáfora se ubican figuras retóricas como el símbolo, la personificación, el símil o la metáfora en tanto procedimiento figurativo específico; en el de la metonimia se incluyen todos los tipos de metonimia como aquellos que se basan en la relación de causa-efecto, efecto-causa, continente-contenido, entre otros casos; en el de la sinécdoque se encuentran todas las clases de sinécdoque como las que se sustentan en la relación parte-todo, todo-parte, género-especie, especie-género, verbigracia; en el de la elipsis, tenemos el asíndeton, el silencio (la página en blanco mallarmeana), la perífrasis, el eufemismo, el zeugma, por ejemplo; en el de la antítesis, podemos reconocer figuras retóricas como la ironía, el oxímoron, la paradoja, la antítesis como mecanismo figurativo, entre otras posibilidades.
En gran medida, el campo figurativo se sitúa en las estructuras profundas e involucra la coherencia de la visión del mundo del poeta. Por el contrario, la figura retórica se ubica en la estructura superficial, es decir, en el plano de la cohesión textual; sin embargo, no constituye —tal como lo planteaba Pierre Fontanier en el siglo XIX o el Grupo μ en los años setenta del siglo pasado— un desvío respecto de la norma. Para Arduini, la figura retórica es un universal antropológico de la expresión. Como afirma el lingüista italiano, se trata de:
«Procesos [...] antropológico-expresivos. Antropológicos, en el sentido de que atañen a una característica específicamente humana, y expresivos, porque se refieren a los medios con que el hombre organiza su propia facultad comunicativa; por tanto, tales procesos no están limitados solamente a la expresión verbal. Así, a título de ejemplo, para las figuras podemos pensar que opera el inconsciente, el imaginario, el ceremonial, el mito. Pero, más generalmente, las figuras se sitúan como elementos nodales de todos los fenómenos ligados al comportamiento expresivo humano. En ese sentido, las figuras recubren el campo de lo simbólico y el campo de lo sígnico. Insistiría, por tanto, en el hecho [...] de que la figura no hace más que acoger sobre el plano de la cohesión potencialidades más profundas».
La segunda fuente es la Retórica Cultural, cuyo máximo exponente es Tomás Albaladejo, quien inició su labor teórica en el ámbito de la Retórica General Textual, pero luego pasó a interesarse en una perspectiva cultural sobre la base de la asimilación creativa de los aportes de la semiótica de Yuri Lotman y de la teoría de la polifonía de Mijail Bajtín. El primero había planteado la idea de que la literatura era un sistema modelizador secundario. El segundo proyectó en su concepción de la novela la noción de polifonía para estudiar la producción novelística de Fedor Dostoievski.
Un concepto fundamental para comprender la perspectiva de la Retórica Cultural es el de poliacroasis. Consiste en la audiencia múltiple, es decir, se trata de abordar cómo un locutor se dirige a varios alocutarios en el mundo representado en el poema. Por ejemplo, esta particularidad se manifiesta en «Alturas de Macchu Picchu» de Pablo Neruda, donde el locutor se dirige a muchos alocutarios empleando varios vocativos: Macchu Picchu, el amor americano, Juan Cortapiedras, entre otros:
«Juan Cortapiedras, hijo de Wiracocha,
Juan Comefrío, hijo de estrella verde,
Juan Piesdescalzos, nieto de la turquesa,
sube a nacer conmigo, hermano».
Consideramos que la poliacroasis es una característica de lo que hemos denominado la poesía intercultural en América Latina que se revela en autores como Pablo Neruda, César Vallejo, Octavio Paz, Ernesto Cardenal, Antonio Cisneros y José Emilio Pacheco, entre otros.
En tal sentido, la poesía intercultural implica un diálogo (no exento de conflictos) entre las culturas occidentales y las amerindias, y ello se revela en cuatro niveles: la lengua, la estructuración literaria, las estructuras figurativo-simbólicas y la cosmovisión. Por ejemplo, Neruda trabaja en los cuatro niveles simultáneamente en Canto general: emplea un registro coloquial literaturizado (estrato de la lengua), reestructura creativamente el poema épico clásico (plano de la estructuración literaria), emplea magistralmente metáforas para referirse a Macchu Picchu (nivel de las estructuras figurativo-simbólicas) y concibe que el hombre americano nació del maíz (esfera de la cosmovisión). Por eso, la Retórica Cultural provee de categorías teóricas, como la poliacroasis, para analizar la poesía intercultural en América Latina.
La tercera fuente de la Retórica Comparada es la Retórica de la Argumentación, que tiene como principales representantes a Chaïm Perelman y Lucien Olbrechst-Tyteca, quienes distinguieron entre argumentos analíticos (basados en las ciencias formales) y los dialécticos, donde prima el propósito de un orador para convencer al auditorio. Sin duda, Perelman y Olbrechst-Tyteca concebían la noción de un auditorio universal (los filósofos, a veces, se dirigen a este tipo de audiencia) o de aquel constituido solo por un único oyente; asimismo, abrían la posibilidad de que el orador pudiera deliberar consigo mismo, aunque siempre este tenía en la mente las posibles objeciones que un receptor potencial pudiera formularle en un contexto hipotético.
Pensamos que existen poemas argumentativos que plantean una tesis u opinión bien fundamentada como en Canto general o Poemas humanos. En otros casos, hay textos poéticos que emplean recursos argumentativos sin llegar a sustentar una tesis y lo hacen con fines claramente persuasivos. Ello se puede observar en algunos escuetos poemas de José Emilio Pacheco, Nicanor Parra o Ernesto Cardenal.
Sin duda, hay un lazo innegable entre la Retórica Comparada y la Literatura Comparada: ambas disciplinas tienen como ostensible propósito la confrontación de textos enfatizando semejanzas y diferencias. Sin embargo, la Retórica Comparada privilegia, a diferencia de la Literatura Comparada, el cotejo de procedimientos figurativos y técnicas argumentativas, con fines persuasivos, entre dos o más textos. En otras palabras, aquella concibe al poeta como si fuera un orador que tiene como primordial propósito convencer al auditorio a través de metáforas o argumentos de autoridad, por ejemplo. El locutor intenta, en tal sentido, persuadir al alocutario en el universo representado por el poema.
Además, hay un concepto de Albaladejo que es fundamental para comprender a cabalidad la Retórica Comparada: el análisis interdiscursivo. Albaladejo afirma que no se trata solo de comparar textos del mismo género (dos cuentos entre sí, verbigracia), sino también disciplinas y discursos de diversa modalidad. Por ejemplo, cotejar una metáfora, presente en un poema simbolista, con otra que se manifiesta en un ensayo literario. Una nueva posibilidad de análisis sería confrontar una técnica argumentativa que se emplea en una novela de crítica política con otra que se revela en un tratado de antropología, verbigracia.