Manuel Cebral Loureda
«Lapsus, interrupciones, balbuceos... La filosofía del lenguaje y los algoritmos de procesamiento del lenguaje natural de Deleuze»
Psique, vol. XV, n.º 1 (2019)
Psique. Revista Científica de Psicologia | Universidade Autónoma de Lisboa | CIP – Centro de Investigação em Psicologia | Lisboa | PORTUGAL
Se incluye a continuación un extracto seleccionado de las páginas 69 a 72 de la publicación en PDF. Las referencias pueden consultarse en la publicación original.
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Estallar el lenguaje: agramaticalidad y la asintaxis
Ya en Lógica del sentido, Deleuze ya se refiere al deseo del esquizo de fonetizar la lengua, para integrar el lenguaje en un todo, huir de la gramaticalidad materna, hacer bien estallar o bien fluidificar el lenguaje para instaurarlo en un cuerpo sin órganos. Se trata de crear una especie de masa, de continuo fluido, un bloque o masa de mar, un lenguaje sin articulación para ese cuerpo sin órganos; por eso el esquizofrénico realiza también operaciones en las que en vez de hacer estallar las consonantes, las vuelve indisociables «humedeciéndolas» al unirlas por vocales reducidas a signos blandos, de tal modo que las palabras quedan «humedecidas o casi impronunciables pero como otros tantos gritos activos en un soplo continuo» (Deleuze, 2011, p. 105).
Es la palabra-pasión que estalla en sus valores fonéticos y la palabra-acción que suelda valores tónicos inarticulados (Deleuze, 2011, p. 106). Pero todo esto sucede por debajo del sentido, en un infrasentido que no tiene que ver con el sinsentido de superficie pues es un sinsentido que absorbe, engulle, traga incluso las dos series significante/significado hacia un sin fondo.
Por eso deja de haber sentido, al mismo tiempo que el lenguaje se vuelve físico y la gramática se deforma adecuándose a su supuesta articulación. Más adelante, en Mil Mesetas, junto con Félix Guattari el problema es planteado en otros términos (Deleuze & Guattari, 2002, p. 96-97): la buscada unidad esquizofrénica del cuerpo sin órganos se encontraría en la unidad de una máquina abstracta como complejidad que reúne los agenciamientos y que se opone a los intentos de hacer de la lingüística una ciencia al margen de las variaciones sintácticas, fonéticas, fonológicas, semánticas, estilísticas, etc. que toda lengua sufre en sus agenciamientos individuales y colectivos. Lo que importa para Deleuze y Guattari es lo que el lenguaje es capaz de producir no aquello que representa, sino el modo en que genera realidades que vienen siendo, en términos sociales, agenciamientos.
Esto ya era así en El Antiedipo, donde se defiende una concepción del lenguaje como producción frente a la representación: agramaticalidad y asíntaxis del lenguaje, momento en el que el lenguaje ya no se define por lo que dice o hace un significante, sino por lo que hace correr, fluir, estallar (Deleuze & Guattari, 1985, p. 138) manifestando el aspecto productivo y no expresivo de la lengua. Para Deleuze, las grandes voces de la literatura, la poesía, el cine, etc. descubren una apertura en la gramática y en la sintaxis desde donde hacen estallarla, capaces de convertir todo el lenguaje el deseo. Incluso los lapsus, las interrupciones discursivas o los balbuceos de la lengua son entendidos como espacios insubordinados, de originalidad y creatividad lingüística.
Además, aunque comúnmente se nos quiera hacer ver que el arte es como mucho un producto de la neurosis, es decir, en último término, del coste de la asimilación de Edipo (Deleuze & Guattari, 1985, p. 139), en realidad, para Deleuze, está un poco más allá. Antes que un coste de asimilación o una tara de adaptación, el arte que transgrede así la lingüística nos señala lugares y formas en las que esa represión todavía no ha acontecido, nos enseñan formas de ser y existir en el límite de los sistemas sociales, en contacto con todas las fuerzas que pueblan su afuera.
Del mismo modo, en Mil mesetas, esta productividad del lenguaje y su no-representatividad, la apreciamos sobre todo cuando el lenguaje se usa como pragmática; ahora bien, en contra de Austin y Ursom (1998), la pragmática se caracteriza para Deleuze y Guattari por su estilo indirecto, pues todo lo que se dice, ya está de alguna manera dicho, ya se refiere a algo que ya acontece y por eso es sobre todo, en primer lugar, redundancia.
En contra de la concepción común del lenguaje, no hablamos para decir lo que vemos o percibimos, sino para afirmar o desdecir lo que otros han dicho (Deleuze & Guattari, 2002, p. 82). El estilo indirecto es lo primero, el lenguaje funciona como consigna, como mapa, no como calco de la realidad. La consigna es ante todo redundancia y solo después, sobre esa redundancia es que se articulan las otras dos formas con las que comúnmente caracterizamos el lenguaje: la significancia mediante la frecuencia de esta redundancia; y la subjetividad de la comunicación mediante su resonancia (Deleuze & Guattari, 2002, p. 85).
Pero lo importante para Deleuze y Guattari es que tanto la significancia como la subjetivación no pueden ser separadas, abstractamente como se intenta en lingüística, cada una por un lado, ni darles primacía; sino hacerlas depender ambas, de la consigna y su redundancia, como frecuencia y resonancia de la misma en un campo social dado. Defienden por tanto, tanto frente al subjetivismo como frente al estructuralismo, el carácter social del lenguaje, apoyándose en lingüistas como Bakhtin y Labov.
Todo enunciado remite a un agenciamiento colectivo en el que posteriormente se puede dar la individuación del enunciado tanto como su subjetivación. Esto es lo que explicaría su preferencia por entenderlo dentro del estilo indirecto libre.
El lenguaje en la cibersociedad
Ahora bien, nos gustaría entender, por último, qué continuidad tienen estos desplazamientos lingüísticos y semióticos que venimos analizando en el nuevo contexto del capitalismo en el s. XXI, con la aparición de Internet y la revolución digital. Parece bastante evidente que se inaugura un nuevo espacio de relaciones. Así lo sugiere por ejemplo Pierre Levy, también a partir de la obra de Deleuze y Guattari, que se queda en principio en la antesala de este nuevo contexto digital.
No hay duda de que el uso del lenguaje y el texto en las redes sociales se está volviendo una de las grandes claves del nuevo corpus social emergente; pero también las relaciones de código que el nuevo corpus implica, la computación de texto en redes sociales, buscadores y traductores. ¿Cómo cuestionan y ponen en crisis tanto la «vieja filiación despótica» así como la «axiomática inmanente» del capitalismo?
De entrada, ya hay un uso algo diferente del lenguaje en las redes sociales. Efectivamente, el propio lenguaje ha devenido social en las redes digitales, y la lengua aparece inundada de expresiones que rompen sujetos y sintaxis. Nos encontramos con expresiones cargadas de fonética y aberraciones morfológicas: gritos, risas, onomatopeyas, silencios de todo tipo e incluso imágenes y emoticonos. El lenguaje ha devenido personal, se personaliza, pero incluso podemos decir que va un poco más allá de la persona. Es cierto que por momentos parece muy cercano al usuario como persona, pero al mismo tiempo, nuestros comentarios e intervenciones no dejan de estar en las redes sociales cargadas del modo en que se relacionan con otras, aluden a otras, se inscriben unos comentarios sobre otros, o sobre noticias de otros medios que se citan de muchas maneras.
Estilo indirecto, por tanto. Cita de cita. Risas, apelaciones, celebraciones, acusaciones el espacio de enunciación de las redes sociales y a través de todo tipo de dispositivos deviene social, colectivo incluso previamente a ser personal y reflexivo. Adquiere una tendencia masiva propia. Podríamos hablar en este sentido de un potencial deseante, colectivo y grupal, que se da como una especie de murmullo cuasi anónimo que, por doquier, hace del lenguaje un agenciamiento de producción social y colectiva.
Obviamente, lo que cambia de entrada, respecto de la enunciación capitalista en los mass media es la posibilidad de la polivocidad en los roles. Es el paso que Levy denomina de medios de comunicación de masas a multitudes conectadas (Levy, 1997, pp. 44, 101-106). Ya no se trata de un mensaje que un medio de comunicación enuncia, un eslogan mercadotécnico que es lanzado al corpus social, sino que se produce una nueva trama, un entramado de producción de texto en el que emisor y el receptor se acoplan. Los mensajes son enviados y reenviados, son citados y recontextualizados, se rompe toda relación biunívoca por complejas cadenas de remisión constante sin un fin localizable.
Podríamos decir que pasamos del modelo arborescente de transmisión jerárquica a un modelo rizomático, en el que emisor y receptor se pueden implicar mutuamente, al mismo tiempo que el mensaje adquiere una constante potencia de estilo «indirecto» que tiene mucho que ver con lo que para Deleuze y Guattari es lo primero en toda lengua: el estilo indirecto como acto de habla siempre con posibilidades de ser a su vez producto de un nuevo agenciamiento (Deleuze & Guattari, 2002, pp. 117-153).
Pero no solo podemos caracterizar el nuevo espacio digital de comunicación e interacción por la descomposición morfológica y sintáctica en la que se deshace el lenguaje en una apropiación colectiva y redundante del mismo. Es decir, no solamente se deshace y relativiza así el lenguaje digamos que «por debajo», en su fisicidad y falta de referencia; sino que también, al mismo tiempo, nuevas referencias aparecen «por arriba», en el plano del sentido. Si bien el significante pierde su determinación bi-unívoca con el significado, nos vamos a encontrar en el nuevo corpus digital nuevas relaciones de sentido ahora ya polívocas y transversales. Se trata de nuevos sentidos que se dibujan, se trazan de manera más imprecisa, sin dirigirse de manera determinada hacia un significado, componiendo zonas de intensidad de sentido, de relevancia.
Una prueba de ello es el fenómeno de las tendencias, los trending topics, la aparición de un hashtag que articula los textos funcionando como aliquids, palabras esotéricas o palabras baúl que encierran un sinfín de expresiones donde aparecen. ¿Qué es un hashtag con respecto a aquello que expresa? ¿Expresa el hashtag el significado de una enunciación o bien una cualificación taxonómica de la misma? Ni una cosa ni la otra. No se trata de una taxonomía ya que el hashtag no existe previamente, no se aplica sobre un cuerpo previo segmentarizándolo, sino que se crea al mismo tiempo que el contenido, como algo que acontece al lado del mismo, interpelando y cuestionando el propio hashtag, matizando continuamente su intención, abriéndolo por tanto al pleno ámbito de su sentido.
El hashtag funcionaría por eso como lo que Deleuze llama palabra baúl o palabra valija: vacía ella misma de contenido propio e incluso formada a través de rupturas y aberraciones sintácticas y fonéticas (los hashtags suelen contener nombres propios, acrónimos, terminaciones o rupturas y junturas aberrantes de todo tipo de palabras) conecta y articula sin embargo diferentes series o enunciados, permite realizar búsquedas y reorganizar contenidos, alude en último término al sentido de las alturas, pero como algo abierto e inacabado, que no deja de definirse por todo lo que el hashtag hace circular según la propia proliferación del algoritmo y el modo de su redundancia.
Rumor y redes sociales
Las nuevas redes sociales y las tecnologías de procesamiento de texto implícitas parece que confirman entonces las tesis de Deleuze y Guattari respecto del lenguaje incluso más que las que se proponen desde la propia Teoría de la información. Así, no hacen depender la redundancia de la información, es decir, no entienden la redundancia como un límite de la información frente al ruido, tal como hace la teoría de la información (Shannon, & Weaver, 1998), sino al contrario, entienden la redundancia como fenómeno primero, como lo primero del lenguaje y de su modo de darse y producir agenciamientos. Es en la repetición, en la redundancia de lo que decimos, donde se articula la propia información y adquiere su consistencia. Y no solo porque el lenguaje en las redes sociales tiene ese fuerte carácter social, colectivo, forma parte de agenciamientos que se construyen colectivamente, remitiéndonos constantemente unos a otros; sino también porque los propios algoritmos trabajan sobre la reiteración apelando cada vez más al carácter masivo incluso sacrificando la separación entre ruido e información.
Algunos teóricos destacan ya cómo Big Data prima más las cantidades de información que su precisión, que se ve corregida precisamente mediante su proyección en lo masivo: «a menudo, las cosas verdaderamente interesantes de la vida aparecen en lugares que las muestras no consiguen captar por completo [...] conforme fue añadiendo más datos, la calidad de las predicciones mejoró [...] en consecuencia, a menudo nos dará mejor resultado dejar de lado el atajo del muestreo aleatorio y tender a recopilar datos más exhaustivos [...] el empleo de la totalidad de los datos hace posible advertir conexiones y detalles que de otro modo quedan oscurecidos en la vastedad de la información [...] los datos masivos se basan en toda la información» (Mayer-Schónberger y Cukier, 2013, pp. 42-47).
Los algoritmos trabajan efectivamente con la redundancia: contabilizan según las redundancias, las veces en que algo es reiterado marca el índice de su interés y su importancia. Del mismo modo, es sobre la redundancia y el estilo libre indirecto, la forma ilocutoria del lenguaje, que los algoritmos reparten agentes en la enunciación. Es decir, es sobre la redundancia que el algoritmo da primacía a unos agentes sobre otros, reestructura sujetos, agentes y pacientes, da solidez en definitiva a las relaciones sociales, colectivas y políticas de todo enunciado.
Todo enunciado remite, progresivamente, a través de los nuevos dispositivos digitales, a multiplicidad de agentes citados, etiquetados, que participan acreditando o desacreditando esos enunciados, reenviándolos, etc. Se trata de una maraña de estilo indirecto que no deja de hacer crecer el lenguaje como articulación de relaciones colectivas. Es en estas máquinas en las que se producen agenciamientos colectivos, donde los propios dispositivos se pueden explicar, donde por tanto no solo se enganchan o acoplan unos enunciados sobre otros, sino las propias máquinas, nuevos softwares y hardwares que aparecen precisamente a su sombra.
La consigna sería la esencia de este dispositivo. Como modelo del lenguaje, la consigna opera para Deleuze y Guattari, no sobre las acciones y pasiones de los cuerpos, sino sobre sus atributos no corporales, que son cambios en sus relaciones ilocutorias, cambios en las relaciones sociales que implican secundariamente esas acciones y pasiones en los cuerpos. Las consignas, marcan instantáneamente estos cambios, como acontecimientos que por lo tanto siempre tienen una fecha.
Se trata de un marcaje del lenguaje que está del mismo modo presente en Internet y las nuevas redes sociales, que si bien algunos han entendido como una especie de burocratización de nuestras relaciones (el check y el doble check en los chats, por ejemplo) no deja de contemplar, al mismo tiempo, esta «consignización» del lenguaje, la necesidad de su efectuación espacio-temporal, su desuniversalización e inserción en agenciamientos que son acontecimientos siempre adscritos a un aquí y un ahora, así como su condición maquínica. Otro aspecto será la plusvalía informacional y comercial que las operadoras de estos dispositivos van a ser capaces de extraer de estos flujos.
Todos nos comunicamos con todos, o podemos hacerlo. El lenguaje no deja de fulgurar, de reaparecer en todo lugar expuesto a sus matices, mutaciones, aplicaciones, transformaciones. Lo que existe primero es «el rumor de donde extraigo mi propio nombre», dicen Deleuze y Guattari arrojando al lenguaje y a la propia lengua a una pragmática construida como murmullo, como rumor, como campo molecular incluso cósmico donde, cada uno, en última instancia, encuentra su propio yo, seleccionando, cortando, convocando «tribus e idiomas secretos» (Deleuze & Guattari, 2002, p. 89): glosalia o xenoglosia. Los agenciamientos colectivos de enunciación formarían de este modo lo que Deleuze y Guattari llaman una sobrelinealidad en la que realmente se articula el lenguaje, sin la cual el lenguaje no tendría lengua, sería una entelequia universal sin efectuación.
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