Iván Molina Jiménez
«De las imprentas a las editoriales. El caso de Costa Rica (1906-1989)»
Diálogos. Revista Electrónica de Historia, vol. 22, n.º 2 (2021).
Diálogos. Revista Electrónica de Historia | Universidad de Costa Rica | Centro de Investigaciones Históricas de América Central (CIHAC) | San Pedro de Montes de Oca (San José) | COSTA RICA
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«LA CONSOLIDACIÓN DE LAS EDITORIALES
»Durante los treinta años posteriores a la guerra civil de 1948, Costa Rica experimentó un importante proceso de crecimiento y diversificación de la economía, liderado por los vencedores de la guerra civil de 1948, organizados en el Partido Liberación
Nacional (PLN), fundado en 1951. Tales cambios fueron acompañados por una expansión sin precedente del Estado, una industrialización sustitutiva de importaciones y
una mejor distribución del ingreso. Al tiempo que los sectores medios se ampliaban,
producto de procesos de movilidad social ascendente, el porcentaje de hogares pobres
se redujo de 51 a 25 por ciento entre 1961 y 1977, en un contexto de rápida expansión demográfica: la población del país ascendió de 888.745 a 2.249618 habitantes
entre 1950 y 1979.
»Sin embargo, desde inicios de la década de 1970 este modelo
desarrollista empezó a agotarse, en un contexto en el cual disminuían los precios de los
productos agrícolas y se incrementaba la deuda externa del país. Una breve bonanza
en la cotización del café, debido a las heladas que afectaron la producción de ese grano
en Brasil entre 1976 y 1977, retrasó el inicio de una crisis largamente anunciada, que estalló por fin en septiembre de 1980 (Rovira Mas, 1982, 1987; Céspedes Solano y
Jiménez Rodríguez, 1995, pp. 50-51; Pérez Brignoli, 2010, pp. 113, 128).
»Como resultado de una inversión sostenida en educación, entre 1950 y 1979 la
cobertura en la enseñanza primaria se elevó de 80,6 a 99,1 por ciento de la población
de 7 a 12 años; la de la secundaria subió de 8,6 a 62,1 por ciento de los jóvenes de 13
a 17 años; y la de la universitaria pasó de 1,3 a 14,5 por ciento de las personas de 18
a 24 años (Molina Jiménez, 2017, pp. 25-26, 29-30, 38-39).
»Al crecer cuantitativamente, el mercado cultural posibilitó que se ampliara la demanda de libros de texto
para los distintos niveles educativos; pero también lo hizo cualitativamente, como
resultado de la fundación de tres universidades públicas más: el Instituto Tecnológico de Costa Rica (ITCR) en 1971, la Universidad Nacional (UNA) en 1973 y la
Universidad Estatal a Distancia (UNED) en 1977; y de una privada: la Universidad
Autónoma de Centro América (UACA) en 1976. Estas instancias ampliaron y diversificaron los círculos de intelectuales, artistas, científicos y profesionales (Pacheco
Fernández, 2004, pp. 117-158). A este proceso también contribuyeron el Ministerio
de Cultura, Juventud y Deportes (MCJD), creado en 1971 (Cuevas Molina, 1995), y
varias oleadas de inmigrantes y exiliados, por lo general con formación universitaria,
que llegaron al país procedentes del resto de América Latina.
»Según se observa en la Tabla 2, un primer cambio relevante, en relación con
los modelos de publicación prevalecientes en los años 1920-1949, fue el incremento
en el número de editoriales establecidas como tales: 54 (28,3 por ciento) de todas
las entidades que debutaron en la publicación de libros entre 1950 y 1979, para un
aumento de 5,5 puntos porcentuales con respecto al período precedente. De las 53
editoriales privadas, 21 estaban asociadas con círculos de escritores (de poesía y
narrativa, principalmente) y 12 con partidos políticos (7 de ellas con organizaciones
e izquierda); además, 10 se especializaron en la difusión de estudios académicos
(algunas específicamente en el campo del Derecho), 6 en la producción de libros de
texto y 4 en la divulgación de obras religiosas.
»Con pocas excepciones, la mayoría de
estas editoriales publicaron pocos títulos, dado que su existencia fue efímera.
Rápidamente, la única editorial pública creada en el período, la Editorial Costa
Rica (ECR) se convirtió en la principal entidad de su tipo en el país. De acuerdo con la
Figura 2, experimentó un crecimiento moderado en sus primeros años, que se aceleró
a partir de 1966 y empezó a decaer en 1968. Tal descenso, el cual se profundizó entre
1969 y 1970, probablemente estuvo relacionado con que la editorial incrementó sus
tirajes en esos años de 2.000 a 3.000 ejemplares (Chavarría Camacho, 2017, p. 112),
por lo que acumuló existencias que no pudo colocar en el mercado.
»Frente a ese
desafío, la respuesta institucional consistió en establecer alianzas con el Ministerio
de Educación Pública (MEP) y algunas dependencias de la UCR para que parte de
sus publicaciones fueran de lectura obligatoria para los estudiantes de secundaria y
de la enseñanza superior (Chavarría Camacho, 2017, pp. 125-126), en una época en
que las coberturas de esos dos niveles educativos se ampliaban sostenidamente.
»Fueron precisamente esos arreglos institucionales los que, al crear una
demanda cautiva, permitieron que la ECR expandiera su producción en una escala sin
precedente. De hecho, los títulos que publicó entre 1970 y 1973 alcanzaron un tiraje
total superior a los 100.000 ejemplares (Chavarría Camacho, 2017, pp. 112-113).
»El
ascenso iniciado en 1971, se acentuó a partir de 1975 y alcanzó un máximo en 1977,
en el contexto de la bonanza que vivía el país por el aumento en los precios inter-
nacionales del café. Finalizado dicho auge en 1978, el número de títulos publicados
anualmente por la ECR comenzó a descender, una tendencia que se profundizó en
1979, cuando el deterioro de la economía se intensificó.
»Aunque se posicionó estratégicamente en el mercado del libro, la ECR no
podía satisfacer toda la demanda resultante de la extraordinaria expansión de los
distintos niveles educativos, una condición que jugó a favor de la creación de editoriales privadas que empezaron a incursionar sistemáticamente en esos campos.
»Tampoco la ECR logró atender adecuadamente las solicitudes de publicación de
manuscritos específicamente literarios, no solo porque esa producción excedía sus
capacidades, sino porque sus procesos para dictaminarlos estaban dominados por
una visión limitada de lo que debía ser la literatura costarricense, afín con las identidades ideológicas de los intelectuales del PLN y del Partido Comunista que hegemonizaron la institución desde sus inicios (Cuevas Molina, 1995, pp. 90-98).
»En contraste con el período 1920-1949, entre 1950 y 1979 fueron creadas
menos editoriales institucionales: de las 8 de carácter privado, 1 correspondió al PLN
que, en emulación del Partido Comunista una década antes, creó la Editorial Liberación
Nacional en 1953; 1 fue fundada por la única universidad privada que había en el país;
1 por la proempresarial Asociación Nacional de Fomento Económico; 1 por el Seminario Bíblico Latinoamericano, cuyos orígenes en el país se remontan a 1923 (Holland,
2017, p. 18); y 4 correspondieron a imprentas que, en el quinquenio 1950-1954, incorporaron un sello editorial para mejorar su competitividad. Conviene destacar que esta
fue la última vez en que se presentó un fenómeno de este tipo, ya que a partir de
entonces la industria tipográfica concentró sus esfuerzos en satisfacer la demanda de
servicios de impresión generada por las editoriales, más que en competir con ellas.
»De las editoriales institucionales públicas, 5 fueron creadas por las universidades
estatales y 1 por el MCJD en el decenio de 1970, y 1 por el MEP a inicios de la década
de 1950. La fundación de las editoriales académicas fue una respuesta tanto a la expansión de la matrícula universitaria, dado que era preciso producir libros de texto para los
cada vez más numerosos y diversos cursos de la educación superior, como a la creciente
demanda de publicación proveniente de investigadores y tesiarios. Enfrentadas con
estos desafíos, la UNA estableció tres editoriales: la Editorial Universidad Nacional en
1976 y en 1977, el Departamento de Publicaciones y la Editorial Fundauna (privada);
la UCR, que a finales de la década de 1950 eliminó la Editorial Universitaria, fundó una
nueva editorial en 1976: la Editorial de la Universidad de Costa Rica; y la UNED fundó
en 1977 la Editorial Universidad Estatal a Distancia, que operó mediante dos modelos
de producción: libros de texto que los estudiantes adquirían automáticamente con el
pago de sus matrículas, y libros dirigidos al público general comercializados mediante
librerías. Combinó así la suscripción compulsiva con la venta libre de obras.
»La tendencia de las instituciones públicas y privadas a publicar libros con sus
propios nombres se profundizó y se diversificó todavía más entre 1950 y 1979. De
las 57 entidades estatales, 17 eran ministerios o dependencias ministeriales especializadas, 17 unidades docentes, de investigación o administrativas de las universidades públicas (un indicador de la insuficiencia de las editoriales académicas
para canalizar toda la producción generada por las entidades a que pertenecían), 15
instituciones autónomas, 3 museos, 3 poderes de la república y 2 municipalidades.
»En el caso de las 28 instancias privadas, 7 correspondían a organizaciones no
gubernamentales, 7 a gremios de trabajadores de cuello blanco y a cámaras empresariales, 5 a organizaciones políticas, 3 a círculos de escritores, 2 a academias, 2 a
organizaciones académicas o culturales y 2 a colegios profesionales.
»Si en el período 1920-1949 solo una entidad internacional produjo libros en el país
(el IICA), de 1950 a 1979 ese número aumentó a 37 instituciones, un indicador de cómo
la estabilidad democrática convirtió a Costa Rica en una sede estratégica para los nuevos
procesos de institucionalización a escala regional y global. De esas entidades, 11 eran de
alcance centroamericano, 10 de cobertura latinoamericana, 5 globales (pertenecientes a
la Organización de las Naciones Unidas) y 3 de carácter interamericano. Las restantes
8 entidades eran editoriales extranjeras que incursionaron en el cada vez más atractivo
mercado del libro costarricense: 3 regionales (centroamericanas), 1 estadounidense, 1
argentina, 1 venezolana, 1 mexicana y 1 colombiana. La participación de 6 de esas editoriales fue solo esporádica, pero hubo 2 que alcanzaron una inserción más duradera.
»Fundada en Colombia en 1960, la Editorial Norma se alió a inicios de la década
de 1970 con la imprenta Lehmann para incursionar en el mercado de libros de texto
para la enseñanza primaria (Befeler Teitelbaum, 1972), con lo que inauguró la participación de editoriales extranjeras en ese campo, una tendencia que se profundizaría
después de 1980.
»A su vez, la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA),
adscrita al Consejo Superior Universitario Centroamericano (1948), inició labores en
1969 con un capital de 130.000 dólares y el compromiso de producir 138 títulos en
un plazo de cinco años (Noticias, 1969, p. 86). Aunque publicó esporádicamente en
algunos de los otros países del istmo, EDUCA concentró su actividad en Costa Rica,
una decisión motivada por las mejores condiciones institucionales que ofrecía este
país para una industria editorial no sometida a presiones o persecuciones políticas.
»De
esta manera, la principal editorial académica de la región, creada para atender particularmente la producción de textos de ciencias sociales (en esa época, muy influenciadas por las corrientes marxistas), tuvo por asiento el territorio costarricense.
»LAS EDITORIALES Y LA CRISIS DE 1980
»Con el inicio de la crisis económica de 1980, el país experimentó un incremento en la pobreza y el desempleo, un retroceso en el Producto Interno Bruto y una
devaluación monetaria sin precedente. Pronto esta situación se agravó a medida que
iniciaron ofensivas guerrilleras en El Salvador y Guatemala, mientras el triunfo de
la Revolución sandinista en Nicaragua empezaba a ser combatido por fuerzas irregulares, apoyadas por Estados Unidos.
»A partir de 1982, Costa Rica se sumó ideológicamente a la cruzada estadounidense para derrotar al comunismo en la región a cambio
de un apoyo económico sistemático, que contribuyó a reestructurar la economía en
función de exportar productos no tradicionales a terceros mercados y promover la
industria turística (Rovira Mas, 1987).
»Pese a que la economía fue estabilizada alrededor de 1985 y empezó a
recuperarse poco después (Rovira Mas, 1987), los efectos de la crisis en el sistema
educativo perduraron por mucho más tiempo.
»En la enseñanza primaria, la asistencia
de la población de 7 a12 años, disminuyó de 97,1 a 95,3 por ciento entre 1980 y
1983, y se elevó a 98,4 por ciento en 1985. Contrastantemente, en la secundaria, la
proporción de jóvenes de 13 a 17 años que concurría a las aulas descendió de 62,6
a 42,7 por ciento entre 1980 y 1989, y solo recuperó el nivel alcanzado previamente
hacia el año 2000.
»A su vez, la participación de las personas de 18 a 24 años en la
educación universitaria prácticamente se estancó en 15,2 por ciento entre 1981 y
1990, debido a que la expansión de la matrícula en las universidades privadas apenas
compensó la pérdida de cobertura en las públicas, que se redujo de 14,1 a 12,4 por
ciento en dicho período (Molina Jiménez, 2017, pp. 26-27, 30-31, 39).
»Aunque las condiciones económicas eran muy desfavorables, la creación de
editoriales, en el sector privado, en vez de menguar, se intensificó: entre 1950 y 1979,
se fundaron 1,8 editoriales por año (véase la Tabla 2), mientras que de 1980 a 1989,
ese promedio ascendió a 5,1 editoriales anuales (véase la Tabla 3).
»Las 51 editoriales
establecidas en dicha década representaron el 38,9 por ciento de todas las entidades
que incursionaron por primera vez en la producción de libros, un incremento de 10,6
puntos porcentuales con respecto a la proporción alcanzada en el primer período. De
esas 51 editoriales, 31 (60,8 por ciento) priorizaron la publicación de estudios académicos, 12 la de obras literarias, 4 la de textos religiosos, 2 la de textos políticos y 1
la de libros de texto para la enseñanza primaria y secundaria.
»En comparación con los años 1950-1979, el principal cambio fue el desplaza-
miento de las editoriales dedicadas a publicar literatura (poesía y narrativa, principal-
mente) por las especializadas en dar a conocer textos universitarios, sobre todo de ciencias sociales. A favor de esta modificación jugaron tanto el debate político entonces
vigente sobre el nuevo modelo de desarrollo que debía seguir Costa Rica para superar
la crisis económica, como la dimensión cultural que caracterizó la reactivación de la
Guerra Fría en América Central. Del mismo modo que se fundaron editoriales cuyas publicaciones cuestionaban el capitalismo y la intervención de Estados Unidos en la
región, se crearon otras dominadas por un definido anticomunismo, como la Asociación Libro Libre, que recibía financiamiento estadounidense, gracias al cual pudo
llevar a cabo un activo programa de publicaciones subsidiadas (Rojas Mejías, 2018).
»También favorecieron ese desplazamiento tres procesos estrechamente relacionados, que tuvieron por escenario las universidades públicas, en particular la
UCR y la UNA: el crecimiento de las actividades de investigación financiadas por
esas instituciones, dado que algunos de los responsables de llevarlas a cabo tenían
como meta publicar los resultados de su trabajo en forma de libro; la expansión de
la matrícula de los posgrados, que amplió el mercado para las obras académicas
más especializadas; y el incremento en el número de graduados de esos programas,
puesto que una proporción de estas personas aspiraba a publicar su tesis para conseguir empleo o mejorar sus condiciones laborales.
»Finalmente, también contribuyó a dicho desplazamiento la crisis de la ECR:
con la contracción del mercado de libros de textos para secundaria, por la baja en la
cobertura, tal entidad comenzó a acumular existencias muy rápidamente, al tiempo
que enfrentaba un incremento en sus costos de operación y de planilla, y se le dificultaba cumplir con el pago de derechos de autor (Chavarría Camacho, 2017, p.
147).
»Como se observa en la Figura 3, la producción de libros disminuyó entre 1980
y 1982, experimentó una breve recuperación entre 1983 y 1985, y a partir de 1986
descendió abruptamente. Aunque logró crecer nuevamente en 1989, estaba muy
lejos de los niveles alcanzados a finales de la década de 1970. La pérdida de protagonismo de la ECR, tanto en el mercado de manuscritos como en el de la comercialización de las obras impresas, benefició particularmente a las editoriales universitarias
públicas, a las editoriales privadas que publicaban textos académicos, a las editoriales
interesadas en incursionar en la venta de libros de texto y a una nueva generación
de editoriales privadas dedicadas a la publicación de obras literarias de manera más
profesional y sin el trasfondo cenacular de sus predecesoras, de las cuales la más
importante fue Uruk Editores, fundada hacia 1983.
»Mientras de 1950 a 1979, se crearon 0,5 editoriales institucionales por año,
entre 1980 y 1989 esa cifra ascendió a 0,7 editoriales anualmente. Aunque mínimo
en términos cuantitativos, este incremento es significativo cualitativamente porque
evidencia que el promedio, en una época de graves dificultades económicas e implementación inicial de las políticas neoliberales, superó al que prevaleció durante un
período de crecimiento económico sostenido y expansión sistemática del Estado.
»Dos factores fueron decisivos para que un contraste de tal índole fuera posible: la
existencia de un mercado cultural cada vez más amplio, diverso y demandante en
el decenio de 1980, como resultado de los cambios educativos acumulados en los
treinta años previos; y la intensificación de los debates públicos por el impacto que
tuvo en Centroamérica la reactivación de la Guerra Fría.
»Entre 1980 y 1989, crearon sus propias editoriales en el sector privado la
Alianza de Mujeres Costarricenses, fundada en 1952 y relacionada con el Partido
Vanguardia Popular (Alvarenga Venutolo, 2005); el Centro de Estudios Democráticos de América Latina (CEDAL), inaugurado en 1968 con el apoyo de la Fundación
Friedrich Ebert y vinculado con el PLN (Monge Álvarez, 1988); y la UACA. Esta
última, que captó recursos de la Agencia para el Desarrollo Internacional (Pacheco
Fernández, 2004, p. 147), trató de constituir su editorial en una opción política e
ideológica frente a las editoriales universitarias estatales, cuyas publicaciones de ciencias sociales estaban más incluidas por el marxismo; sin embargo, esa función pronto
fue concentrada por la Asociación Libro Libre.
»Por lo que respecta a las editoriales
institucionales públicas, 2 fueron constituidas por el MEP y la CCSS, 1 por el Poder
Judicial y otra por el programa de Asignaciones Familiares, establecido en 1974 y
dependiente del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (Trejos Solórzano, 1983).
»De 1950 a 1979, el promedio anual de instituciones que publicaron libros con
sus propios nombres fue de 1,9 en el sector público y 0,9 en el privado; entre 1980
y 1989, las cifras respectivas fueron de 1,6 y 2,2.
»El descenso en el sector público
se explica, en parte, porque ya numerosas entidades estatales, especialmente las de
carácter autónomo, habían empezado a publicar en el período previo, porque las
editoriales universitarias estatales mejoraron su posición en el mercado de manuscritos, y por la expansión en el número de editoriales privadas que publicaban estudios académicos. Así, de las 16 instituciones públicas que publicaron libros, 7 eran
dependencias ministeriales, 6 centros o institutos de investigación de la UCR y la
UNA, 2 municipalidades y 1 ministerio.
»Por su parte, el ascenso en el número de entidades del sector privado que incursionaron en la publicación de libros estuvo asociado con el crecimiento en el número
de organismos no gubernamentales. De esta índole fueron 13 de las 22 entidades
privadas que publicaron libros. Las restantes 9 se distribuyeron entre 2 gremios, uno de trabajadores de cuello blanco y otro de campesinos y agricultores, 2
organizaciones políticas, 2 entidades de carácter económico, 1 instancia académica, 1
colegio profesional y 1 imprenta que empezó a publicar libros con su propio nombre
en 1989. Este último caso es de particular interés porque dicha empresa, en vez de
seguir el modelo de las imprentas del período anterior a 1955, que establecieron
sellos editoriales para competir en mejores condiciones con las nuevas editoriales,
prefirió mantener su razón social como imprenta, como una estrategia para diferenciarse de las editoriales.
»Si entre 1950 y 1979 el promedio anual de entidades internacionales que se
establecieron en el país y publicaron libros fue de 1,2, esa cifra se elevó a 3,5 en el
período 1980-1989. De las 35 entidades respectivas, 10 eran de cobertura latinoamericana, 8 de alcance global (incluida una agencia de la ONU), 6 de carácter centro-
americano, 5 de índole interamericana, 1 nicaragüense, 1 panameña y 1 holandesa.
Las tres restantes fueron editoriales, dos españolas (una de ellas la reconocida casa
Ariel/Seix Barral que trató de incursionar en el mercado académico sin éxito) y otra
colombiana (Farben), perteneciente al Grupo Norma, que sí logró posicionarse favorablemente en el campo de la literatura infantil.
»Indudablemente, lo más sorprendente de la década de 1980 fue que la crisis
económica no condujo a un retroceso de la industria editorial en el país, pese a que
algunas editoriales fueron especialmente afectadas, como la ECR. Desde ese año y
hasta 1989, se fundaron proporcionalmente más editoriales que entre 1950 y 1979,
y más instituciones y entidades, costarricenses y extranjeras, publicaron libros que
en el período previo. Tal logro fue especialmente significativo porque la actividad
editorial debió enfrentar la competencia creciente del fotocopiado, un servicio que
comenzó a desarrollarse en el país desde mediados del decenio de 1970.
»Esa proliferación de productores de libros parece haber sido posible porque ya para entonces
existía en el país un segmento de consumidores habituados a la adquisición sistemática de obras y con el suficiente poder de compra para permitírselo, liderado por
docentes y estudiantes universitarios y de colegios privados, y por profesionales en
distintos campos.
»CONCLUSIÓN
»La transición de las imprentas a las editoriales en Costa Rica inició aproximadamente en la misma época en que un proceso similar se daba en otras partes de América
Latina (Cobo Borda, 2000), incluida la región centroamericana. Según la información
disponible en WorldCat, las primeras editoriales empezaron a operar en el resto del istmo
según la siguiente cronología preliminar: en El Salvador (Centro Editorial Meléndez,
San Salvador) y Panamá (Casa Editorial Diario de Panamá, Panamá) en 1910, en
Nicaragua (Editorial San Rafael, Managua) en 1913, en Guatemala (Centro Editorial,
Guatemala) en 1918 y en Honduras (Editorial José Trinidad Reyes, San Pedro Sula) en 1935. Sin duda, falta más investigación sobre este tema para identificar con mejor
precisión los puntos de partida, las características de las empresas que lideraron el
cambio y las etapas por las que pasó esta modernización de la cultura de la publicación.
»Dos factores estructurales condicionaron fuertemente el desarrollo de la
industria editorial en Costa Rica: ante todo, la escasa población del país, que
limitaba el número de lectores potenciales, especialmente en una sociedad predominantemente rural y campesina; y un sistema educativo que logró importantes
avances en la alfabetización, pero no en promover el acceso a la segunda enseñanza y a la educación superior. Como resultado de esta situación, el mercado
cultural permaneció pequeño y poco diversificado, por lo que el éxito de las actividades editoriales dependía decisivamente de que las obras publicadas pudieran ser
comercializadas en el sistema educativo preuniversitario.
»Al fundarse la UCR en 1940 y empezar a expandirse la cobertura de la educación secundaria, las condiciones para la producción y comercialización del libro
comenzaron a mejorar; pero el cambio decisivo solo ocurrió después de 1950. Fue
entonces cuando el país experimentó una extraordinaria modernización en todos los
campos, la cual favoreció el incremento general de la población y de la proporción representada por quienes habitaban en los espacios urbanos, y amplió decisivamente el acceso a la enseñanza media y la universitaria. En este contexto, la industria
editorial se expandió de una manera sin precedente, a partir de cuatro modalidades
fundamentales: editoriales creadas como tales, editoriales adscritas a instituciones,
instituciones y organizaciones que comenzaron a publicar libros, y entidades internacionales que también incursionaron en ese campo.
»En vez de ser detenida por la crisis económica que estalló en 1980, la expansión de la industria editorial se intensificó en dicha década, un fenómeno que fue
resultado tanto de factores internos, asociados con el cambio de modelo de desarrollo de Costa Rica, como externo, vinculados con la reactivación de la Guerra
Fría en América Central y la dimensión cultural de ese conflicto. En este marco, el
proceso de creación de editoriales, que en el período 1950-1979 estuvo liderado por
quienes estaban interesados en publicar literatura, comenzó a ser hegemonizado por
personas que priorizaban la publicación de estudios académicos, dirigidos a satisfacer la demanda del mercado universitario».