Luis Alexis Amador Rodríguez
«Algunas reflexiones acerca de la derivación y la perspectiva diacrónica en su estudio»
Revista de Filología de la Universidad de La Laguna, n.º 40 (2020)
Revista de Filología de la Universidad de La Laguna | Universidad de La Laguna (@ULL) | Facultad de Humanidades - Sección de Filología | San Cristóbal de La Laguna | Santa Cruz de Tenerife | ESPAÑA
Se incluye a continuación un extracto seleccionado de las páginas 17, 20 a 27 y 29 de la publicación en PDF. Las referencias pueden consultarse en la ubicación original.
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«RESUMEN
»La formación de palabras está constituida por una serie de procedimientos morfológicos regulares cuyos resultados interesan al léxico, pero con un carácter gramatical innegable. No obstante, este dominio de las lenguas no se entiende sin atender a aspectos diacrónicos que contribuyen a la comprensión de su configuración actual. La ampliación de las posibilidades expresivas de los diferentes procedimientos derivativos del español, la influencia del préstamo de unidades pertenecientes a otras lenguas y la pervivencia de irregularidades obligan a introducirse en el terreno de la historia para dar cabal explicación a todos estos fenómenos.
»MOTIVACIÓN FRENTE A NO MOTIVACIÓN
»En el terreno de los procedimientos de formación de palabras y, particularmente, en el de la derivación, es fundamental el concepto de motivación relativa, tal como aparece recogido en Saussure. La relación entre forma y significado es la que permite reconocer la existencia de un esquema derivativo, es decir, la combinación de una base léxica y de uno o varios afijos, como se aprecia en alunizar, inservible, pregonero, restablecer, etc.
»A partir del análisis de dichas combinaciones pueden establecerse distintos grados de motivación y/o de regularidad de los procedimientos derivativos, así como entender otros fenómenos relacionados con la necesidad de dotar de motivación a lo que los hablantes interpretan que debe estarlo (Ullmann 1986 [1962]: 115-119).
»Asimismo, por un lado, nos permite establecer los fenómenos de alomorfia o de variación formal de un determinado procedimiento, asegurados por la expresión de un mismo contenido, o, en el caso de la expresión de contenidos diferentes, la existencia de procedimientos distintos; y, por otro lado, nos ayuda a determinar cuáles son los esquemas derivativos productivos frente a los que no lo son (Rainer 2013).
»Así pues, siguiendo la propuesta de Fruyt (1984), podemos establecer tres grandes grupos de derivados en función de su grado de motivación: derivados motivados, derivados semimotivados y palabras no motivadas. Las últimas quedan fuera de nuestro interés, en tanto que no es posible reconocer un esquema o estructura de constituyentes, incluso aunque en algún estadio muy anterior pudiera decirse de ellas que sí lo tuvieron: imbécil, inane, lábaro, etc. Así pues, únicamente atenderemos los dos primeros casos.
»Derivados motivados
»Estos son los derivados más regulares desde el punto de vista formal y semántico y, por ende, se corresponden con los esquemas derivativos más productivos. Puede suceder que la base de derivación sea un lexema libre y realizado en el léxico de la lengua y que los afijos pueden aislarse fácilmente respecto a ella. Los fenómenos morfofonológicos en el punto de unión de la base y de los afijos son predecibles y se someten sin dificultad a regla desde una perspectiva sincrónica. Así, por ejemplo, los derivados regulares en -ble se adjuntan mayoritariamente a temas verbales con una vocal temática inflexionada en el punto de unión en los casos de bases verbales pertenecientes a la segunda conjugación, e. g.: amable, temible, fundible, etc.
»Este es el terreno de la analogía y la tendencia es la uniformidad y unificación de los procedimientos que comprende. Es, por tanto, una fuerza determinante en el devenir histórico de las lenguas. No obstante, también puede ocurrir que nos encontremos con los fenómenos de supletivismo y de base ligada, en los que la regularidad de los procedimientos derivativos queda comprometida por cuestiones de norma, de uso o de marcado léxico y, en último término, por razones de corte histórico.
»Empezaremos primero por los casos en los que la analogía desempeña un papel importante en la evolución diacrónica y funciona desde el interior del propio sistema lingüístico, favoreciendo incluso la ampliación de las posibilidades expresivas de los mecanismos de la lengua, es decir, afectando a la propia variación semántica de los procedimientos derivativos en cuestión. Un ejemplo de ello lo tenemos en la evolución experimentada por el sufijo latino -tor/-ōris en castellano, bajo la forma patrimonial de -dor, que nos servirá para ilustrar varios fenómenos relativos a la actuación de la analogía.
»En primer lugar, la analogía favorece naturalmente el establecimiento de nuevos esquemas morfofonológicos, de la manera en que le sucedió de hecho al sufijo -dor/a, que se adjunta principalmente a temas verbales con vocal temática sin inflexionar. No obstante, en latín el tema para la formación de derivados en -tor, ōris era el propio del supino, lo que explica ejemplos del tipo ductor, ōris (< duc-tus) ‘conductor’, scriptor, ōris (< scriptus) ‘escritor’, sucessor, ōris (< sucessus) ‘sucesor’, victor, ōris ‘vencedor’ (< vic-tus), etc., formados sobre temas fuertes del supino.
»La adopción del modelo regular castellano [radical verbal + vocal temática + -dor/a] procede de la interpretación de los resultados patrimoniales de los derivados latinos con el sufijo -tor, ōris en nuestra lengua, que, como ha dejado claro Pattison (1975: 111-114), presentan siempre una vocal (-a-, -e-, -i-), por ejemplo: amatōrem > amador, bibĬtōrem > bebedor, audītōrem > oidor. Esto, unido a la reestructuración de la conjugación verbal en el paso del latín al castellano, hizo que los hablantes rehicieran el modelo regular, tomando las vocales entre la raíz y el sufijo como exponente de la conjugación a la que pertenecía la base.
»La fuerza de este fenómeno se ha extendido incluso a los derivados de base nominal, adoptando como modelo la derivación a partir de verbos de la primera conjugación, que no en vano es la más productiva en español. Baste citar a modo de ejemplo los casos de caduceador ‘rey de armas que publicaba la paz y llevaba en la mano el caduceo’ (< caduceo), bacinador ‘persona que pide limosna para el culto religioso u obras pías’ (< bacín o bacina), bretador ‘reclamo o silbo para cazar aves’ (< brete), leñador ‘persona que corta o vende leña’ (< leña), etc.
»Por otro lado, este morfema, inicialmente empleado en la lengua madre para crear sustantivos que designaban de manera exclusiva agentes humanos, pasa a ser utilizado también en la creación de adjetivos de semántica activa a partir de un momento dado, acerca del que no se puede proporcionar una datación exacta, pero que ocurre también en el resto de las lenguas romances además de en español. Naturalmente, es fácil imaginar que la atribución realizada por la categoría sustantiva puede realizarse, a través de la metábasis adjetiva, a cualquier ente nombrado en el seno de un sintagma nominal. El paso estaba en potencia en el propio sistema y bastaba solo con que se diera alguna realización concreta para que el procedimiento derivativo acabara creando, por analogía, también adjetivos.
»De hecho, en Amador (2009: 146) hemos defendido que los derivados en -dor/a en castellano tienen en la actualidad una función atributiva de carácter primordialmente adjetivo, con posible realización sustantiva. El índice formal de esta función adjetivadora se encuentra en la indeterminación de género del sufijo -dor/a, que admite tanto el masculino como el femenino.
»La analogía funciona también, por supuesto, más allá de los cambios de categoría gramatical o la expresión del género, en el desarrollo de la variación semántica de los procedimientos derivativos. Así, continuando con el caso de los derivados en -dor/a en nuestra lengua, las unidades con este sufijo experimentaron una ampliación del campo designativo desde los nombres de agentes humanos administrador, cobrador, sembrador, pescador, etc., a los nombres de instrumento. Este es un fenómeno muy común en diferentes lenguas indoeuropeas y para su explicación se han postulado varias hipótesis. La más difundida tiene que ver con una extensión metafórica que lleva de quien hace algo al objeto que se utiliza para algo. Esto es lo que encontramos en Meyer-Lübke (1974 [1890-1906]: 611-612) y a partir de él en otros autores.
»Más recientemente, Rainer (2004), partiendo también de la metáfora, ha propuesto como explicación un mecanismo de aproximación por el que los nombres de instrumento se asemejan a los agentes, lo que pudo servir para la creación directa de aquellos. Asimismo, desde la corriente de la lingüística cognitiva, se ha concebido la existencia de una escala de agentividad que lleva de un iniciador inmediato (agente, fuerza o causa) a uno mediato o instrumental (Dressler 1986; Rifón 1996-1997). Lo cierto es que, desde nuestro punto de vista, de nuevo nos encontramos ante la explotación de una posibilidad contenida en el esquema derivativo a partir de los nombres de agente por su oficio o su profesión que, como bien vio ya Benveniste (1948: 61) en su estudio sobre los nombres de agente en indoeuropeo, se basan en un predicado de futuro o de prospectividad, en un ser para alguna función, como δοτήρ ‘el que está encargado de dar’ o κλητήρ ‘el heraldo de la justicia’ en griego.
»Desde esa perspectiva hemos formulado la definición semántica para la derivación en -dor/a (Amador 2009: 146) como un procedimiento que atribuye a un determinado ser o entidad convertirse en fuente u origen de la realización de un proceso o actividad. Los instrumentos, por tanto, surgen también de este ser para algo, tal como el sabio francés ejemplifica también para el griego y podemos ver en el caso de los derivados españoles: atizador ‘instrumento para atizar el fuego’, calentador ‘objeto o instrumento para calentar’, cargador ‘instrumento para cargar’, destornillador ‘instrumento para destornillar’, deponiendo el rasgo [+ humano] presente en el latín clásico, que se convierte en superfluo o en un hecho de habla.
»Como sucede habitualmente en los callados procesos de transformación de la lengua, es difícil datar a partir de cuándo se produce este hecho, aunque hay designaciones registradas de instrumento en -dor/a desde al menos el siglo XIII (Garcés 1986; Morales Ruiz 1998; Pharies 2002; Clavería 2004; Rainer 2004). La asunción de la designación de personas y objetos ha provocado un fenómeno de neutralización que ha ampliado el alcance del valor de lengua del procedimiento derivativo en -dor/a desde el latín como lengua madre.
»Asimismo, la analogía puede interactuar con el fenómeno del préstamo. Es lo que ha ocurrido con el empleo de -dor/a en español para nombrar lugares. Inicialmente las unidades portadoras del afijo -dor para la designación de espacios o lugares en los que se hace algo eran préstamos procedentes del provenzal o del catalán, lenguas que comparten un formante -dor (pero procedente de -torium) para la creación de nombres de lugar (Díez 1973 [1874]: 328; Garcés 1986: 99; Staib 1988: 142-143), e. g.: corredor, mirador, obrador, parador, etc., o quizás calcos de unidades existentes, principalmente en catalán, como comedor (cat. menjador) o recibidor (cat. rebedor). Su incorporación al castellano permitió la derivación propia en nuestra lengua de nuevos nombres de lugar sin correspondencia en las lenguas mencionadas, como abrevador, aselador, colector, distribuidor o pudridor.
»Sin duda, a este hecho contribuyó el parecido formal con el sufijo productivo autóctono -dor/a (proveniente del latín -tor, ōris); de manera que los nombres de lugar en -dor se sienten parte del mismo esquema derivativo y han contribuido a perfilar la función lingüística del procedimiento en la actualidad, aunque la productividad para la designación de lugares se haya frenado por la competencia de otros sufijos con el mismo cometido desde el punto de vista de la norma (principalmente -dero/a y su variante culta -torio/a).
»En la explicación de este fenómeno se ha hecho intervenir la metonimia dentro de lo que antes mencionamos como escala de la agentividad, de forma que la designación de lugares con los derivados en -dor/a puede interpretarse como un desplazamiento desde el agente que realiza algo al lugar en el que lo realiza. Por nuestra parte, consideramos que la expresión de la finalidad o la prospectividad permitió la ampliación del espectro designativo del sufijo en cuestión, mediando la incorporación de los préstamos citados, que espolearon la potencialidad dada por el valor de lengua del propio procedimiento morfológico. Baste tener en cuenta que no es extraño que los mismos sufijos que se utilizan para la designación de instrumentos funcionen también para nombrar los lugares que sirven para llevar a cabo una acción concreta, como ocurre con el sufijo -dero/a en nuestra lengua.
»Así, por ejemplo, junto a los lugares designados por abrevadero, aparcadero, pudridero, invernadero, etc., tenemos los pertenecientes a la serie de los instrumentos del tipo de atizadero, coladero, majadero, tajadero, etc. En este sentido, consideramos que la coalescencia o el parecido formal entre afijos favoreció el reanálisis por parte de los hablantes y pudo ayudar a ampliar los esquemas de lexicalización de un determinado morfema y a perfilar su valor de lengua.
»Dejando a un lado los casos regulares gobernados por la analogía, entre los derivados motivados hemos incluido también los fenómenos de alomorfia y/o supletivismo, que son aquellos en los que la forma del derivado no se puede predecir a partir de la base o lexema autónomo con el que se encuentra relacionado semántica y etimológicamente, como sucede, por ejemplo, con construir > construcción, poseer > posesión, obispo > episcopal, ceniza > cinerario, etc. Los términos derivados mencionados son producto del préstamo, más concretamente, latinismos, que han entrado a formar parte de la familia léxica de sus bases respectivas por esta vía. Pero no mantienen la misma relación que los derivados regulares con el término primario, pues no obedecen a una regla formativa en sincronía.
»En este sentido, la relación establecida entre la base y el derivado estaría marcada léxicamente, es decir, habría en español una doble articulación del componente de formación de palabras en la que sería necesario distinguir la existencia de una derivación propiamente española y una exclusivamente latina (Coseriu 1981: 53; Clavería 2013). Esta doble arquitectura se extiende a aquellos casos del tipo caballuno/equino, en los que hay también una unidad patrimonial con la que la serie de derivados cultos mantienen una relación semántico-léxica, pero no etimológica, de manera que hay dos familias léxicas claramente diferenciadas, como se observa en caballo, caballuno, caballero, caballería, etc., frente a equino, equitación, ecuestre, etc., que se van entrelazando y alternando.
»Al hilo de lo expuesto, sucede frecuentemente que la base de una determinada serie de derivados no se corresponde con una palabra autónoma de la lengua, aunque posea una semántica clara y pueda aislarse en el seno de la familia de palabras a la que pertenece.
»Es lo que tenemos, por ejemplo, en vulnerar, vulnerario, vulnerable (< lat. vulnus, ĕris); ígneo, ignición (< lat. ignis, is). Ocurre a menudo también en unidades prefijadas, e. g.: conducir, deducir, inducir, reducir, seducir, traducir (sobre el verbo latino duco ‘llevar, conducir, guiar’). Todos ellos son casos de base ligada o no realizada en nuestra lengua.
»Por tanto, cuando tenemos delante ejemplos de supletivismo y de bases ligadas, hay que tomar cada caso como idiosincrásico, aun cuando pueda establecerse algún tipo de generalización como la de que los verbos acabados en /-θibiR/ o /-θebiR/ se nominalizan a partir de un tema acabado en /-θep-/, como sucede en percibir > percepción, recibir > recepción o concebir > concepción. Dicha generalización se abstrae a posteriori como producto de la inducción a partir de la observación de todos los ejemplos similares existentes en nuestra lengua. Sin embargo, no ha dado lugar a un esquema formativo propio del castellano. En este punto es preciso tener en cuenta la distinción entre afijos patrimoniales y afijos cultos o semicultos, de los que nos ocuparemos más adelante cuando abordemos la cuestión de su trata-miento como alomorfos de un mismo morfema o como unidades independientes.
»Asimismo, en relación con los aspectos formales referidos a la alomorfia, los supletivismos y a las bases ligadas hemos de introducir algunas reflexiones sobre la interfijación. Con el reconocimiento de la estructura de la palabra a través de la relación significativa que mantienen sus constituyentes, se concluye la existencia de infijos o interfijos, tal como sucede en humareda o polvareda, que se pueden analizar a partir de sus bases respectivas humo y polvo a las que se añade el sufijo -eda con el elemento interfijado -ar-.
»La asignación de un significado, así como la delimitación de la función de estos elementos, ha interesado a muchos investigadores y el reconocimiento de su estatus ha sido controvertido. Sin embargo, Malkiel (1958: 178 y ss.) ya defendió su necesidad por cuestiones de orden práctico. Según este autor, habría tres posibilidades de tratar los derivados con interfijo: a) aceptando que estamos ante variantes de la raíz o la base, e. g.: humar-, polvar- con adjunción de -eda; b) analizando la terminación con el interfijo como sufijo independiente, lo que haría que se tuviera que ampliar la nómina de sufijos, i. e.: las raíces hum- y polv- más -areda; o c) analizando la secuencia en sus diferentes componentes, pasando a integrar el primero de los elementos afijados a la base el conjunto de los interfijos, esto es: polv-ar-eda. La elección de cualquiera de las dos primeras posibilidades de análisis haría más complicada la descripción de la derivación.
»Parece que hay que dar cabida a la idea de interfijo, ya sea porque es reconocible en la estructura de la palabra como elemento formal sin significado frente a la base y los afijos, ya sea porque es posible asignarle un determinado significado como un morfema más. En este último caso es necesario tener presente que el elemento interfijado forma parte de una cadena derivativa que adjunta morfemas a la base de forma sucesiva.
»No es, por tanto, un incremento formal sin más, es decir, inmotivado. En dichas unidades es muy usual que los elementos interfijados tengan un carácter apreciativo, eslabones de la cadena derivativa que no se han lexicalizado y que la norma no recoge, como aguacero, vinajera, ventorrero, etc., pudiendo incluso suceder que el morfema apreciativo interfijado rompa la base como en azuquítar (< azúcar). En otros casos, los interfijos se explican por incorporación de préstamos desde otras lenguas, tal como ocurre con cacaotero, cafetero, cocotero, panetero y tetera, procedentes de adaptaciones del francés (Malkiel 1958: 162; Laca 1986: 525; Amador 2009: 238). Unida-des que en última instancia han contribuido a crear un modelo para otros derivados que adoptan también el elemento interfijado, e. g.: aguatero, chivitero, pinatero, viñatero, etc.
»El factor analógico también desempeña en estos casos de interfijación un papel determinante, puesto que los incrementos formales entre la base y el morfema derivativo pueden ser producto de reanálisis por parte de los hablantes, como se observa en los casos de barrendero, curandero, paseandero, rezandero, etc., creados sobre el modelo de derivados como hacendero (< hacienda), molendero (< molienda) o parrandero (< parranda), lo que ha motivado la aparición del interfijo -nd-.
»Ahora bien, es necesario ser prudentes antes de asegurar que un elemento dado es un interfijo. En muchos casos, los que a primera vista podrían ser clasificados como interfijos resultan ser desde una perspectiva histórica producto de derivaciones sucesivas sobre formaciones existentes en estadios anteriores de la lengua, como ocurre en carnicero o panadero, que proceden respectivamente de los sustantivos en desuso carniza y panada y no directamente de carne y pan, como se puede pensar desde una perspectiva sincrónica.
»De manera que no resultaría adecuado proponer que -iz- y -ad- son elementos formales intercalados entre la base y el sufijo. Otro tanto podría decirse de casos como la serie de términos hornaguero, lombriguera, noguera, peguera y perdiguero, relacionados respectivamente con hornaza, lombriz, nuez, pez y perdiz (madriguera presenta unos cambios formales más acusados frente a matriz).
»En todos los ejemplos mencionados el derivado en -ero/a presenta un alomorfo de la base o base ligada, no realizada en español. Como señalan Corominas/Pascual (1980), hornaguero supone la existencia de un no atestiguado *fornacarius, creado sobre el étimo latino fornax, acis ‘horno de cal o de alfarero’, del que resulta en español hornaza. El término hornaguero es producto, por tanto, de la evolución patrimonial esperable con aspiración y enmudecimiento posterior de la f- inicial latina y la sonorización de /k/ en posición intervocálica.
»Una explicación similar puede dárseles a lombriguera < lombriz < lat. vulg. lumbrix, icis < lumbricus, i; noguera < nuez < lat. nux, nucis; peguera < pez < lat. pix, picis y perdiguero < perdiz < lat. perdix, perdicis. Así pues, no sería pertinente postular la existencia de un interfijo -g- entre el sufijo y la raíz, ya que las diferencias formales se esclarecen recurriendo a la evolución diacrónica. Tampoco sería necesario postular una regla sincrónica que no es operativa en castellano para explicar la transformación de la sibilante final en una velar, pues existen los derivados regulares en -ero/ahornacero, lombricero y perdicero, aunque con significados diferentes respecto a las unidades de las que venimos hablando, lo que viene a acentuar el marcado léxico de las palabras con la base ligada acabada en consonante velar.
»Derivados semimotivados
»Los derivados semimotivados son aquellos en los que parece existir un esquema derivativo, pero no se encuentran realizados en la lengua o bien la base léxica, o bien el afijo, y, por tanto, no se les reconoce una semántica clara. Así, si nos detenemos en los casos en los que es posible el reconocimiento del afijo, pero no de la base, veremos qué es lo que sucede en las palabras cordero, sarmiento o sazón, en las que es posible aislar sufijos (-ero/a, -miento y -zón) pertenecientes a nuestra lengua, pero no se puede determinar a qué elementos se adjuntan al no tratarse de unidades léxicas del español y no tener significado. Tratar de identificar una estructura composicional a partir de sus elementos constituyentes en los casos mencionados no tiene sentido alguno y solo la etimología nos da la clave.
»No se debe confundir, por tanto, con el fenómeno de la base ligada del que nos ocupamos más arriba, pues lo que sucede es que en las unidades de las que estamos tratando las supuestas bases no tienen realidad en la lengua. Así, estas palabras semimotivadas actuarán siempre como término primitivo de una familia léxica, de la manera en que sucede con cordero, corderaje, corderil, corderilla y corderuna; sarmiento, sarmentar, sarmentoso, sarmenticio; y sazón, sazonar.
»Para los casos en que es posible reconocer la base de la palabra, pero no el afijo, podemos mencionar lo que ocurre con los derivados latinos en -bulum, y incorporados al castellano, del tipo de conciliábulo, infundíbulo, prostíbulo, vestíbulo, etc. Se trata de préstamos que no han conformado un esquema derivativo productivo en nuestra lengua, aunque podrían servir de modelo para remotivar la terminación latina por parte de los hablantes llegado el caso.
»CONCLUSIÓN
»La inclusión de la perspectiva diacrónica en los estudios sobre formación de palabras es, desde nuestro punto de vista, una necesidad insoslayable para entender la sincronía de cualquier lengua. Si no se tiene en cuenta la aportación de la evolución histórica, se corre el riesgo de interpretar los hechos de un estadio concreto de forma ciega y con poco sentido. Naturalmente, no se trata de favorecer un etimologicismo a todo trance, pues hay que saber conjugar la evolución lingüística con el sentir de los hablantes, atendiendo en todo caso adecuadamente a los fenómenos de motivación que tienen su fundamento en lo que podemos concebir como el deseo de hacer claro lo que se ha vuelto opaco.
»Así pues, es preciso contar siempre con todos los elementos de juicio que nos permitan dar una explicación cabal de la sincronía. Por supuesto, se hace necesario realizar estudios más pormenorizados de los diferentes procedimientos de formación de palabras y, en el terreno de la derivación, como ya apuntara Pharies (2002: 16), se hace indispensable llevar a cabo estudios que contemplen la competencia existente entre diferentes morfemas para explicar su función lingüística y su comportamiento en cuanto mecanismos de creación de nuevas palabras».
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