Jaime Galgani Muñoz
«Escritores en la prensa: autoría y autoridad»
Literatura y lingüística, n.º 35 (2017)
Literatura y lingüística (LyL) | Universidad Católica Silva Henríquez (@UCSH_oficial) | Facultad de Educación | Carrera de Pedagogía en Castellano | Santiago de Chile | CHILE
Extracto del apartado en páginas 220-223 de la publicación en PDF. Véanse las referencias en la publicación original.
El ethos retórico, condición de mediación entre el público y el escritor en la prensa
La columna de opinión, en sus diversas variantes, se hace valorar por una autoridad fundada previamente por el protagonismo del autor en alguna actividad cultural previa; en nuestro caso, por el reconocimiento del escritor como autor de obras literarias reconocidas. El peso cultural de su autor es tan relevante que, por ese motivo, la columna de opinión es buscada y leída. En este sentido, es un género tal que, habiendo nacido al mismo tiempo que el periodismo «objetivo», vinculado a la noticia y al reportaje, goza precisamente de destacar por la subjetividad autorial.
No deja de resultar paradójico que su desarrollo se haya dado precisamente al mismo tiempo que, a la validez de todas las disciplinas (incluyendo el periodismo, por cierto), se le exigiera el correlato de la «evidencia», como si el periodismo antiguo, el de la primera parte del siglo XIX, que incorporaba en un solo cuerpo objetividad y autoridad personal, se hubiera separado en dos, dejando para la noticia el rigor de la primera y, para el artículo o columna, el subjetivismo de la opinión.
En el momento en que el escritor ingresa por algún medio en el periodismo, debe considerar que arriesga el prestigio ganado con sus obras. Su participación en ellas puede reafirmar la estima que ha obtenido de su público lector como también la puede dañar, pues la misma subjetividad que allega para sí el autor es la que reclaman quienes lo siguen, tanto para aceptarlo como para rechazarlo. De eso supo bien Émile Zola cuando publicó su declaración sobre el caso Dreyfus; el título mismo de dicha pronunciación, «J’accuse» (L'Aurore, 13 de enero de 1898), revela el servicio que puede hacer la autoridad representada por un capital específico y social en beneficio de una causa determinada.
Hay algunos que escriben para prestigiarse, otros para comer, otros para arrimarse a algún escaño político; Zola lo hizo en función de la irritación que le producía la injusticia y de su necesidad de «Mettre en marche la verité», a fin de que la verdad que muchos transan por un plato de lentejas fuera el presupuesto incuestionable de su primogenitura cultural en el escenario de los escritores naturalistas franceses. El medio que escogió para expresarse fue la prensa, que, como dijo José Martí, se constituyó a fines del siglo XIX en «el nuevo espacio para las ideas» (Prólogo a Poema del Niágara de Juan Antonio Pérez Bonalde, 1882).
Así también lo hizo Darío en Latinoamérica y Unamuno en España (por ejemplo 80 artículos en la prensa de Salamanca entre 1891 y 1902), tal como todo escritor que viera en la prensa —ese nuevo espacio moderno de interacción social— una necesaria continuidad con su obra literaria.
La presencia de escritores en la prensa ha seguido los avatares del periodismo. Primero fue el escritor ilustrado que publicaba tanto editoriales como crónicas, comentarios, críticas de arte, todo... porque él era todo, porque era simplemente al mismo tiempo un intelectual, un político, un jurista, un entendido en querellas, en política y en religión.
Después, por la vía de la modernización del periodismo y de la especialización profesional, el letrado decimonónico debió abandonar la oficina de dirección para dar lugar a los jóvenes burócratas de la noticia y a la objetividad como norma, propuesta, derrotero y fantasma positivista, generado para ofrecer la ilusión de realidad que produce el contacto con la novedad inmediata.
Al viejo escritor le dieron un lugar en la sala de redacción o le permitieron derechamente que escribiera sus artículos y columnas en casa; desde ahora, la única normatividad que dirigiría su participación en el periódico estaría determinada por la libre inspiración que, tras el acontecer vertiginoso de la modernidad que hace que, a diferencia de los tiempos antiguos, cada día el ser humano amanezca con un problema y se acueste con otro (Martí), y sobre esa base dé luz a las pequeñas «obras fúlgidas» (Martí, «Prólogo» al Poema del Niágara) que son sus columnas o artículos breves, inspirados, estructurados con el impulso que tiene una onda que, disparando una certera pedrada sobre el aire, en un solo vuelo pretende derrotar al gigante Goliat por medio de sus ironías, paradojas, retruécanos y alegorías.
Décadas después, con el progreso incuestionable de los medios de comunicación y con el advenimiento de nuevos protagonistas sociales, el escritor debió achicar más aún su espacio en la sala de redacción para compartirlo con sociólogos, psicólogos, periodistas titulados a distancia, tarotistas y tertulianos. Para que no se pelearan tanto personalidades tan disímiles, la misma tecnología les proporcionó los medios para no verse directamente y, así, escribir sus columnas ya fuera en casa como en un hotel, en un tren entre Ginebra y París o, incluso, disfrutando de unas deliciosas vacaciones en un resort all inclusive.
Como sea, al escritor, antiguo señor feudal de la imprenta y de todas sus posesiones añejas, le han quitado indoloramente sus últimas colonias en la prensa y no puede participar más que como un allegado. No es cosa de lamentar, por cierto, pues el periodismo necesita enriquecerse de múltiples miradas y es justo que pida y se sirva de lo que cada cual hace y gusta de hacer bien: al economista, proyecciones y tendencias; al sociólogo, migraciones y desplazamientos; al tarotista, futuro y presente desconocidos; al tertuliano, amores y desamores de famosos; y al escritor, lo único que le queda y que es preferentemente lo suyo, es decir, estilo, argumentación retórica, disuasión y vuelo literario.
Sin embargo, lo que este artículo se propone revisar consiste en la consideración de que el capital autorial que el escritor pone en juego al ingresar en la prensa, tanto antes como ahora, está mediado por una consideración fundamental; a saber, el vínculo que hay entre retórica y ética. Los recursos literarios y retóricos son una condición necesaria pero no suficiente para lograr adhesión y seguimiento cuando se trata de la prensa de opinión, puesto que lo que produce comunicación es el asentimiento que un determinado tipo de lectores conceda a la verdad que expresa un columnista y la coherencia que, en dicha materia, pueda demostrar.
Es cierto que, en algunos géneros, la consecuencia ética puede ser menos relevante (como la crónica de viajes, por ejemplo), pero, a medida que las temáticas específicamente no literarias exigen mayor compromiso con una postura ideológica, entonces la cuestión ética se hace más relevante. En definitiva, lo que diferencia los géneros positivistas del periodismo (como el reportaje y la noticia) de los géneros de opinión está en que aquellos se apoyan en la «prueba», mientras que éstos lo hacen en el testimonio autorial acompañado de los recursos y el estilo persuasivo de una pluma certeramente asertiva.
Ahora bien, sin entrar en la difícil clasificación de géneros a través de los cuales se hace presente el escritor en la prensa (artículo, columna, crónica, etc.), lo que interesa fundamentalmente es ver cuál es, en términos generales, el dispositivo mediador entre él y su público y cómo éste se constituye en el elemento unificador, y de alguna manera, identificador, de los diversos tipos de presencia del escritor en la prensa. La propuesta de Fernando López Pan (2005) es que dicho elemento unificador es «el concepto de ethos retórico (carácter / talante / imagen intratextual)» (12).
Pienso que esa noción ampara las enumeraciones –inevitablemente incompletas– que pretenden describir todas las posibilidades del género; ahonda en los habituales rasgos de firma, periodicidad fija y libertad expresiva y temática; y actúa como estrategia retórica configuradora de la columna (12-13).
Para demostrar su tesis, López Pan (2005) acude a la expresión de Aristóteles cuando habla de la «prueba retórica basada en el ethos»: «Cuando el discurso se dice de tal manera que hace digno de fe al que lo dice, pues a las personas decentes las creemos más y antes...» (ctd. en López Pan, 12), constituyéndose en lo que, para el filósofo es la prueba más importante, razón por la cual es común ver que, frecuentemente, para refutar la argumentación del articulista, se recurre al argumento ad hominem, es decir, al desmoronamiento de la validez moral del autor para pronunciarse sobre tal o cual aspecto (13).
Se asume, entonces, que la cuestión retórica (es decir, la palabra ingeniosa y artísticamente bien enhebrada) debe convertirse en palabra confiable. Ejemplo de ello son las polémicas que, de tanto en tanto, se dan sobre el valor que puede tener la palabra de algunos escritores para hablar sobre determinadas materias (v.gr.: Günter Grass cuando reconoció en su biografía (2007) haber pertenecido a las Waffen-SS).
López Pan, sin desconocer otros componentes válidos, concluye su presentación expresando que
La columna –sea interpretativa/de análisis, de opinión o literaria–, dado el sello personal que la caracteriza, es un género privilegiado dentro del periódico para la expresión del ethos [...]. Sobre él, sobre esa impronta textual del autor que se perfila con el sucederse de los textos, se asienta la fuerza persuasiva de la columna. Y dado el contexto retórico mediado, más que una adaptación del autor a los lectores, son éstos quienes descubren en las páginas de los periódicos alguien con quien sintonizan y de quien se fían; alguien con el que comparten, en el pequeño universo de un texto, la misma mirada sobre el mundo y la vida (14).
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