Antonio Rodríguez de las Heras (@ardelash)
Discurso en su investidura como Doctor Honoris Causa por la universidad de Extremadura (UEx) (@infouex)
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«Rector Magnífico.
Señora Consejera de Educación y Empleo, Señor Consejero de Sanidad y Políticas
Sociales de la Junta de Extremadura.
Autoridades.
Compañeras y compañeros.
Amigas, amigos.
»El profesor y escritor José Luis Sampedro pronunció estas últimas palabras, nos cuenta su esposa, antes de retirarse a su dormitorio, y que fueron premonitorias de una despedida. Le dijo, como un mensaje: “Gracias. Muchas gracias a todos”. Una lección más de sabiduría de este maestro. El balance de una vida es el de una deuda de agradecimiento a los demás.
»Frente a la zozobra e inquietud que provocan las deudas económicas, la deuda de saber que otros seres humanos — conocidos o desconocidos— te han dado más de lo que tú, por mucho que te hayas esforzado, les hayas podido dar a ellos, es la base de la felicidad. Te hacen felices los demás con su generosidad. ¡Qué pena aquellos que creen que la humanidad, sus próximos, les deben agradecimiento! El absurdo de la soberbia, el ridículo de la vanidad, la torpeza en la contabilidad de lo que recibes y lo que das. Esa reclamación de aplauso es una de las fuentes corrosivas de la felicidad.
»Así que hoy estoy feliz por esta deuda que acrecientan ustedes, que se suma a las que tantas personas, de las que algunas muy queridas están hoy aquí —y todas en mi recuerdo—, han ido haciendo que la balanza se haya ido inclinando hacia lo mucho que me han dado frente a lo que yo haya podido dar.
»Deuda con la Universidad, presidida por su Rector; con la Facultad de Medicina, su Decano, y sus médicos, que han mostrado una vez más la sensibilidad hacia el humanismo, no como adorno cultural, sino como base de la ética y la deontología. Desde su posición privilegiada de aproximación al ser humano y con el rigor de la ciencia entienden muy bien la necesidad ya no solo del humanismo, como he dicho, sino de la transdisciplinariedad, que tiene que ser la principal seña de identidad del humanista. Por eso muchas gracias por el honor de haberme dado un lugar junto a dos prestigiosos doctores en esta ceremonia, los profesores María Castellano Arroyo y Hugo Óscar Juri.
»Mi recuerdo agradecido, cómo no, a la Facultad de Filosofía y Letras, que acogió y respetó, ya hace muchos años, mis ilusiones jóvenes. Imposible nombrar a tantas personas queridas y señalar alguna de las vivencias tan estimulantes. Y permítanme que ingrese aquí el reconocimiento a mi Universidad actual, la Carlos III de Madrid —representada oficialmente en este acto por el Vicerrector de Profesorado, en nombre del Rector— , que ha hecho que estas ilusiones sigan hasta ahora siendo ilusiones jóvenes, que es lo que hace que el futuro se dilate, que el futuro no sea algo por venir, que esperar, sino algo por alcanzar, por construir, por hacer. Y eso exige otro ánimo, otra actitud ante la vida y la edad. E igual dificultad para nombrar a tantas personas amigas, que me hacen feliz.
»Doctor Peral, amigo Diego, gracias, una vez más, por tu afecto, que ha quedado bien mostrado, para quienes no lo conocieran, en tu laudatio. La vida de un profesor no se puede contener entre las paredes de un despacho, de un laboratorio, de una biblioteca..., en un campus, sino que se derrama en sus alumnos. Que como una marea de tiempo, de promociones, se extiende, va empapando la sociedad a la que la universidad, la educación, sirven. Nada más satisfactorio y emocionante que el reencuentro fortuito con antiguos alumnos, reconocerlos, saber de sus vidas y comprobar que lo que resiste más el paso del tiempo es el afecto que se trenzó en el aula y que ahora, lejos de ella, se puede manifestar sin trabas. Hoy un beneficio de las redes sociales, de este mundo en red, es que facilita este encuentro con alumnos, y así poder crear puentes entre los caminos divergentes que nos ha trazado la vida.
»Lo reitero en muchas ocasiones: todo lo que escribo, de alguna u otra forma lo he hablado antes, muchas veces, con los alumnos, porque siempre he entendido la docencia como diálogo, como conversación inacabable. El diálogo es el uso de la palabra que mejor tiene en cuenta al otro; ejercicio, en el fondo, de humildad, porque el discurso se construye con aportaciones, no se dicta. Así la verdad es encuentro en un terreno que no es propiedad tuya ni de los otros, sino que confina con todos; frente al debate, en el que la verdad es triunfante. Pero ya vemos que hay personas, en todas las circunstancias, que se sienten cruzados —en busca o defensa de esa verdad triunfante— más que personas conversadoras con el otro.
»Tengo la suerte de que mi materia de estudio me permite dejar para ahora esta escritura sosegada, asentada en el diálogo con alumnos durante 44 años, sin que se altere por el apremio de los baremos académico-administrativos para la carrera universitaria. Son dos actividades de escritura distintas. La escritura a la que me refiero, por tanto, tiene como base la oralidad y es una destilación del tiempo, es palabra hablada que reposa escrita al final del viaje. ¡Cómo no voy, entonces, a estar agradecido a mis alumnos y al espacio universitario que a uno y otros nos ha acogido!
»Esta materia de estudio transdisciplinar, que me ocupa desde que llegué a la Universidad de Extremadura en la mitad de la década de 1970, es la transformación cultural y educativa a la que nos aboca una sociedad conformada por la ciencia y la tecnología.
»El “¡Hágase la luz!” del Génesis tiene dos momentos reales. Cuando pasados unos trescientos mil años del Big-Bang el Universo deja de ser opaco, pues, entre otras condiciones concurrentes, su enfriamiento permite la estabilidad de los átomos y ya no ser así un plasma de partículas sobreexcitadas que impide cualquier travesía por ellas. Y cuando la evolución de la vida, más de trece mil quinientos millones de años después, consigue que el cerebro alcance una complejidad que permita los primeros destellos de la luz del conocimiento. Dos momentos clave en la construcción de la realidad de este Universo en el que vivimos.
»El ser humano despierta a la vida en un entorno que es un mundo abrumador de singularidades y de sucesos irrepetibles. Todo es distinto, cada cosa difiere de todas las otras, cada suceso no se repite. Un mundo tan denso que podemos decir que los árboles no nos dejan ver el bosque. Y la maravilla del cerebro y su capacidad de abstracción es que cortan los árboles... y vemos el bosque. La abstracción hace transparente el mundo, porque deja de ser un mundo opaco de objetos singulares, irrepetibles, y pueden traspasarlo las palabras, es decir, emerge el lenguaje. Sin esa capacidad de abstracción no tendríamos palabras.
»La gran revolución de la ciencia en la evolución humana ha sido que ha potenciado fabulosamente la capacidad de abstracción, de cortar árboles para ver el bosque (es decir, formular leyes, elaborar teorías, señalar regularidades), y al hacer más y más transparente el mundo, otros lenguajes, los formales y artificiales que genera la ciencia, traspasan e iluminan el mundo y nos muestran un paisaje fascinante y cada vez más dilatado y profundo. Otra manifestación del “¡Hágase la luz!”.
»Abres los ojos... y ves el mundo. Y ante este espectáculo, lo miras. La mirada recorta lo que ves, pero no lo empequeñece, sino que lo revela. Mirar supone incluir en el campo de la mirada y también excluir, y el resultado de esta exclusión y de esta inclusión es la creación de unas relaciones entre las cosas del mundo que ves. Por eso la mirada es revelación del mundo y, como hay tantas posibles, todas las miradas del mundo no lo agotan, sino que lo recrean incesantemente. Pues bien, si el conocimiento es ver, la cultura es mirar. La cultura es cómo miramos el mundo que vemos. El conocimiento desvela y la cultura revela.
»El fotógrafo belga Charles Henneghien ha recorrido los museos con su cámara Leica M captando las actitudes de los visitantes ante las obras expuestas. Y tiene una fotografía muy expresiva: una madre está agachada, en cuclillas, junto a su hijo pequeño, señalando con el brazo extendido un cuadro, mientras el niño mira hacia otro lado. Una magnífica metáfora del poder y su empeño de dirigir nuestra mirada, de que el mundo se revele de una determinada manera, de una cultura oficial cuando la cultura es siempre plural. Empeño en fijar la mirada, cuando la cultura es cruce de miradas.
»Y aquí está el papel esencial de la educación: proporcionar a la persona autonomía para que mire el mundo sin tener que seguir el dedo que dirija la mirada. Por eso la educación, además de abrir los ojos, de proporcionar conocimiento, es aprender a mirar lo que te hace ver, es decir, la educación es inseparable de la cultura. Sin embargo, parece que esta formación cultural se ha descuidado por la exigencia del sistema económico de que la educación prepare operarios, eso sí, de alta cualificación, que es decir sobrespecializados, para lo que la producción necesite en cada momento. Entender que la educación no es solo formar para el trabajo, sino para la vida, es clave para iniciar desde su base, y no por sus adornos y remates, el cambio que la educación necesita.
»La ciencia ha generado otro fenómeno que está transformando nuestras vidas y su escenario. Cualquier objeto que tengamos a nuestro alcance, sencillo o sofisticado, es conocimiento científico (y precientífico) confinado, intensamente concentrado; de manera que si lo consiguiéramos liberar, y su materialidad se convirtiera en conocimiento, sería como asistir a una fenomenal explosión nuclear. Sin embargo, ahí se mantiene comprimido hasta hacerse invisible para los usuarios, y, fruto de tan inmensa concentración, los objetos se nos hacen opacos, cajas negras, que manipulamos, usamos de múltiples formas, y con destreza, pero ajenos a todo el saber humano que contienen. Así que estamos asistiendo, paradójicamente, a nuevas formas de ignorancia en esta sociedad conformada por la ciencia y la tecnología. Y la ignorancia es sensible a la infección de las supersticiones, como la seudociencia, a temores infundados y resistencias ante avances científicos o técnicos, y a hacer a las personas muy vulnerables frente a gurús y falsos profetas.
»Así que de nuevo la opacidad: la sociedad tecnológica como un laberinto construido con bloques de cajas negras por el que deambulamos. Y es el momento de reclamar nuevos narradores que nos hagan, si no transparentes, sí traslúcidas estas incontables cajas negras de los artefactos que nos envuelven. Las metáforas de los narradores consiguen mundos paralelos a aquellos en que se hablan lenguajes formales, ininteligibles para quienes no son los científicos y tecnólogos que los habitan. Sus narraciones nos ayudan a atravesar, sin pisarlos, estos territorios, de otro modo inalcanzables, y a contemplar, como desde la ventanilla de un tren, sus paisajes fascinantes.
»Esta visión despejada de tan asombrosos paisajes es imprescindible para poder hablar de cultura en el siglo XXI. De ahí la importancia de incluir buenos comunicadores en la educación a todos los niveles y apostar por una educación enciclopédica…, sí, enciclopédica, entendida como un hilo narrativo continuo, en espiral, que, como una hélice de ADN, se enrolla alrededor de la línea curricular. Puede parecer un recurso llamativo, teatral, decir que vivimos peligrosamente. Pero así es, pues la evolución es siempre arriesgada, y hoy estamos en una encrucijada evolutiva de la sociedad, del ser humano, que, por poco atento que se esté, se sospecha trascendental. Las condiciones de cambio que tenemos en este tiempo abren la posibilidad de procurar transformaciones tan profundas que el reto resulta apasionante, y sus riesgos no nos deben encoger. Es un privilegio poder presenciar este escenario, y participar de algún modo, desde un lugar tan oportuno e influyente como es la educación, como es la universidad.
»Todo mi agradecimiento».
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