«Cómo responde el cerebro ante la literatura extranjera»
Entrevista a Adolfo García, hoy director del Centro de Neurociencias Cognitivas de la Universidad de San Andres.
En Agencia de Noticias San Luis, realizada por Matías Gómez.
En muchas ocasiones, la literatura ofrece explicaciones más ricas que la ciencia sobre cómo funciona nuestra mente; el artificio literario nos ha deparado caracterizaciones minuciosas de la cognición y la conducta humanas, con un nivel de profundidad que los experimentos científicos rara vez alcanzan.
El Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) desarrolla el experimento Shakespeare, que permitirá conocer cómo los cambios funcionales sobre determinadas palabras empleadas por el dramaturgo influyen en lectores nativos y no nativos de inglés. [...]
García señaló que el experimento comenzó a principios del año pasado. Ya hay 20 personas evaluadas y dentro de dos meses estiman llegar a 40 para cerrar la muestra. En el proyecto trabajan cuatro investigadores y colaboran el doctor Agustín Ibáñez, el profesor Guillaume Thierry, Mateo Niro, licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires, y coautor del best seller Usar el Cerebro, y el prestigioso neurocientífico, Facundo Manes.
¿En qué consiste el experimento Shakespeare?
Uno de los recursos expresivos que caracterizan la literatura shakesperiana es el empleo de transcategorizaciones o cambios funcionales (functional shifts). La maniobra consiste en asignar a una palabra una función gramatical distinta de la que generalmente manifiesta. Por ejemplo, en inglés, «lip» funciona típicamente como sustantivo («labio»). Sin embargo, Shakespeare lo emplea como verbo al escribir «to lip a wanton in secure couch».
Una investigación previa, realizada con lectores angloparlantes, demostró que esos cambios funcionales provocan mayores esfuerzos de procesamiento gramatical, pero no requieren de procesamiento semántico adicional.
Este recurso permitiría crear efectos retóricos y estilísticos particulares sin interrumpir el fluir del significado. En nuestro estudio empleamos registros de electroencefalografía de alta densidad (EEG-ad) para investigar qué sucede con este fenómeno en lectores no nativos de inglés. La pregunta es interesante por dos motivos: primero, porque en el mundo hay más personas que leen inglés como lengua extranjera que como lengua nativa; segundo, porque el procesamiento semántico y gramatical suele ser más costoso para dichos lectores, incluso cuando alcanzan niveles considerables de competencia en inglés.
Además, este es un fenómeno que cada vez se utiliza más en la lengua cotidiana. El estudio está en curso y tendremos resultados concretos en los próximos meses. Esperamos detectar diferencias entre los patrones de activación cerebral que arrojan los functional shifts en lectores nativos y no nativos, y así contribuir al conocimiento sobre cómo responde nuestro cerebro ante la literatura en lengua extranjera.
Asimismo, García indicó que en INECO, por ahora, no estudian cómo respondería el cerebro ante la literatura nacional, si bien se contempla investigar el tema a futuro.
¿Qué ha descubierto la neurociencia sobre los cerebros literarios y los lectores?
Varios estudios han abordado los efectos neurocognitivos de la experiencia literaria. Un artículo de 2013, publicado en la prestigiosa revista Science, reveló que leer ficciones narrativas mejora las capacidades para inferir estados mentales ajenos (o sea, lo que piensan, sienten o desean otras personas). El hallazgo es interesante porque dicha habilidad, llamada «teoría de la mente», es clave para las relaciones sociales.
Otra investigación demostró que cuando leemos textos literarios, las áreas motoras y sensoriales de nuestro cerebro aumentan su resonancia de acuerdo a las actividades que realizan los protagonistas. Este fenómeno, por el cual nuestro cerebro simula la experiencia corporal que contemplamos, no es exclusivo de la literatura, pero podría verse intensificada en textos de ficción.
La investigación clínica, realizada en pacientes con lesiones cerebrales, nos demostró que las áreas críticas para inferir la moraleja de una fábula o hallar la idea principal de un relato son distintas de las que procesan los aspectos léxicos y gramaticales de los textos. También se ha descubierto que las metáforas y otras figuras retóricas generan activaciones en estructuras asociadas a las experiencias que denotan (por ejemplo, cuando leemos «le sacó brillo a la pista», se activan circuitos implicados en la acción de bailar).
Finalmente, las neurociencias han realizado aportes de peso a la comprensión de la lectura en general. Se ha identificado el área cerebral especializada en el reconocimiento de letras (región temporooccipital ventral izquierda), el tiempo aproximado en que accedemos a la información fonológica, semántica y sintáctica de una palabra en contexto oracional (130, 400 y 600 milisegundos, respectivamente) y el entramado de funciones que intervienen en el proceso (perceptuales, lingüísticos y ejecutivos).
Incluso se sabe que la información que leemos puede afectar nuestra conducta directamente. Por ejemplo, el equipo de John Bargh, de la Universidad de Nueva York, demostró que, si entablamos un diálogo luego de leer oraciones que connotan mala educación, tenderemos a interrumpir más a nuestro interlocutor; y si leemos oraciones que evocan estereotipos de la vejez, caminamos más lento de lo normal.
Esto es apenas un acotado muestrario de un corpus enorme de descubrimientos sobre la relación entre cerebro y lectura.
Además de Noam Chomsky, ¿cuáles considera que son los estudios literarios y lingüísticos que más han aportado a las neurociencias?
Los aportes de Chomsky a las neurociencias han sido preguntas y especulaciones. No hay en sus trabajos ningún aporte concreto al conocimiento neurocientífico. Muchas de sus intuiciones, de hecho, van en contra de lo que sí sabemos sobre el funcionamiento cerebral. Fuera de eso, múltiples teorías lingüísticas (como la gramática construccional, la teoría de espacios mentales, la teoría de redes relacionales y la lingüística sistémico-funcional) están interactuando fructíferamente con las neurociencias. A propósito, grandes escritores han sabido intuir detalles muy precisos del procesamiento cerebral (Borges, por ejemplo, ha caracterizado con maestría varios aspectos funcionales de la memoria y la atención).
Acerca de Chomsky, el investigador profundiza que al lingüista se le debe, en primer lugar, que haya fundamentado por qué el conductismo y el estructuralismo estadounidense estaban mal enfocados y, en segundo lugar, que haya planteado la importancia de considerar aspectos cognitivos para entender cómo se organiza el lenguaje. Sin embargo (y este es el nudo de la cuestión), no hay demostración científica acerca del innatismo del lenguaje propuesto por Chomsky. Varios investigadores, de hecho, ofrecen variada evidencia en contra de esta tesis. Además, explica García, la idea de que el procesamiento lingüístico consiste en la manipulación de símbolos abstractos amodales, como propone Chomsky, se ve refutada por centenares de investigaciones neurocientíficas. De hecho, en buena medida, el procesamiento lingüístico se enraíza en mecanismos sensoriomotrices, no en un conjunto de objetos abstractos arbitrarios.
En un futuro no muy lejano, ¿podremos establecer cuáles son los efectos durante la lectura que determinado autor le produce al cerebro?
Sólo de modo indirecto. Ninguna construcción, palabra o figura retórica es específica de un solo autor. La llamada «poética» de un escritor es irreducible a los elementos atomistas y controlados que se requieren para realizar un experimento neurocientífico. Además, los hallazgos de las neurociencias, en su mayoría, surgen del análisis promediado de la actividad cerebral de múltiples personas. Sin embargo, la experiencia estética es única e intransferible. Estamos muy lejos de indagar esos íntimos procesos de interpretación que se ven atravesados por la historia, las expectativas y las competencias individuales.
Sobre Shakespeare, el crítico literario Harold Bloom sostiene: «En Shakespeare no tenemos ni a un sabedor ni a un creyente sino a una con ciencia tan capaz que no tiene rival: ni en Cervantes, ni en Montaigne, ni en Freud, ni en Wittgenstein. Aquellos que escogen (o son escogidos) de acuerdo con una de las religiones del mundo con frecuencia parten de la base de una conciencia cósmica a la que le asignan poderes sobre naturales. Pero la conciencia shakespeariana, que transmuta lo material en imaginación, no necesita violar lo natural. El arte de Shakespeare es la naturaleza en sí mismo, y su conciencia puede parecer más el producto de su arte que su productora. Allí, en el extremo de la mente, nos detiene el genio shakesperiano: una conciencia moldeada por todas las conciencias que imaginó. Sigue siendo, y quizás lo sea para siempre, nuestro más grandioso ejemplo del uso de la literatura para la vida, que es en lo que consiste la labor de incrementar la percepción». ¿Qué es este tipo de conciencia y por qué todavía hoy es un misterio para la ciencia?
El estudio de la conciencia es uno de los mayores desafíos de las neurociencias. Hay expertos que sugieren que podemos estudiar los problemas «fáciles» de la conciencia (como especificar cuándo y cómo advertimos que un objeto aparece antes nuestra percepción), pero no así los problemas «difíciles» (en qué consiste la experiencia propia y privada de vivenciar ese estímulo). Respecto de la cita de Bloom, considero que se trata más de una opinión que de un hecho. Por un lado, Shakespeare transgrede los límites de lo natural en varias de sus obras (pienso en el fantasma del padre de Hamlet). Por el otro, no es una verdad inapelable que Shakespeare supere el genio literario de Cervantes ni el de otros escritores. Tiendo a creer que los juicios que emitimos sobre las obras literarias o sobre sus hacedores dicen más sobre nuestras propias conciencias que sobre las de ellos. La cita anterior, como mucho, nos dice algo sobre las preferencias de Bloom.
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En 2014, en el marco de los festejos por el 450 aniversario del nacimiento de William Shakespeare, Facundo Manes señaló que el dramaturgo fue un gran neurocientífico porque explicó en sus obras la epilepsia, el Parkinson, otras demencias y muchas patologías que la ciencia todavía estudia. García considera que es válida la licencia de Manes ya que sostiene que «en muchas ocasiones, la literatura ofrece explicaciones más ricas que la ciencia sobre cómo funciona nuestra mente; el artificio literario nos ha deparado caracterizaciones minuciosas de la cognición y la conducta humanas, con un nivel de profundidad que los experimentos científicos rara vez alcanzan».
INFORMACIÓN COMPLEMENTARIA
El estudio se publicaría tiempo después de esta entrevista en la revista académica NeuroImage, vol. 197, n.º 15 (agosto de 2019):
Adolfo M. García, Sebastian Moguilner, Kathya Torquati, Enrique García-Marco, Eduar Herrera, Edinson Muñoz, Eduardo M. Castillo, Tara Kleineschay, Lucas Sedeño y Agustín Ibáñez, «How meaning unfolds in neural time. Embodied reactivations can precede multimodal semantic effects during language processing».
También puede interesarte esta reseña de Nora Bär en el diario La Nación: «Neurociencias: investigadores argentinos develan cómo el cerebro procesa las palabras».
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