junio 26, 2023

Neopublicidad. Para seguir siendo eficaz, la ruta de la persuasión se sirve de actitudes positivas de los públicos hacia unos contenidos

¿Se puede ver como un fenómeno retórico lo que Schiffrin ha llamado en sus memorias «edición sin editores»? Así se hace en este artículo que denomina «neopublicidad integrada» a la «publicidad que se incorpora a un texto de naturaleza informativa», además de ocuparse de lo que nombra como «neopublirreportajes», caracterizados por «un borrado del marcado de género» de su naturaleza publicitaria, así como su «aspecto de verdadero reportaje informativo».

El artículo es vehículo descriptivo de este hecho, sin entrar a indagar en motivaciones ni en repercusiones sobre los medios que acogen textos de este tipo, como hacía Schiffrin.

Lo que sí se analiza e interpreta es el resultado de estos textos, a la luz de esta constatación: «La simulación del diálogo de la publicidad clásica ha dado paso a un encuentro dialógico en torno a un contenido que atrae al lector» (pág. 120). Son tres páginas de discusión y conclusiones que se reproducen aquí.




Jesús Bermejo Berros
«Nuevas estrategias retóricas en la sociedad de la neopublicidad»

ICONO 14, vol. 11, n.º 1 (2013).

ICONO 14 | ICONO 14 (Asociación Científica de Investigación de las Nuevas Tecnologías de la Comunicación) | Madrid | ESPAÑA

Se incluye a continuación el extracto del apartado «Discusión y conclusión», páginas 119 a 122 de la publicación en PDF. Con licencia Creative Commons. Véanse referencias en la publicación original.


Los resultados de la investigación que hemos llevado a cabo suscitan la discusión con relación a algunas cuestiones. La primera tiene que ver con nuestra respuesta a los intentos persuasivos de la publicidad.

Cuando el sujeto es confrontado con la publicidad clásica, la identificación de los códigos culturales, ligados a este tipo de discurso, le permite adscribir el mensaje al género publicitario y a partir de ese instante, puede activar procesos de contraargumentación, como ocurre hoy en no pocas ocasiones cuando la gente sabe que está ante un texto publicitario. Una de las consecuencias de este proceso es que las posibilidades de persuasión disminuyen sustancialmente.

Por el contrario, cuando el sujeto lee un texto y no identifica en él un mensaje publicitario, no tiende a activar procesos de contraargumentación. En este caso, las posibilidades de persuasión aumentan, al no encontrarse con la barrera de los argumentos contrarios, activable por el sujeto. Esta ocultación o enmascaramiento de la publicidad, para evitar contraargumentación en la neopublicidad, crea así las condiciones de su mayor eficacia.

En segundo lugar, dado que el sujeto no alcanza en muchos casos a identificar la neopublicidad en un medio de comunicación impreso, como acabamos de ver, puede llegar a tener la impresión de que la publicidad «ya no está ahí», al menos en ese medio de comunicación gráfico. La saturación publicitaria en los media, uno de los factores del hastío y actitudes negativas de los consumidores hacia la publicidad, parecería así disminuir su presencia y, por tanto, su presión sobre el receptor. Ello trae consigo un grado añadido de relajamiento en la vigilancia hacia la detección de publicidad y, por tanto, una disminución de su disposición a activar actitudes de contraargumentación.

En tercer lugar, si la publicidad del siglo XX se ha caracterizado por utilizar estrategias argumentativas centradas en la fuente y en el mensaje, la neopublicidad del XXI profundiza en los procesos de dialogicidad.

La estrategia ya no consiste en servirse de una fuente dotada de credibilidad o prestigio para que haga de mediador entre el anunciante y el lector. Tampoco se privilegian estrategias de mensaje que ensalcen el producto o la marca. Ahora, en la neopublicidad, se establece una relación más directa entre el enunciador y el lector (yo-tú), en torno a unos topoi de interés común. En ese proceso de comunicación, el producto o la marca, verdadero eje del anuncio del siglo XX, pasa a un segundo plano, más solapado, aunque no menos presente.

De este modo, si en la publicidad clásica las promesas de la marca y el producto son el eje central de la comunicación, en la neopublicidad estas se desplazan, ocupando su lugar nuclear un tema de interés común entre el destinador y el destinatario, en la medida en que la información que aporta el primero interesa al segundo. La simulación del diálogo de la publicidad clásica ha dado paso a un encuentro dialógico en torno a un contenido que atrae al lector.

En cuarto lugar, la nueva estrategia retórica de la neopublicidad conduce a la publicidad a argumentar en un contexto diferente al utilizado hasta ahora. Ello hará que ya no tenga tanta relevancia el eje dicotómico hegemónico en la publicidad del siglo XX, describiendo esta en términos bien racionales bien emocionales.

Por un lado, una publicidad racional en la que predominaba una argumentación mediante la puesta en escena de la demostración de las ventajas del producto, del logos. Por otro, una publicidad denominada emocional, dirigida a dar forma a nuestros sueños, a destacar los beneficios simbólicos sobre el imaginario del receptor.

Si la publicidad del siglo XX es más directa, dirigiéndose abiertamente al receptor mediante el logos o el pathos, la publicidad que se apunta en el siglo XXI es más indirecta, se oculta y diluye en otras formas de discurso para, a través de este procedimiento, servirse de las actitudes positivas hacia los contenidos de estos y asociarlas a las del producto/marca. La ruta de persuasión estaría así cambiando para seguir siendo eficaz.

Durante el siglo XX, la publicidad utilizó los medios de comunicación a modo de vehículos para llevar sus mensajes a los públicos. En los últimos años, la publicidad clásica ha seguido ahondando en sus propuestas emocionales que apelaban a un «mundo feliz» en contraste con la realidad cotidiana actual cada vez más atenazada por la crisis económica (este doble mundo, de un lado, el imaginario del deseo representado por la publicidad y de otro, la realidad cotidiana llena de dificultades para encontrar trabajo y llegar a fin de mes). Sin embargo, haciendo caso omiso de ello, la publicidad ha continuado haciendo sus propuestas consumistas como si la sociedad se encontrara en el estado de hace varias décadas, a mediados del siglo XX, durante la expansión consumista de las sociedades industrializadas.

Las cosas han cambiado hoy, en el siglo XXI, por lo que la prolongación de la estrategia de seguir construyendo mundos de deseo de consumo parece abocada a chocar con una realidad llena de dificultades materiales para, siquiera, aproximarse a la satisfacción de esos deseos propuestos desde los medios de comunicación. El necesario vínculo entre ambos mundos es ya demasiado lejano para generar verosimilitud, aun cuando solo fuera de forma simbólica y fantaseada en el deseo. Estas dos realidades, la del mundo posible de la publicidad y la del mundo de la realidad cotidiana, cada vez más divergentes entre sí, pueden conducir a romper sus frágiles vínculos mantenidos a duras penas hasta ahora.

En parte, como consecuencia de la toma de conciencia de esta dificultad de poder establecer una comunicación efectiva entre el anunciante y su target, la publicidad está buscando en la actualidad otras vías retóricas. A comienzos del siglo XXI, la publicidad se está transfigurando, dando la impresión de que abandona esos media. Pero sigue estando ahí, ahora fagocitando otros discursos de género diferente. No se trata de la mitificada publicidad subliminal, pues es otra forma de publicidad, distinta a la neopublicitaria. El poder de esta consiste en crear vínculos asociados a personajes por los que se interesa el lector (como el ejemplo en el que leemos una entrevista a un actor o cantante por el que nos interesamos), en participar en la respuesta a temáticas que preocupan al consumidor y para las que busca respuestas (como en el ejemplo de alguien que busca ideas para quedar bien en una fiesta, resolver su incipiente caída de cabello o encontrar lugares turísticos interesantes).

El producto y la marca aparecen entonces ahí, de manera solapada, para acudir en respuesta a sus preocupaciones. El mecanismo psicológico es, pues, otro. Ya no se trata de convencer con argumentos racionales al consumidor o transportarle simbólicamente a mundos posibles deseados (como en la publicidad clásica), sino de adherir el discurso publicitario, y el intento preciso en cada caso de alcanzar la aceptación del receptor de la posición sugerida por el mensaje a los topoi y a los mitos a los que se aferran los públicos en nuestras sociedades contemporáneas, tales como, por ejemplo, los personajes y héroes de hoy que admiramos y con los que nos identificamos, el culto al cuerpo, nuestro emergente acercamiento a la ecología, entre otras necesidades.

Hemos visto en el presente trabajo una de las manifestaciones de esa nueva retórica publicitaria, en soporte impreso. Otros síntomas, en los que no entraremos aquí, nos indican que las nuevas estrategias retóricas de la neopublicidad se están extendiendo también a otros soportes y formatos de la sociedad de la pospublicidad.

Las nuevas tecnologías, capaces de crear lazos bidireccionales con el receptor, dan un paso más hacia la puesta en escena simulada de la dialogicidad y por tanto, de la relación comunicacional entre anunciante y target. La neopublicidad es otra de las manifestaciones que muestran el paso progresivo en la actualidad de las tradicionales estrategias push, características de la publicidad clásica, hacia estrategias pull.

La cultura del entretenimiento, muy vinculada a esos entornos audiovisuales multimedia, facilita la penetración de la neopublicidad. En ese contexto, la estrategia de esta, tal y como la hemos definido aquí, es susceptible de extenderse a todos esos nuevos medios de relación que se tratará de escudriñar para entender y comprender los mecanismos actualizados de la retórica publicitaria.




David Matsumoto habla en esta charla sobre el valor de la comunicación no verbal y explica algunos de sus elementos


En el canal Aprendemos juntos 2030 de BBVA.

David Matsumoto es un experto renombrado en el campo de las microexpresiones, gestos, comportamiento no verbal, cultura y emoción. Dirige Humintell, una empresa que entrena a personas y organizaciones en el conocimiento y reconocimiento práctico de estos aspectos, y también es profesor de Psicología en la Universidad Estatal de San Francisco.

Matsumoto habla en esta charla sobre diversos elementos de la comunicación no verbal, haciendo énfasis en el hecho de que conocerlos y saber usarlos favorece nuestros entornos sociales, ya sea la familia o el aula, etc.

Puedes ver un extracto de unos minutos de esta charla aquí.




junio 19, 2023

La semiótica social plantea que los significados y los recursos para significar responden a necesidades de representación y comunicación de las comunidades



Valentina Haas Prieto y Dominique Taryn Manghi Haquin
«Uso de imágenes en clases de ciencias naturales y sociales: enseñando a través del potencial semiótico visual»

Enunciación, vol. 20, n.º 2 (2015).
Número monográfico: Pedagogías emergentes y lenguajes multimodales.

Enunciación | Universidad Distrital Francisco José de Caldas | Grupo de Investigación Lenguaje, Cultura e Identidad | Bogotá | COLOMBIA


Extracto de páginas 250 a 253 del artículo en PDF. Véanse las referencias en la publicación original.




Construcción de significados en el aula y alfabetización semiótica

La semiótica social plantea que tanto los significados como los recursos utilizados para significar responden a las necesidades de representación y comunicación de las comunidades que los utilizan; es decir, están asociados a sus prácticas sociales. De esta manera, los significados que se construyen en una comunidad, en particular el aula escolar de Ciencias Naturales y en la de Ciencias Sociales, lejos de corresponder a representaciones semióticas de conceptos dispuestos en la realidad, responden más bien a las necesidades de cada comunidad de plantear una interpretación de la experiencia humana.

Cada disciplina ha plasmado en el tiempo su cúmulo de conocimientos en diversos artefactos semióticos, entre ellos: mapas, fotos, esquemas o fórmulas, textos con código escrito e imagen, entre otros. En el caso del discurso de las Ciencias Naturales, este se encuentra entre aquellos que se consideran como construcciones multimodales, al igual que la geografía, dada su naturaleza visual y la historia, a través de su trabajo con fuentes primarias y secundarias muchas de ellas visuales. Esto significa que los miembros de cada una de estas comunidades construyen su discurso a través de elecciones entre diversos sistemas funcionales de signos disponibles en su entorno cultural, y no exclusivamente el lingüístico.

La idea de los signos con una función social ha sido desarrollada por la teoría semiótica sistémica funcional que reconoce tres significados o metafunciones simultáneas cada vez que se crea significado: ideacional, interpersonal y textual. Esto implica que cada vez que nos comunicamos, nuestros textos transmiten tres tipos de significado: 1) ideacional: representamos la experiencia; 2) interpersonal: establecemos relaciones con otros en un intercambio comunicativo, y 3) textual: entretejemos los distintos recursos o modos semióticos disponibles para la representación y la comunicación para darle unidad o cohesión a nuestros significados. De esta manera, la semiosis incluye la idea de la función representativa tradicional en semiótica y lingüística, pero, además, el aspecto personal e interpersonal, respecto del posicionamiento de quien crea significado en cuanto al contenido de su expresión, así como de sí mismo y su interlocutor, considerando que los significados no son neutros.

De acuerdo con esta teoría, los significados siempre se dan en un contexto, relacionando al texto con dos niveles de contexto: el de situación y el de cultura. Las opciones que nos ofrecen los sistemas semióticos para construir los significados textuales responden y, al mismo tiempo, construyen las condiciones del contexto de situación, las que a su vez se entienden como parte de los patrones de cultura disponibles.

Dichos patrones culturales de significado y las configuraciones del contexto de situación son revitalizados cada vez que las necesidades de los grupos o redes sociales los ponen en juego. En el caso específico del contexto escolar, desde la perspectiva pedagógica, los significados se recrean en las aulas como organización de las relaciones sociales, las interacciones y las prácticas (Kress, 2010).

Una vez reconocida esta complejidad de los eventos semióticos —la simultaneidad de las metafunciones y la naturaleza contextual de los significados— redefiniremos las prácticas de aprendizaje y de enseñanza o mediación en el aula como prácticas semióticas. La alfabetización semiótica o multimodal plantea que los estudiantes aprenden a partir de textos de carácter multimodal, por esto, requieren apropiarse de dos elementos.

Primero, de las formas gramaticales de los recursos semióticos utilizados para representar el conocimiento, con las particularidades de cada disciplina, en nuestro caso: geografía e historia, y física y biología. Segundo, necesitan apropiarse de la manera particular en que los distintos recursos son coutilizados para la semiosis en ese campo de conocimiento para poder acceder a ellos. Para estos aprendizajes se necesita la mediación del profesor. Tanto el aprendizaje como la mediación serían entonces prácticas semióticas.

El enfoque de la semiótica social tiene puntos importantes de encuentro con el enfoque sociohistórico de Vygotsky y su comprensión del ser humano social y cultural. Para Vygotsky, las tecnologías de la comunicación —escritura, símbolos matemáticos, dibujo, etc.— son herramientas que corresponden a una representación externa de las formas de pensar el mundo en una cultura. En este sentido, la alfabetización semiótica es de importancia central en la escuela, puesto que en este contexto sociocultural el aprendiz amplía de manera importante su conocimiento respecto de las formas de representación de las diversas comunidades y culturas –que median entre su cultura y su mente semiótica–, y así amplía su manera de pensar el mundo.

Desde la perspectiva semiótica vigotskiana, los materiales para la enseñanza funcionan como instrumentos psicológicos concebidos implícitamente como mediadores representacionales en la zona de desarrollo próximo.


Significados visuales e imágenes bajo análisis

Las imágenes están presentes cotidianamente en el aula. Por ejemplo, cuando el profesor habla frente al curso con un manual escolar en la mano, mostrando una página con una fotografía. La perspectiva multimodal nos indica que los significados se construyen a través de la interacción de los distintos medios y modos semióticos que convergen en cada evento comunicativo. En esa página que el profesor muestra a los estudiantes hay un solo texto construido con el aporte de dos recursos: la lengua escrita y una imagen fotográfica, cada uno de ellos aporta significado.

La construcción de significados de esta situación ocurre en la interacción cara a cara, y, por tanto, el significado completo solo se obtiene si se interpreta el ensamblaje semiótico de manera situada: la foto, la escritura, el habla y los gestos del profesor en esa situación particular. Reconocer que los significados se construyen de manera multimodal ofrece otra forma de comprender la semiosis que ocurre en el aula.

Los significados en el material impreso potencialmente pueden ofrecer un sentido intencionado por sus autores, los cuales en la interacción en el aula se dinamizan con el habla y los gestos que el profesor hace sobre la imagen estática, en interacción con los aportes que expresan sus estudiantes. Así, cada recurso aporta al significado global desde su epistemología semiótica o potencialidad para significar. Si aceptamos estos supuestos multimodales surgen entonces dos desafíos metodológicos:

¿Cómo explicar el significado que aportan las imágenes a este significado global complejo?

¿Cómo explicar la interrelación entre los distintos modos que construyen el evento comunicativo en la interacción cara a cara en el aula?

Para responder al primer desafío: ¿Cómo explicar el significado que aportan las imágenes a este significado global complejo? Kress y Van Leeuwen proponen una gramática del diseño visual, basada en las metafunciones ya mencionadas. Esta gramática busca sistematizar herramientas para el análisis visual desde la mirada de la semiótica social. Las categorías de análisis presentan una base gramatical, en este caso, con evidencia de los distintos elementos presentes en la imagen; y se organizan redefiniendo visualmente las dos metafunciones centrales: la representacional y la interpersonal.

La primera metafunción, la ideacional, corresponde a la representación y se basa en que cualquier sistema semiótico ofrece una teoría de la experiencia humana y para esto pone a disposición de quienes crean significado recursos para representar quién hace qué, a quién, cuándo, dónde, por qué y cómo. En el caso de los materiales para la enseñanza, el significado ideacional, o significado representacional, como lo denominan Lemke y Kress y Van Leeuwen, se asocia con la representación visual de los conocimientos que se espera aprendan los estudiantes. Dichos conocimientos corresponderían tanto al currículo oficial –los contenidos declarados en los documentos oficiales– como a los conocimientos del currículo oculto –entre los que se destacan las formas valoradas de expresar e interpretar en la disciplina, mediante el uso de algunos recursos semióticos y su interacción.

En cuanto a los recursos visuales, como fotos e imágenes, la gramática visual propone que las imágenes pueden tener estructuras que nos permiten representar a los participantes de manera narrativa (procesos visuales de tipo material y conductual, es decir, que actúan y transforman la realidad que los rodea) y de manera conceptual (participantes en procesos visuales de identificación, es decir, participantes que no están en acción sino que son o muestran algún rasgo). Mientras que entre las imágenes conceptuales los autores reconocen los siguientes tipos de relaciones: 1) clasificatoria: representa tipos de cosas o personas, miembros de una categoría; 2) analítica: representa ya sea una relación partes/todos, o de atributos de un todo; y 3) simbólica: representa participantes que son importantes por el significado que connotan.

Respecto a la segunda metafunción interpersonal, esta corresponde a la forma cómo se representa la comunicación con otros, los significados enactúan las relaciones sociales y personales con las otras personas del entorno con las cuales se interactúa. A partir del uso de diversos recursos semióticos se intercambian acciones comunicativas como: afirmaciones, preguntas, órdenes, expresando cómo valoramos a las personas y sus actos, cuán seguros nos sentimos de lo que comunicamos, o posicionándonos afectivamente respecto a lo que sentimos, etc.

En cuanto a la representación visual de la metafunción interpersonal, según la gramática del diseño visual, esta se realiza a partir de las interpretaciones sociales de los significados, y se representa a través de cinco formas visuales de establecer las relaciones: 1) contacto: relación entre el personaje representado y quien interpreta la imagen; 2) distancia social: cuán próxima o distante se establece la relación interpersonal; 3) perspectiva: cómo representamos las relaciones de poder de manera visual; 4) modalización: grado de veracidad de la imagen y a quién es atribuida la responsabilidad de la representación. Esta herramienta teórica y metodológica ha sido utilizada en los estudios sobre imágenes en textos escolares de Oteiza, Pereira y González; Altamirano, Godoy, Manghi y Soto, y Farías y Araya.

En relación al segundo desafío, ¿cómo explicar la interrelación entre los distintos modos que construyen el evento comunicativo en la interacción cara a cara en el aula?, lo que antes se consideraba extralingüístico, o un residuo en el texto, como las imágenes, fotos, fórmulas, gestos, entre otros, desde la perspectiva multimodal puede poseer el mismo estatus que el recurso lingüístico o en ocasiones uno mayor cuando confluyen en un mismo evento comunicativo. En este sentido, Barthes exploró la complejidad semiótica para la publicidad, desde sus conceptos de denotación y connotación. Describió imágenes dibujadas y fotografías, donde la mayor diferencia entre estas se da en la connotación. Barthes señala que el dibujo no reproduce todo, implica una selección por parte del creador; mientras que con la fotografía, este puede elegir el tema, el marco y el ángulo, pero no puede intervenir en el interior del objeto. En este sentido, la denotación del dibujo es menos pura que la denotación fotográfica, por lo que el dibujo es en sí connotación, mientras que para este autor la fotografía —si bien también es una selección de lo que se quiere mostrar— destaca por ser la evidencia de algo que pasó (la realidad de haber estado allí donde eso ocurrió).

Royce propone el concepto de intersemiosis para analizar cómo los modos lingüísticos e imagen se complementan semánticamente para producir un solo fenómeno textual. Ambos recursos realizan un trabajo semiótico conjunto para producir un texto multimodal coherente, en el cual cada recurso aporta al significado según su potencial epistemológico. Este potencial se ha moldeado culturalmente. Las relaciones intersemióticas o intermodales surgen de la interacción de varios recursos semióticos coutilizados para construir significado.

Por consiguiente, y para el caso específico de uso en aula de las imágenes que son el foco de este artículo, se consideran aquí como materiales de enseñanza, es decir, como artefactos culturales mediadores de interacciones discursivas entre los diferentes sujetos: autores, científicos, divulgadores, profesores, alumnos, que construyen conocimiento acerca de las Ciencias Sociales y Ciencias Naturales en la escuela. Consideraremos que el material visual para la enseñanza más que funcionar como un intermediario que reproduce cultura como parte de un dispositivo estático, este sería enactuado en cada instancia en que las imágenes son utilizadas por profesores y aprendices, transformando dinámicamente la situación de aprendizaje según las condiciones de su contexto y de los actores participantes en esta red. Este desafío metodológico guía el presente artículo.




En el umbral que va del clasicismo a la modernidad, las palabras dejaron de corresponder a las representaciones



Rayiv David Torres Sánchez
«La infidelidad de los dioses: lenguaje y simulacro en Pierre Klossowski»

Nóesis, vol. 27, n.º 53 (2018)

Nóesis. Revista de ciencias sociales | Universidad Autónoma de Ciudad Juárez | Instituto de Ciencias Sociales y Administración | Ciudad Juárez | Chihuahua | MÉXICO


Extracto de apartados en páginas 160, 161-162 y 167-169 de la publicación en PDF. Véanse las referencias en la publicación original.


Karl Knaths: Pie (h. 1900), The Phillips Collection, donado por Marjorie Phillips, 1984.



Resumen

Pierre Klossowski se sirvió de la doctrina del eterno retorno de Nietzsche para poner en tela de juicio el principio de identidad tanto en la escritura como en el lenguaje; un falso principio que, como el Dios-Uno, simula ser único y verdadero. Así mismo, Klossowski se sirvió de la figura nietzscheana de la «muerte de Dios» para hablar del ocaso de la identidad, y poner en entredicho las certezas depositadas en la suficiencia y eficacia del lenguaje. A la luz de la filosofía de Klossowski se pondrá en evidencia cómo en su literatura y en su interpretación del mito del baño de Diana, asistimos a la caída del paradigma del principio de no contradicción, de lo que se deriva la posibilidad retórica del mundo devenido en fábula. Esto tendría lugar en el momento en que toda escritura estriba en el plano de la ficción, donde todos los simulacros, como ha dicho Gilles Deleuze comentando a Klossowski, ascienden a la superficie. El simulacro se convierte en fantasma.

Palabras clave: simulacro, filología, cuerpos-lenguaje, erotismo.



Introducción

Michel Foucault decía que cuando Hölderlin hablaba de la ausencia resplandeciente de los dioses, anunciaba de algún modo la nueva ley de una espera irredimible, la exigencia de una expectativa diferida al infinito y que aguarda por algo que se ha ausentado del mundo. Esta espera sin enmienda no sólo comportaría la intuición de una presencia que no acaba de partir (al dejar un vacío que muestra su falta), sino que también nos remite al puro afuera del origen. Foucault observaba, con relación a esta nueva ley de la espera, que la «enigmática ayuda» se posterga eternamente con la «ausencia de Dios». En consecuencia, la desgarradura por donde el pensamiento del afuera se abrió paso hasta nosotros fue el monólogo que el Marqués de Sade, en la época de Kant y Hegel, llevó a cabo en un período en el que la interiorización de la ley de la historia y del mundo era requerida por la ciencia dominante, la razón, pero que Sade silenció como una «ley sin ley del mundo, más que la desnudez del deseo».

En ese mismo momento se puso al desnudo, por un lado (Sade), el deseo en el murmullo infinito del discurso y, por el otro (Hölderlin), el subterfugio de los dioses en el defecto de un lenguaje en vías de perecer. Foucault sugiere que podríamos tender el oído, en esta tierra desierta, hacia la palabra de Hölderlin: «Zeichen sind wir, bedeutunglos» (los signos son para nosotros sin-sentidos). En su caso, dice Foucault, tanto Sade como Hölderlin depositaron respectivamente en nuestro pensamiento y para nuestro tiempo, aunque de manera cifrada, la experiencia pura y desnuda del afuera. Esta experiencia debió permanecer, de algún modo, flotante y extraña, exterior a nuestra interioridad, al tiempo que se formulaba la exigencia de interiorizar el mundo, de humanizar la naturaleza, de naturalizar al hombre y de «recuperar en la tierra los tesoros que se había dilapidado en los cielos». Esta experiencia, prosigue Foucault, en la cual el lenguaje expresa una fractura en la interioridad del mundo (en la «tentación de lo eterno», como sugirió Maurice Blanchot cuando afirmaba que el afuera es todo cuanto induce a los hombres a acondicionar un espacio de permanencia donde pueda resucitar la verdad, aunque ella perezca), reaparece en la segunda mitad del siglo XIX «y en el seno mismo del lenguaje, convertido, a pesar de que nuestra cultura trata siempre de reflejarse en él como si detentara el secreto de su interioridad, en el destello mismo del afuera».

En este sentido, Nietzsche acertaba en pensar que la metafísica de Occidente estaba ligada en buena medida a la gramática, así como Mallarmé pensaba que el lenguaje aparecía como el ocio de aquello que (no) se nombra, es decir, aquello donde se revela la experiencia desnuda del lenguaje «en la relación del sujeto hablante con el ser mismo del lenguaje», o en Georges Bataille, cuando el pensamiento y la experiencia de la finitud devienen el lenguaje del límite (el afuera) por medio de la subjetividad quebrantada y la transgresión que «habla en el hueco mismo de su desfallecimiento, allí donde precisamente las palabras faltan», o en Pierre Klossowski, para quien la experiencia del doble, de la exterioridad de los simulacros, hace de la escritura una representación sin versión original y sin una interioridad dada de antemano.

Pierre Klossowski, particularmente, restablece una experiencia soterrada, y de la cual no quedan muchos vestigios para señalar una experiencia en la cual el pensamiento encarna toda esa vivacidad y la evidencia de un lenguaje permanentemente perforado por el afuera.



Coda

Con lo anterior, y tras la experiencia de un pensamiento como el de Klossowski o, incluso Bataille y Blanchot, es posible decir que todo el lenguaje adeuda su poder de transgresión una relación contraria, es decir, la de una «palabra impura» con un «silencio puro», consistentes en el espacio indefinidamente recorrido de una impureza, una in-fidelidad; infidelidad que es también, como el caso de Diana, «divina», y en la cual, la «palabra pura» de la teología, por ejemplo, puede dirigirse a un silencio puro (apófasis). Por ejemplo, en Bataille, la escritura consiste en una consagración que se deshace: «transubstanciación ritualizada en sentido inverso en la que la presencia real se convierte de nuevo en cuerpo yacente y se ve reconducida al silencio por medio de un vómito» (Foucault, 1995: 193). Hablar de la pureza o, dada su posibilidad, de la piedad, de la santidad, de la virtud, como si existieran ya inscritas en el lenguaje común, es hablar también de una lengua que integra lo que rechaza en un doble movimiento que reviste su contrario. Por esta razón, al invertir el discurso, el sacrilegio siempre confirma lo sagrado. La transgresión que comporta la inversión de lo sagrado, escribe Maurice Blanchot a propósito de Klossowski, es la relación más exacta que tienen la pasión y la vida con la prohibición, relación que no deja de dar lugar a un contacto en que «la carne se hace peligrosamente espíritu». En efecto, el discurso da un giro cuando podemos decir que si la transgresión exige la prohibición, entonces lo sagrado exige el sacrilegio. La imagen que recibimos es la del goce del límite, no su evaporación.

De manera que lo sagrado nunca puede darse como puramente «más que por la palabra impura del blasfemo», y no dejará de estar indefectiblemente entroncado a un poder siempre capaz de transgresión. La escritura de lo sagrado esencialmente se podría extractar de la poesía de Hölderlin, cuya experiencia de la temporalidad invertida da lugar a un extravío que implica el desgarramiento del «yo» entre dos tiempos, en el entretiempo que mantiene ausentes a los dioses. Esta lejanía sería una de las causas de la locura de Hölderlin. Por tal razón: «[n]o se puede escribir sino en el tiempo marcado por la ausencia de los dioses. La escritura está lejana del verbo. De día, los dioses iluminan, cuidan y educan al hombre. Pero de noche, lo divino se convierte en espíritu del tiempo que se invierte y lo arrebata todo: el espíritu de la región de los muertos». Y es que, además, si el hombre occidental es inseparable de Dios, dice Foucault, «no es por una propensión invencible a traspasar las fronteras de la experiencia, sino porque su lenguaje lo fomenta sin cesar en la sombra de sus leyes: “Temo que no nos desembarazaremos de Dios nunca, pues aún creemos en la gramática”». Pero no es la interpretación del siglo XVI la que nos concierne, recuerda Foucault, en la cual, cosas y textos, por igual, iban del mundo a la Palabra divina que se descifraba en la tierra y según las representaciones del mundo, entre ellas, la gramática, la cual nunca, bajo el método cartesiano (y, por ende, la tradición logocéntrica) puso en tela de juicio. La lectura que nos concierne, es decir, aquella que nos viene del siglo XIX de la mano de Nietzsche, Hölderlin y Mallarmé, va de los hombres, de los dioses, de los conocimientos, «de las quimeras a las palabras que los hacen posibles; y lo que descubre no es la soberanía de un discurso primero», tal y como sucede con Mallarmé, sino el hecho de que estamos incluso antes de la palabra mínima, «dominados y transidos por el lenguaje».

Por su parte, el evangelio según Klossowski diría, entonces, «Al comienzo era la vuelta a empezar». Parodia del fin, pero también parodia de un origen fundador, verdadero y definitivo. La noche de infidelidad divina que invierte el tiempo de los hombres. Para el escritor de «Nietzsche: el politeísmo y la parodia», se desplaza el de una vez por todas por el una vez más. Así es posible que la muerte de Dios suceda una y otra vez, en la medida en que la palabra, aunque fuera la del origen, es la fuerza de la repetición: «eso ha tenido ya lugar una vez y tendrá lugar una vez más, y siempre de nuevo, de nuevo». Este es el movimiento en sentido contrario a la autoridad ontológica del dios Uno que amparaba la unidad eterna de las verdades, cuyo modo presencia sería detentado por los signos de una escritura que asegurara un pensamiento por correspondencia y no por similitud. Foucault observaba, en esa dirección, que la literatura es la impugnación de la filología, de la cual es, sin embargo, la figura gemela, como se ha señalado con Klossowski. La literatura remite el lenguaje de la gramática «al poder desnudo de hablar y ahí encuentra el ser salvaje e imperioso de las palabras». Separado de la representación, en el umbral que va del clasicismo a la modernidad, el lenguaje quedó franqueado cuando las palabras dejaron de corresponder a las representaciones. A principios del siglo XIX, con Nietzsche y Mallarmé, las palabras hallaron un espesor enigmático. «Desde la rebelión romántica contra un discurso inmovilizado en su ceremonia, hasta el descubrimiento en Mallarmé de la palabra en su poder impotente, puede verse muy bien cuál fue la función de la literatura, en el siglo XIX, en relación con el modo de ser moderno del lenguaje». Desde entonces, el lenguaje no se nos presenta más que de un modo disperso. Al disiparse la unidad de la gramática general, apareció el lenguaje según varios modos de ser, cuya unidad, lo mismo que la seguridad ontológica de presencia, no puede restaurarse jamás. El lenguaje se libera, entonces, de todos los mitos que han cristalizado en nosotros la conciencia de las palabras, del discurso, de la literatura, después de que durante mucho tiempo se creyera, como lo recuerda Foucault, que el lenguaje servía como vínculo futuro en la palabra dispuesta y como memoria y relato, o que su soberanía tenía el poder de hacer aparecer el cuerpo visible y eterno de la verdad. «Pero no es más que rumor informe y fluido», su fuerza está, como el lenguaje de Klossowski, en su disimulo; «por eso es una sola y misma cosa con la erosión del tiempo; es olvido sin profundidad y vacío transparente de la espera».




junio 12, 2023

Una nueva perspectiva social que se suma a las tres perspectivas clásicas en teoría de la argumentación (lógica, dialéctica, retórica)



Luis Vega Reñón †
«Variaciones sobre la deliberación»

Dilemata, n.º 22 (2016)

Dilemata. Revista Internacional de Éticas Aplicadas | Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) | Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS) | Instituto de Filosofía (IFS) | Madrid | ESPAÑA


Extracto de apartados en páginas 203 y 217-228 de la publicación en PDF. Véanse las referencias en la publicación original. Licencia Creative Commons.




Resumen del artículo

Nuestra idea de deliberación es una construcción compleja en la que han confluido diversas tradiciones y puntos de vista. Además su desarrollo histórico ha conocido algunos momentos determinantes, entre los que, en mi opinión, destacan tres: (i) el momento fundacional antiguo; (ii) la contribución moderna del ideal de la «balanza de la Razón»; (iii) el despegue actual de propuestas y programas deliberativos en el marco socio-institucional del discurso público. Este artículo se propone pasar revista y comentar ciertas variaciones relevantes sobre la deliberación (a saber: la deliberación retórica, prudencial, ponderativa y pública), por referencia a esas tradiciones y al hilo de estos momentos.


Palabras clave: Deliberación, deliberación privada / pública, retórica deliberativa, balanza de la Razón, argumentación práctica, deliberación como paradigma



El momento actual de la deliberación pública

El desarrollo actual de la deliberación pública tiene lugar dentro del campo cubierto por lo que denomino «lógica civil» o «lógica del discurso público». Entiendo por dicha lógica, en principio, el estudio analítico y normativo de los conceptos, problemas y procedimientos referidos al análisis y evaluación de nuestros usos del discurso público en el tratamiento de asuntos de interés común que, por lo regular, piden una resolución de carácter práctico.

Es un dominio que ha cobrado hoy especial relieve al confluir en él diversas líneas de análisis, discusión y desarrollo, dos en particular: por un lado, un nuevo o renacido interés por la razón práctica; por otro lado, una creciente preocupación por la razón pública y por la calidad de su ejercicio en nuestras sociedades más o menos o nada democráticas. Obran en el primer caso, en la atención a la razón práctica, desde las cuestiones filosóficas, éticas o jurídicas en torno a la actuación racional o razonable, hasta la investigación en inteligencia artificial de modelos arquitectónicos B(eliefs)-D(esires)-I(ntentions) de agencia individual o alternativos de agencia colectiva, y de modelos de gestión de decisiones en sistemas multi-agentes. En el segundo caso, se dejan sentir las discusiones en torno a los ideales y programas de «democracia deliberativa» a partir de los años 80 (protagonizadas por Rawls, Habermas, Elster, entre otros); la confrontación entre modelos sociopolíticos, e.g. deliberativos vs. agregativos, o forum vs. market; o, en fin, el análisis crítico de las constricciones reales y las distorsiones de nuestros usos públicos del discurso.

En todo caso, actualmente, la llamada «esfera del discurso público» es un campo no solo de análisis e investigación, sino incluso de prácticas profesionales, que parece suponer una inflexión de la teoría de la argumentación por varios motivos: entre otros, por dar especial importancia a la infraestructura conversacional pragmática del discurso y a sus condiciones de coordinación y éxito, o más aún, por abrir una nueva perspectiva social que viene a sumarse, y en parte superponerse, a las tres perspectivas ya clásicas en teoría de la argumentación (la lógica, la dialéctica, la retórica).

Pues bien, desde hace unos años vengo sosteniendo que la deliberación es justamente un campo de prueba paradigmático de la argumentación en el discurso público. De hecho, desempeña un papel de importancia en la ética del discurso, en la confrontación entre programas de filosofía política e ideales democráticos, en el análisis de procedimientos y estrategias de toma colectiva de decisiones o, incluso, en la planificación y facilitación de ensayos locales de discusión y gestión comunitaria de asuntos públicos.

Para entrar con buen pie en este contexto, adelantaré una noción pertinente de deliberación. Supondré que la deliberación pública es una especie dentro del género de la argumentación práctica, donde se distingue por:
(i) la existencia de una cuestión de interés y de dominio público que es objeto de tratamiento común o colectivo,
(ii) la pretensión de justificar una propuesta de resolución al respecto
y (iii) la confrontación y ponderación de las alternativas disponibles.

La deliberación pública así entendida cuenta con dos dimensiones básicas, una más bien discursiva y la otra más bien socio-institucional.

Pero más allá de este punto, las cosas y las ideas se enredan y complican, así que no estará de más introducir un poco de claridad y distinción. Con este propósito, voy a distinguir en su estudio actual tres líneas principales de consideración, a través de las cuales la deliberación viene a tratarse
(1) como una modalidad pública del discurso práctico, i. e. como una forma de abordar y tratar de resolver de modo argumentado cuestiones de interés común y de dominio público;
(2) como un modelo normativo del discurso público, i. e. como un conjunto de condiciones y normas de participación e interacción en los procesos deliberativos;
y (3) como un modelo teórico para la investigación y conducción del discurso público, por ejemplo como un diseño de la investigación y puesta a prueba de indicadores de la calidad del discurso [DQI] y de directrices para facilitar y monitorizar experiencias de deliberación de diversos tipos.


Creo que al hilo de cada uno de estos aspectos cabe hacerse una idea relativamente precisa y comprensiva de los desarrollos en curso de la teoría y la práctica de la deliberación pública, aunque me temo que, aquí, solo podré apuntar algunas indicaciones.


Como modalidad pública del discurso práctico, la deliberación ha sido objeto de diversas exploraciones y análisis entre los teóricos de la argumentación relativas, por ejemplo, a su estructura lógica, su conformación dialógica o sus señas de identidad conceptual; son relevantes en este último aspecto los ensayos de Walton de caracterizar la deliberación como tipo de diálogo y de esquema argumentativo, a través del procedimiento de las cuestiones críticas.

Walton entiende la deliberación como un debate entre individuos que buscan elegir el mejor curso de acción disponible para resolver un problema práctico. Adopta la forma básica de una inferencia práctica según un esquema medios-fin o según un esquema actuación-riesgos/consecuencias, que deberá responder a ciertas cuestiones críticas del tenor de:
(1) ¿Es adecuada la relación medios-fines prevista?
(2) ¿Es realista el plan de actuación?
(3) ¿Se han considerado las consecuencias tanto positivas como negativas? ¿Se han medido los riesgos?
(4) ¿Hay otros modos de alcanzar el objetivo pretendido?
(5) ¿Cabe plantearse otros objetivos? Si nos vemos ante cursos de acción de suerte incierta, habremos de reconocer el carácter abductivo, plausible y revisable de nuestra resolución. Con ello pasamos del nivel de la deliberación como razonamiento práctico al nivel de la deliberación como argumentación plausible y rebatible. Ahora se añaden a la lista nuevas cuestiones críticas:
(6) ¿Se trata de una propuesta no solo viable sino plausible?
(7) ¿Es la más plausible a luz de los datos manejados?
(8) ¿Se han confrontado los argumentos y contra-argumentos disponibles? La deliberación resulta satisfactoria si responde debidamente a estas cuestiones y condiciones.


Hasta aquí ha llegado Walton. Ahora bien, consideremos no ya la deliberación prudencial en general, sino la deliberación pública en particular, es decir un proceso deliberativo conjunto en torno a la resolución de un problema de interés público o de alcance colectivo. Entonces las cuestiones críticas anteriores (1-8) no dejarán de ser pertinentes, pero también habrá que tomar en cuenta ciertos puntos sensibles del nuevo nivel de interacción como estos:
(9) ¿Se han esgrimido y ponderado debidamente los diversos tipos de razones o alegaciones en juego?
(10) ¿Se ha sesgado o trivializado el debate?
(11) ¿Se ha ocultado información a los participantes?
(12) ¿Han podido verse todos ellos reflejados en el curso de la discusión o en su desenlace?


Si tomamos estas cuestiones como indicaciones de la calidad o el valor del proceso argumentativo, salta a la vista que las correspondientes a la deliberación prudencial como razonamiento práctico (1-5) y como confrontación dialógica (6-8), no alcanzan a ser significativas en el sentido de (9-12), que es justamente el que caracteriza la deliberación como modalidad de discurso público, es decir como interacción coordinada, colectiva y conjunta en torno a un problema de interés común.

Tras esta aproximación a partir de los esquemas y cuestiones de Walton, voy a proponer un concepto más atinado de deliberación a través de unos rasgos no solo distintivos sino referidos a su propia constitución discursiva. Son los cuatros siguientes:
(i) el reconocimiento de una cuestión de interés y de dominio públicos, donde lo público se opone a lo privado y a lo privativo;
(ii) el empleo sustancial de propuestas;
(iii) las estimaciones y preferencias fundadas en razones pluridimensionales que remiten a consideraciones plausibles, criterios de ponderación y supuestos de congruencia práctica;
(iv) el propósito de inducir al logro consensuado y razonablemente motivado de resultados de interés general —no siempre conseguido—.


Siento no poder comentarlos como sería de desear. Así, no podré hacer justicia al rasgo (i), peculiar del ámbito público de discurso, y al rasgo (iv), que supone cierta cooperación y entendimiento mutuo aunque no implique consenso. Por lo que se refiere al (iii), ya conocemos a través del ideal fallido de una balanza efectiva de la Razón las dificultades que envuelve el ejercicio de la ponderación cuando no contamos con un sistema único y universal de «pesas y medidas» de las razones. Pero sí me gustaría detenerme en el rasgo (ii) y, en particular, en el uso característico de propuestas.

Una propuesta es una unidad discursiva o un acto de habla directivo y comisivo del tenor de «lo indicado [pertinente, conveniente, debido, obligado] en el presente caso es hacer [no hacer] X». Se refiere a una acción y expresa una actitud hacia ella. Así pues, envuelve tanto ingredientes prácticos como normativos y no se deja reducir a un mero «bueno, hagamos X» —aunque a veces, e. g., en una sesión de brainstorming, se admitan propuestas tentativas—.

También puede verse como la conclusión de un razonamiento práctico en la medida en que el proponente está dispuesto no solo a asumir lo que propone, sino a justificar su propuesta o, llegado el caso, a defenderla.

Según esto, las propuestas se avienen a su registro como compromisos objetivables o expresos, antes que a la ontología mental BDI [beliefs, desires, intentions], usual en el tratamiento de los actos de habla, y están relacionadas con la asunción y distribución de carga de la prueba. De modo que se prestan a un análisis lógico modal peculiar, por ejemplo, a una lógica deóntica no monótona o revisable de la obligación condicional, que hoy todavía se halla en fase de construcción.

Además, al corresponder al dominio de la argumentación práctica, las propuestas envuelven no solo fines y medios sino motivos, responsabilidades y valores. Todo ello conlleva varias tareas: unas analíticas, como la exploración de sistemas de condicionales normativos y la opción entre formalizaciones alternativas; otras operativas, como la resolución de los problemas de la revocabilidad de las normas y la retractabilidad o cancelación de compromisos, o la previsión y evaluación de consecuencias; y otras, en fin, dialécticas o interactivas como el delicado punto de la distribución de la carga o responsabilidad de la prueba.

Por otro lado, las propuestas no son calificables como verdaderas o falsas, sino como aceptables o inaceptables a la luz de diversas consideraciones de justificación, pertinencia, selección o viabilidad como las antes mencionadas en calidad de preguntas críticas. Esto es importante para distinguir entre las propuestas del discurso práctico y las proposiciones del discurso argumentativo en general. Las proposiciones se mueven en la dirección de ajuste del lenguaje al mundo (Word → World), queremos que nuestras proposiciones se ajusten a la realidad; las propuestas se mueven en la dirección inversa de ajuste del mundo al lenguaje (World → Word), queremos que la realidad se ajuste a nuestras propuestas. De ahí se sigue que, siendo el mundo uno y común para todos, si lo que uno dice es verdad, es una proposición verdadera, quienes piensen y digan lo contrario estarán en un error.

En cambio, al ser nuestros planes, fines y valores posiblemente distintos y distantes entre sí, el hecho de ser plausible y razonable una propuesta no implica que sean infundadas o irracionales todas las demás que se opongan a ella; así como los argumentos a favor de una alternativa no cancelan los que pueda haber en contra de esa misma opción o en favor de otras opciones.

En suma, las propuestas hacen de la deliberación una empresa no solo colectiva, sino plural, en la que cuentan tanto los medios y los cálculos del razonamiento práctico instrumental como los valores y fines que guían y dan sentido a la acción. Esta última referencia permite ver que la normatividad en juego no solo tiene que ver con la lógica deóntica o con la estructura de los compromisos dentro del proceso deliberativo, sino con otros aspectos sustantivos y éticos del discurso público.

Pues bien, estos son los aspectos destacados en el segundo planteamiento de la deliberación que señalaba antes, a saber, como modelo normativo del discurso público. Tampoco faltan en este contexto los sesgos y las imprecisiones al ser el más sensible a los programas e ideales que compiten en la arena filosófico-política, así que, una vez más, conviene ser precisos y comprensivos dentro de lo posible.


En su consideración como modelo normativo del discurso público, se trata de proponer unas condiciones y normas determinantes de un ideal del ejercicio deliberativo del discurso público que permita no solo definir este tipo de interacción, sino analizar y evaluar sus muestras concretas.

En esta línea, la deliberación puede determinarse con arreglo a ciertos supuestos (a) más bien constitutivos y a otros supuestos (b) más bien regulativos. Son condiciones constitutivas que una deliberación ha de satisfacer en algún grado las que siguen:
(a.1) un supuesto temático o sustantivo: tratar un asunto de interés público;
(a.2) una condición de la interacción deliberativa: ser incluyente en el sentido de permitir a todos los involucrados tanto hablar como ser escuchados;
y (a.3) una condición del discurso deliberativo: dar cuenta y razón de las propuestas y resoluciones —razonabilidad en la doble dimensión de rendición de cuentas y de receptividad o sensibilidad a su demanda [accountability and responsiveness].


Si un debate público no cumple alguna de estas condiciones, no constituye una deliberación.

Los supuestos regulativos (b) no son determinantes en el mismo sentido, sino que vienen a facilitar el flujo de la información y la participación, y a neutralizar los factores de distorsión o las estrategias falaces. Son, por ejemplo, exigencias de
(b.1) publicidad: no mera transparencia de las fuentes de información, sino además accesibilidad a, e inteligibilidad de, los motivos y razones en juego;
(b.2) reciprocidad y simetría o igualdad de todos los participantes para intervenir en el curso de la deliberación —un punto no solo de equidad y juego limpio, sino de rendimiento informativo y cognitivo—;
(b.3) respeto y autonomía tanto de los agentes discursivos como de su proceder argumentativo.


Con todo, la distinción entre los supuestos constitutivos y los regulativos del modelo ideal de deliberación no es neta y absoluta: los constitutivos pueden obrar como generadores de derechos y obligaciones —de (a.3) se desprende el derecho a pedir cuentas y el deber correlativo de rendirlas–, y así tener cierta proyección normativa; los regulativos, a su vez, también pueden marcar ciertos umbrales deliberativos mínimos —e. g., es imposible deliberar con el Papa cuando habla ex cathedra, pues su supuesta infalibilidad excluye tanto la simetría de la interacción como el respeto y la autonomía de los fieles a quienes se dirige—.

Por otro lado, en la medida en la que la práctica de la deliberación también ha adquirido una proyección profesional, cabe considerar además otras directrices específicas, e. g., para preservar una atmósfera de comunicación y entendimiento entre los miembros deliberantes o la productividad del grupo, o para prevenir el refuerzo de tendencias hacia la conformidad o el extremismo. Una pretensión final, pero no menos importante de la deliberación en torno a un problema, es su resolución efectiva o, al menos, cierta eficacia real o repercusión del discurso al respecto, aunque se trate de un objetivo no siempre conseguido y pueda dar lugar a discusiones acerca de la pertinencia de recurrir a la deliberación desde el punto de vista de la eficiencia o de lo que podríamos llamar «la economía del discurso» —evaluación de beneficios, costes, riesgos, etc.—.


La deliberación considerada, en fin, como modelo teórico puede dar muestras de su capacidad para diseñar y orientar investigaciones de diversos tipos. Seré telegráfico y me limitaré a reseñar cuatro líneas principales de investigaciones en curso.

  • 1ª/ Investigaciones metadeliberativas de carácter conceptual, teórico o filosófico, que pueden servir a diversos propósitos: programáticos, analíticos o críticos. Una muestra más bien programática sería la propuesta de Habermas de una ética racional del discurso y una muestra crítica podría ser la reacción suscitada justamente por su programa; en el plano analítico se moverían, por ejemplo, las discusiones en torno al concepto de razón pública de Rawls o la búsqueda de una teoría integradora de la deliberación.

  • 2ª/ Investigaciones en el ámbito de las TICs y de la deliberación on line, que cubren aspectos tan dispares como el diseño de agentes y sistemas multiagentes de interacción deliberativa en el campo de la inteligencia artificial; el diseño de software o groupware de apoyo para decisiones colectivas; instrumentos de asistencia al trabajo cooperativo por ordenador; sistemas de aprendizaje interactivo; experiencias de deliberación on line. Dos resultados notables son, de una parte, el refinamiento del aparato conceptual de la deliberación en función de la necesidad de precisar la ontología de los modelos y programas de simulación, y de otra parte la conveniencia de establecer la comunicación sobre la base de los compromisos de los agentes, antes que sobre la base de sus deseos, intenciones y creencias —en la línea ya apuntada a propósito de las propuestas—.

  • 3ª/ Investigaciones empíricas del impacto, de los cambios o efectos producidos por las experiencias deliberativas. Siguen dos orientaciones principales: una es la observación de las diferencias entre las opiniones pre / post de los participantes, i.e., el estudio de la intensidad del cambio; la otra es el estudio del sentido del cambio. En el primer caso, se ha observado que la intensidad del cambio resulta directamente proporcional a la de ciertos parámetros como el intercambio de argumentos y la participación y coordinación interpersonal, es decir: a más razones y mayor inclusión les corresponden cambios más acusados. En el segundo caso, ha habido resultados que se suponen normales, como el aumento del consenso y la reducción de la diversidad dentro del grupo, al lado de otros un tanto llamativos como la polarización y radicalización en el curso de la deliberación de las tendencias dominantes o mayoritarias antes de su inicio. Una secuela interesante es el estudio de estrategias y medidas preventivas de esta suerte de extremismos, dirigidas a evitar la trivialización discursiva y el enquistamiento social. En todo caso, estos resultados encienden una señal de atención y peligro para los ideólogos de macroprogramas de la democracia deliberativa que no tienen en cuenta los supuestos y las condiciones de la deliberación democrática. Por lo demás, una reciente área de atención es el impacto de las propuestas nacidas de procesos deliberativos sobre las políticas de gobiernos locales: no faltan muestras de estudios al respecto en el Estado español.

  • 4ª/ Investigación y puesta a prueba de indicadores de la calidad del discurso [DQI, Discourse Quality Index], indicadores que no dejan de tener relación con los supuestos constitutivos y regulativos, y con las directrices profesionales antes mencionadas. Según el informe de Steffensmeier, los ítems manejados para evaluar comportamientos de diversos sujetos experimentales (foros temáticos, foros vecinales, foros virtuales, etc.) son:
    (i) igual oportunidad de participación;
    (ii) nivel de justificación argumentativa;
    (iii) referencia al bien común;
    (iv) respeto a los otros, a sus demandas, argumentos y contraargumentos;
    (v) contribuciones constructivas;
    (vi) narratividad, i. e., uso discursivo de historias y testimonios personales.



Problemas y desafíos

La panorámica del trabajo actual en el área de la deliberación pública resultaría incompleta sin la mención de sus principales problemas y desafíos, no solo internos, sino externos. Entre los primeros, destacan, de una parte, los relativos a la integración de las perspectivas incluidas (lógica, dialéctica y retórica) en el nuevo ámbito del discurso público y, de otra parte, los generados luego por la interrelación de los diversos planos conjugados, en particular, el discursivo y el socioinstitucional, y la articulación de los criterios pertinentes en ambos respectos.

Entre los segundos, sigue abierta la cuestión capital en filosofía política de las relaciones entre deliberación y democracia, así como siguen pendientes antiguos desafíos del discurso público como sus distorsiones y sus falacias específicas. Consideren, por ejemplo, la cuestión siguiente que fue el tema del concurso convocado por la Real Academia de Ciencias de Berlín en 1778: «¿Es útil o conveniente engañar al pueblo, bien induciéndolo a nuevos errores o bien manteniendo los existentes?».

El concurso tuvo que resolverse con un premio ex aequo a repartir entre un ensayo que preconizaba la respuesta afirmativa y otro ensayo que defendía la negativa. ¿Qué piensan ustedes al respecto? Hoy, como saben, los retos que cobran mayor atención son los planteados por las nuevas formas virtuales de interacción discursiva y la transición desde la publicidad presencial de la deliberación tradicional, cara a cara, a la publicidad electrónica de la comunicación on line y la e-deliberation.

A estas alturas solo podré aludir a uno de esos problemas: el de las relaciones entre los diferentes planos concurrentes en la idea de deliberación democrática, es decir, entre
(a) unas directrices de orden socioético,
(b) unos propósitos o virtudes sociopolíticas
y (c) unas condiciones de carácter epistémico-discursivo que gobiernan, se supone, el uso apropiado de la argumentación en un marco democrático deliberativo.


Entre las primeras, las directrices regulativas de carácter social y ético (a), se contarían las tres consabidas u otras equivalentes: la publicidad y transparencia, la reciprocidad y simetría de la interacción, y la libertad y autonomía de juicio, amén de alguna otra condición sustantiva, como las referencias a valores y fines de carácter general y a asuntos de interés o de repercusión pública.

Entre las pretendidas virtudes (b), figurarían la virtud cívica de producir mejores ciudadanos (más informados, activos, responsables, cooperativos, etc.); la virtud legitimadora de producir mayor reconocimiento y respeto de las resoluciones conjuntamente tomadas, así como mayor satisfacción con su adopción y compromiso con su cumplimiento; y la virtud cognitiva de mejorar tanto la calidad del discurso como el entendimiento mutuo y la información disponible.

En fin, entre los supuestos de carácter epistémico-discursivo de tipo (c), referidos a la actividad argumentativa propiamente dicha, cabe destacar la disposición de los agentes discursivos a:
(1) asumir las reglas de juego del dar-pedir razón de las propuestas,
(2) prever alguna forma de discriminación entre razones mejores y peores,
e incluso (3) reconocer, llegado el caso, el peso o la fuerza de la razón del mejor argumento frente a sus oponentes —aunque no es seguro que haya siempre un mejor argumento, ni hayan de contar solo las razones frente a las historias y las emociones—.


Son consideraciones de todos estos tipos las que indican la calidad de las argumentaciones que conforman un proceso deliberativo y las que guían la valoración del proceso mismo.

La cuestión estriba no solo en su problemática efectividad, sino en sus relaciones mutuas: cómo se relacionan entre sí los tres planos involucrados, el socioético, el sociopolítico y el epistémico-discursivo o argumentativo. Cuestión que en parte nos devuelve al delicado punto planteado al principio: el de las relaciones entre la sabiduría práctica de la lógica y el buen ejercicio de la ciudadanía.

Quizás valgan como hipótesis de trabajo las consideraciones siguientes. Nada asegura el cumplimiento de la regulación (c) del uso discursivo de la razón, pero cabe observar que hay procesos deliberativos autorregulativos, en este sentido, cuyo éxito puede propiciar resultados en las líneas (a-b) de las presuntas virtudes socio-políticas. Por ejemplo, el reconocimiento del poder interno de la justificación o mayor peso del argumento más fuerte (conforme a c (3)) puede contrarrestar los poderes externos, sean los ejercidos sobre el proceso —en la línea de excluir la participación de determinados agentes— o sean los ejercidos dentro del proceso —en la línea de marginar, ignorar o anular ciertas intervenciones, o de trivializar el debate mismo—. Pueden pensar en el filme ya mencionado de Sidney Lumet, Twelve angry men (1957), como un ejemplo cabal, si bien idealizado, de lo que estoy sugiriendo.

También, complementariamente, parece haber una estrecha relación entre la violación de las condiciones o directrices (a) socio-éticas y el recurso a estrategias falaces en el plano discursivo, siendo además ambas cosas determinantes del carácter viciado del discurso o de su deterioro.

La cuestión también puede replantearse a dos bandas, entre los planos ético y político (a-b), por un lado, y por otro lado, el plano epistémico y discursivo (c), de modo que su consideración se presta a los siguientes apuntes:

  • (i) El cumplimiento de las condiciones o directrices (a-b) no parece suficiente para asegurar el cumplimiento de las condiciones (c); en otras palabras, de la supuesta efectividad de (a-b) —lo cual no sería poco suponer— no se seguiría automáticamente la de (c). Ahora bien, en la perspectiva contrapuesta, ¿las transgresiones en el plano (c) podrían implicar un incumplimiento de (a-b), al menos en el sentido de que toda estrategia falaz supone o comporta la violación de alguna de las condiciones o directrices (a), como la transparencia o la reciprocidad de la interacción discursiva? ¿Arrojaría esto una nueva luz sobre los supuestos estructurales del ejercicio racional del discurso público? En esta línea se mueven la hipótesis de trabajo anterior sobre el recurso a estrategias falaces y la observación de que, por lo regular, todo sofisma consumado envuelve un elemento de opacidad o de asimetría, o de ambas.

  • (ii) Por otra parte, del cumplimiento de las reglas de juego de la razón (c) tampoco se desprende necesariamente el cumplimiento de los supuestos ético-políticos (a-b). En teoría, al menos, podría haber casos de cumplimiento relativo de (c) que no se atuvieran a las condiciones [a-b], como el ideal de la polis platónica gobernada por unos reyes filósofos que toman, se supone, unas medidas fundadas en las mejores razones sin respetar la reciprocidad o la autonomía, ni atender las virtudes cívicas y cognitivas de los súbditos; o como, en general, cualquier forma extrema de despotismo ilustrado.

  • (iii) No obstante, pudiera ser que el cumplimiento de (a-b) tendiera a favorecer el cumplimiento de (c) en la práctica de la razón y la deliberación públicas; así como el cumplimiento de (c), su adopción e implantación como forma de uso público de la razón, podría favorecer a su vez el seguimiento de las directrices y la consecución de los propósitos (a-b). Pero, a fin de cuentas, ¿no sería esto una suerte de pensamiento desiderativo o, peor aún, una variante del desesperado recurso del Barón de Münchhausen para salir del pantano en el que se había hundido tirando hacia arriba de su propia coleta? En suma, aun siendo lógicamente independientes entre sí los tres planos señalados, no dejan de hallarse interrelacionados de algún modo, solaparse a veces y, según todos los visos, resultar solidarios.


Claro está que esta solidaridad puede obrar para bien o para mal. Por consiguiente, si nos interesa la suerte del discurso público, la limpieza y la calidad del aire discursivo que respiramos, debemos velar por su estado en todos estos aspectos: socioéticos, sociopolíticos y argumentativos.




junio 05, 2023

Modelo de oralidad PERPET: Preparación, Energía, Respiración, Público, Espacio y Técnica (Aplicado en las aulas de la Universidad ICESI)



Óscar Ortega García, James Rodríguez Calle y Maritza Montaño
«Aspectos generales de un modelo de oralidad en la Universidad Icesi»

Revista CS, n.º 18 (2016)

Revista CS | Universidad ICESI (Instituto Colombiano de Estudios Superiores de INCOLDA (Instituto Colombiano de Administración)) | Facultad de Derecho & Ciencias Sociales y Editorial de la Universidad ICESI | Cali | COLOMBIA


Extracto de páginas 194 a 197 del artículo en PDF. Véanse notas y referencias en la publicación original. Licencia Creative Commons.




El modelo PERPET

La sigla PERPET corresponde a Preparación, Energía, Respiración, Público, Espacio y Técnica. Se trata de un modelo (pedagógico, no mediático aún) que sintetiza los hallazgos metodológicos del profesor Delgado, y algunos profesores que lo hemos acompañado, para lograr una puesta en escena prestigiosa, efectiva y eficiente. Esta metodología de trabajo constituye la base del Modelo de Oralidad propuesto a la Universidad ICESI [MOI]. Representa el punto diferenciador a la hora de asumir la oralidad en la academia, puesto que no atiende los aspectos propios de la comunicación como algo meramente técnico sino como fundamentales al momento de compartir conocimiento.

Una vez los estudiantes escriben el documento tipo ensayístico (y cumplen con la primera parte del MOI [Modelo de Oralidad ICESI], el inventio), deben concentrar la atención en la puesta en escena de la sustentación oral de este trabajo. Así, los procesos de comunicación de los que debe ocuparse el orador son:


1. Preparación

Corresponde en primer lugar a la disposición (dispositio) de la puesta en escena, bajo la estructura de un plan de oralidad. Aquí se recurre a la estructura clásica en cuatro momentos: exordio, narratio, demonstratio y epílogo.

En el exordio, el orador estructura su saludo, la presentación del tema y de su idea central, además de esgrimir un gancho con el que pretende captar la atención del público (puede ser con una pregunta retórica, una cifra impactante o una anécdota personal). La creatividad se pone en juego, además de la sensibilidad del estudiante, porque deberá lograr que los datos alcanzados en la investigación realizada para la elaboración del texto escrito se fusionen de una manera cálida con los asistentes a la exposición. Un buen gancho, que no debe superar los cuarenta segundos, garantiza la atención en lo que se dirá en el siguiente paso, la narratio.

Llega el momento de la exposición de los argumentos: la distribución clara y concreta de los datos (cifras, voces, frases, anécdotas, etc.) debe ir en concordancia con la idea central ya expresada. Se evita caer en repeticiones innecesarias o argumentos poco sólidos. El tiempo estimado para este momento oscila entre los dos y los cuatro minutos.

El tercer momento es la demonstratio, en el que se expone la conclusión del tema. Aunque pueda parecer extraño, algunos oradores concluyen con una idea diferente a la expuesta en el exordio, lo cual crea confusión entre el público. Nuestra recomendación es que se sinteticen las ideas secundarias dispuestas en la narratio y reiteren la idea central; de esta manera, los espectadores podrán recordar fácilmente la idea que está sustentando el orador. Entre veinte y cuarenta segundos es el tiempo estimado para una conclusión sintética.

Por último, está el epílogo, que no es igual a la conclusión. El orador debe dejar a su auditorio con una reflexión emanada de una pregunta o con el cierre de la anécdota con la que inició su discurso.

La preparación también incluye el ensayo de la estructura dispuesta en el plan de oralidad. En el modelo de oralidad de la Universidad ICESI se contempla las técnicas del espejo, del tape and ape (con una grabadora de voz), el uso del video o la exposición ante un grupo. Para los integrantes del Seminario de Oralidad, la técnica más apropiada es la del video, pues permite observar y oír aspectos que a simple vista no se perciben. En términos didácticos, cada estudiante que asiste al curso de Comunicación Oral y Escrita II recibe un diagnóstico de sus presentaciones con base en una rejilla de evaluación de cuatro aspectos: estructura de la presentación, lenguaje, lenguaje no verbal y material de soporte (diapositivas u objetos).


2. Energía

Para el momento de la puesta en escena (actio), el orador se ocupa del control de su contacto visual, usando una mirada que genere una interacción adecuada con el auditorio (las miradas se clasifican en una taxonomía). Sin caer en la instrumentalización de la comunicación, el contacto visual del orador con el auditorio podría representar, en algunos casos, ganancia o pérdida de la credibilidad, algo fundamental para la defensa de una idea.

De igual manera, se inscribe en el ámbito de la energía el contacto gestual: los asentimientos, deícticos, gestos básicos (principalmente con las manos y brazos) y los ilustradores de subrayado forman parte del carácter argumentativo de la presentación.

En promedio, las sustentaciones realizadas en el curso de Comunicación Oral y Escrita II oscilan entre los tres y los cinco minutos.

El tiempo se calcula con base en el número de palabras escritas para el exordio. Por supuesto, se adecúa de acuerdo al tiempo disponible para toda la presentación.

Reconocer cómo se mira y qué gestos se utilizan durante una exposición constituye una verdadera revelación para los estudiantes, pues pocas veces algún profesor se detiene en estos aspectos, quizás porque los considera irrelevantes dado que privilegia «el contenido». El modelo de oralidad propuesto enfoca su atención a la estructura de la presentación, pero también a los ítems del lenguaje no verbal.


3. Respiración

El cuerpo se controla a través de la respiración. La toma de conciencia del acto de respirar determina el flujo de las palabras y, con esta, la claridad en la sustentación de una idea central. La respiración suele ser el signo evidente del famoso pánico escénico, una característica casi común a todos los estudiantes. Con algunos ejercicios de toma, contención y expulsión del oxígeno, se busca lograr la respiración diafragmática, que logra la capacidad total de los pulmones. Por supuesto, no es fácil, pero la concienciación del acto de respirar puede traducirse en una puesta en escena contundente y clara, esto es, un discurso libre de muletillas y con pausas significativas.


4. Público

Una puesta en escena contempla un público. Durante los ensayos y ejercicios dispuestos en el curso de Comunicación Oral y Escrita II se hace una constante reflexión sobre el objetivo de la presentación, que no lo alcanza el orador, sino el auditorio. Por ejemplo, tratándose de una sustentación argumentativa, el objetivo podría estar en términos de convencer o persuadir al público de la idea central, bien sea que la logre incorporar como propia o cambie su parecer respecto al tema tratado en la exposición.

Durante el tiempo dedicado a la oralidad, los estudiantes refinan este aspecto con base en respuestas a preguntas del tipo ¿a quién se habla? o, ¿quiénes conforman el auditorio? También, a partir de técnicas para interactuar adecuadamente, como inspirar confianza al auditorio en los primeros minutos, detectar los posibles focos de distracción y la preparación de las preguntas, que pueden aparecer durante la exposición o al final de la misma.


5. Espacio

El orador también prepara los tipos de espacio, de tal suerte que sepa moverse en el auditorio o detenerse en un punto para concentrar la atención. La disposición del espacio puede representar tropiezos en la estructura, ya que el orador podría ubicarse en un punto donde su voz pierde proyección o la manera como se encuentra ubicado el público resulta incómoda para comprender el mensaje. Así, pues, durante el curso logramos conocer que existen escenarios a la italiana (clásico y con calles, como un salón de clases tradicional), en círculo, en U, en forma de espina de pescado (típico de los laboratorios de ICESI), en anfiteatro (como algunos auditorios) y la mesa de trabajo.


6. Técnica

En este último aspecto del modelo PERPET se ajustan los componentes propios de las tecnologías de la palabra, como la proyección de la voz, la resonancia, la articulación, la dicción, el tono, la tonalidad y la entonación. Algunos ejercicios propuestos a los estudiantes están ligados a la imitación de voces, la lectura en voz alta y representación con visos de teatralidad de una escena de alguna seria televisiva. La técnica es el último eslabón de la cadena y, sin duda, de mayor complejidad debido a la cantidad de componentes que alberga. Además, de la conexión natural con los demás aspectos, tal como lo hemos mencionado.