mayo 23, 2022

Consenso, política panhispánica en el castellano pluricéntrico


El trabajo de la Academia de la Lengua permite que contemos, cuando es necesario, con la garantía de una base amplia con refrendo legal para el entendimiento entre quien emite un texto y quien lo recibe. Esto es especialmente necesario en contextos en los que los hablantes no se conocen personalmente y comparten información de interés común (por ejemplo, un foro científico), o en situaciones de difusión potencialmente amplia en el espacio más allá de límites locales, o cuando la comunicación supone un compromiso legal, como es el caso de la publicidad, etc. Al respecto, días atrás el blog compartía el artículo de Brian G. Slocum «The Ordinary Meaning of Rules».

En contextos informales, familiares, encontramos que no existe la necesidad de esta base común amplia con refrendo legal, como es la académica, pero esto no significa que no haya normas, pues sí las hay, son los usos y costumbres de determinada informalidad. Pensemos en las cuestionadas abreviaturas de los SMS, en algunos hashtag de Twitter, etc. El artículo de Luis Silva-Villar «Gramática Márquez» (publicado en el periódico La Opinión; disponible PDF en el Google Drive de plaka logika), también compartido en el blog días atrás, daba cuenta de esta postura. Si no se aplican estos usos, modos y maneras, se pierde la comunicación con ese público en concreto, lo mismo que ocurriría en el contexto de aplicación de la normativa académica.

El castellano o español es una lengua pluricéntrica, donde los diferentes países castellanohablantes tienen su norma y sus variaciones en el código común. No vale más una norma que otra, sino que en cada país es adecuado —con miras a generar comunicación e integrarnos en ella— usar el idioma tal y como se usa en ese país. Todos conocemos al menos algún término de nuestro castellano que en el castellano de otro país tiene un significado diferente, que hace más que recomendable que no recurramos a dicho término, so pena de crear una situación violenta, es decir, de incomodidad.

Sin embargo, por alguna razón, somos amigos de jerarquizar y esto ha afectado a la percepción de los diferentes castellanos del mundo.

«Ha sido muy fuerte la idea de que el estándar de la lengua coincide con la norma castellana. [...] por lo general se pensaba que..., y sobre todo los gramáticos, que en general eran hispanófilos, pensaban que había un único estándar y que era el español peninsular. Y eso está cambiando, pero, y a pesar de la prédica de Borges, desde hace muy poco tiempo», señala Ángela Di Tullio en una entrevista en la que comenta su participación en el III Congreso Internacional de Español, organizado por la Universidad del Salvador (Buenos Aires, Argentina).


El cambio que anota Di Tullio es deudor, entre otras causas, de la mayor intensidad de relaciones entre las Academias de los diferentes países castellanohablantes, que se da desde hace no muchos años. Muestra de ello es que la primera obra cuya edición firman todas las Academias se publicó en 1999 y fue la Ortografía de la lengua española. Sin embargo, es mucho más antigua la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), pues fue fundada en México en 1951.

Este consenso es llamado «política panhispánica» por parte de los académicos y brinda obras de tanto interés y potencial para hacernos disfrutar como el conocido Diccionario panhispánico de dudas. De cara a un uso profesional del lenguaje en aplicación de la normativa y los criterios académicos, este consenso o política panhispánica es un recurso de tan gran valor como que crea un pasaporte para la mejor comunicación con los millones de hispanohablantes en el mundo. Entendamos también que el uso del lenguaje según las normas de la informalidad puede realizarse con igual profesionalidad, conocimiento de causa, destreza, experiencia, afán de superación, etc.






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