Marcelo Córdoba
«La cirugía estética como tecnología de género. Trascendiendo el modelo de la “idiota cultural” [Macgregor] y el enfoque de la “agente femenina” [Davis]»
Trabajo y sociedad, n.º 32 (verano de 2019)
Trabajo y sociedad. Sociología del trabajo – Estudios culturales – Narrativas sociológicas y literarias | Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y Universidad Nacional de Santiago del Estero (UNSE) | Facultad de Humanidades, Ciencias Sociales y de la Salud | Instituto de Estudios para el Desarrollo Social (INDES) | Santiago del Estero | ARGENTINA
Se incluye a continuación un extracto seleccionado de las páginas 552 a 554 y 556 a 558 de la publicación en PDF. Las referencias pueden consultarse en la ubicación original.
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«A partir de la década del ochenta, en efecto, fue la prensa gráfica femenina (reconocida históricamente como vehículo de una “pedagogía de masas” en lo que concierne a normas corporales y prácticas de embellecimiento [Vigarello, 2009: 220]) la que se ocuparía de formar a las eventuales pacientes de cirugía estética. La incorporación de esta particular práctica médica al discurso de las revistas femeninas se inscribió en una tendencia más general de cambios temáticos y estilísticos.
»Tal como observara la socióloga británica Angela McRobbie, desde entonces diversas publicaciones comenzaron a abordar (siguiendo el sendero trazado señeramente por Cosmopolitan) temáticas relacionadas con la sexualidad, adoptando además un tono humorístico y socarrón para hacerlo. Estos cambios obedecieron a un nuevo perfil reflexivo que las revistas reconocieron en sus lectoras, a quienes habían empezado a considerar “suficientemente ‘conscientes’ como para saber de qué forma están siendo persuadidas para consumir”, y capaces, por tanto, de resistirse a lo que hasta entonces habían experimentado como “la tiranía de la moda y la belleza” (McRobbie, 1998: 289).
»El enfoque de la “agente femenina” que propone Davis para entender las motivaciones de la paciente de cirugía estética extrae su verosimilitud de este perfil reflexivo que las propias revistas habían reconocido en sus lectoras. La reflexividad que demuestran las receptoras de los discursos mediáticos de la cultura de la belleza femenina se erige en desmentida del modelo de la “idiota cultural”. En este sentido, Davis pretende revelar, subyacente tras la performance cotidiana de la feminidad normativa, un insospechado desafío intelectual, por cuanto en el desempeño de las prácticas que materializan el género ha de verse “un logro activo y sapiente (knowledgeable) de una agente femenina” (1995: 60).
»Reivindicar las competencias cognoscitivas de la mujer involucrada en la cultura de la belleza (y, por extensión, de la paciente de cirugía estética) constituye, por cierto, el principal cometido de la socióloga feminista. Su argumento alegará, a tales efectos, que “hasta el más mundano de los textos —por ejemplo, una publicidad, una foto de moda o las instrucciones de los cosméticos— requiere complejas y especializadas actividades interpretativas de parte de la agente femenina” (Ibídem: 61).
»En este sentido, Davis sostiene que son incluso “los textos [de belleza] en sí mismos” los que están organizados a partir del supuesto de una receptora dotada de agencia cognoscitiva. Para justificar esta observación, se remite al trabajo de la socióloga canadiense Dorothy Smith —particularmente a su obra Texts, Facts and Femininity, de 1990. Transcribo el párrafo citado, admirable en su lacónica reseña de la transformación de la lectora de revistas femeninas en virtual paciente de cirugía estética:
»“El descontento con el cuerpo no es simplemente un suceso [happening] de la cultura, es algo que surge en la relación entre el texto y aquella que encuentra en los textos imágenes que reflejan las imperfecciones de su cuerpo. La interpenetración del texto como discurso y la organización del deseo es reflexiva. El texto le enseña que sus pechos son demasiado pequeños/demasiado grandes; ella lee sobre un remedio; sus pechos demasiado pequeños se vuelven remediables. Ella entra en la organización discursiva del deseo; ahora ella tiene un objetivo donde antes sólo tenía un defecto” (citado en Idem).
»La lógica que articula este párrafo refutaría la imagen de la paciente como una víctima pasiva de la opresión patriarcal: la transformación quirúrgica de su cuerpo no es un deseo que le haya sido impuesto externamente —por la cultura o por su pareja—, sino un proyecto deliberadamente asumido en virtud de la relación reflexiva con los textos que “reflejan las imperfecciones de su cuerpo”. Sin embargo, es justamente en esta intención de rebatir el modelo de la “idiota cultural” que el razonamiento de Davis comienza a mostrar su aspecto problemático. Refiriendo las palabras de Smith, en principio, aquélla afirma que son las mismas mujeres quienes “dan poder a las relaciones que se ‘apoderan’ (over-power) de ellas” (citado en Idem).
»El enfoque superador de la “agente femenina” se revela así sustentado en bases aporéticas y esencialistas. El razonamiento que lo sustenta reifica, por un lado, “el poder de las mujeres”, convertido en un atributo sustancial inherente a la propia subjetividad femenina, y voluntariamente transferido a las estructuras sociales a cuya dominación, en consecuencia, esas mismas mujeres se someten.
»Establecida tal premisa, Davis inferirá la siguiente conclusión, formulada —ahora en sus propias palabras— con apodíctica circularidad: “La agente femenina es el sine qua non del sistema de la belleza femenina. Sin agencia, los textos no lograrían motivar a las mujeres a participar en actividades de mejoramiento corporal” (Ibidem: 62).
»Toda vez que la “agencia” designa aquí a la libertad de acción del sujeto femenino, este razonamiento admite, en fin, una paradójica reformulación: si las mujeres acatan en su comportamiento las prescripciones que impone la cultura de la belleza, esto demostraría que, en el fondo, ellas verdaderamente son libres.
»Pero el argumento de Davis no resulta problemático únicamente desde un punto de vista lógico. También si se la aborda históricamente —a través de las herramientas del análisis crítico del discurso—, la conceptualización de la paciente de cirugía estética como “agente femenina” muestra sus aristas discutibles. Una perspectiva semejante es la que adopta la socióloga australiana Suzanne Fraser, quien problematiza la práctica en tanto tecnología de género a partir de las regularidades intertextuales discernibles entre campos discursivos diversos —entre ellos, la prensa gráfica femenina y el feminismo académico.
»Tras analizar el modo en que la práctica es tratada por las revistas anglosajonas, la autora (cuya observación se sitúa ya en los albores de nuestro siglo) arriba a una conclusión categórica: la “agencia femenina” constituye un “repertorio discursivo” que prácticamente “satura” a todo este género mediático (Fraser, 2003: 51).
»La observación de Fraser brinda pues una perspectiva histórica esclarecedora. Desde este punto de vista se puede constatar que los discursos hegemónicos de la feminidad normativa aceptaron (redoblando, incluso) la apuesta argumentativa que algunas autoras feministas habían comenzado a plantear a partir de la década del noventa. El trabajo de Davis, dada su relevancia en este contexto, atrae especialmente la atención crítica de Fraser. A juicio de esta última, Davis establece reduccionistamente “la ecuación de agencia con acción, cualquiera sea esa acción” (Ibidem: 114). En la medida en que las acciones de la mujer que desea someterse a un procedimiento quirúrgico electivo son equiparadas a una forma de “heroísmo”, semejante reduccionismo conceptual no estaría exento, por lo demás, de problemáticas implicaciones políticas.
»Fraser recalca la definida orientación política de este retrato épico de la paciente de cirugía estética planteando, hipotéticamente, una variante del mismo motivo, a saber, el “heroísmo” de aquella mujer que decidiera —en desmedro de los mandatos corporales de la feminidad normativa— negarse a participar de toda práctica de embellecimiento quirúrgico. Ensalzar una noción de agencia entendida como cualquier acción individual de “negociación” de las restricciones culturales, en este sentido, “oculta la posibilidad de enfocar la agencia en el cambio social general” (Ibidem: 115).
»En otras palabras, el panegírico de la mujer que toma la decisión “activa” y “sapiente” de someterse a una cirugía estética desacredita —en lo que aquí concierne— una imaginable epopeya alternativa, cuyo cometido fuera la transformación generalizada de las representaciones cosificantes y las opresivas normas de estética corporal femenina sancionadas por el patriarcado.
»Una mirada atenta a la intertextualidad se prueba, de este modo, pertinente para la identificación de presupuestos significativamente compartidos entre los distintos campos discursivos considerados. Desplegando una mirada semejante, pude, por mi parte, constatar efectivamente la presencia del “repertorio de la agencia” en el discurso de la prensa gráfica femenina.
»A partir del análisis de un corpus de revistas contemporáneamente publicadas en Argentina, me fue dado establecer que la cirugía estética es regularmente presentada como un medio de empoderamiento de las mujeres (una forma de volver a “tomar las riendas” de sus vidas), y las propias pacientes, correspondientemente, caracterizadas como individualidades emprendedoras y determinadas, llegando en ocasiones a celebrar la decisión de operarse como un acto de “coraje” (Autor, 2014).
»Conclusión: hacia una crítica de los efectos subjetivantes de la cirugía estética
»Tal como quedó manifiesto en la comparación —a través del trazado de los contrastes y paralelismos— entre los argumentos de Macgregor y de Davis, la visión de la cirugía estética que esta última propone surgió como una respuesta polémica ante la postura sobre la cuestión que había dominado el debate académico y feminista hasta la década del ochenta. En este marco he puesto de relieve las ventajas del enfoque de la “agente femenina” por sobre los presupuestos simplistas y lineales del modelo de la “idiota cultural”.
»La propuesta de escuchar en profundidad —y tomar “en serio”— la voz de las propias pacientes habilitó, sin duda, una valiosa consideración de la subjetividad de las mujeres afectadas por la práctica. Sin embargo, tal como también se manifestó en mi exposición de las observaciones de Fraser, el enfoque de la “agente femenina” no dejó por su parte de suscitar poderosas respuestas críticas desde el mismo campo feminista.
»Una de las autoras que más encendidamente ha polemizado con Davis ha sido la filósofa estadounidense Susan Bordo. Analizando los discursos y las prácticas de la cultura de la belleza femenina desde una perspectiva foucaultiana, Bordo objeta particularmente la validación teórica de la idea que interpreta a la cirugía estética como una forma de “recobrar el control” sobre la propia vida.
»Desde esta perspectiva, el énfasis en la agencia de la paciente aparece como una réplica académica de los tópicos ideológicos del “individualismo triunfante” y del “heroísmo mente-sobre materia”, consagrados por la cultura hegemónica (Bordo, 2009: 27). El enfoque de la “agente femenina” se revela así tributario de un proceso histórico de legitimación cultural del funcionamiento de la cirugía estética como tecnología de género. En efecto, a partir de la década del ochenta, los cirujanos plásticos habían comenzado a reivindicar públicamente la afinidad de sus intervenciones con el valor hegemónico de la autorrealización personal, lo que permitió proyectar sobre su práctica inéditos niveles de legitimidad y aceptación popular (Haiken, 1997).
»En virtud de su asociación sistemática con los principios éticos de la autonomía y la responsabilidad individuales, esta particular práctica médica lograría despegarse de la acusación de inducir a las mujeres a un conformismo irreflexivo ante normas y patrones de belleza física homogeneizadores. Ahora bien, tal como señala Bordo, si el enfoque de la “agente femenina” exhibe su afinidad con los valores de una cultura que exalta la voluntad individual y los deseos subjetivos, ello no ha de hacernos perder de vista que al mismo tiempo esa cultura interpela a los sujetos como “defectuosos, carentes, inadecuados” (2009: 27).
»Esta tensión es sintomática de la espinosa relación que la propuesta de Davis mantiene con la cultura de la belleza femenina, poniendo en evidencia sus dificultades para discernir el patrón coercitivo en que necesariamente se inscribe todo procedimiento estético electivo.
»Al escuchar en profundidad y tomar seriamente la voz de las propias pacientes, Davis accede a una fundamental dimensión subjetiva del fenómeno. El acceso a esta dimensión le ofrece una respuesta al “dilema” postulado al inicio de su investigación, vale decir, por qué mujeres que son conscientes de la opresión patriarcal y se oponen a la cosificación del cuerpo femenino desean y deciden, no obstante, someterse a una práctica que participaría de estas presiones. Pero semejante compromiso teórico-metodológico –además de ético– con la voz de las propias pacientes impediría a Davis, al mismo tiempo, elucidar un aspecto no menos problemático de la cirugía estética en tanto que fenómeno sistémico.
»Además de Bordo, distintas autoras de inspiración foucaultiana han apuntado a este aspecto problemático del enfoque de la “agente femenina”, considerando los efectos propiamente paradójicos de las tecnologías de género. Tal es el caso de las filósofas Kathryn Pauly Morgan y Cressida Heyes.
»En un artículo célebre que analiza la cirugía estética como una forma de “colonización” tecnológica y cultural del cuerpo femenino, la primera remarcó el hecho de que, en lo que a esta particular práctica médica respecta, aquello que empieza presentándose como “instancias de elección” termina resultando casi invariablemente en “instancias de conformidad” (Morgan, 2009: 57). Analizando el funcionamiento de distintas prácticas de transformación corporal en el marco de la construcción normativa de la feminidad, la segunda señaló, en un sentido similar, la “paradoja normalizadora” que las mujeres enfrentan a raíz de ciertas tecnologías de género, cuyo uso les permitiría afirmar su identidad individual al tiempo que las enmaraña más profundamente en los procesos de normalización subjetiva (Heyes, 2007: 37).
»Creo que este aspecto paradojal —fundamentalmente ambivalente— de la cirugía estética permanecerá ininteligible si no se aborda la racionalidad que permite articular los efectos de esta particular práctica médica con los dispositivos de subjetivación contemporáneos. Tal como ha argumentado Nikolas Rose, la particularidad histórica de estos dispositivos consiste en la producción de sujetos que “no son meramente ‘libres de elegir’, sino obligados a ser libres” (1998: 17; énfasis en el original).
»Mi análisis de la representación de la práctica en la prensa gráfica detectó algunos de los modos en que los discursos de la feminidad normativa producen un sujeto femenino autónomo y responsable. En la medida en que los presupuestos ideológicos de este modelo subjetivo son los mismos que subyacen a la imagen de la “agente femenina” que propone Davis (esto es, una mujer emprendedora que osadamente decide “recobrar el control” de su vida a través de la transformación de su cuerpo), considero que la socióloga esencializa los resultados de un proceso históricamente contingente de producción de una subjetividad marcada por el género.
»Pese a las ventajas que presenta respecto del modelo de la “idiota cultural” que dominó el debate sobre la cirugía estética hasta la década del ochenta, el enfoque de la “agente femenina” es incapaz de resolver la paradoja que el fenómeno supone para una perspectiva de género por cuanto desatiende, en definitiva, el análisis crítico de la forma en que esta particular práctica médica participa en la subjetivación de sus pacientes.
»Los discursos y las prácticas que configuran a la cirugía estética como dispositivo de subjetivación, en el presente, construyen a la paciente en una determinada relación consigo misma, exteriorizada en la voluntad de transformar tecnológicamente la apariencia del propio cuerpo. El ideal ético al que responde esa relación es el del individuo autónomo y responsable, comprometido con un proyecto subjetivo de expresión de la verdadera identidad de su yo.
»A partir del último cuarto del siglo XX, la paciente de cirugía estética se ha podido afirmar como una individualidad libre, comprometida con la norma de la autenticidad, pero esta afirmación ha comportado la simultánea sujeción a las prácticas y los discursos expertos de una tecnología de género que instrumentaliza la subjetividad y el cuerpo femenino.
»En efecto, a partir de la década del setenta la cirugía estética ha atravesado un cambio histórico en su significación cultural que posibilitó inscribir su funcionamiento en un régimen de subjetivación de carácter individualizador.
»En este marco, la homogeneización del cuerpo conforme a determinadas normas estéticas de género puede considerarse funcional a la autoafirmación de la identidad individual “auténtica”. En virtud de este ideal individualizador, la representación contemporánea de la paciente de cirugía estética goza de una legitimidad de la que carecía previamente.
»La voluntad de recurrir a las tecnologías quirúrgicas de transformación corporal es evaluada positivamente, como expresión de un saludable interés en la autorrealización personal. Esas mismas tecnologías de transformación corporal son culturalmente investidas de un potencial liberador respecto de las restricciones que imponen los procesos orgánicos y las determinaciones naturales del cuerpo humano.
»Ahora bien, el analista social incurre en un error —insisto— al aceptar acríticamente la postulación de ese supuesto potencial liberador, desentendiéndose del cuestionamiento a los efectos opresivos de las normas de género que imponen el imperativo de trascender las restricciones corporales.
»En la medida en que el funcionamiento de la cirugía estética como tecnología de género se nutre de discursos que construyen al cuerpo femenino como defectuoso —continuamente necesitado de control, dominio y corrección—, el correlato de su promesa de liberación de estos problemas es la producción de una actitud de intenso y constante autoescrutinio, y un clima emocional de malestar y ansiedad generalizada derivado de la comparación inevitablemente desfavorable del sí mismo con los ideales corporales consagrados por la feminidad normativa».
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