Fátima Roldán Castro
«La ciudad de Sevilla como escenario. Releyendo a Ibn Sahib al-Salat»
Anaquel de Estudios Árabes, vol. 27, 2016
Anaquel de Estudios Árabes (@AnaquelUCM) | Universidad Complutense de Madrid | Facultad de Filología | Departamento de Estudios Árabes e Islámicos | Madrid | ESPAÑA
Extracto de páginas 180 a 187 del artículo en PDF. Véanse notas y referencias en la publicación original.
«Desde las primeras líneas de nuestro texto, como se ha dicho, destaca el continuo interés del historiador por ensalzar a la dinastía almohade, por dejar descrita la huella indeleble de sus éxitos, de sus intervenciones mediante las que se perseguía —según se deduce— establecer orden y armonía, y también las huellas de sus esfuerzos por mantener vivo el espíritu califal, signos que daban muestras de las prerrogativas que se suponen a dicha dignidad en su incesante lucha por atender tanto a los asuntos del Estado como a las normas impulsadas en su día por Ibn Tûmart. Cuando Ibn Ṣāḥib al-Ṣalāt se refiere a la construcción del puente sobre el Guadalquivir o al proyecto de la construcción de los palacios de la Buḥayra desea reflejar los ideales dinásticos que confieren a la ciudad espacios funcionales que son símbolos de poder y que serán objeto de propaganda política. Los gobernantes almohades crearon civilización a través de la ciudad, utilizaron este ámbito para dar forma a un paisaje urbano cargado de connotaciones y elementos significativos, muchos de los cuales, pasado el tiempo se perderían porque los elementos que entonces fueron significativos más tarde dejarían de serlo y, por lo tanto, serían objeto de un diferente nivel de apreciación de la realidad circundante. Aunque los perfiles de definición del paisaje urbano de la Sevilla almohade fueron puestos en valor por geógrafos y viajeros en el XVIII y XIX, llegando al máximo de su apreciación como ejemplos de urbanismo y monumentalismo árabe medieval.
»En otro orden de cosas Ibn Sâhib al-Salà, en un discurso construido absolutamente dentro de los cánones de una crónica cortesana, persigue perfilar los rasgos del gobernante perfecto en la figura del soberano al que también retrata como hombre piadoso al extremo, ejemplo digno de admiración. El segundo califa almohade, que se estableció en Sevilla desde 1155 se convirtió en ella en “hombre cultísimo”, en palabras de María Jesús Viguera, el más interesado por la cultura de todos los califas almohades, al que se atribuye la construcción de una biblioteca similar a la de Al-Hakam II y cuyo nombre permanece ligado al de Averroes, protagonista de “retratos excelentes en lo físico y en lo moral”, aparece en nuestro texto como modelo que hace recordar a los bien definidos ulemas de Al-Andalus.
»El historiador ofrece el catálogo de las actuaciones previstas por el califa durante el año 1171-1172 y de forma organizada enumera decisiones políticas, militares y constructivas que va desarrollando en un proceso de ida y vuelta a lo largo del texto. El cronista hace especial hincapié en la generosidad de su soberano y en los beneficios otorgados a un tiempo a ciudadanos y Estado, cosa que se ejemplifica en la construcción del primer puente sobre el Guadalquivir, que proporcionaba fluidez al ejército y comodidad a los ciudadanos. Con ello subraya de forma sublime el contraste entre las intervenciones urbanas llevadas a cabo por la dinastía precedente, la almorávide, con respecto a la cual deseaban los almohades establecer una amplia distancia y un papel preponderante. La construcción de este primer puente que habría de unir las dos orillas del río, daba expansión a la ciudad y unía sus márgenes ampliando un territorio que ahora salvaba el límite natural marcado por el cauce fluvial, a esto se unía el hecho de que con presupuesto estatal se regalaba a la ciudad una vía de conexión sin que supusiera un esfuerzo impositivo para sus habitantes. Con este gesto, subrayado por el autor, se enaltece una vez más la figura del califa, se magnifica su acción social y se marca la diferencia con respecto a la ya destruida dinastía precedente.
»Al hecho excepcional de construir el primer puente sobre el río de Sevilla como innovadora obra de orden público, añade el autor el servicio que suponía para los ciudadanos que habitaban a uno y otro lado del cauce, el que hasta hacía poco habrían de cruzar con la intervención de barqueros que, a cambio de un pequeño estipendio, transportaban de una orilla a otra a militares y gente de la ciudad, víveres o mercancías. Este puente de nueva construcción sin duda significó un gran avance para agilizar el trasiego militar que marchaba a través del Aljarafe hacia la zona occidental de la Península. Pero el cronista insiste en que la obra de acondicionamiento de una nueva Išbilīya, capital desde 1172, favoreció sobremanera a los habitantes de la ciudad porque además cruzaban sin necesidad de pagar tasa o impuesto alguno. Disposición que es signo de progreso indiscutible en una sociedad tributaria como esta lo que convertía el hecho en motivo de éxito con grandes consecuencias populares. Actitud intencionada, positiva, que cualificaba el espacio en el que se actuaba confiriéndole sentido de orden, que marcaba además la gran distancia que separaba a los almohades de cualquier otra dinastía anterior. Y por tratarse de una intervención urbana de importantes consecuencias, el cronista adorna la inauguración de la pasarela con gran solemnidad subrayando “el redoble de tambores y [...] también la presencia de regimientos y soldados, así como el despliegue de banderas y estandartes”. No pasa desapercibido el escenario que describe nuestro autor poniendo de relieve distintos signos de “aparato” o “emblemas de realeza”, como los define Ibn Jaldún. Según afirman los cronistas de esta etapa, el máximo grado de ostentación y fastuosidad se alcanzaría en la segunda mitad del siglo XII durante los califatos del segundo y el tercer califa almohade, quienes pusieron en funcionamiento una fastuosidad digna de grandes soberanos a los que acompañaban tambores y estandartes en momentos señalados; signos de boato que contrastan, sin duda, con la austeridad promulgada por el fundador de la dinastía. De la misma forma nuestro cronista enfatiza la recepción del hermano del califa, Abû Hafs, que se realizó “con grandiosa aparatosidad y gran dicha, y a continuación hicieron una solemne entrada en la ciudad”. En este sentido, no es posible obviar el relato de Ibn ‘Idârî en el Bayân, tal como señala R. Castrillo, donde se detallan las procesiones que acompañaban a Abû Ya‘qûb en sus desplazamientos realizados en “cabalgadas lentas y reposadas con estandartes blancos y banderas de colores” que lo antecedían, así como el transporte de importantes Coranes cubiertos de baldaquín rojo, alguno de los cuales mostraba incrustaciones de piedras preciosas, también lo acompañaban sus hijos con sus hermanos los sayyides que iban también detrás de él [...].
»Desde entonces la huella que este puente dejó en la ciudad sigue viva a pesar de las intervenciones sucesivas, de mayor o menor envergadura, que han cambiado el aspecto de la pasarela sobre el río, la cual dotó y sigue dotando a la ciudad de una particular fisonomía absolutamente cristalizada.
»En efecto, Abū Yāqūb se servía de todos los medios a su alcance para propagar y cuidar imagen e ideología. Es este un soberano que nos recuerda a los califas omeyas o a los régulos de la etapa taifa más que al fundador de la dinastía incluso, como leemos en el texto seleccionado “los supera”, que rápidamente congenió con el espíritu andalusí dejando atrás el aire de sus antepasados. De ahí que se esmere en configurar la urbe que habría de ostentar el estatus de sede o capital del Estado a este lado del Estrecho. En ella habrían de residir los más altos dirigentes dinásticos de manera que, aparte de configurar un modelo urbano que atendiese a las necesidades institucionales y civiles de una medina, habría de erigirse en el contexto andalusí como urbe dotada de monumentalidad, a modo de ciudad escaparate, excepcional por su singularidad dando una imagen culturalmente ordenada de la realidad. También la construyó como escenario privilegiado en el que desarrollar una puesta en escena que no habría de circunscribirse al ámbito palatino o al concepto de ciudad-palacio como fue el caso de Medina Azahara. A Sevilla llegarían numerosos diplomáticos y embajadas que distribuirían sus gestiones entre esta ciudad y Marraquech, ciudades que habrían de poner en funcionamiento similares signos de solemnidad y boato. Numerosos Secretarios atendían las necesidades administrativas y las gestiones de gobierno como parte de un complejo sistema jerárquico de cargos especializados en los asuntos del Estado.
»Ibn Ṣāḥīb al-Ṣalàt, uno de dichos Secretarios, buen ejemplo de la intelectualidad formada en el seno de la ideología almohade, fue un activo y complaciente defensor de las estructuras del Alto Poder. Así lo demuestra el tono encomiástico en las referencias directas al califa y a su hermano el sayyid Abū Ḥafṣ, ejes esenciales de la política almohade en esta etapa floreciente. Es sabido que Abū Ya‘qūb sentía especial predilección por esta ciudad, seguramente por haber residido en ella durante años como gobernador, así que en el momento de la mayor efusión de la dinastía coincidiendo también con una coyuntura favorable en la natural evolución de su ideología política, se decidió a transformarla ascendiéndola en su categoría, como se dijo, de medina a capital y la hizo crecer sobremanera con respecto a sus límites precedentes al tiempo que ordenaba levantar edificaciones que la ennoblecieran convirtiéndola en modelo de excepción. En ella lo urbano, la naturaleza circundante y el paisaje, entendido como apreciación consciente del entorno, se convirtieron en la expresión más visible del patrimonio cultural y de identidad del momento. Y, conscientes o no, los representantes de esta emprendedora dinastía, llevaron a cabo con todas sus consecuencias la transformación de un espacio que preexistía, otorgando nuevos significados y valores al lugar que habitaron. Nuestro cronista conocedor del poder de persuasión de sus palabras dejó claro que no bastaba con lo objetivo de la información porque la descripción de un territorio, una ciudad o un jardín, la construcción del paisaje, urbano o rural, habría de reunir inevitablemente características subjetivas que, en nuestro caso se subrayan con fines meditados. Bien es verdad que bajo el aspecto servil de las palabras del autor afloran sentimientos sinceros de admiración y orgullo.
»El ímpetu constructivo de Abū Ya‘qūb es uno de los asuntos reseñables en este texto porque, de hecho, la magnificencia de su poder encontró un medio de expresión a través de sus numerosas edificaciones. En el sector de las obras públicas, aunque no descrito por Ibn Ṣāḥīb al-Ṣalàt, se puso en marcha un nuevo lenguaje defensivo que proponía un sistema de seguridad sin igual, que hacía frente a las tácticas militares del momento con dobles cercas y desarrollos en profundidad, corachas y torres albarranas, como la Torre del Oro, poderosas torres poligonales que dibujarían un paisaje urbano completamente nuevo en la antigua Išbilīya. Es ahora con la construcción del puente que se menciona en nuestro texto, asentado sobre barcas como se deduce por los avances de ingeniería de la época, cuando se culmina el espacio portuario de una ciudad que habría de potenciar la navegabilidad de un río que unía las dos secciones de un imperio, de la misma forma que se ponían en marcha las segundas activas atarazanas estatales que servían ahora a las necesidades de una potente flota. Este puente habría de potenciar igualmente la relación de la ciudad con el agro por el oeste habida cuenta de la importancia de huertos y campos de cultivo, olivares y viñedos que, como señalan con insistencia los geógrafos andalusíes y orientales de la Edad Media, se extendían a lo largo del Aljarafe cubriendo grandes extensiones ininterrumpidas hasta el territorio de la cora de Niebla. La construcción del primer puente sobre el Guadalquivir colaboró también en el diseño del paisaje urbano de la ciudad por el oeste, zona en la que se establecería también una trascendente actividad naval y humana. De hecho, las antiguas atarazanas se transformaron en otras más potentes que servían al Estado con fines militares y comerciales, para transporte civil y mercancías, así como para el servicio de correos entre otros. En ellas se llevarían a cabo procesos de construcción y reparación de embarcaciones, así como alquiler de navíos entre otras actividades. En este puerto actuarían una nutrida escuadra naviera, una importante flota mercante más otros tantos barcos destinados a participar en las faenas propias del puerto. El continuo ir y venir de numerosos comerciantes procedentes de los más importantes puertos de Al-Andalus, norteafricanos o de Oriente y la significativa actividad comercial de Al-Andalus con otras potencias del Mediterráneo, en especial con Italia, antes de que se perdiera frente a la competencia cristiana, aseguraba una intensa actividad al puerto sevillano. Evidentemente, el trasiego de una a otra capital del Imperio, confería protagonismo al río navegable que además de asegurar una rápida salida al mar permitía una mayor capacidad de protección para la nueva capital. Circunstancias que sin duda participaron en la elección de esta urbe como sede en Al-Andalus. La construcción de la torre albarrana —Torre del Oro—, como baluarte defensivo desde el río, cerraría el conjunto y convertiría el escenario portuario de la ciudad en una excepción en la época.
»Nuestro texto destaca las potencialidades de los espacios rurales y periurbanos de Sevilla: al oeste el Aljarafe, espacio significado por su máxima potencialidad agrícola, y al este un territorio de prados, vergeles y huertos que se sucedían en una zona pantanosa en proceso de desecación entre fuentes de agua, pozos, estanques, acueductos y canalizaciones, construidos unos por civilizaciones precedentes, elevados otros por la dinastía en el poder. En esta zona, la que después se denominó “Huerta del Rey”, se construyeron los palacios que en torno a un hermoso estanque o alberca dio nombre al conjunto, la Buḥayra, como almunia o palacio de recreo en el mismo espacio en que, como se vio más arriba, se localizaron unas construcciones lúdicas ajardinadas en época de al-Mu‘tamid. Importantes consideraciones se infieren del hecho de la construcción de esta singular almunia a las afueras de la ciudad, documento que muestra una vez más el interés de los cronistas por abundar en el esfuerzo constructivo de los almohades en Al-Andalus. Y significativa es la denominación “Huerta del Rey” con la que se la denominó pasado el tiempo, cosa que la asimila al concepto de propiedad real que siempre significó.
»Esta, al igual que otras construcciones similares edificadas por los soberanos almohades y precedentes, responde al modelo de finca palatina que combinaba el interés lúdico con el productivo, que por lo general se construyó con fondos estatales y pertenecía al patrimonio particular del soberano (mustajlas). Si bien es verdad que este tipo de almunias o casas de recreo, no siempre respondieron a espacios de connotaciones palatinas, de hecho, leemos en las fuentes que se levantaron construcciones similares como parte del patrimonio de familias aristocráticas. Por lo general dichas fincas estaban asociadas a jardines o vergeles en los que se cultivaban plantas de todo tipo donde, como se indica en nuestro texto referido a la Buhayra, se plantaban los más variados árboles frutales y especies exóticas, valorados unos y otras por su belleza y dulzura, como las traídas de Guadix o Granada hasta Sevilla, así como otros tipos de árboles de altas posibilidades productivas, como los olivos transportados desde el Aljarafe. Hay que subrayar también que se trataba de espacios de regadío en los que, aparte de constituirse un particular escenario palatino, se experimentaba con nuevos sistemas de plantíos e injertos y todo ello llevaba asociado el desarrollo de tecnologías hidráulicas que en Al-Andalus lograron importantes avances. La traída de agua desde Alcalá de Guadaíra a través de la reconstrucción de un acueducto romano restaurado cuyo trazado se amplificó hasta llegar al interior de la ciudad, no sin antes pasar por la mencionada finca, facilitaba las necesidades de regadío que el lugar precisaba. No olvidemos que la gestión, el control y la traída del agua también colaboraron en la descripción del poder.
»Es sabido que Sevilla fue la ciudad más favorecida por la política edilicia almohade, de manera que “a finales del siglo XII y comienzos del XIII, Sevilla parecía una ciudad para ser sede de residencias palatinas”, y en este contexto, en 1171 el califa Abu Ya‘qûb ordenó la construcción del mencionado “complejo residencial” habiendo expropiado a los dueños de aquellos terrenos no sin haberlos compensado económicamente. En el texto traducido se detallan los acontecimientos relacionados con la fase previa a la construcción de esta almunia que sin duda pertenecía al patrimonio privado (mustajlas) del soberano, como afirma E. Molina.
»En otras ciudades de Al-Andalus debieron construirse complejos similares que, aparte de responder a las funciones ya comentadas, expresaban con suficiente elocuencia el interés productivo y lúdico, así como la magnificencia del Alto Poder. El califa almohade al-Mansûr, cuando desempeñaba el cargo de sayyid en la ciudad de Málaga, ordenó la construcción de un alcázar o almunia a las afueras de la ciudad, en zona de huertas junto al río Guadalmedina. Al parecer su esplendidez se mantuvo hasta al menos principios del siglo XV pues allí se alojaron algunos de los sultanes nazaríes. A finales de dicho siglo se le conocía, al igual que ocurrió con el caso sevillano, como “Huerta del Rey”, lo que vuelve a indicar que “se trataba de una propiedad real, primero de los almohades, y después de los nazaríes, integrantes por fincas colindantes como en la que fue enterrado Muhammad IV, el alcázar y su huerta, así como varias propiedades anejas [...].
»Una vez más cabe insistir en la importancia de la consideración de la ciudad como escenario. Es sabido que el paisaje es el espacio del acontecer humano, donde el hombre se encuentra a sí mismo, y es igualmente espejo cuantitativo, cualitativo y estético de la Historia. En las palabras de nuestro cronista reconocemos una cultura y una sociedad nuevas que hacen suyo el espacio y juntas expresan en él nuevas identidades, porque en este paisaje urbano se hace posible la teatralización de ciertos ideales que tienen como intérpretes a personajes importantes, con rostro, con presencia real, en la cúspide de la pirámide que domina en jerarquía a otros tantos personajes integrados en los distintos grupos sociales que daban vida al lugar. Y aunque no se incluye en nuestro texto, cabe recordar que es ahora, en esta etapa, cuando se comienza la construcción de una de las mayores mezquitas de Al-Andalus, que habría de culminar en tiempos del tercer califa almohade Abū Yūsuf Ya‘qūb, cuya torre mencionarán cronistas, geógrafos y viajeros a través del tiempo, torre que en su singularidad manifiesta un discurso propio en la particular expresión decorativa de sus cuatro caras, como ha puesto de manifiesto el profesor JC. Rodríguez Estévez. Esta torre actuó no sólo como alminar cuya finalidad fue algo más que la convocatoria ritual a la oración, actuó como faro iluminador en el imponente espolón urbano de esta ciudad y se convirtió en el alminar probablemente más emblemático de todo el país, que además cerraba el triángulo simbólico que conformaba junto a otras dos torres almohades de fisonomías paralelas, la Kutubīya de Marrakech y la torre Ḥasan de Rabat. Este alminar, como es sabido, se convirtió en reclamo entonces y fue asimismo acicate para los viajeros del XVIII y XIX; hoy es emblema representativo de la ciudad, uno de sus mayores atractivos turísticos. Muchas otras referencias arquitectónicas se describen en nuestra obra, pero, como se advirtió al principio, serán objeto de traducción, estudio y análisis en trabajos venideros».
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