La Nación | Buenos Aires | ARGENTINA
«Con las palabras pueden pasar cosas extrañas. A veces es como si vinieran a decirnos algo... Por eso leer no es solamente leer. Es la posibilidad de entrar en contacto con la belleza del saber. No me refiero al conocimiento, al saber enciclopédico, sino al saber súbito, íntimo, el que produce la lectura. Un empalme de la lengua con el mundo, como si por un momento, el de la lectura, comprendiéramos la razón de la existencia. Y gozáramos en el entendimiento. La belleza del saber, es su formulación precisa. Como escribió Robert Musil: “El estilo es para mí la exacta articulación de una idea”.
»Estas revelaciones no pasan todos los días, y menos con todos los libros. Es un encuentro preciso con la palabra dada. Dada por el que la encontró, un escritor, a quien la busca, un lector. Como escribe Roland Barthes, en su libro El susurro del lenguaje: “¿Nunca les ha sucedido, leyendo un libro, de detenerse a lo largo de la lectura, y no por desinterés, sino al contrario, a causa de una gran afluencia de ideas, de excitaciones, de asociaciones? En una palabra, ¿no les ha sucedido nunca eso de leer levantando la cabeza?”. ¡Esta misma pregunta hace levantar la cabeza! Y es lo que ocurre muchas veces con la lectura de la obra de Roland Barthes, tan gozosa (“El placer del texto”), subjetiva y literaria (“Fragmentos del discurso amoroso”), actual y reminiscente (“Mitologías”), prescriptiva y liberada (“Crítica y verdad”, “Ensayos críticos”), polisémica (“La retórica de la imagen”), biográfica y analítica (“Barthes por Barthes”), fashion (“El sistema de la moda”), nocturna y ficcional (“Incidentes”), teórica y poética (“El grado cero de la escritura”, “Lo obvio y lo obtuso”), visionaria (“La cámara lúcida”), significativa (“Elementos de semiología”) etcétera... Al leerlo, es casi inevitable que se produzca una tensión en el cuello o una ligera tortícolis. Cualquier página —al azar de su escritura rebelde y precisa— nos provoca ganas de pensar, y cómo dice el propio Barthes, nos hace levantar la mirada como si realmente allí se abriera el cielo semántico y se revelara algún sentido. No se trata de una explicación o algo argumentativo. Es un encuentro justo, un calce de la lengua. Como el zapatito de Cenicienta. Esto no ocurre necesariamente con las imágenes, no es una excitación palpable —por decirlo de algún modo...—, es la chispa del deseo, las ganas de vivir.
»Barthes escribe en El placer del texto: “El texto que usted escribe debe probarme que me desea. Esa prueba existe: es la escritura. La escritura es esto: la ciencia de los goces del lenguaje, su kamasutra.”
»A pesar de lo que se dice con respecto al imperio de la imagen, con Barthes ingresamos en el siglo XXI leyéndolo todo -inclusive la imagen: una propaganda de fideos Panzani, el rostro de Greta Garbo, el cerebro de Einstein, un afiche en la calle, la Guía azul, la cocina ornamental, la gramática africana, los brillos del charol, cuerpos renacentistas, slogans de campañas, géneros y discursos, y también... libros.
»Barthes crea una escritura que mira y que nos hace ver. Atraviesa los discursos, navega por la autobiografía, en fin, es un autor/artista que renueva la belleza del pensar y el ejercicio de la crítica para restaurar la convivencia.
»Este año se festeja el centenario de su nacimiento. En Francia hay conferencias, exposiciones, películas, debates. Ningún homenaje se equipara a leerlo, una forma de acudir a la cita amorosa del lenguaje. Se lo digo en serio. Palabra de amor.»
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