Alberto Giordano
«El discurso sobre el ensayo en la cultura argentina desde mediados de los 80»
452ºF, n.º 14 (2016)
452ºF. Revista de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada | Universitat de Barcelona: Facultat de Filología (@UniBarcelona, @FilComUB) & Asociación Cultural 452ºF (@452FJournal) | Barcelona | ESPAÑA
Extracto de páginas 180-181 y 182 del artículo en PDF
«Desde mediados de los ’80, un acontecimiento se repite en los márgenes de la cultura que legitima el vínculo reproductivo entre investigación y escritura, un acontecimiento que todavía traza líneas de fuga en el interior de la clausura académica, y resiste la voluntad de homogenización, porque encarna las potencias disuasorias del escepticismo metódico. Nos referimos al discurso sobre el ensayo, una serie de proposiciones y gestos enunciativos que articulan estratégicamente el elogio con la polémica en la afirmación de que el supuesto género menor no es otra cosa que “la forma crítica par excellence“ (Adorno, 1962: 30), la única forma capaz de procesar la experiencia del saber según su propia lógica, que no es la de la reproducción enriquecedora (en el sentido en que se habla de enriquecer el “estado de la cuestión” sobre un tema) ni la de la obtención de resultados ciertos y comunicables. El discurso sobre el ensayo es un modo retórico por el que algunos profesores universitarios que escriben manifiestan su deseo, íntimo y político (cuando se trata del ensayo siempre convergen los dos registros [NOTA 4]), de arriesgarse a no encontrar algo inmediatamente valioso para la comunidad de los especialistas con tal de potenciar los propios intereses y las propias facultades, sometiéndolos a la prueba de lo incierto.
»Todos los que coincidimos en afirmar la heterogeneidad constitutiva del ensayo y la imposibilidad de definirlo a través de generalizaciones disponemos de una caracterización pulida por el uso constante (es el tributo que la ocurrencia paga a la enseñanza): el ensayo sería una tentativa de articular, a través de la experimentación con formas argumentativas, la particularidad —en el límite, intransferible— de las experiencias lectoras con la generalidad conceptual de los saberes interpelados por la narración de esa experiencia. Si la tentativa fracasa, el ensayista, que “no dice lo que ya sabe sino que hace (muestra) lo que va sabiendo, [y] sobre todo indica lo que todavía no sabe” (Sarlo, 2001: 16), igual triunfa porque, más valiosa que la articulación improbable de experiencia y conceptos que reclaman ciertas lecturas ocasionales, es la imagen que su escritura vuelve a perfilar del saber como búsqueda y no como apropiación de resultados, de la lectura como ejercicio irrepetible.
»El discurso sobre el ensayo es la forma en que se manifiestan los interés críticos de un conjunto heterodoxo de especialistas (ninguno de ellos aceptaría que se lo distinga de este modo, aunque es así como los reconoce la comunidad a la que pertenecen) empeñados en la transmisión problematizadora de saberes sobre las humanidades y las ciencias sociales en contextos universitarios. No concierne directamente a los modos del ensayo de los escritores, aunque encuentre en ellos una reserva generosa de motivos y procedimientos, porque son otras las constricciones institucionales que interroga y desplaza. Incluso en el caso de escritores con formación universitaria, como César Aira o Sergio Chejfec, dos virtuosos de la imaginación razonada, la ausencia de pactos con los protocolos de la enseñanza y la investigación condiciona de otra manera el sentido y los alcances de las búsquedas argumentativas [NOTA 5]. El ethos del recurso al ensayo se corresponde con un estilo de vida académica, inconforme y disidente, que expresa la necesidad de desbordar las clausuras disciplinarias, y su multiplicación interdisciplinar, para restituirle al vínculo entre escritura e investigación la potencia heurística que debilitan o inhiben los imperativos metodológicos.
»De Montaigne a Adorno, del inventor del género a su teórico más brillante, el elogio del ensayo se enuncia contra las arrogancias del conocimiento pretendidamente totalizador, sistemático y objetivo. El talento para abrir las cosas a través de interpretaciones ocasionales y fragmentarias, sin pretender tratarlas exhaustivamente ni fijarlas a un sentido que trascienda —y borre— sus particularidades, fue la respuesta impertinente y afortunada del escepticismo a la voz de orden de la escolástica, en el Renacimiento tardío, y del positivismo, a partir del siglo pasado.
»[...]
»El elogio y la polémica se articulan en el discurso sobre el ensayo a partir de un diagnóstico que observa la crisis, el decaimiento o la decadencia de la tradición ensayística nacional desde mediados de los ’60, cuando “la teoría”, como práctica capaz de explicar el sentido de todas las prácticas, habría impuesto las supersticiones de la especificidad y la especialización, como condiciones del conocimiento verdadero, en el campo de las humanidades y las ciencias sociales. Mentar la irrupción triunfal del “estructuralismo”, esa ideología epistemológica que renovó la alianza del positivismo con la metafísica [NOTA 6], es un expediente simplificador, pero acertado, para identificar las potencias reductoras que habrían inhibido la aparición de un Barthes o un Benjamin vernáculos (no es seguro, aclara Sarlo [1984: 8] —autora de la ocurrencia—, que sin la crisis del ensayismo esas figuras deseables “hubieran florecido”, pero quedaron metodológica y teóricamente obstruidas).
[NOTAS]
»[NOTA 4] “Político” en el sentido de que concierne a los intereses de la polis, cualquiera sea el tema abordado.
»[NOTA 5] Desde hace años, en los cursos sobre retóricas y políticas del ensayo, trabajamos con la diferencia entre “ensayo de los escritores” y lo “ensayístico en la crítica académica”, para resistir la voluntad de homogenización y totalización de la emergente cultura del ensayo. Se trata de una distinción operativa, que no aspira a establecer un ordenamiento según criterios tipológicos, sino a volver sensible la diferencia de fuerzas entre búsquedas que convergen, por ejemplo, la diferencia entre la “ética del lector inocente” que entredicen los ensayos borgeanos y los valores que moviliza la experiencia de lo “novelesco de la crítica” en Las letras de Borges de Sylvia Molloy (ver Giordano, 2005: 53-67 y 267-276, respectivamente).
»[NOTA 6] El estructuralismo comenzó, en Francia y en Argentina, como una crítica inteligente del reduccionismo historicista, pero ese momento fuerte se eclipsó demasiado rápido, entre otras razones, por lo permeable que resultó a la apropiación académica.
»Referencias
»ADORNO, T. W. (1962): «El ensayo como forma». En Notas de literatura, trad.: Manuel Sacristán. Barcelona: Ariel, pp. 11-36.
»SARLO, B. (1984): «La crítica: entre la literatura y el público». Espacios de crítica y producción, n.º 1, pp. 6-11.
»SARLO, B. (2001): «Del otro lado del horizonte». En Boletín/9; pp. 16-31.»
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