Las palabras pierden su fuerza en una comunidad mundial en su mayor parte divertida, temerosa y distraída, ávida de chupetes electrónicos.
(Ilustración de Keith Haring)
«Un señor le reprochó a un escritor el hecho de que muchas palabras de sus notas en el periódico no las entendía: “Se ve que usás mucho el diccionario”. El escritor sonrió pero nada dijo. Pensó que el señor ignoraba que el lenguaje de un escritor abunda en vocablos que aquél desconocía, pues con seguridad se manejaba en la vida con doce o quince palabras. Así se daba a entender; no necesitaba más que confinar el lenguaje al cerco de lo cotidiano y a la inmediatez de sus necesidades. En este aspecto no tenía inconvenientes, pero sospecho que Nietzsche lo hubiera considerado miembro de la sociedad de rebaño, bien que limitando el lenguaje se acota el conocimiento. Para bien o para mal existen nociones y conceptos que no pueden ser expresados utilizando vocablos elementales.
»Las razones por las que deambulamos en el seno indiferenciado de una comunidad mundial en su mayor parte divertida, temerosa y distraída, ávida de chupetes electrónicos, son variadas e históricamente detectables. Las respuestas falsas pero conciliatorias con que nos conducimos diariamente, al comienzo provocan cierta tensión. Sin embargo, paulatinamente, al abrigo de la costumbre, “la mentira se convierte en orden mundial y las palabras la sostienen con un alto nivel de efectividad”.
»Sostenía Saussure que antes de la palabra nada puede existir y, aunque exista, es como si no existiera, porque es imposible vislumbrar lo no nombrado. De acuerdo. De manera que, conceptuando a martillazos, podríamos aventurar que el ser humano realiza malabarismos no sólo con el nombre de las cosas sino con los matices. Por ejemplo: la parquedad a veces acentúa el drama o la tragedia. Un “vete” dicho a media voz suele tener más fuerza que un alarido.
»Por otra parte, también es cierto que la gesticulación (que nace con el hombre primitivo) comunica a menudo más claramente que las palabras. A una pregunta mía, Sábato responde que, en su mayor parte, lo que se siente es inexpresable mediante palabras, y que éstas son lo más imperfecto, lo más tosco, lo menos satisfactorio. Es lo que piensa Michaux. Así las propuestas, dejo el examen de este asunto para otra ocasión.
»Lo que ahora me interesa, debatiéndome en este laberinto grosero de la llamada posmodernidad, es el atropello (me abstengo de decir asesinato), el olvido y la tergiversación de la palabra, aparte de ese fenómeno que consiste en conocer el nombre de la cosa e ignorar totalmente lo que la cosa es. Algo sumamente jocoso, por cierto, y al mismo tiempo tenebroso, ya que nada es tan mendaz como hablar sin saber, como tanteando en la oscuridad, lo que provoca no sólo equívocos sino una visión del mundo tan subjetiva y mezquina que todo lo que considerábamos valores humanistas queda patas para arriba. Y así navegamos.
»Un ensayista, cuyo nombre en este momento se me escapa, afirmaba que tener una idea del mundo es cosa fácil, todo el mundo la tiene, generalmente una idea circunscrita a su aldea, ceñida al terruño, a las cosas tangibles y mediocres que cada uno tiene frente a los ojos, y esa idea del mundo, pobre, limitada, llena de mugre familiar, suele pervivir y adquirir, con el paso del tiempo, autoridad y elocuencia. Se me preguntará qué tiene que ver esto con la palabra. Respondo que la palabra define la idea, la circunscribe, la revela, y que una flaca concepción del mundo puede expandirse disfrazada de verdad.
»Tal parece que, en el ámbito mental, vivimos, hablando en general, en el seno de una domesticada sociedad de retóricas huecas, alienada y complacida, donde las palabras, en realidad, se utilizan para acomodar, justificar y otorgar cierto brillo de artificio al estilo de vida que arrastramos, compelida, quizás, por el miedo y el aburrimiento. Tanta distracción, tanta velocidad y ansias de fuga, no liquidan ni el miedo ni el aburrimiento (hastío). Más bien los potencian. Ya se han enumerado hasta el cansancio las posibles causas por las cuales nuestra civilización ha llegado a la encantadora situación en que se encuentra. No es cuestión de mencionarlas a cada rato. Lo importante es que, afortunadamente, se advierten en todo el planeta, movimientos de rebelión y esclarecimiento contra todo lo que se da por cierto en esta época de fraude, huérfana de humanismo e indiferente en relación a las tumbas donde yacen ciertos principios enmudecidos.
»No le falta razón a Vargas Llosa cuando afirma que por impacto de los medios, la cultura es diversión y lo que no es diversión no es cultura. El único valor existente ahora es el que fija el mercado. Continuaré más adelante debatiéndome con lo concerniente a las palabras. Termino por ahora recordando unas muy conocidas que pertenecen a Albert Einstein: “Sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Pero de lo primero no estoy seguro”.»
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