febrero 14, 2017

«Jorge Roa y la Librería Nueva: antecedentes y aspectos esenciales sobre el editor colombiano a finales del siglo XIX»



Miguel Ángel Pineda Cupa
«Jorge Roa y la Librería Nueva: antecedentes y aspectos esenciales sobre el editor colombiano a finales del siglo XIX»

Lingüística y Literatura, n.º 71, enero-julio de 2017

Lingüística y Literatura | Universidad de Antioquia | Departamento de Lingüística y Literatura | Medellín | COLOMBIA


Extracto de apartados en páginas 110-111 y 126-128 de la publicación en PDF. Véanse las referencias en la publicación original del texto.




«Introducción

»Para pensar en un primer acercamiento hacia una historia de las publicaciones (que además implica ver otros procesos históricos subyacentes como la historia de la edición y la historia de la lectura) es importante anotar que todo proceso edi-torial cuenta con círculos de producción, materiales y agentes culturales que buscan contribuir, en sus determinados contextos, a lo que Pierre Bourdieu llama ‘campo de producción cultural’ (Bourdieu, 1995). Sin todavía entenderlo (al menos en el ámbito local), hoy los estudios editoriales tienen a su favor una base conceptual y metodológica para empezar a considerar su aspecto histórico y la consolidación de sus investigaciones: lo comúnmente conocido como ‘cadena de valor’, o lo que Robert Darnton (2006) señaló particularmente como el ‘circuito de comunicación’ del libro.

»Indudablemente estos modelos de producción y circulación de libros pro-porcionan insumos necesarios para comprender el profundo rastro que ha dejado la historia intelectual y cultural nacional, y con esto es posible identificar cómo históricamente se han hecho libros en Colombia. El desafío hoy es ver la historia de las publicaciones, de la edición y de la lectura como procesos temporales dentro de un ciclo dividido por actores, decisiones y acontecimientos que requieren una mirada histórico-interpretativa de cada una de las fases de ese acto en el que “un texto se vuelve objeto y encuentra lectores”, es decir, editar (Chartier, 1999, p. 59).

»Sin lugar a dudas la historia de las publicaciones y del libro en Colombia es un asunto por resolver que permitiría definir y complementar dos principales asuntos igualmente pendientes: por un lado, sería posible entender los tipos de publicaciones (y sus características) que predominaban y circulaban en las diferentes épocas que han marcado la construcción de este país (es decir, comprender una serie de intenciones, demandas y procesos de elaboración en torno a la creación de empresas editoriales y sus productos); por otro, asimilar los más profundos asentamientos de la vida intelectual nacional a partir de lo que se publicaba, se leía y se discutía en los diversos periodos y grupos sociales que han vivido en esta nación a lo largo de los años. En los impresos como objetos y en los sujetos que los idean y los fabrican está la clave de la dinamización de discursos, prácticas, tradiciones y paradigmas de una buena parte de la vida letrada colombiana que aún no ha sido contada.

»En medio de disputas, de la defensa del territorio y de idearios políticos des-encadenados durante el siglo XIX fue necesario el establecimiento de empresas ideológicas, como los periódicos, que buscaron durante todo el siglo resaltar los acontecimientos recientes y antiguos de una nación que pedía a gritos encaminar una unificación nacional. Sin embargo, no solo fue necesario plasmar el relato noticioso de luchas bipartidistas o encuentros políticos para las reformas constitucionales acordadas entre las clases dirigentes más poderosas del país, sino también los periódicos incluyeron relatos literarios, poesías y novelas por entregas que ayudaron a intensificar las relaciones del lector con su mundo social y cultural.

»Es quizás allí, en la elección semanal o diaria de memorias, relatos y poemas, en donde los redactores de periódicos inauguran medios para ejercer su criterio de presentación, selección y opinión, con lo que constituirían, a partir de las columnas editoriales y los comentarios en torno a las vicisitudes de publicación de textos, los primeros desarrollos del ejercicio editorial en Colombia. Este artículo intenta, a rasgos generales, caracterizar al editor de textos literarios en Colombia a finales del siglo XIX, que parece consolidarse a finales de los noventa con un caso especial: el ministro, poeta, traductor, orador, gramático y editor vallecaucano Jorge Roa (1858-1927). Con la fundación de una propia colección editorial, la Biblioteca Popular, y un establecimiento comercial y cultural como la Librería Nueva entre 1891 y 1893, Jorge Roa fue uno de los primeros editores colombianos que se dio a la tarea de pensar un prototipo de negocio editorial que se caracterizó por la indagación y reelaboración de discursos, autores y obras del pasado independentista, muchos de ellos inéditos, olvidados y poco o nada conocidos por los círculos letrados de ese entonces.

»La Biblioteca Popular estuvo compuesta por 25 tomos y cerca de 250 títulos publicados semanalmente desde 1893 hasta 1910. Fue característico de esta colección el uso amplio y adecuado de formas tipográficas, grabados en sus portadas y colores; a su vez se atribuyó y se presentó a sí mismo como editor en cada una de las portadas de los volúmenes de la colección, pero aun así contó con un grupo de colaboradores entre traductores y prologuistas como José Asunción Silva y Rafael Pombo, quienes colaboraban con la preparación de las obras publicadas para el proceso de traducción y redacción de noticias biográficas y literarias: prólogos que presentaban y sugerían la lectura de las obras.


»[…]


»Las librerías en Bogotá a finales del siglo XIX: escenarios para el ejercicio editorial

»Para finalizar este artículo, es necesario recordar que a finales del siglo XIX Bogotá iba perfilándose como una ciudad que fue poco a poco adquiriendo gustos burgueses gracias a la importación de mercancías europeas como vestidos, joyas y adornos para el hogar de excelsa calidad que podían ser adquiridos en locales comerciales que iban a transformar la imagen conceptual moderna de la ciudad. En esos cambios se insertaron las librerías, las cuales aparte de ofrecer amplios catálogos de libros nacionales y extranjeros editados bajo el mismo patrocinio de estas librerías, vendían productos comerciales para el uso personal y del hogar, como una estrategia para sustentar diariamente el negocio.

»En ese sentido, las librerías cumplieron su papel de constituir lugares o refe-rentes de lo letrado en donde también convivía el mercado. Por tanto, las librerías aparte de ser por excelencia la representación de aquello que Ángel Rama (2004) llamó ‘el orden de los signos’, es decir lo letrado, también fueron los impulsadores de unas exigencias y apetencias europeas. Como lector y fiel cercano amigo a Jorge Roa, el escritor Laureano García Ortiz contó que en el mes de diciembre de 1893 leyó el libro del escritor y educador francés Jules Payot L’éducation de la volonté y que gracias a la relación editorial y comercial que sostuvo Roa con el editor francés de esta obra, Félix Alcan (1841-1925), este libro pudo llegar primero al mercado bogotano a finales de 1893 y en París solo se vendió o se conoció en enero de 1894.

»Este detalle es fundamental pues no solo hace referencia a los contactos, arreglos y negocios que establece el editor-librero colombiano con homólogos extranjeros, sino que a su vez Roa quiso incorporar la novedad y lo inédito en su librería y en el mercado competente que le exigía dichas especialidades. Otra de las relaciones editoriales que parece haber tenido Jorge Roa fue con Alphonse Lemerre (1838-1912), editor de grandes obras en francés, como la Odisea, y de elegantes antologías de poetas franceses. En sus catálogos y publicaciones se hallaron autores como François Coppée y Paul Bourget, también traducidos por José Asunción Silva y conocidos en Bogotá a finales del siglo XIX a través de la Librería Nueva. Así, varias librerías se ubicaron en calles específicas del centro de Bogotá, que comprendían desde la 11 hasta la 14, siendo la 12 en donde se ubicarían la Librería Colombiana, la Librería Nueva, la Librería de Chaves, de Balcázar, de Torres Amaya, y la Librería Popular, entre otras. Su ubicación constituía un espacio clave para la edición, la impresión y la difusión de libros en el que el lector o visitante de estas identificaba simbólicamente y espacialmente un sector importante de la ciudad que recorría y habitaba diariamente.

»En la construcción y la conservación de la imagen de las librerías como símbolos de lo burgués-letrado, fue indispensable que los editores-libreros mantuvieran relaciones o coaliciones estratégicamente comerciales con los periódicos para que el lector ubicara los respectivos lugares culturales en donde podía adquirir buena y bien editada literatura. Esas alianzas entre la Librería Nueva, por ejemplo y el periódico El Correo Nacional, dirigido por un colega cercano a Jorge Roa, Carlos Martínez Silva, definieron lo que sería la imagen pública y masiva de estos escenarios para la edición, además, que como centros culturales, constituyeron espacios para la tertulia y el encuentro intelectual de compañeros cercanos a sus propietarios. En un aviso de abril de 1893 de El Correo Nacional anunciaba que la Biblioteca Popular era una colección “de las obras más notables de literatos y publicistas nacionales y extranjeros, antiguos y modernos” y que “los pedidos fuera de Bogotá, bien sean de un volumen o de una serie, que vengan acompañados de su valor, deben dirigirse á la Librería Nueva de Jorge Roa, los cuales se despacharan por correo libres de porte”. Muestra de la ‘alianza estratégica’ entre periódico y librería para sus lectores es la oferta con la que se cierra este aviso publicitario, un elemento que le permitía al editor-librero incrementar las ventas y el consumo de los libros de su catálogo: “Entre los suscriptores á la 1.a serie se rifará, al terminarse la publicación, el derecho á una suscripción gratis de la segunda serie”.

»Además, la librería de Jorge Roa como espacio de tertulia reunió a grandes pensadores colombianos que no solo llegaban a ella para comentar el valor, los beneficios y las críticas de obras recién publicadas en Europa y editadas en la misma librería, sino que también llegaron a ella para colaborar en la empresa y el ejercicio editorial que estaba adelantando Roa en la capital colombiana. Ese fue el caso de Cecilio Cárdenas, José Asunción Silva y Rafael Pombo. Autores de renombre nacional como Jorge Isaacs, Guillermo Valencia y Tomás Carrasquilla como autores y visitantes de este local constituyen un ejemplo crucial para entender las relaciones que el editor-librero sostenía con los autores que publicaba, a su vez que esa cercanía posibilitaba el ejercicio de su labor editorial y el mantenimiento del catálogo de su librería.


»Conclusiones

»Gracias al ejercicio del periodismo, de la imprenta, la escritura y la publicación de relatos, novelas por entregas y folletines el editor a finales del siglo XIX pudo consolidar un oficio que se concretó en la creación de una de las primeras coleccio-nes editoriales colombianas (pensados como volúmenes consecutivos y separados de otros medios como la suscripción exclusiva al periódico). La idea de un editor-librero permite pensar que existieron sujetos con la necesidad de hacer una evaluación del siglo transcurrido a través de la exploración y la lectura de esa historia que está tan cercana a sus modos de entender el mundo y la Colombia del siglo XIX y que ingresa al nuevo siglo XX.

»Así, con estos intereses, necesidades, inquietudes y vacíos culturales, el editor-librero construye su colección editorial. Hubo un editor que identificó unos temas, autores, discursos y formas para un lector apoyado en los criterios de quien firmaba al final de cada portada. El uso de recursos editoriales tales como las noticias biográficas, los prólogos, las autobiografías, los argumentos, inclusive cartas entre autor y editor fueron indispensables para la comunicación entre el editor y el lector. Por esto, Jorge Roa y la Librería Nueva constituyen un modelo histórico de producción y circulación de libros en Colombia representado en el sostenimiento de una colección, la Biblioteca Popular, y que permite concluir que todos los actores, los agentes y los materiales que funcionaron para ella contribuyeron a un campo de producción cultural que incluso tuvo en cuenta relaciones internacionales, saliéndose propiamente de una localidad. Jorge Roa fue un sujeto que interpretó y conjugó eficazmente dos mercados del libro, pues su local constituyó el centro de la divulgación cultural nacional e internacional.

»Sin las adaptaciones, reducciones, cortes y divisiones que se hicieron para adecuar las obras insertas en la colección, la Biblioteca Popular no hubiese adquirido su carácter ‘popular’. Por ende, los colombianos pudieron leer a un Shakespeare, un Dickens, un Halevy, un Gladstone, un Ibsen y un Auerbach ‘populares’, en ediciones íntegras y traducidos bajo las exigencias lingüísticas y expresivas del castellano de ese entonces.»





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