Vivian Romeu
«Hacia una pragmática del deseo: los medios y la construcción del “saber hacer” intercultural»
In texto, n.º 15, 2006
In texto | Universidade Federal do Rio Grande do Sul | Faculdade de Biblioteconomia e Comunicação | Programa de Pós-graduação em Comunicação e Informação | Porto Alegre | BRASIL
Extracto de páginas 3 a 9 de la publicación en PDF. Véanse las referencias bibliográficas en la publicación original del texto.
«Preliminares
»Dado el nivel de conflictividad asociado a la comunicación intercultural, dicho sea de paso, cada vez más presente en nuestra vida, urge la necesidad de fortalecer mecanismos para construir lo que hemos llamado “disposiciones hacia lo armónico” que no son más que tendencias incorporadas en los individuos a partir de un alto sentido del placer y la armonía, donde “la estrategia de gestión social, en el sentido de la concordancia de los intereses individuales, domine sobre lo individual” (Hernández Sacristán, 2003:20). Se trata de un acto consciente o semiconsciente de disponerse a lo común (no a lo que es común, sino a lo que hay en común) en su doble acepción de poner o colocar las cosas de forma ordenada y conveniente, y de colocarse en actitud de hacer algo.
»La disposición que nos proponemos educar es aquella que propicie, genere o construya una actitud o postura intercultural, entendiendo por ésta la competencia o como dicen Chen y Starosta (citado en Rodrigo, 1999: 162) “la habilidad para negociar los significados culturales y ejecutar las conductas comunicativas apropiadamente eficaces que reconocen las múltiples identidades de los interactuantes en un entorno específico”.
»Sin embargo, consideramos que la anterior definición estaría incompleta sin la observación que hace Humberto Maturana (1994:193) sobre la posesión de la verdad y la ausencia de responsabilidad en los individuos
»“Considero que el mayor peligro espiritual al que una persona se enfrenta en su vida es creer que es el poseedor de una verdad o el legítimo defensor de algún principio o el poseedor de algún conocimiento trascendental (…) porque inmediatamente se vuelve ciego frente a su circunstancia y entra en el callejón sin salida del fanatismo (…) el segundo peligro es creer, de alguna manera u otra, que no siempre se es responsable de sus actos o de sus deseos o de no desear las consecuencias de ellos”.
»Esta observación de Maturana resulta imprescindible para comprender lo que hemos denominado “disposición hacia lo armónico” porque la disposición hacia lo armónico no es una habilidad sin más para negociar los significados culturales, eso, digamos, sería colocar las cosas de forma ordenada y conveniente, sino que esta disposición debe de ser (y estar) atravesada transversalmente por el deseo, es decir, por una actitud operativa y propositiva, una actitud de hacer, de la disposición a la acción, a la buena acción común; he aquí cuando intervienen los Estudios Culturales, y su concepto de recepción activa, así como el concepto de espectador lábil manejado por Sánchez Noriega3.
»Por ello, intentar ensayar una vía por la que pueda llegar a construirse ese deseo armónico como punto de partida en las interacciones humanas es el supraobjetivo teórico de este trabajo.
»Hemos pues elegido partir del análisis del modelo de la construcción de la Tercera Cultura presentado por Casmir (citado en Rodrigo, 1999: 192-217) ya que consideramos, a pesar de su innegable fundamento utópico y precisamente gracias a ello, es uno de los modelos en cuya base subyace la gran tarea del ser humano: la comprensión efectiva del
»Otro como sí mismo, tarea que sin dudas requiere de una alta carga de deseo armónico, de una acción propositiva y consciente, y en última instancia de un querer hacer placentero, responsable.
»Esta tarea de individuos y no de instituciones -como determina erradamente, en nuestra opinión, el propio Casmir-, constituye justamente el núcleo central de las principales críticas que le han hecho a su teoría. Algunas de ellas están recogidas en La Comunicación Intercultural de Miquel Rodrigo Alsina (1999) y se muestran a continuación:
»“Shuter (1993:431) critica a Casmir diciendo que nos presenta una programación lineal y que tiene implícito un imperativo moral (…) Belay (1993:440-441) hace una crítica muy acertada a los modelos de Casmir y es que excluye de la discusión el tema del poder (…) Efectivamente la interacción intercultural implica la creación de nuevos constructos que no existían antes de la interacción. Pero esto no significa que los antiguos constructos desaparezcan o que se adquieran de forma parcial los constructos de otras culturas”.
»Estamos de acuerdo, aunque sólo en principio, con las críticas de Shuter y de Belay en tanto creemos lleva razón el primero cuando afirma que se apela a imperativos morales a lo Kant, cuyo sentido de la razón opera en pos del progreso. Pero aunque Kant concebía el progreso como parte de un a priori humanístico que la Historia ha demostrado obviar, consideramos, incluso con Casmir, que si bien lo moral no constituye una instancia apriorística y trascendental del hombre, sí resulta altamente valuable como elemento sostenedor de la armonía humana y social, como parte de la Razón Práctica. Se trata entonces de cambiar de sitio al imperativo moral, induciendo con ello la concepción de una pragmática del deseo y las formas de re-socialización de los sujetos que esto conllevaría, a partir de prácticas socioculturales de intervención generadas a través de los medios.
»Justamente en esto que podemos llamar “re-socialización del sujeto” puede entrar en conflicto lo que plantea Belay sobre el poder y la no desaparición de los constructos sociales que tradicionalmente han asegurado la interacción entre los sujetos, lo que no indica en ningún momento que dicha re-socialización se haga de manera total ni completa ni sea sustitutiva al ciento por ciento, sino que ejerza una cierta transformación en un sentido de negociación y ajuste, y no necesariamente de rendición al poder y la hegemonía.
»Si bien el poder está presente en cualquier interacción humana, el uso del mismo no necesariamente tiene que darse en su aspecto peyorativo. Por ello, ante la inevitable cohabitación de la diversidad cultural en las sociedades contemporáneas, se impone la necesidad de pensar, al menos teóricamente, la puesta en marcha de una vía alternativa —sin desechar las vías políticas y/o jurídicas— que se circunscriba a un cambio a nivel humano en las maneras de actuar que conlleva inevitablemente a un ajuste de posiciones o posturas interactivas que involucran tanto a la comunicación como a una de sus manifestaciones más esenciales, la educación.
»“Hay que reconocer que la construcción de la interculturalidad, más allá de la idea de que ésta sólo se da en el aula, es imperativa porque el sujeto se desenvuelve en ámbitos diferentes, en un contexto de diversidad cultural entre los referentes: comunitario, regional, nacional y mundial. Si la educación intercultural se concibe como una educación abierta y flexible que tiene como base la cultura propia y promueve el diálogo crítico y creativo entre culturas que parten de matrices diferentes y que han estado en permanente contacto en una dinámica de conflicto, esto se debe proyectar a toda la gama de relaciones puesto que rebasan el marco de la escuela”.
»Rescatamos de lo anterior la idea de que la educación trasciende la institución Escuela, y el acto mismo de promover el diálogo ante una posible dinámica histórica atravesada por el conflicto.
»Este trabajo, por tanto, a partir del análisis de la Teoría de la Tercera Cultura de Casmir, intentará relacionar el concepto de habitus propuesto por Bourdieu (aplicados a las gramáticas de recepción de los medios), las características y efectos de la neotelevisión, así como los conceptos de autoridad y percepción de la autoridad orientados por la Teoría Crítica sobre la comunicación masiva para proponer a la educación del deseo de cooperación e interacción armónica a través de estos últimos como alternativas factibles en la disminución del grosor de conflicto que toda interacción intercultural conlleva.
»La Teoría de la Tercera Cultura: límites y oportunidades
»Casmir afirma en su propuesta sobre la construcción de la Tercera Cultura la inoperancia de las acciones políticas para resolver el conflicto multicultural, precisamente porque el punto de partida epistemológico no aborda posiciones de equilibrio, sino que se enfoca aún en controversias en las que el poder juega un papel dominante. Sin embargo, la Tercera Cultura se sostiene, según su modelo, primeramente en un plano de relación interpersonal, que no garantiza su realización a nivel macrosocial, y en segundo lugar, supone una plataforma que no interpela ni al poder político ni al de las instituciones sociales (y esto es al mismo tiempo núcleo de sus críticas y de su valor), sino que convoca a la buena voluntad entre los hombres y la cooperación “desinteresada” entre ellos. Esta última aseveración, aunque no está dicha expresamente por Casmir, forma parte de los supuestos que su teoría admite, y no puede menos que remitirnos al concepto de ‘desinterés’ manejado por Emmanuel Levinas5 (1993: 86) en su tesis sobre la percepción del Otro.
»El desinterés, según Levinas parte de la soledad del Ser, soledad que sólo puede admitirse en el tránsito de una existencia sin existente, es decir, en una existencia en la que el Ser esté carente de todo punto de partida, o sea, en una existencia en la que no haya nada que lo ligue a nada que no sea el Ser Absoluto, lo anónimo que somos todos. Sólo en la vinculación del Ser desinteresado con el Ser Absoluto, podemos, según Levinas, percibir la existencia del Otro.
»Pero más allá, por supuesto, de este idealismo transitivo, por impersonal, pero también porque precisa del “despojo” de todo lo existente, la vinculación con la propuesta de Casmir halla su punto de convergencia en el hecho de que en la base de su teoría debe de existir por parte de los interactuantes, un “desinterés”, una ausencia de poder a priori, o quizá una necesidad de comunión también a priori. Esto último más que lo primero, es a nuestro entender lo que debe tomarse en cuenta como punto de partida de su modelo, aunque sea también lo que denunciemos como poco sólido en el mismo e intentemos complementar durante el curso de este trabajo.
»Quizá Levinas tuviese razón al referir que el punto de partida para asumir la diferencia, es justamente no tener punto de partida, no pre-juzgar. Asumir la diferencia es asumir también que no se puede partir de lo esperado, de lo conocido. Levinas se afinca en la soledad, en el despojo y el desamparo para llegar al No Ser que es el despojo de todo lo existente, y con ello pretende mostrar un camino hacia la percepción y comprensión del Otro como sí mismo; mientras, Casmir pasa por alto estos puntos cruciales y construye una reflexión que se encarga de modelar una realidad que supone —mas no demuestra— la existencia de estos imperativos apriorísticos.
»Realmente, la teoría de la Tercera Cultura no se preocupa por fundamentar el imprescindible anclaje que precisa su realización, sino que se orienta solamente a la descripción del modelo teórico que la constituye y las relaciones entre sus partes. Enfocada más en el futuro que en el análisis de las causas, en síntesis la propuesta consta de tres instancias relacionadas entre sí a modo de “pasos a seguir” o instancias de construcción. El primer paso concibe a la relación interpersonal como un intercambio de experiencias a través de la comunicación, donde A y B son individuos que interactúan a partir de sus experiencias, pero al mismo tiempo, y a pesar de que se trate de experiencias y cosmovisiones diferentes, establecen relaciones entre ellos porque éstas están determinadas por la necesidad de dicha interacción.
»El segundo paso describe cómo este intercambio de experiencias entre A y B generará forzosamente, aún con los obstáculos externos a los que se enfrente dicha interacción, un ajuste en las mismas el cual construirá una instancia de comunicación a la que Casmir denomina “Tercera Cultura” y que no es más que un ambiente donde “quepan cómodamente” las experiencias de los interactuantes, es decir, se admitan como posibles para su intercambio armonioso y productivo, a partir de un proceso de acomodación de las mismas.
»Llegamos así a la tercera y última etapa que es en la que A y B una vez instaurados los códigos comunes que resultan del ajuste del intercambio de experiencias y el intercambio también de las formas correctas para desconstruirlas, entenderlas y asimilarlas como parte de una construcción común, establecen una interdependencia entre ellos, vía los procesos de la comunicación, que plantea una nueva necesidad de interacción desde estos códigos que se han instituido como comunes previamente por los propios interactuantes.
»Sin embargo, antes de pasar a exponer lo que suponemos puede contribuir a complementar la teoría, nos parece importante detenernos en lo que constituye tanto el punto de partida como el punto final de la teoría de Casmir: la necesidad de interacción, que es lo que según este autor constituye el motor de esta acción, digamos, primaria porque se halla en la base de su modelo, que es la base de la primera etapa y que al mismo tiempo genera la interdependencia necesaria para que el ciclo se mantenga.
»Bajo la suposición de que una vez que se logra construir un código común que satisfaga las normativas para una interacción armoniosa y equitativa, y que brinde un umbral de experiencias comunes desde las que interactuar sin conflictos ¿no resultará perjudicial a la larga (quizá también a la corta) la ausencia de conflictos? Tal y como argumenta De Dreu (citado en Marandòn, 1997:13):
»“es evidente que hay que evitar un exceso de conflicto, pero tampoco es deseable una ausencia de conflicto ya que disminuye la capacidad para tratar la información compleja”
»Consideramos que el error de Casmir está en los puntos que ha pasado por alto: el hecho de que los códigos y las informaciones compartidas, es decir, el conocimiento del Otro —si bien importante—, no es la base de la interculturalidad, sino más bien lo que llamaremos “curiosidad positiva” que consiste en el “querer saber” sobre el Otro, lo otro, respetando de entrada, y sin querer anular, su diferencia.»
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