Belén Puñal-Rama y Ana Tamarit
«Miradas y discursos: desde la atalaya de los medios a las voces de la prostitución en Ecuador»
Revista Mediterránea de Comunicación, vol. 10, n.º 1 (2019)
Revista Mediterránea de Comunicación / Mediterranean Journal of Communication (@RMComu) | Universidad de Alicante | Comunicación y Públicos Específicos (COMPUBES) | Alicante | ESPAÑA
Se incluye a continuación un extracto seleccionado de las páginas 118 a 119 y 126 a 128 de la publicación en PDF. Las referencias pueden consultarse en la ubicación original.
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«Introducción
»Tradicionalmente, los estudios sobre las representaciones mediáticas han analizado la imagen de colectivos sociales desfavorecidos partiendo de los contenidos, pero sin tener en cuenta la voz de los sujetos que los protagonizan. De esta manera, se han convertido en objetos de análisis mirados por la lupa de otros, en este caso, la academia. Es decir, conocemos a los diferentes colectivos de la población a través de las narrativas mediáticas y de cómo el investigador o investigadora las analiza desde su perspectiva y claves interpretativas.
»Así ha sido cuando se ha estudiado cómo los medios representan la prostitución, desvelando una imagen de las trabajadoras sexuales (TS) centrada en dos polos opuestos: su criminalización o, en el sentido contrario, su victimización. En todo caso, una imagen estigmatizadora (Stenvoll, 2002; Fagoaga, 2007; Fong, Holroyd y Wong, 2013; Janzen, 2013; Justo, 2014; Puñal, 2015 y Saiz Echezarreta, Alvarado y Gómez-Lorenzini, 2018).
»En la investigación que aquí presentamos quisimos mirar el problema desde una óptica diferente, la de las propias trabajadoras sexuales. Una y otra vez se ha observado cómo los medios representan a los colectivos marginalizados. Pero, ¿cómo esos colectivos se ven representados en los medios? A través de las técnicas metodológicas que nacen de la comunicación comunitaria y de su imbricación con el análisis crítico del discurso, se ha diseñado una metodología que ha proporcionado resultados novedosos que nacen de cambiar el enfoque de la mirada. Es decir, lo que tradicionalmente se conoce como objeto de investigación se ha convertido, en este caso, en sujeto investigador. Al hacerlo así, de la mano de las propias protagonistas, se muestra no sólo lo que se hipervisibiliza (el tratamiento sensacionalista y estereotipado desde el abordaje como suceso), sino también lo que no se visibiliza, por ejemplo, los beneficios que, para ellas, reporta el trabajo sexual, o su papel como agente en la lucha por los derechos del colectivo.
»El contexto en el que germina este estudio es el de un país, Ecuador, que ha abordado el trabajo sexual como un problema fundamentalmente de salud pública y que, como tal, lo ha regulado a través de medidas como el carné profiláctico o, en la actualidad, la tarjeta integral de salud para las trabajadoras sexuales. Existen en el país dos tipos de normativas.
»Por un lado, desde la mirada sanitaria, que quedó plasmada tanto en la Guía Nacional de Normas y Procedimientos de Atención Integral para Trabajadoras Sexuales (2007) como en el acuerdo ministerial por el que se acuerda el reglamento para el control de establecimientos donde se ejerce el trabajo sexual (2014). Por otro, la ordenación territorial. A través del Código Orgánico de Ordenación Territorial, Autonomía y Descentralización (2010), son los municipios los que tienen la potestad de regular el uso del suelo y de las actividades económicas, lo que deja a su libre albedrío la posibilidad de, mediante reglamentos y ordenanzas, decidir sobre la regulación del trabajo sexual en su territorio. La perspectiva política que incide en la prostitución como problema y desde lo sanitario es común en América Latina (Álvarez y Sandoval, 2013: 28). Se trata de políticas reglamentistas surgidas con la finalidad de frenar el contagio del VIH y de las enfermedades venéreas. Concretamente, en Ecuador, el desempeño del trabajo sexual como una actividad laboral no está reglado, aunque, como ya se ha dicho, sí los espacios en los que se ejerce (Redtrabsex, 2013).
»Sin embargo, independientemente de las políticas reglamentistas mencionadas, las trabajadoras sexuales en Ecuador se han convertido en interlocutoras directas con el Estado. Los colectivos de trabajadoras sexuales en el país superan la veintena y están agrupados alrededor de tres federaciones: Plaperts (Plataforma Latinoamericana de Personas que ejercen el Trabajo Sexual), con una delegación propia en Ecuador que aúna a diversas organizaciones del país; Redtrabsex (Red de Trabajadoras Sexuales de Ecuador) y la Federación Nacional de Mujeres Autónomas del Ecuador.
»Las asociaciones de TS se agrupan fundamentalmente en las provincias de la Costa y en la capital del país, Quito. Apenas están presentes en el interior, es decir, en la zona de la sierra andina y del Oriente (la Amazonía). Su historial de lucha comenzó en los años 90, a raíz de los episodios de violencia sufridos en Quito en esa época (Salvador Guillén, 2001: 203-204), concretamente en 1986. Varias trabajadoras sexuales fueron en aquel entonces brutalmente agredidas en la calle. Estos hechos fueron el detonante de la asunción de una toma de conciencia como colectivo y la necesidad de organizarse para la defensa de sus derechos: desde los intentos de sindicarse hasta la articulación de asociaciones que sirven para autoprotegerse y cuidarse. Este movimiento asociativo se vuelve a impulsar con la llegada de la Revolución Ciudadana en el 2008 y sus políticas a favor de colectivos vulnerables.
»Las asociaciones de trabajadoras sexuales se convierten así en interlocutoras directas con el Estado. De esa interlocución, durante el Gobierno presidido por Rafael Correa, por ejemplo, nació la Guía Nacional de Normas y Procedimientos de Atención Integral a Trabajadoras Sexuales. Así mismo, la presión de ellas hizo que se eliminase el carné profiláctico y se sustituyese por la actual Tarjeta de Salud Integral. Es más, en la capital del país lograron gestionar su propia casa de tolerancia (uno de las denominaciones que, en Ecuador, se le da a los prostíbulos).
»En 2006, ASOPRODEMU (Asociación Prodefensa de la Mujer) abre el Danubio Azul, gestionado por trabajadoras sexuales del Distrito Metropolitano de Quito. Estos colectivos refuerzan a las trabajadoras sexuales como agentes, ciudadanas con derechos y conscientes de ellos, lo que les da la fuerza para reivindicarlos frente a las instituciones. En su experiencia de lucha, se hace patente el concepto de agencia que Chapkis (1997) aplica al ámbito del trabajo sexual, considerando que las TS no deben ser vistas como un objeto pasivo usado en la práctica sexual masculina, sino que las prácticas de prostitución han de entenderse como espacios de resistencia en los que las TS hacen uso consciente del orden sexual establecido. Son, por lo tanto, estrategias de vida que generan lecturas mucho más complejas que el mero papel de víctimas.
»Diversos estudios estadísticos muestran que la población que se dedica a la prostitución en el país está conformada en su mayoría por mujeres de nacionalidad ecuatoriana (Redtrabsex, 2013; Arévalo, 2013). Tienen derechos, por tanto, como ciudadanas del país, de los que las trabajadoras sexuales organizadas están empoderadas, como hemos podido comprobar en este estudio. Entre ellos están los laborales y el derecho a la comunicación.
»Las TS se muestran como un colectivo empoderado ante el Estado e incluso ante los medios de comunicación. Ellas han logrado que, en los contenidos mediáticos, sean identificadas como trabajadoras sexuales antes que como prostitutas, de modo que, poco a poco, en los medios ecuatorianos han caído en desuso conceptos como “prostituta” u otros con connotaciones peyorativas en el país.
»Las trabajadoras sexuales extranjeras son minoría y proceden de los países colindantes, fundamentalmente Perú y Colombia. Según Ruiz (2008), Ecuador ha sido destino migratorio de los países vecinos por su economía dolarizada y como refugio frente a los conflictos armados en Colombia. En la actualidad, a estos contingentes de población se une la migración venezolana.
»Como hemos podido comprobar a través del testimonio de las trabajadoras sexuales que han participado en esta investigación, existen, además, desplazamientos internos entre ciudades próximas o provincias. Por un lado, es más fácil ejercer el trabajo sexual en entornos diferentes al de la residencia habitual para preservar el anonimato. Por otro, hay que tener en cuenta la mayor tolerancia ante la prostitución (y, sobre todo, con determinados colectivos como las trabajadoras transgénero) en la Costa frente a la Sierra, y en especial Quito, lo que también es origen de movilidad interna para evitar las discriminaciones de los ámbitos del país más conservadores.
»En Ecuador, el trabajo sexual se ejerce tanto en espacios formales como informales. En estudios como los de Cordero, Escuin, Feicán y Manzo (2002) y Arévalo (2014), se categorizan los espacios de la prostitución en los siguientes niveles: estructurado (locales con permiso de funcionamiento como prostíbulos o clubes); semiestructurados (barra bar); no estructurados (locales clandestinos) y los informales (la prostitución que se ejerce en la calle y en el espacio público).
»Un contexto como el descrito refleja a las trabajadoras sexuales como un grupo humano que, aunque marginado, precarizado y estigmatizado, tiene conciencia de sujeto y de sujeto colectivo. Su capacidad organizativa y asociativa, que les ha llevado a ser interlocutoras de sus propios derechos, hace que se miren a sí mismas como agentes con capacidad de decisión —dentro de las posibilidades y limitaciones de su entorno— y no como víctimas.
»¿Cómo lo han conseguido? Influyen en ello tres factores. En primer lugar, la conciencia de sus derechos como ciudadanas. Segundo, su red organizativa, lo que las legitima como interlocutoras frente a la administración. Y, por último, el escaso peso, en el discurso público e institucional, del modelo abolicionista, que enfoca a la persona que ejerce la prostitución como víctima en una estructura patriarcal que relega a las mujeres a los ámbitos más estigmatizados.
»En el escenario descrito, las políticas reglamentistas controlan el ejercicio de la prostitución y, encierran en el fondo un discurso que considera a la TS como elemento social peligroso que hay que vigilar, sobre todo como riesgo sanitario. Sin embargo, no las victimizan, no las consideran como sujetos pasivos sin capacidad de agencia que hay que proteger. Se genera así un sustrato en el que las personas que ejercen el trabajo sexual toman conciencia y reaccionan frente a su situación de discriminación.
»El activismo se muestra en la lucha que mantienen para que el trabajo sexual sea considerado en el código de trabajo, a través del Instituto de Seguridad Social, los derechos a jubilación, pensiones y seguros. O también, en propuestas históricas como el contar con emprendimientos propios o locales de trabajo sexual sin intermediarios y basados en la economía popular y solidaria (NSWP, 2015).
»Discusión
»Los estudios sobre la representación mediática de la prostitución han estado cruzados y polarizados también por el debate ideológico alrededor de su abolición o legalización. Tal y como expone Saiz (2017), la escenificación del trabajo sexual en la zona gris de lo social y la presentación de su debate como irresoluble, ha dificultado la aparición de zonas de diálogo y de encuentro. Sobre las trabajadoras sexuales a menudo se habla, tanto en los medios como en los estudios académicos, pero no es frecuente que se refleje su voz.
»En este artículo hemos pretendido aportar al diálogo con unas voces que consideramos imprescindibles para poder alcanzar acuerdos. Las voces de las trabajadoras sexuales. Los resultados que aportan las investigaciones internacionales muestran cómo los medios contribuyen a la conformación del estigma (Puñal y Tamarit, 2017), y a la consolidación de determinados estereotipos sobre las trabajadoras sexuales: a) la víctima perfecta; b) la mujer de vida alegre; y c) la trabajadora sexual criminalizada o considerada un peligro para la moral y el orden público.
»La víctima perfecta hace referencia, según Neira y Pérez Freire (2015: 35), a “la hipervíctima tratada, mujer vulnerable y vulnerada en sus derechos humanos de forma extrema”. En sociedades de recepción de trata y tráfico de mujeres, esta imagen consolida una visión salvífica del “nosotros” frente al “otro”, en este caso, la mujer inmigrante que ha sido engañada y tratada. La mujer de vida alegre está relacionada con una imagen de la prostitución vinculada al lujo y al glamour (Coy, Wakeling y Garner, 2011). Por último, la trabajadora sexual criminalizada aparece en los medios como disrupción del orden público (O'Neill et al., 2008), peligro sanitario (Fong, Holroyd y Wong, 2013) o moral —el concepto de pánico moral es desarrollado en relación con los medios, en autores como van San y Bovenkerk (2013)—.
»Estos estereotipos que acabamos de describir calan en los medios de comunicación porque, cuando no se conoce la realidad del que se considera diferente, se juzga según parámetros básicos caracterizados por la simplificación y por la resistencia al cambio (Areste, 2003). Son la base para la construcción de los estigmas, con los que marcamos y discriminamos al “otro”.
»Para romper con los estereotipos y estigmas, y encontrar espacios que den opción al consenso, se hace necesario dialogar con el que se percibe como diferente. A través de la voz de las trabajadoras sexuales, se describe una realidad alejada de los blancos y negros construidos mediáticamente. Ellas no se ven ni se reconocen como víctimas, ni como mujeres de vida alegre. Ni, mucho menos, como un peligro para la sociedad. Haber tenido la opción de expresar cómo se ven a sí mismas y como saben que las ven los medios ha permitido descubrir un corolario de matices. Son agentes y sujetos de sus vidas. Han optado por el trabajo sexual en un entorno precarizado, movidas por factores económicos o de afecto. Y, una vez situadas en esta posición, deciden defender sus derechos como ciudadanas, mujeres y trabajadoras.
»Conclusiones
»Como se puede observar a través de los datos obtenidos en este estudio, las TS que ejercen en Milagro han entrado al trabajo sexual en un entorno precarizado, con hijos y familia a su cargo y, en el 22% de los casos, inducidas por la persona de la que se habían enamorado. Se muestran a favor de legalizar el trabajo sexual, sobre todo para poder obtener los beneficios de los que pueden disfrutar el resto de los trabajadores, como el acceso al seguro social, y que su actividad sea considerada digna.
»Las TS poseen un discurso político fundamentado en la defensa de sus derechos como mujeres y ciudadanas y engarzado además en la solidaridad con otros colectivos, como el LGTBI, también con una importante presencia en el trabajo sexual en Ecuador.
»Reivindican su identidad en positivo y son conscientes del papel que los medios juegan para heteronombrarlas de forma discriminatoria. No se quedan solo en el discurso crítico a los medios sino que, además, actúan, exigiendo de los mismos la eliminación de aquellos conceptos que consideran denigrantes.
»Esta situación se da en un contexto político social determinado, que favorece su empoderamiento, y que se caracteriza por lo siguiente:
»a) El trabajo sexual está mayoritariamente protagonizado por mujeres del país, que se han asociado para defender sus derechos ciudadanos.
»b) Cuentan con un historial de lucha que se inicia en los años 90, en Quito, para protegerse frente a las agresiones y que, tras un período de desactivación política, vuelve a resurgir con las políticas de la Revolución Ciudadana, lideradas por el ex presidente de Ecuador, Rafael Correa (2008-2017).
»c) Entre las políticas desarrolladas en ese período destaca la Ley Orgánica de Comunicación que facilita que las y los ciudadanos puedan defenderse de las agresiones o tratamientos de los medios vulneradores de derechos ante organismos como la SECOM (Secretaría de Comunicación). Actualmente, mientras se discute la reforma de la Ley Orgánica de Comunicación, la SECOM ha sido eliminada en el actual gobierno de Lenín Moreno.
»d) El tejido asociativo logrado por las trabajadoras sexuales les ha permitido, por un lado, ser interlocutoras directas con el Estado, y por otro, acceder a financiación de organismos internacionales con objetivos como la lucha contra el VIH. Han conseguido ser agentes en la defensa de sus derechos y que sean sus propias voces las que se escuchen sin intermediaciones.
»La mirada que hacen de los medios se basa en cuatro aspectos: la invisibilización, la estereotipación, el tratamiento superficial de los contenidos que les afectan y en la manipulación de la realidad que ellas viven. Y, sobre todo, permite desvelar la gran distancia existente entre su realidad, de la que hablaron ampliamente en los círculos de lectura crítica, y la que muestran los medios de comunicación, donde apenas aparecen tratados aquellos temas que a ellas más le preocupan, como la defensa de sus derechos o la salud, así como una visión en positivo del trabajo sexual que recalque los beneficios que les reporta.
»Se alejan, de esta manera, del papel de víctimas que, históricamente, los medios les atribuyen, y son muy críticas con el abordaje de la información sobre trabajo sexual desde una perspectiva morbosa y centrada en el espectáculo y el suceso. Sus aportaciones al círculo de lectura crítica muestran que son, no una audiencia pasiva, sino una audiencia crítica y consciente de cómo los medios las reflejan. Tal es así que, en los círculos, incluso reconocen haberse dirigido a los medios de comunicación para denunciar, en alguna ocasión, el trato que les han dado.
»Este trabajo, en todo caso, es solo un punto de partida que, en el momento en el que se escribe este artículo, se está profundizando en una investigación en el ámbito estatal con colectivos de trabajadoras sexuales de todo el país».
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