Emilio Castillejo Cambra
«Edición escolar en España, identidad, cultura política y contexto: la Enciclopedia Dalmau Carles-Pla»
Historia y Memoria de la Educación, n.º 6 (2017)
Historia y Memoria de la Educación | Universidad de La Laguna | Facultad de Educación | La Laguna (Islas Canarias) | ESPAÑA
Extracto de apartado en páginas 514-519 de la publicación en PDF. Véanse las referencias en la publicación original del texto.
«REFLEXIÓN FINAL: EDICIÓN ESCOLAR, RÉGIMEN POLÍTICO Y MODELO EDUCATIVO
»Se ha afirmado muchas veces que los manuales escolares legitiman el régimen político que concibe el plan de estudios al que obedecen. Esta afirmación no puede hacerse sin matices: pueden confluir otras circunstancias.
»Por ejemplo, que un régimen no elabore su plan de estudios. La Dictadura de Primo de Rivera no introdujo ningún plan nuevo en Primaria, siempre abandonada a su suerte, como no sea la R.O. de 13 de octubre de 1925 sobre “Propagandas antipatrióticas y antisociales”. Por eso la edición de 1927 de Dalmau Carles no legitima la dictadura, sino la Restauración: no desobedece ninguna ley, porque no hay ningún programa que obedecer.
»La ideología de esta edición podría resumirse así. En lo económico, defensa de un capitalismo, entendido como un fenómeno natural, matizado por el corporativismo. En lo social, visión armónica de la sociedad, una vez superado el feudalismo en que se localizan las injusticias sociales, que ya parecen superadas. En lo identitario, nacionalismo español, muy alejado de la idea de Europa (se legitima el proteccionismo económico imperante), compatible sólo con el romanticismo catalanista y el orgullo de la Hispanidad, única referencia exterior. En lo religioso, reivindicación del papel histórico de la Iglesia, institución divina; el catolicismo condiciona la cultura (no tiene cabida, por ejemplo, el evolucionismo), el poder (catolicismo como virtud del que lo ejerce), la moral (matrimonio, frugalidad), la sociedad (corporativismo), la identidad nacional, una suerte de nacionalcatolicismo compatible con las instituciones liberales.
»En lo político, liberalismo conservador de raigambre jovellanista, que no reivindica las raíces intelectuales del liberalismo (Ilustración), ni siquiera algunas de las libertades que le son propias (de conciencia, libertad religiosa), sino la constitución histórica: monarquía, catolicismo. Impone un concepto de ciudadanía a mitad de camino entre el liberalismo y el comunitarismo; y la cultura política del súbdito pues, más allá de la elección, pone en valor las virtudes innatas, el carisma, el militarismo, el patriotismo y la moral católica de los que están llamados a regir los destinos de España. El carlismo queda identificado con el absolutismo; la democracia o la República significan sólo la alteración del orden natural de las cosas y disminución de “valores”.
»En esencia, son los principios que convienen a una derecha oligárquica, que tiene como referentes a Narváez y Cánovas del Castillo, pero que no olvida ni la represión de los liberales en la época de Fernando VII, ni que Sagasta colaboró con el rey Alfonso XII en la tarea de regenerar España. Pero este manual refleja también la desazón por la acumulación de problemas (Marruecos, Semana Trágica) en el reinado de Alfonso XIII. Por eso, además de a la monarquía, se aferra reiteradamente al corporativismo, a la visión orgánica y armónica de la sociedad para difuminar la lucha de clases. Un corporativismo que a estas alturas es transversal: es compartido por la Iglesia (Rerum Novarum), la vieja extrema derecha carlista, la vieja derecha liberal, cada vez más autoritaria (maurismo) o el catalanismo.
»El corporativismo es una nueva versión de la concordia ordinum formulada por Cicerón en los estertores de la República romana: Cicerón, como todos estos grupos políticos, además del entendimiento de las clases, también tenía claro el papel rector de la clase senatorial.
»De la misma manera que la editorial Dalmau Carles Pla permite acercarnos a la naturaleza del régimen de la Restauración y a los miedos que acosan a sus clases rectoras, también nos permite una valoración semejante de la Segunda República. La labor educativa de la Segunda República (bienio reformista) es encomiable. Condicionada por la Institución Libre de Enseñanza, quiso construir una “República de ciudadanos” fieles a un Estado Nacional y no a la Iglesia, pero no elaboró un nuevo plan de estudios ni nuevos programas.
»La edición de Dalmau Carles de 1936 legitima el nuevo régimen la Constitución de 1931 y sus instituciones, pero no inculca la cultura política de la participación, la propia de un régimen democrático, sino la cultura del súbdito y la obediencia al nuevo poder constituido. No cambia tampoco la filosofía de la edición de 1927, por lo que la legitimación del nuevo régimen queda alicorta: la identidad católica de España es contraria al laicismo republicano; el corporativismo o el desconocimiento de las contradicciones sociales son contrarios a la voluntad republicana de reformar ciertas estructuras (reforma agraria y educativa); la identificación de la Primera República con la erosión de valores no contribuye a legitimar la Segunda.
»Esto desdice la supuesta identidad republicana de Josep Dalmau Carles que sostienen algunos de sus biógrafos; su liberalismo también se subordina a condicionantes prepolíticos: quizás pesó más en él el mercado que los principios. Pero esta pusilanimidad es también indicativa de la escasa solidez en España de los periodos democráticos, siempre frustrados por golpes de estado e incapaces de alterar el entramado institucional oligárquico. Incapaces también de subvertir su sistema de valores, o de socializar a los alumnos en valores alternativos que legitimen la democracia, la participación, la justicia social.
»La edición de 1953 permite acercarnos a la naturaleza del franquismo. Este régimen puede asumir la filosofía de la edición de 1927: la constitución histórica, el corporativismo, la institución divina de la Iglesia son también contenidos ideológicos del franquismo. Pero la edición de 1953 debe añadir retoques para legitimar el nuevo régimen, obviar los conflictos centro-periferia, recalcar el sentido universal de la Hispanidad y la unidad de destino, acomodar la Historia Sagrada a un régimen dictatorial y autárquico. Y legitimar, además del conservadurismo monárquico y oligárquico, la vieja extrema derecha carlista, que ya no es absolutismo, sino el recobro de la esencia tradicional de España, la nueva extrema derecha falangista, cuyos valores modernos (unidad de destino, teorización del Imperio) quedan asumidos en mezcolanza con los propios del nacionalcatolicismo eclesial, y la Dictadura de Primo de Rivera que sirve de referente.
»Esta legitimación es paralela a la deslegitimación de la Segunda República, o al olvido de los mártires del liberalismo y de la contribución de Sagasta a la estabilización del sistema de la Restauración. También la derecha tradicional de la Restauración, por miedo a la revolución, progresivamente abraza posturas antiliberales y autoritarias. Franco dio a cada una de las fuerzas de la coalición vencedora de la Guerra Civil (monárquicos alfonsinos, carlistas, falangistas, católicos, militares) una parcela de poder: los manuales de Historia no hacen sino justificar a todas ellas para salvaguardar la unidad del régimen.
»Las tres ediciones de Dalmau Carles legitiman los valores que convienen a las oligarquías que construyeron en España el Estado liberal a través de un pacto con las fuerzas del Antiguo Régimen: respeto por la constitución histórica, olvido del proyecto de cambio de la Ilustración, historia hegemónica, visión armónica de la sociedad, corporativismo, pensamiento eclesial, nacionalismo. Esa oligarquía, que controla la mayor parte del tiempo político de la historia contemporánea española, es el auténtico eje vertebrador del sistema educativo español. El liberalismo doctrinario, el propio de las oligarquías, es el que convierte la soberanía nacional en soberanía de la inteligencia, la de los llamados a gobernar, y el que convierte el sistema educativo nacional creado por las Cortes de Cádiz, un sistema dirigido por el Parlamento, que prioriza una educación elemental para todos, en un sistema educativo estatal dirigido por el Gobierno, que prioriza la preparación de cuadros para la Administración.
»La historiografía escolar es coherente con el mismo. Dalmau Carles no es una excepción. Siempre proclive a unas elites, elegidas o no, defensoras a ultranza del orden, en un marco político liberal (Restauración: edición de 1927) o democrático (Segunda República: edición de 1936), puede acercarse a los tópicos del liberalismo: Riego, Sagasta, comuneros como mártires de las libertades, carlistas identificados con el absolutismo. Y si se trata de una editorial de la periferia, como es el caso, a los tópicos del foralismo: la nostalgia por las libertades perdidas en 1591, 1640, 1714 y 1876. Pero cuando ese orden sacralizado, tras una amenaza traumática como la Segunda República, ha sido restaurado por un régimen salvador como el franquismo, no caben ni sensibilidades liberales, ni foralistas, ni identidades complejas, sino la complicidad con la vieja extrema derecha carlista y la nueva extrema derecha falangista.
»Pero la editorial Dalmau Carles no justifica el franquismo a través de la contrarrevolución, como hacen algunos manuales de Edelvives, el Instituto de España o del Movimiento. Ello exigiría, además de identificar el carlismo con el recobro de la tradición para incorporarlo a la coalición vencedora de la Guerra Civil, una enmienda a la historia contemporánea en su totalidad, eliminar la idea de progreso o convertir a España en el brazo armado de Dios. Lo hace a través de lo que unos llaman “nostalgia liberal”, otros visión whig de la historia, y otros bonapartismo: es deseable un sistema que conjugue el orden y la libertad y garantice el progreso, como el que surgió de la revolución inglesa de 1688, pero el radicalismo y extremismo —de izquierdas— justificarían una intervención militar para restablecer el orden perdido. Se impone así el mito del radicalismo.
»De esta manera, para Dalmau Carles, en el reinado de Isabel II se realizaron “grandes adelantos materiales” y “el nivel de la cultura se elevó a gran altura”, Narváez acabó con el “bandolerismo” y modernizó el sistema de enseñanza; el Sexenio revolucionario, en cambio, sólo significa disturbios y erosión de “los valores públicos”: quedan legitimados el golpe de Pavía con el consenso de “los personajes políticos de los diferentes partidos” y el golpe de Martínez Campos que no tuvo resistencias. Y vuelta a empezar.
»En la Restauración, Cánovas (no ya Sagasta), “contribuyó eficazmente al resurgimiento de España”, pero dado que “los gobiernos monárquicos a duras penas podían ir afrontando los problemas, más apremiantes cada día”, Primo de Rivera intervino para “encauzar la vida política de España”, a la que proporcionó “años de paz y gran prosperidad”. La Segunda República, ilegítima, proclamada “con el pretexto” de unas elecciones municipales, “peor que la primera”, “extremó su orientación partidista”. Corresponde entonces legitimar a Falange y el “Alzamiento”.»
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