enero 08, 2020

«Con la oralidad digital la comunicación está en el aire, no en el mosaico de píxeles de una pantalla. La comunicación es de palabra, y no viendo y señalando una pantalla»


Antonio Rodríguez de las Heras (@ARdelasH)
«Un mundo para interrogar y escuchar»
Telos, n.º 111 (julio de 2019) (@revistatelos)



Foto: Allec Gomes @allecgomes, Unsplash.


«La estructura hipertextual de la información digital y la habituación rápida y universal, por intuitiva, a moverse por la Red con tan solo hacer indicaciones con nuestro dedo nos ha preparado además para una relación dialógica con la información. La forma de tratar tal cantidad inabarcable de información es la interrogación, conducir nosotros mismos por dónde y hasta dónde queremos que el conocimiento llegue ante un territorio ilimitado. Pero ahora hemos crecido y del niño que señala con el dedo acabamos de pasar —nosotros y las máquinas— a una interacción mediante la palabra hablada: hablar y escuchar. Estamos en los comienzos, aunque las muestras son muy expresivas y se profundizará y extenderá en este diálogo de palabra.

»Y si el desarrollo de este camino evolutivo cultural va a necesitar, evidentemente, de avances tecnológicos notables, más importante si cabe tendrá que ser recuperar la oralidad, pues tanto la expresión de palabra como la atención para escuchar lo que se oye están muy mermadas. La educación inclinada hacia la cultura escrita y la redundancia de la comunicación audiovisual por la fuerza de la imagen, que se impone a la palabra, han hecho que la oralidad no se domine y que no se extraiga todo el potencial comunicativo que contiene este fascinante logro de la evolución.

»Hay, no obstante, un factor muy favorable para la recuperación de la oralidad. Y es que el sonido produce una emoción especial. Esa emoción está enraizada desde los primeros pasos de la hominización como recurso para la supervivencia. Con los ojos vemos la mitad del mundo, la que tenemos delante; la otra parte es invisible. En cambio, el oído percibe un mundo esférico, envolvente; así que sus señales tienen que producir una rápida impresión para que la mirada se torne a localizar la fuente de ese sonido y la oportunidad no pase o la amenaza no alcance. De manera que un efecto emocional ante lo que llega al oído garantiza una reacción rápida y dispuesta. Esta emoción producida por los sonidos del entorno ha dejado una huella fisiológica en los humanos indeleble, así que hoy el sonido de la palabra emociona.

»Saber aprovechar esta sensibilidad natural es clave para la recuperación y reinterpretación de la oralidad. De igual modo que es necesario reavivar la capacidad narrativa en la comunicación de palabra. Las ondas sonoras, que se desvanecen con rapidez y con ellas las palabras, se pueden sostener en el tiempo y en el espacio con la amplificación por la tecnología: pueden tener por la Red alcance planetario y quedar suspendidas en una nube de ceros y unos a la espera de ser escuchadas... Pero no es suficiente con la tecnología: se necesita el arte de la narración. Narrar es saber componer un discurso —por tanto, un continuo— con los arcos de las elipsis, con la adecuada dosificación de la incertidumbre, con las metáforas que iluminen imágenes interiores y no en la pantalla, y levantando escenarios para hacer memoria de lo que se escucha —como enseñó el antiguo arte de la memoria de la cultura oral—. Hoy es un gran reto para los nuevos narradores que necesita la oralidad digital.

»La Red no la tendremos delante de nosotros, enmarcada en una pantalla, sino que estaremos inmersos en la Red. Oiremos su voz (voces) y nos oirá a nosotros… Ya comenzamos a experimentar esta ubicuidad e invisibilidad envolvente. Ejercitaremos la capacidad de escuchar —en una sociedad hoy con mucho ruido y disipación— y la de expresarnos eficientemente de palabra —hoy tan descuidada desde la educación—. La oralidad lleva a la conversación: habrá que estar atentos entonces a cómo este modo dialógico influirá en las nuevas narraciones, en el aprendizaje, en la transmisión de información...

»Pero, es más, si se concreta este escenario que está despuntando, el mundo digital penetrará en nuestra vida hasta envolvernos y ya no nos asomaremos a él, como hacemos a través de una pantalla. ¿Nos poseerá?: “¡Oigo voces!”. Experiencia turbadora porque te habla quien no ves ni sitúas y sabe de ti. Cuando prevemos el mundo que se halla tras el umbral que estamos atravesando, lo imaginamos poblado de robots habitando entre nosotros (¿cabremos todos?). Pero no, cierto que la robótica dará, como ya lo está haciendo, una amplia taxonomía de máquinas con formas rarísimas —como las que ha creado hasta ahora la evolución natural— y algunas humanoides. Sin embargo, la mayor transformación material y mental para los humanos estará en lo invisible, en un entorno sonoro que nos entiende y nos habla y que a nuestro lado, en cualquier lugar, nos asistirá. La oralidad parece así que tiene un largo y apasionante recorrido».


.../... El fragmento reproducido son los párrafos finales del artículo. Lee todo en la revista Telos.
Esta revista publica la versión original y en el diario Público y en The Conversation puedes leer una reproducción parcial.



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