Claudio Véliz y Carlos Zelarayán, «Hacia una gramática plebeya nuestroamericana», Fundamentos en Humanidades [Universidad Nacional de San Luis, San Luis, Argentina], vol. XIII, núm. 26, 2012, pp. 57-72.PDF http://www.redalyc.org/pdf/184/18429253004.pdf
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Este artículo dibuja el mapa de las perspectivas sobre la gramática durante la época moderna. También sobre cierta forma de sentir entre los hablantes de América en el uso del castellano. Son enfoques, teorías y sensibilidades que se han consolidado como parte de nuestra cultura gramatical, genérica y enfocada al castellano. Esta es su faceta útil, digamos, pues aporta una enseñanza que es deseable que aprovechen (o refresquen, tengan presente, incuben, etc.) quienes se mueven en estas materias.
Las páginas tienen una segunda faceta sobresaliente y es la de facilitar la experiencia de la gramática, el cultivo interior en entender y apreciar esta ciencia y riqueza relacionada con otra riqueza no menor de todos los seres humanos, que es el idioma. Por esta cualidad universal del lenguaje, no dejaremos de sentir cierto pesar en general los lectores por el hecho de que existan circunstancias que impidan a los hablantes sentirse dueños de un idioma.
Por esto, creo que muchos sintonizaremos con esta definición de lengua de los autores y en las precisiones con las que la acompañan:
«La lengua (es decir, esa gramática que es al mismo tiempo prisión y evasión, condena e irrupción, sutura y exceso) ya no podrá pensarse, entonces, como la realidad/el mundo/el ser/ tal como pretendieron, absurdamente, algunos cultores del giro; pero tampoco podrá ser abordada como el (hegeliano) “búho de Minerva” que siempre levanta su vuelo crepuscular cuando ya todo ha ocurrido, es decir, cuando sólo es posible nombrar/interpretar/decir aquello que efectivamente sucedió, en el mejor de los casos. Es cierto que, a veces, la lengua enmudece ante una materialidad que la excede, es decir, que las infinitas posibilidades de su articulación gramatical (eterno trabajo de la huella) no consiguen hacerle justicia al dolor, al horror, a la catástrofe, a las ruinas que acumula el huracán civilizatorio. Pero no es menos cierto que la lengua determina, formatea, condiciona e incluso produce “efectos de realidad” absolutamente inescindibles de aquello que (ingenuamente) suele pensarse como “los hechos desnudos”.»
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