Esperanza R. Alcaide Lara
«La relación argumentación-(des)cortesía en el discurso persuasivo»
Pragmática Sociocultural / Sociocultural Pragmatics (Revista Internacional sobre Lingüística del Español / An International Journal of Spanish Linguistics), vol. 8, n.º 2, noviembre de 2014
Pragmática Sociocultural / Sociocultural Pragmatics (Revista Internacional sobre Lingüística del Español / An International Journal of Spanish Linguistics) | De Gruyter Mouton | Berlin, Boston
Extracto del apartado 2.1 del artículo en PDF
«La denominación de (des)cortesía hace referencia a un fenómeno comunicativo de carácter social, que presenta una doble vertiente: la cortesía y la descortesía. La cortesía, tal y como se ha tratado en la ya amplia bibliografía, consiste en un fenómeno comunicativo, una actividad en la que se busca mantener el equilibrio de las imágenes de los intervinientes en la interacción discursiva (cf. Hernández Flores, 2002) a través de estrategias como la atenuación, el acuerdo, o la valoración del otro. Estas estrategias se llevan a cabo, aunque no de manera exclusiva, por medio de recursos lingüísticos, los cuales no son predeterminadamente corteses, sino que se trata de un efecto ligado al contexto. O lo que es lo mismo, no hay recursos corteses, sino efectos corteses de esos mecanismos. Ya Fraser (1990) hablaba de que los corteses no son los enunciados, sino los hablantes. En este trabajo me hago eco del concepto de Bravo (2005, pp. 35-36), para quien el efecto de cortesía “apela al hecho de que la cortesía solo puede ser interpretada en contexto y en el marco de la relación interpersonal que presupone interlocución […]. Es decir, no podemos dar por hecho que una determinada actividad sea de cortesía, sin tener en cuenta un conjunto de factores que determinan la interpretación de que ha tenido un efecto de esas características”.
»Por ejemplo, en España, agradecer por medio de “¡Gracias!”, tendrá efecto cortés en una situación formal, como cuando nos pasan la sal en la mesa si almorzamos con unos compañeros de trabajo. Pero en una situación con grado alto de familiaridad, por ejemplo en casa con nuestros hijos, si estos nos profieren un ¡gracias! al pasar la sal, se anuncia un más que posible conflicto debido a la asociación de esta forma cortés con su uso en interacciones con distancia social entre los interlocutores (cf. Alcaide Lara, 2011a).
»Partiendo de esta idea del efecto social, define Bravo (2005, 33-34) la cortesía como “una actividad comunicativa cuya finalidad propia es quedar bien con el otro y que responde a normas y a códigos sociales que se suponen en conocimiento de los hablantes. Este tipo de actividad en todos los contextos considera el beneficio del interlocutor. El efecto que esta actividad tiene en la interacción es interpersonalmente positivo”. Por ello, se ha de entender que lo que se pretende es preservar la buena relación entre los participantes y salvaguardar su imagen, para lo cual, según Bravo (1999, 2003, 2008), en la interacción se trabaja en pos de la imagen.
»El concepto de imagen de Bravo parte del desarrollado por Goffman (1967, 1971), concepto que se refiere a una necesidad de tipo psicosocial propia del ser humano, de forma que toda persona posee unas necesidades de imagen y lo pone de manifiesto en el desarrollo de sus contactos interpersonales. Goffman define la imagen social (‘face’) como el valor social positivo que el individuo reclama para sí mismo durante la interacción con los otros, de forma que en este concepto se interrelacionan lo comunicativo, lo social y lo personal. Según expone este autor (Goffman 1967, p. 5):
»“The term face may be defined as the positive social value a person effectively claims for himself by the line others assume he has taken during a particular contact. Face is an image oneself delineated in terms of approved social attributes – albeit an image that others may share, as when a person makes a good showing for his profession or religion by making a good showing for himself.”
»De acuerdo con esto, la imagen se correspondería con una máscara o disfraz a través del cual el hablante se mostraría a los demás. Esta sería distinta dependiendo de las distintas situaciones en las que actuara. Y en esta imagen es también determinante lo que los otros interpretan acerca del valor social que ese individuo ha querido mostrar en dicho intercambio. Se trata, ante todo, de una proyección del yo ante el alter, un yo virtual, que se crea (que el hablante crea) a partir de la interacción social cotidiana. Por lo tanto, la imagen social tiene carácter público e interpersonal, pues depende de cómo el hablante, en nuestro caso, desee ser visto por los demás, a través de las relaciones comunicativas que establece. Para Goffman hay dos constantes en las interacciones: el auto-respeto y la consideración. Como parte integrante de un grupo, del hablante se espera que muestre respeto hacia él mismo y, a la vez, muestre consideración hacia las demás personas con las que se interrelaciona. El mantenimiento de la imagen propia y de los participantes en el intercambio comunicativo, condición de la interacción, consiste en el mantenimiento de ambas constantes (auto-respeto y consideración).
»El carácter universal de la búsqueda de la imagen se ha puesto de manifiesto en diferentes trabajos. Por ejemplo, O’Driscoll (1996, p. 14) reconoce este carácter universal del deseo de una “buena imagen”, aunque, al mismo tiempo, señala que los constituyentes de esa “buena imagen” son culturalmente variables. En este mismo sentido se manifiesta Bravo (1999, 2002, 2008) quien propone “no tomar modelos a priori y regresar en cambio a las fuentes sociales del/la hablante, es decir a las convenciones compartidas dentro del grupo social de pertenencia, lo cual determina una particular concepción y configuración tanto de la imagen básica como de las imágenes de los roles que los hablantes desempeñan (Bravo 2002, p. 144).
»Bravo (1999, pp. 160–161; 2002, p. 145) habla de que la imagen social básica está constituida por dos categorías vacías, la afiliación y la autonomía, que han de ser llenadas sobre la base de los contenidos de imagen que le son propios a cada sociedad, grupo, etc. Conocer esos contenidos constituiría el contexto sociocultural de acuerdo con el cual interpretaríamos las actividades de imagen que se llevaran a cabo en los intercambios comunicativos concretos. En la conversación, según esta autora (Bravo 2002, p. 106), la autonomía se manifiesta en todo lo que el individuo hace por diferenciarse del grupo, puesto que desea mostrarse como alguien diferenciado de este (ideas propias, actitudes propias, etc.). La afiliación, en cambio, se manifiesta en el comportamiento a través del cual el individuo intenta identificarse con el grupo. Por otro lado, entre la imagen de afiliación y la de autonomía no existe una separación tajante, pues “los contenidos de imagen toman formas complejas que unen elementos de ambas” (Bravo 2002, p. 106).
»Afiliación y autonomía son, por tanto, dos “categorías vacías” que han de ser rellenadas en el contexto de cada comunidad sociocultural con contenidos de imagen, los cuales aluden a la “‘personalidad social ideal’ con la cual el hablante se identifica” (Bravo, 2004, p. 28). Estos contenidos, que supuestamente son bien conocidos por los hablantes de una determinada comunidad, “son tomados por el/la investigador/a como presunciones para interpretar los comportamientos comunicativos desde una perspectiva de cortesía” (Bravo 2004, pp. 28–29). Es decir, el analista los toma como premisas socioculturales, una categoría de análisis que debe explicitar para justificar sus interpretaciones en torno al efecto social del comportamiento comunicativo (Bravo, 2009, p. 44). Estas premisas socioculturales permiten aventurar cómo es la imagen social básica de una comunidad, la cual estaría constituida por los rasgos idiosincrásicos supuestamente consensuados y reconocidos como propios por los hablantes, rasgos que, como analistas, suponemos a través de la observación de los comportamientos interaccionales de ese grupo social (Bravo, 2008, p. 588). En las páginas que siguen comprobaremos cómo lo que se denomina estructura argumentativa se manifiesta como un recurso que trabaja también en pos de estos dos aspectos de la imagen.
»En otro orden de cosas, está el concepto de ‘imagen de rol’ (cf., entre otros, Bravo 1998b, 2002, 2003, 2004; Fant y Granato, 2002; Fant, 2007). El rol, según Goffman (2001), es una parte integrante de nuestra personalidad, de forma que el hecho de que un individuo represente el mismo papel en diferentes ocasiones ante una misma audiencia, hace que se desarrolle una relación social determinada y condicionada por los rasgos propios del rol mostrados por el hablante.
»De cualquier manera, el hablante no se puede entender como representante monoplano de un solo rol, sino que en sí mismo puede implicar uno o más papeles de contenidos variables (re)presentados por el actuante ante la misma o diferente audiencia de manera habitual. Por ejemplo, el rol de madre, el de profesora, el de amiga, etc. Todos ellos vienen definidos social, cultural y situacionalmente (cf. Bravo 2003, pp. 104–105).
»En relación a la actividad de rol, afirma Bravo (2002, pp. 145-146) que “corresponde a la posición de cada persona respecto a la otra; los roles se juegan frecuentemente de a pares (maestra/o-alumno/a) y el desempeño de estos debe ser compatible con las cualidades que le son apropiadas. Es decir, se le atribuyen ciertas características al rol de ‘hijo/a’, de ‘comerciante’, etc. Y estas atribuciones justifican en conversación expectativas de comportamiento (cf. Goffman 1961, pp. 85-87)”. Bravo considera también la existencia dentro de un rol de “roles menos acotados” (lo que podríamos llamar sub roles): “ser académico/a constituye de por sí un rol con sus propias características y al mismo tiempo puede ser desglosado en otros roles como el de docente, investigador/a, etc.” (Bravo, 2002, p. 146).
»Junto a los aspectos que pertenecen a lo que Bravo llama la imagen individual (“los deseos de cómo el/la hablante desea verse a sí mismo/a por el grupo”, Bravo, 2002, p. 146), se encuentra el concepto de imagen de grupo: “cómo el grupo desea ser visto como tal por otras personas o grupos” (Bravo, 2002, p. 146), es decir, la imagen del individuo como miembro o perteneciente a un grupo concreto: grupos profesionales, sociales (jóvenes, mujeres, etc.), familiares, etc. De hecho, Bravo (2002, p. 146) afirma que los aspectos de la imagen social (autonomía y afiliación) pueden ser observados tanto con respecto a la imagen individual como grupal. La imagen de grupo llega a ser tan importante que ya Goffman (2001, pp. 98–99) propugnaba que un miembro de un grupo debe evitar destruir la imagen de los otros miembros en prevención de la ruptura de relaciones dentro de dicho grupo. Asimismo, la conciencia de una imagen de grupo común hace que una actuación inadecuada, no ajustada a los patrones básicos de comportamiento reconocidos como propios, de cualquiera de sus miembros ante personas pertenecientes a otro grupo resulte molesta a los otros miembros.
»En este orden de cosas, las actuaciones comunicativas, sean del tipo que sean, constituyen las llamadas actividades de imagen (‘facework’, en la acepción original de Goffman, 1967), acciones que la persona ejecuta para hacer corresponder su conducta con su imagen propia. Estas sirven para contrarrestar “incidentes” o eventos que pueden implicar una amenaza a la imagen y se conforman en prácticas habituales y estandarizadas, dentro de los grupos sociales. De esta forma, cada grupo social posee una serie de prácticas o habilidades sociales: técnicas de evasión, medidas defensivas, medidas protectoras, técnicas de corrección, etc. (cf. Goffman 2001, pp. 93–123). Entre estas actividades de imagen se encuentran las actividades de cortesía y descortesía. A la cortesía se le ha reconocido un potencial carácter estratégico (cf. Bravo, 2001; Briz, 2004, 2007; Bernal, 2007, entre otros), de tal forma que se pretenda conseguir otro objetivo que no sea simplemente ser cortés con el interlocutor. Como ejemplo, pensemos en cualquier anuncio o spot publicitario que pretende posicionar un producto en el mercado, o en una situación tan familiar como la que se produce cuando alabamos lo que el otro posee con la finalidad de que incluso nos lo ofrezca.
»Por su parte, la descortesía supone un comportamiento contrario, negativo, en el sentido de que se trata de afectar la imagen del otro, o incluso destruirla, rompiendo, por tanto, el equilibrio entre los interlocutores, no solo en cuanto al equilibrio pretendido en una relación social (cf. Leech, 1983) sino también en el equilibrio de sus imágenes sociales (cf. Hernández Flores, 2002). En la definición que usaremos como punto de partida de este trabajo, se trata de “una actividad comunicativa a la que se le atribuye la finalidad de dañar la imagen del otro y que responde a códigos sociales supuestamente compartidos por lo hablantes. En todos los contextos perjudica al interlocutor. El efecto emergente de esta actividad es interpersonalmente negativo, de lo cual se deduce que se ha producido una interpretación de la actividad como descortés en ese contexto” (Bernal, 2007, p. 86).
»Para llevar a cabo actos descorteses disponemos de estrategias (insultar, acusar, atacar, burlarse, etc.; cf. Culpeper, 1996), que se llevan a cabo, fundamentalmente, a través de recursos lingüísticos. Además, como he demostrado en otros trabajos (Alcaide Lara, 2010, 2011b), la descortesía también puede tener carácter estratégico, si nuestro objetivo no es solo destruir la imagen del otro, sino que pretendemos alcanzar otros fines (conmover el ánimo, hacer actuar al otro, etc.). En el siguiente texto [NOTA 1], de gran complejidad enunciativa, se muestra cómo la descortesía puede tener una finalidad social que no radica solo en destruir la imagen de un tipo de individuo, sino también en “sacudir” la conciencia de los destinatarios del discurso, en este caso concreto, la sociedad, para conseguir el rechazo hacia los maltratadores. Se trata de lo que en otros trabajos (Alcaide Lara, 2011b) he denominado “descortesía sensibilizadora”, un tipo de comportamiento cuya loable finalidad social hace que lo que en otro contexto pudiera ser interpretado como descortés, y, por tanto, ser rechazado por el interlocutor, en este no solo sea aceptado, sino que incluso quede legitimado.
»(Hombres)
»H1.- (1) Para la mierda que te pagan.
»H2.- (2) Tú te callas, que no tienes ni idea.
»H3.- (3) Tú lo que quieres es que te miren.
»(Mujeres)
»M1.- (4) Claro que no te abandona.
»M2.- (5) Claro que te tiene miedo.
»M3.- (6) Claro que no te contesta.
»(Hombres)
»H4.- (7) ¿Tú crees que eso es ser hombre? Yo no.
»H5.- (8) Quienes maltratan a las mujeres no tienen sitio en nuestra sociedad.
»(9) Plántate. Saca Tarjeta Roja al maltratador
»(Voz en off)
»(10) Ministerio de Igualdad. Gobierno de España
»En este texto podemos diferenciar, al menos, tres destinatarios [NOTA 2] distintos: 1) el general y final: la sociedad; 2) mujeres maltratas con el rasgo de “ficticias”; 3) los propios maltratadores.
»Los tres primeros enunciados van dirigidos a mujeres maltratadas, “ficticias”, pero concretas: las maltratadas por esos personajes-hombres que se han utilizado para representar, en el sentido escénico del término, a auténticos maltratadores. Los enunciados del 4 al 6 se dirigen a los maltratadores reales, y tienen un claro valor recriminatorio, reforzado por la presencia del marcador “claro que…”, que trae a escena las palabras posiblemente dichas por estos individuos, de evidente carácter diafónico [NOTA 3], al que se puede añadir un implícito “¿y qué esperabas?”. Ese mismo valor recriminatorio presenta el enunciado 7: también va dirigido al destinatario maltratador, al que manifiesta un total y absoluto desacuerdo con su forma de pensar. El enunciado 8 se dirige al resto de la sociedad, a la que se le pide la colaboración ante este gran problema. Por último, se manifiesta el locutor del spot: el Ministerio de Igualdad del Gobierno de España.
»En el texto, se ponen en práctica claras actividades de descortesía, como son la recriminación y el desacuerdo (enunciados del 4 al 7), cuyos objetivos son los maltratadores. La imagen de autonomía que se proyecta de estos es la de seres crueles, impositivos, no éticos y cobardes. En el aspecto de la afiliación, seres a los que se les muestra rechazo y desacuerdo absoluto.
»Los enunciados del 1 al 3 representan las palabras que los maltratadores suelen utilizar en la “intimidad del maltrato”, que no salen a la luz, y que están representando las actividades violentas que estos llevan a cabo. Estas palabras, escenificadas, que no reconocemos más que como ficción en esta situación comunicativa concreta del anuncio, son los instrumentos que utilizan estos individuos para “golpear” a sus víctimas en la realidad. En esta situación comunicativa concreta, estas palabras están siendo utilizadas para llevar a cabo una actividad de descortesía hacia el maltratador por parte de la sociedad, como es “sacar a la luz pública” algo que este considera de “su ámbito doméstico”. Se trata de una clara intromisión en su “particular intimidad”. Se sacan sus “trapos más sucios”, lo que supone una “agresión” contra él. En mi opinión, tal y como afirmé en Alcaide Lara (2011b), se puede hablar de un efecto “boomerang”: sus propias palabras se vuelven agresivas contra él mismo cuando se hacen públicas, dado que afecta a su autonomía. Y, con ello, se proyecta la imagen que se atribuye a estos seres: la imagen de maltratador, que, desde el punto de vista de la afiliación, ha de estar fuera del grupo.
»En un contexto global, las actividades de descortesía que se realizan en este spot, que en una situación “normal” sería objeto de recriminación para el que las realizara, están siendo utilizadas de forma estratégica con objeto de sensibilizar a la ciudadanía, es decir, su objetivo es persuasivo. Se trata, por tanto, de un nuevo caso de descortesía sensibilizadora, aunque esta vez la descortesía no es proyectada sobre el destinatario último del mensaje, sino sobre el objeto del discurso, que, a su vez, también es parte de la instancia comunicativa.»
«NOTAS
»[NOTA 1] Se trata de un spot televisivo que forma parte de la campaña titulada Saca Tarjeta Roja al Maltratador que en 2010 lanzó el Ministerio de Igualdad del Gobierno de España contra el maltrato hacia la mujer, en la que colaboraron numerosas personas de gran prestigio en medios como el teatro, el cine, la televisión, el periodismo o la canción. En este caso concreto, tenemos 5 enunciadores hombres (señalados en el texto como H1, 2...), 3 enunciadores mujeres (M1, 2...) y un último enunciador, voz en off, representante del Ministerio de Igualdad del Gobierno de España. Este texto aparece más ampliamente comentado en Alcaide Lara (2011b). Puede visionarse en http://www.youtube.com/watch?v=x-h0vuJEDlc
»[NOTA 2] Utilizo los términos alocutario y destinatario, como figuras enunciativas deslindables del concepto de receptor en sentido ducrotiano de los mismos. Para Ducrot (1986), el alocutario era el ser del discurso a quien el locutor (responsable del material lingüístico del texto) declara dirigirse, mientras que el destinatario se hace corresponder con el ser discursivo al que, según el locutor, declara dirigirse el enunciador, responsable según este de los enunciados, de los puntos de vista discursivos. Empleo estas distinciones por lo rentables y clarificadoras que son para el estudio de discursos comunicativamente complejos, como son el publicitario y el parlamentario.
»[NOTA 3] El concepto de diafonía se lo debemos a Roulet (1987), para quien es un tipo especial de lenguaje referido, según el cual, las palabras o estados de conciencia que referimos son las de nuestro propio receptor, presente en la situación comunicativa, y no las de una tercera persona ajena al esquema comunicativo en el que se insertan.
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