Juan Antonio Flores Martos
«Emociones y salud intercultural: de Aguirre Beltrán a las etnografías contemporáneas en mesoamérica»
Boletín Americanista, n.º 74 (2017)
Boletín Americanista | Universitat de Barcelona | Facultad de Geografía e Historia | Departamento de Historia y Arqueología | Barcelona | ESPAÑA
Extracto de apartados «Introducción» y «Conclusiones» de la publicación en PDF. Véanse las referencias en la publicación original del texto.
«Introducción
»En las siguientes páginas, quisiera explorar la obra y figura de Gonzalo Aguirre Beltrán como pionero, al incorporar al análisis de las enfermedades culturales y de las sociedades indígenas de México las emociones, como protagonistas y agentes activos de estos procesos de afectación por la enfermedad, y su sanación.
»Aunque ha pasado a la historia por sus contribuciones a la antropología —académica y aplicada—, inclusive por su papel en la acción indigenista en México, no hemos de olvidar la complejidad y riqueza de su figura, ya que su primera formación y ejercicio profesional tuvo lugar en el campo de la medicina. Fue mé- dico cirujano por la UNAM, y ejerció como médico en la localidad de Huatusco, estado de Veracruz, hasta que trabajó como biólogo en el Departamento Demográfico de la Secretaría de Gobernación.
»Una revisión de sus trabajos desde 1955 hasta la década de 1990, cuando fallece, nos permite identificarlo como un pionero en las investigaciones teóricas —y aplicadas— en el campo de la interculturalidad en salud. No conozco ningún texto en español —ni tampoco en inglés— que hablara explícitamente de salud intercultural para una fecha tan temprana como 1955, cuando Aguirre Beltrán publica sus Programas de salud en la situación intercultural (1994). Además nos hallamos ante uno de los primeros investigadores en identificar que la especificidad de la aculturación médica —como proceso de impactos diferenciales y configuraciones heterogéneas— y la interculturalidad (en el campo de la salud y la medicina) podían ser asimétricas (Zolla, 2008).
»No obstante, no me interesa aquí desarrollar prioritariamente un análisis y argumentos sobre su influencia genérica en este campo de la salud intercultural, tema abordado por Zolla (2008) y Campos (2010), y, en especial, en la semblanza biográfica de Martínez (2016). Desde hace algún tiempo he mantenido una perspectiva crítica con respecto al discurso y a las retóricas de la interculturalidad en salud, y como indicaba hace algunos años:
»“La interculturalidad en salud más fácilmente detectable y habitual con la que nos topamos es una retórica empleada a nivel institucional inclusive por algunas agencias y fundaciones multilaterales o no gubernamentales, pero no es de mucha utilidad en el desarrollo de programas de salud eficaces, sino un arma política e inclusive un instrumento de continuar —por acción y omisión— la dominación y control colonial de otras culturas y sociedades, en este caso por la lógica y poder biomédico occidental, enmascarado en ocasiones bajo los términos de desarrollo, cooperación, ayuda humanitaria, solidaridad, hospital” (Flores, 2011: 8).
»En las siguientes páginas me interesa mostrar el papel que ha desempeñado la obra de Gonzalo Aguirre Beltrán como pionera y precedente de la perspectiva de la antropología de las emociones, y como crítica de los sesgos y pocos alcances que han exhibido los paradigmas científicos hegemónicos del racionalismo, por no tener en cuenta el componente de las emociones, los valores morales de las enfermedades y los sistemas médicos indígenas en las culturas mesoamericanas, y, de modo más genérico, de los sistemas terapéuticos populares en las sociedades de esta área cultural. Aguirre compartió la concepción de la medicina como una ciencia social (y la política como una medicina a gran escala), como ya en 1848 difundiera el que luego fue candidato al Premio Nobel de Medicina, Rudolf Virchow, en su «Reporte sobre la epidemia de tifo en la Alta Silesia», y uno de los precursores de la moderna sociología (Flores, 2014: 17-18).
»Conclusiones
»Entre los chortíes del oriente de Guatemala, Julián López también enfatiza el papel que la vergüenza tiene en sus relaciones sociales. En particular en las relaciones de pareja, donde el incumplimiento de las obligaciones de los roles de género y la quiebra moral de las normas comunitarias anuncian la ruptura de la pareja —abandono del marido por la mujer— de un modo legítimo y socialmente consentido. Así lo explica el autor:
»“Por otro lado, si el “capricho” de la mujer se conecta con la falta de atención respecto a la comida; el “capricho” del hombre, su haraganería, conduce al descuido de la milpa y a la pereza. El modelo de hombre, por el cual la mujer tiene a bien apartarse de su casa para tener su “mano caliente” en otra, es el hombre trabajador; que siembra milpa y se preocupa de ella, que lleva maíz a la casa, que permite con su trabajo que la mujer tenga maíz (además vestidos, sal y jabón), se quiebra con el perezoso, el “ruin”, el hombre que dedica mucho tiempo a “pasear”, que se “encantina” con frecuencia, descuida indefectiblemente su milpa y por tanto imposibilita el abastecimiento básico de la casa. Al hombre se le pueden permitir excesos controlados (borracheras eventuales u otras “alegrías”) siempre y cuando lo fundamental esté asegurado; si no, la ruptura es previsible; la mujer avergonzará a su marido (no hay mayor vergüenza para un hombre que ver cómo los demás cosechan y su milpa está “ruina”), le regañará y llegará a abandonarlo de manera socialmente consentida. La haraganería del hombre en la mayoría de las ocasiones está conectada con la borrachera persistente” (López, 2000: 373-374).
»Circunscribiéndonos a la etnografía disponible en Mesoamérica, es posible en este momento esbozar alguna línea explicativa o teoría relativa a la envidia y la vergüenza como emociones generadoras de enfermedad entre los distintos grupos, en culturas amerindias y mestizas. Se podría así establecer la siguiente distinción entre: primero, sociedades donde la “envidia” es la emoción que singulariza más a sus gentes, al menos en cuanto a su capacidad y responsabilidad de enfermar a sus integrantes. Estas sociedades responderían a un concepto de persona y relaciones sociales en contextos sociales más igualitarios, con una mayor influencia social y cultural de la tradición europea mediterránea (española), tratándose de grupos más aculturados y mestizos. Operaría en ellas, siguiendo las tesis de Foster (1967), la “teoría del bien limitado”.
»Segundo, sociedades donde la “vergüenza” es la emoción más enfatizada, y que a su vez enferma a sus gentes. Estas sociedades responderían a un concepto de persona y relaciones sociales en contextos culturales más jerárquicos, de mayor presencia indígena, y que han experimentado de un modo menos intenso los procesos de aculturación, pero que no se libran de los efectos de la confrontación con las fuerzas de la Modernidad. En estos grupos los sujetos se enfermarían preferentemente de “vergüenza”. Estaría operando en ellos una teoría que podríamos llamar, parafraseando a Imberton (2006: 264), de la “tirantez de la vida social”, sobre los recursos propios y ajenos.
»Con esta propuesta teórica o síntesis explicativa para Mesoamérica, quisiera concluir haciendo explícito mi reconocimiento a la obra de Gonzalo Aguirre Beltrán, y a su figura, relevantes a la hora de incorporar la antropología de las emociones en la construcción de una antropología médica aplicada y, en especial, orientada a los desafíos que plantea la actual perspectiva de la interculturalidad en salud. A ello han estado dedicadas estas páginas.»
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