El autor de este artículo maneja como equivalentes los términos ‘periodismo’ y ‘prensa’, y como realidades, los considera agentes de la vida política, social y cultural de una sociedad determinada y en un tiempo determinado. Con relación al otro polo de atención de su trabajo, enuncia esto: «La imprenta permitió el nacimiento de la prensa escrita, mientras que la revolución digital ha modificado sustancialmente la manera de difundir la información». Como si se tratara de tal agente, el propio autor observa el medio digital y sopesa su alcance respecto a la misión periodística específicamente dentro del ámbito político; su percepción y reflexión según puedes leer en los párrafos a continuación, que son parte del estudio enlazado. Si te preguntas sobre la asociación con revolución, hay que decir que se establece desde el minuto cero en este artículo, en el que la primera frase, en el resumen, dice así: «Desde la aparición de Internet estamos inmersos en una revolución social y cultural solamente comparable a la de la invención de la imprenta, aunque con efectos inmediatos y a escala global como consecuencia de la evolución tecnológica y de la velocidad vertiginosa de esa evolución».
Juan Carlos Mildenberger
«Periodismo temprano y revolución digital: analogías y distancias»
Tinkuy. Boletín de investigación y debate, n.º 21, 2014
Tinkuy. Boletín de investigación y debate Université de Montréal | Faculté des arts et des sciences | Département de littératures et de langues modernes | Section d’Études hispaniques
«Periodismo temprano y revolución digital: analogías y distancias. La revolución tecnológica y las revoluciones políticas»
«El título del capítulo IV del libro de Roger Chartier Les origines culturelles de la Revolution française se presenta como una interrogación: “Les livres font-ils les révolutions?” (1990: 86) y el primer párrafo comienza insistiendo con la misma pregunta. La importancia del texto escrito y la prensa en los acontecimientos de la Revolución francesa, con sus posteriores consecuencias en la América colonial, permiten formular el mismo interrogante que plantea Chartier, pero referido a las redes sociales virtuales, particularmente por lo acontecido entre 2010 y 2012 en lo que se conoció como “Primavera árabe”, es decir, las protestas y revoluciones en el mundo árabe, en las que las redes sociales, como el texto escrito en las revoluciones francesa y americana, habrían tenido una importancia preponderante.
»Roger Chartier sostiene que si los franceses de fines del siglo XVIII consumaron la Revolución, fue porque anteriormente los libros (la lectura) transformaron sus ideas. El poder de persuasión de la lectura habría transformado a los lectores (1990: 87), dejando el terreno fértil para los posteriores sucesos revolucionarios. El mismo autor, citando a Robert Danton, sostiene que la difusión a gran escala de la denuncia y la crítica explícitas en los textos permitieron a los franceses darse cuenta de su calidad de víctimas de una monarquía despótica, cuyos mitos fundadores fueron precisamente minados por vía de este tipo de literatura (1990: 103).
»El poder de Internet y las redes sociales virtuales, en situaciones semejantes, serían capaces de desencadenar episodios tendientes a provocar revoluciones políticas en el mundo contemporáneo, a raíz de la posibilidad de desarrollar y difundir información de manera inmediata y simultáneamente por diversos canales (blogs, Facebook, Twitter, YouTube, etc.), informando sobre abusos de distintos gobiernos dictatoriales o democráticos, y burlando la censura, si no totalmente, al menos en gran parte. Sólo a modo de ejemplo y obligados por la coyuntura (las últimas revoluciones y manifestaciones políticas se han dado mayormente en el “mundo árabe”), podemos tomar precisamente estos acontecimientos contemporáneos para considerar la eficacia y/o potencialidad de Internet y las redes sociales en el activismo político. Sobre esta potencialidad podemos citar lo ocurrido en el año 2009, en el que el Departamento de Estado americano pidió a Twitter que no interrumpiera su servicio para apoyar la manifestación estudiantil contra el régimen iraní. Es decir, la red estaba siendo protagonista principal de un movimiento de protesta al permitir el contacto entre los protagonistas y al mismo tiempo informar sobre los acontecimientos al mundo entero, evitando cualquier posibilidad de censura. Estaba, quizás, naciendo una nueva forma de activismo político, por un lado difundiendo lo que sucedía mediante la tecnología y simultáneamente con la presencia física en las calles en las que se realizaban las manifestaciones.
»Sin embargo, no todos están de acuerdo sobre la eficacia de las redes sociales virtuales como herramientas de un nuevo activismo político. En este sentido es claro el artículo “La revolución no será twitteada” del periodista Malcom Gladwell, aparecido en la versión digital de la revista “Radar” de octubre de 2010 en Argentina. El autor se refiere puntualmente a estos casos, poniendo precisamente en duda el poder real de las redes sociales a la hora de producir acontecimientos políticos de relevancia tales como revueltas, manifestaciones, revoluciones, etc. Peor aún, Gladwell afirma que un activismo como el de Facebook produce un efecto contrario al buscado. La gente participaría en Facebook como una manera de no involucrarse más radicalmente. Es decir, participar en Facebook nos quitaría en cierta forma las culpas por no hacerlo en el terreno de los conflictos, donde hace falta la presencia real, el cuerpo. En el mismo artículo Gladwell cita al historiador Robert Darnton: “las maravillas de la tecnología de la comunicación en el presente han producido una falsa conciencia sobre el pasado – incluso una sensación de que la comunicación no tiene historia, o nada de importancia digno de ser considerado antes de la era de la televisión e Internet”. El periodista compara en cierta forma la eficacia de las redes con lo sucedido con el movimiento por los derechos civiles en los años sesenta en Estados Unidos. El de la presencia en el lugar del conflicto sería un activismo de “alto riesgo” y “estratégico” (por su organización), en cuanto a que en las redes sociales virtuales, en las que se actúa por consenso, los vínculos entre los actores serían muy débiles. Según Gladwell, las redes sociales permiten a los activistas y/o usuarios expresarse libremente, aunque paradójicamente se conseguiría el resultado opuesto al necesario, es decir, esa expresión no tendría ningún tipo de impacto importante. Es posible que la cita de Darnton lleve a confusión, al plantear el problema de una forma binaria, es decir, el pasado versus las formas de comunicación contemporáneas. Pero la situación es mucho más compleja. Los tiempos han cambiado y actualmente esos cambios se dan a una velocidad inusitada. La utilización de los medios de comunicación actuales simplemente ocurre porque no existe otra opción más eficaz. Eso no significa que ese uso contemporáneo de Internet y las redes implique una falta de conciencia sobre el pasado ni vaya en desmedro de éste. Naturalmente cada época se mueve en el contexto que le corresponde y con las herramientas (en este caso de comunicación) que le son propias. En este sentido podríamos pensar la tesis de Darnton a la inversa, es decir, una sobrevaloración del pasado puede hacernos perder de vista las posibilidades actuales y potenciales de Internet y las redes sociales como armas del activismo político.
»En una entrevista aparecida en la revista de cultura “¨Ñ” (edición digital) de título idéntico al artículo de Gladwell (“La revolución no será twitteada”), Andrés Hax publica una conversación con el periodista e investigador Evgeny Morozov, uno de los máximos “ciberescépticos”. Hax realiza una introducción en la que se refiere al libro El engaño de la red. El lado oscuro de la libertad en Internet, considerando a las redes sociales como a un arma de doble filo. Estas redes no sólo no serían efectivas como instigadoras de las revueltas sociales, sino que, peor aún, serían usadas por los regímenes autocráticos para controlar a la población, incluso persiguiendo, encarcelando y reprimiendo a quienes intentaran cualquier movimiento contra el poder establecido. “Participar en las redes sociales no es resistir, no es organizar, no es liberarse; es lo opuesto, es entregarse al sistema de una manera orwelliana. La Red es un panóptico digital. Y nosotros no somos los vigilantes, somos los vigilados”, dice Hax sobre uno de los argumentos del libro. Paradójicamente Morozov, el autor reseñado, no es un detractor del uso de las redes. Incluso él mismo es usuario y destaca las bondades de Internet y de las redes sociales. Lo que pone en tela de juicio es ese poder revolucionario que se les suele atribuir.
»Todas estas reflexiones sobre la efectividad del activismo político ejercido en las redes sociales (o su ineficacia) pueden estar parcialmente justificadas. Aunque quizás pueda considerarse un error la pretensión de abordar un fenómeno todavía muy nuevo con puntos de vista demasiado parciales. En el caso de los entusiastas de estas nuevas posibilidades que ofrece la tecnología queda generalmente ignorado el análisis de los puntos débiles de las posibilidades de estas redes. En el caso opuesto, aquel de los escépticos, se estaría perdiendo de vista el enorme protagonismo y potencial de estas redes como medios de comunicación, como herramienta estratégica para la convocatoria a ejercer el activismo en el lugar preciso de los acontecimientos, además del legítimo espacio que ocupan para la producción y publicación de textos e ideas que permiten la cohesión de sujetos impulsados por ideas y proyectos de cambios sociales similares, fundamentalmente por el contacto directo, sin intermediarios de ningún tipo entre emisor y receptor, y con la posibilidad cierta de eludir la censura en muchos casos.
»Así como la Revolución Francesa y sus ecos en la América hispana no dependieron exclusivamente de la prensa escrita, aunque ésta fue de gran importancia para el germen de cambios de conciencia e ideas, es obvio que las redes sociales no son en sí mismas las protagonistas de las revoluciones del siglo XXI. Sin embargo y aún tratándose de un fenómeno difícil de examinar ante la imposibilidad de tomar una debida distancia para realizar el análisis (estamos inmersos en el contexto que impide tomar esa distancia), es una realidad que estos nuevos medios (y es importante entenderlos precisamente como “medios”) colaboran en gran medida a difundir información, a hacernos comprender, en muchos casos en tiempo real, lo que sucede en distintas regiones del globo, mostrándonos represiones y abusos que los poderes gubernamentales no alcanzan a censurar antes de que éstos lleguen a un público masivo (ejemplo: los videos de YouTube), con lo que las posibilidades de enterarnos de lo que está sucediendo son realmente mucho mayores que en épocas pasadas. Sería interesante plantearse si las sangrientas dictaduras latinoamericanas de los años setenta hubieran podido tener lugar en un contexto como el actual, de comunicaciones “virtuales” (reales) de alcance inmediato y a escala planetaria. Quizás el tipo de censura más habitual no sea ya el de décadas y siglos pasados, en los que el poder político simplemente dictaminaba qué podía publicarse y qué no. Sin descartar esa posibilidad, la censura se ejerce actualmente dejando circular enormes cantidades de información. Ese flujo gigantesco y continuo de noticias se vuelve imposible de ser asimilado por el público y termina por perder efectividad. Esa proliferación, sumada a la velocidad con la que vamos recibiendo la información, hace que una noticia (dependiendo en muchos casos del tipo de noticia) de una antigüedad de una o dos horas pase a ser “vieja” a poco de haber sido publicada. Una censura de tipo “clásica” puede incluso transformarse en un arma de doble filo. Al denunciarse una censura el público presta una atención mucho mayor al caso. De esta manera la noticia se amplifica y obtiene una repercusión que seguramente no hubiera existido sin la censura explícita.
»Como vemos, son muchos los matices con los que podemos analizar las redes sociales como herramientas de activismo político. Se podrían compartir las posiciones de Gladwell y Morozov si los movimientos de protesta, las manifestaciones y luchas por reivindicaciones de toda índole quedaran simplemente reflejados en las redes sociales. Sin embargo, en la mayoría de los casos gran parte de estos se desarrollan también en las calles. La difusión de manifestaciones mediante las redes logran habitualmente la convocatoria de grandes cantidades de público. En conclusión, la aparente debilidad de los lazos virtuales planteada por Gladwell contribuiría al mismo tiempo a conformar el “activismo de alto riesgo” del que habla el mismo autor, es decir, la participación activa de los sujetos en el terreno en el que se dirime el conflicto. Internet y las redes sociales deberían plantearse simplemente como lo que son, herramientas con un enorme potencial y susceptibles de una variedad prácticamente infinita de usos. Aunque hayan modificado sustancialmente las comunicaciones y la forma de hacer periodismo, sería erróneo pretender que las redes fueran en sí mismas protagonistas exclusivas de cambios y revoluciones en el mundo político. Son además fenómenos demasiado nuevos, con los que se vuelve complicado analizarlos sin una perspectiva adecuada, que generalmente sólo es posible con una distancia temporal que permita plantear objetivamente su eficacia en distintos terrenos.»
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