«Estimado profesor Álvarez Junco: Lamentablemente la palabra escrita no es buena para transmitir tonos ya que mis elogios iban sin carga irónica. Lo que ocurre es que eran, aparte de merecidos, necesarios para subrayar un punto central de mi artículo. Me explico.
»Esta polémica no es ideológica sino metodológica. Como yo veo las cosas, hay dos maneras de encarar el drama del estalinismo. Una enfatiza las personalidades y las ideas, la otra dirige más su atención a las circunstancias y al contexto. En su artículo en El País y en su respuesta posterior, Ud. se alinea con el primer enfoque. Para Ud. es fundamental el hecho de que Marx haya escrito determinados textos y no haya escrito otros, o que Lenin fuera una figura política implacable, o que Stalin fuera un paranoide. A mí, en cambio, esos hechos no me parecen tan importantes y mucho menos me parecen esclarecedores para quienes vivimos en las democracias del siglo XXI. Para mí, a la hora de entender aquella época es más importante ver el contexto, los conflictos típicos de toda modernización económica y social, las convulsiones del sistema político en tiempos revolucionarios, la agresión internacional y cosas de esas. (Si me permite, en este breve artículo ya había tratado de esbozar mis ideas al respecto.) Así, la admiración o el desprecio que podamos sentir por determinadas figuras históricas son más bien irrelevantes. El que yo admire a Madison o a Hamilton no cambia para nada el hecho de que actuaron en un momento político particular y que el destino los colocó a la cabeza de, repito, una revolución de propietarios.
»Si enfatizamos personajes e ideas, los problemas políticos se reducen a leer los textos adecuados y escoger las personas adecuadas. Si, por el contrario, enfatizamos las circunstancias, la tarea es más difícil: tenemos que saber qué semejanzas y diferencias hay entre nuestro momento y los periodos anteriores, qué lecciones podemos aprender y en qué aspectos nos toca simplemente innovar porque los precedentes no nos sirven.
»Por ejemplo: con la distancia que nos dan los años va quedando cada vez más claro que los horrores del estalinismo fueron producto de unas circunstancias específicas que no son las nuestras ahora. Afortunadamente no existe el más mínimo riesgo de que se repita en Europa (¡ni siquiera en Rusia, con todos sus problemas!) esa combinación mortífera de convulsión social, de agresión externa y de paranoia colectiva que dio lugar a semejante catástrofe. Si de horrores del pasado se trata, hay hoy en Europa Occidental muchos esclavos y siervos en fábricas clandestinas, víctimas del tráfico de personas, y ni un solo preso político en un Gulag. Obsesionarnos en este momento con el posible retorno del estalinismo es dirigir mal nuestras miras. Del mismo modo, no existen en este momento en ninguna parte de Europa las condiciones estructurales que propiciaron el ciclo insurreccional jacobino del que formó parte Lenin.
»Por eso deberíamos utilizar el adjetivo “estalinista” con cautela. Yo entiendo que Ud., al igual que millones de españoles, no quiera votar a Izquierda Unida. En su opinión, IU de llegar al poder ejercería un gobierno incompetente y corrupto, en beneficio de unos pocos amigos. Puede que sí. Pero, ¿es eso estalinista? Con el debido respeto, lo invito a que se pregunte si ese uso de los términos le hace verdadera justicia a la tragedia del pueblo soviético.
»Con esto llego al punto de explicarle por qué en mi artículo anterior escribí elogios a su persona que pudieron parecerle irónicos aunque no lo eran. Muchos en política se valen de analogías históricas absurdas para generar miedo y pescar en río revuelto. Eso ocurre en todo el espectro pero últimamente lo veo mucho más en la derecha. Ni por un segundo se me ocurre comparar los escritos de un historiador de quilates como Ud. con, por ejemplo, los dislates oportunistas de Esperanza Aguirre. Pero sí que me hubiera agradado ver que Ud. ayudara a combatir las deleznables bases intelectuales de ese tipo de retórica en lugar de reproducir el tipo de análisis reduccionista al que ya me referí. Al fin y al cabo, son los historiadores los que mejor nos pueden alertar sobre la importancia de los contextos.
»Así como el retorno del estalinismo no me quita el sueño, sí hay un precedente histórico que me inquieta. Muchos procesos revolucionarios, el de Rusia incluido, comenzaron como procesos moderados que se radicalizaron en buena medida porque, al colapsar los mecanismos de consenso, ambos bandos se enfrascaron en un ciclo de vetos mutuos donde era impensable que el otro bando tuviera algo de poder. Lo típico de una democracia es que ninguna derrota es la última; siempre el bando perdedor puede reagruparse y tratar de volver más adelante. En estos casos, en cambio, ese tipo de confianza mutua se destruyó. Cuando un conflicto llega a esos niveles, es normal que personajes con puño de hierro terminen en posiciones de liderazgo. Son los que desde el punto de vista de sus seguidores “hacen lo que hay que hacer”, así a Ud. y a mí nos parezca en retrospectiva horripilante.
»Esta reflexión me lleva a una pregunta. Vivimos en tiempos en los que los mercados financieros puedan castigar implacablemente ciertas alternativas políticas que no les gustan, con lo que las declaran abiertamente inelegibles. ¿No estará esto generando nuevos vetos y erosionando las bases de la robusta convención democrática de que ha disfrutado Europa en la postguerra? ¿No estará esto haciendo más daño al sistema político que los afiches y fotos que cuelguen los partidos de izquierda en sus despachos? Los socialistas rusos de comienzos del siglo XX participaron en la revolución de 1905 solo para descubrir después que tanto el zar como los liberales los consideraban un grupo de intocables que nunca serían admitidos en el gobierno. Y ya vimos cómo terminó aquello.
»Envío: Usé el término “propagandista” en el sentido tradicional y respetable de un divulgador de ideas, no de un tarifado. Pero sí le puedo decir dónde reclamar su pago: cuando quiera nos citamos en cualquier bar de Madrid y nos tomamos una caña a mí cuenta. Es mucho menos de lo que Ud. merece, pero será un placer.»
«Luis Fernando Medina es investigador del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto Juan March, realizó el doctorado en Economía en la Universidad de Stanford, ha sido profesor de ciencia política en las Universidades de Chicago y Virginia (EEUU) e investiga temas de economía política, teoría de juegos, acción colectiva y conflictos sociales. Es autor del libro 'A Unified Theory of Collective Action and Social Change' (University of Michigan Press, 2007).»
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