julio 01, 2016

«Actividades de imagen en el género discursivo de la canción protesta: un análisis desde la teoría de la cortesía»



Cristina Vela Delfa
«Actividades de imagen en el género discursivo de la canción protesta: un análisis desde la teoría de la cortesía»

Analecta Malacitana, n.º 40, junio de 2016

Analecta Malacitana | Universidad de Málaga | Facultad de Filosofía y Letras | Málaga | ESPAÑA


Extracto del apartado en páginas 187 a 191 del artículo en PDF. Véanse las referencias en la bibliografía de la publicación original.




«La cortesía como estrategia conversacional

»Antes de analizar los mecanismos que explicitan la presentación de la imagen pública en los textos que conforman la muestra de análisis, repasaremos algunas notas generales sobre la teoría que explican los fenómenos de cortesía como estrategias de gestión de la interacción personal.

»La sociopragmática entiende la cortesía como una estrategia conversacional que surge de la necesidad de mantener, por medio de la palabra, un equilibrio en las relaciones interpersonales. Esta concepción supone una ruptura con la visión tradicional, ya que sustituye el punto de vista normativo, la cortesía verbal era entendida como la manifestación lingüística de ciertas normas que regulaban el comportamiento protocolario, por un planteamiento estratégico. A partir del desarrollo de las teorías pragmáticas, la cortesía verbal adquiere una dimensión más inclusiva que abarca un amplio abanico de fenómenos lingüísticos que se explican desde un planteamiento muy cercano a la retórica. Cuando Searle (1975) propone la noción de acto indirecto, tomando como punto de partida la Teoría de los Actos de Habla, se aproxima a la idea de cortesía como fenómeno estratégico. Los actos de habla indirectos, resultado de disfrazar determinados actos directivos bajo formas indirectas en busca de reacciones favorables, tienen en sí mismos un valor específicamente cortés.

»La primera formulación concreta de la cortesía como estrategia verbal se la debemos a Lakoff (1973), quien propone tres máximas que dan cuenta de los mecanismos básicos de los que se valen los hablantes corteses: 1) Ni imponga su voluntad; 2) Dé opciones; 3) Haga que el interlocutor se sienta bien, sea amable.

»Esta propuesta complementa el Principio de Cooperación, propuesto por Grice (1975). Así, muchas de las violaciones a las máximas griceanas podían explicarse como un intento de cumplir las máximas de cortesía. Es decir, a veces resulta preferible mostrarse cortés que relevante, veraz o suficientemente claro y conciso.

»En esta misma línea se posiciona Leech (1983), al proponer el Principio de Cortesía: ser cortés significa minimizar la expresión de las creencias desfavorables del oyente y maximizar la expresión de las creencias favorables. Leech amplía la lista de máximas de cortesía a seis: 1) máxima de tacto; 2) máxima de generosidad; 3) máxima de aprobación; 4) máxima de modestia; 5) máxima de unanimidad, y 6) máxima de simpatía.

»Sin embargo, estas aproximaciones teóricas no llegan a completarse hasta que aparece la obra de Brown y Levinson (1987). Estos autores incorporan a los estudios sobre cortesía verbal el concepto de imagen pública, fundamental para entender la aproximación retórica al análisis del intercambio verbal. Con la formulación de la imagen pública se revaloriza el papel del auditorio en la configuración de la orientación discursiva.

»La noción de imagen pública constituye una adaptación de la teoría de la dramaturgia propuesta por Goffman (1974), quien explica la acción social a través de la configuración de los roles, entendidos “como un modelo de acción pre-establecido que desarrollamos durante una representación y que podemos presentar o utilizar en otras ocasiones” (1974: 45). Desempeñar un papel exige la presencia de los demás, del otro. La metáfora por la que se presenta la vida diaria como un escenario de teatro en el que los actores intentan dar consistencia a roles frente a un público introduce una verdadera ruptura en el ámbito epistemológico de la sociología, puesto que aúna en una misma explicación una teoría del sujeto y una teoría del orden social.

»Así entendida, la comunicación se asimila a un juego teatral que implica una puesta en escena en la que los sujetos hacen circular imágenes —también conocidas en la bibliografía como “caras” o “face”, siguiendo los términos de Goffman— de ellos mismos. Para Goffman, la cara es el valor social positivo que una persona reivindica en una línea de acción; esta se encuentra expuesta en el proceso de la interacción y, por conflictos en su presentación, puede verse desvalorizada frente a los demás. Estas situaciones pueden tener repercusiones en el sujeto, por lo que para preservar el orden social se postula la existencia de un programa pre-establecido destinado a atenuar o neutralizar las amenazas, los ataques contra las caras.

»Así, los actores sociales contribuyen en la gestión de las caras o imágenes comportándose como si existiese un acuerdo previo acerca de todo aquello que sucede, que está orientado a evitar el conflicto. Es lo que Goffman llama “consenso operativo”. La infracción de las reglas no sólo desacredita a quien comete dicha infracción; también puede, en ocasiones, amenazar, e incluso destruir, la realidad del encuentro:

»Ser grosero o tosco, hablar o moverse de forma equivocada, significa ser un gigante peligroso, un destructor de mundos. Como todo psicótico y todo cómico debería saber, cada movimiento especialmente impropio puede romper el sutil soporte de la realidad (Goffman 1961: 81).

»Brown y Levinson (1987) toman esta caracterización y la aplican al ámbito de la interacción verbal. Parten de la idea de que cada individuo tiene una imagen pública y social, también llamada prestigio social, que le interesa mantener. Esta imagen pública se polariza en dos vertientes: a) la imagen positiva: la necesidad de ser apreciados por los demás y de que los otros tengan una buena impresión de nosotros; b) la imagen negativa: la necesidad de independencia, de espacio propio, es decir, el deseo de cada individuo de poseer y dominar un espacio y de no sufrir imposiciones por parte de los otros.

»En la definición de esta dicotomía se inspiran en otra de las nociones básicas desarrolladas por Goffman, la de territorio, que se sustenta en lo que Hall denominó “burbuja personal”, aunque Goffman extiende la territorialidad a las reivindicaciones situacionales y egocéntricas del individuo. En este sentido, describe ocho espacios del yo: el espacio personal, el recinto, el espacio de uso, el turno, el envoltorio, la reserva de información y la reserva de conversación. El territorio se corresponde con la imagen negativa del modelo de Brown y Levinson (1987): la necesidad de independencia, de espacio propio.

»La imagen pública, tanto positiva como negativa, es muy vulnerable y resulta susceptible de verse modificada fácilmente durante la interacción; por ello, los interlocutores se involucran en un proceso constante de cooperación, destinado a paliar los efectos nocivos de los actos de habla amenazadores de la imagen (conocidos con las siglas inglesas FTA).

»Hay actos de habla que comprometen la imagen positiva de los interlocutores, como la confesión o la autocrítica —que atentan contra la imagen positiva del propio emisor— o los insultos —que atacarían la imagen positiva del receptor—. Abundan asimismo los actos de habla que amenazan la imagen negativa —como las peticiones, las órdenes o cualquier acto directivo destinado a imponer un comportamiento en el interlocutor— y otros que comprometen, por el contrario, la imagen negativa del emisor —entre ellos, las promesas—. Las estrategias de cortesía juegan un papel fundamental para nivelar las consecuencias de los actos amenazadores de la imagen.

»No obstante, no todos los elementos corteses tienen una función reparadora: existe una cortesía positiva cuya función consiste en fortalecer los lazos que unen a los interlocutores. Leech (1985) distinguía entre los elementos destinados a minimizar la descortesía de declaraciones fundamentalmente descortés y aquellos que buscan maximizar la cortesía de ilocuciones naturalmente corteses. Haverkate se referirá a estas dos modalidades como “cortesía de distanciamiento” y “cortesía de solidaridad” (1994: 46).

»Cada vez que emitimos un enunciado optamos de alguna manera por un cierto nivel de cortesía. Precisamente por el carácter dialógico del lenguaje, es imposible no tener en cuenta el destinatario. En cualquier interacción, incluso en las que tienen un valor estrictamente transaccional. En las razones en que se suspende la cortesía este hecho tiene una justificación contextual. La propia situación es la que determina que un enunciado resulte más o menos agresivo. El grado de cortesía se relaciona estrechamente con el contexto: un enunciado que resulta apropiado para una situación respetuosa, puede resultar insultante en una situación de intimidad.

»En este marco, la cortesía es un tipo de actividad de imagen que trata de conseguir un equilibrio de los interlocutores en el intercambio comunicativo a través de actividades de atenuación y realce. Pero la cortesía no es la única actividad de imagen posible, la descortesía, entendida como estrategias orientadas a dañar la imagen del destinatario, y las actividades de autoimagen o autocortesía, completan el repertorio (Hernández Flores 2011: 80).

»El modelo que acabamos de esbozar ha resultado muy fructífero, habiéndose aplicado con éxito a la descripción de múltiples datos. En lo que concierne al análisis de la canción protesta, tal y como desarrollaremos en las páginas siguientes, nos servirá para entender la manera en que se gestionan las imágenes de los interlocutores implicados en los intercambios verbales, representados en las letras de las canciones. Veremos la manera en que los interlocutores construyen de forma interdependiente sus roles. Las estrategias destinadas a reforzar la imagen positiva del locutor y las orientadas a atacar la negativa de la entidad contra la que se protesta. Todo ello, con el objetivo de lograr la adhesión de la audiencia. El tratamiento argumentativo de estas secuencias textuales resulta, por tanto, evidente.»





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