julio 06, 2016

«Los embelecos de la gramática: lengua, literatura, y herejías gramaticales en la obra de Fernando Vallejo»



María Ospina
«Los embelecos de la gramática: lengua, literatura, y herejías gramaticales en la obra de Fernando Vallejo»

Cuadernos de Literatura, vol. 19, n.º 37, 2015

Cuadernos de Literatura | Pontificia Universidad Javeriana | Facultad de Ciencias Sociales | Departamento de Literatura | Bogotá | COLOMBIA


Extracto de páginas 249 a 254 del artículo en PDF. Véanse en la publicación original del artículo completo las referencias correspondientes a los autores que se citan en el extracto a continuación. Nótese que los números entre paréntesis junto a nombres de autores remiten a la página de su obra referenciada.




«La gramática, saber que ha estado íntimamente ligado al ejercicio del poder político en Hispanoamérica desde tiempos coloniales, ocupa un lugar central dentro de las reflexiones lingüísticas, literarias y políticas de Fernando Vallejo.

»Desde su tratado de gramática del lenguaje literario, Logoi(1983), pasando por su ya canónica novela La virgen de los sicarios(1994) donde un gramático homosexual retorna del exilio a narrar sus travesías topográficas y lingüísticas por la convulsionada Medellín de los años noventa, hasta El cuervo blanco(2012), híbrido entre ensayo y biografía novelada sobre la vida y obra del importante gramático Rufino José Cuervo (1844-1911), las reflexiones de Vallejo en torno a la gramática son centrales para su proyecto literario y su concepción del rol de la literatura en el mundo contemporáneo.

»La obra de Vallejo —en particular La virgen de los sicariosy El cuervo blanco— investiga la relación entre la gramática, el lugar de enunciación del intelectual que reflexiona sobre el lenguaje y el ejercicio del poder.

»El proyecto “gramatical” de Vallejo es contradictorio y seductor: mientras el provocador protagonista de La virgeninvoca a Cuervo y defiende la reflexión lingüística propia de la gramática en un país en que esta ha sido un saber constitutivo de los proyectos excluyentes de nación, la novela celebra el carácter cambiante de la lengua y defiende el lugar de la literatura frente a otros saberes y prácticas que no pueden dar cuenta de cómo el uso del lenguaje determina las relaciones sociales.

»Mientras El cuervo blancocelebra la genialidad de Cuervo examinando su obsesivo proyecto de clasificación del castellano, las reflexiones gramaticales, filológicas y semánticas del autor prueban que el “genio rebelde, cambiante, caprichoso” (299) de la lengua no se puede encerrar en una gramática. Teniendo en cuenta la centralidad de lo que para Vallejo es la “falsa ciencia” y el “embeleco” (67) de la gramática en la obra del autor, examinaremos la manera en que este articula una profunda crítica contra la sistematización de la lengua, que produce una defensa de la literatura como el lugar donde se pone en escena la vida del lenguaje y se reflexiona sobre el mundo.

»La complejidad estilística y temática de La virgenha suscitado múltiples lecturas, entre las cuales sobresale el interés por examinar el lugar del intelectual y su relación con la violencia que atestigua y produce. O’Bryen examina la locación ambivalente de la agencia narrativa en las novelas de Vallejo a partir de la forma en que sus narradores cuasiautobiográficos, que no pueden ser confundidos con el autor, producen el espacio urbano mediante su deambular por Medellín, revelando tanto la reproducción de prácticas espaciales hegemónicas y violentas como su cuestionamiento.

»En un agudo análisis sobre el proyecto intelectual anticristiano de Vallejo, Hoyos demuestra que la herejía es el principio que gobierna la impronta crítica de varios de sus textos y que produce una refutación sistemática de la existencia del Dios cristiano y una denuncia de la manera en que la religión católica está íntimamente relacionada con un orden político que perpetúa la violencia y la miseria en Colombia.

»El presente artículo busca contribuir a esta veta crítica que localiza en su obra importantes aportes críticos. En este sentido, nos distanciamos de aquellas lecturas que ven en La virgenla celebración del desastre que impide que la novela se comprometa con postura crítica alguna (Jaramillo), un texto que expresa de modo transparente el supuesto discurso racista o neofascista de su autor (Polit Dueñas) o una novela que aboga por el retorno a un orden agrario y exclusionista heredado de la Colonia (Suárez).

»Dichas lecturas que resaltan la impronta reaccionaria, fascista, nihilista o apocalíptica de la novela tienden a pasar por alto que la contradicción constituye el motor de la obra de Vallejo y la invitación que seduce a sus lectores. Suelen ignorar las múltiples máscaras y posiciones que ocupa el autor para construir su provocadora persona literaria en diversos escenarios y las contradicciones evidentes entre sus afirmaciones sobre la naturaleza ficticia de su obra, el uso de narradores semiautobiográficos y la repetida referencia a su imposibilidad de escribir más que en la primera persona.

»La virgen es el relato de viaje de Fernando, un escritor homosexual que regresa después de muchos años de exilio a una Medellín transformada por las guerras libradas alrededor del narcotráfico, por el fracaso de los violentos e inacabados procesos de modernización y por la desigual inserción de una ciudad como Medellín en el orden capitalista global. En sus recorridos por la ciudad caótica y letal acompañado de los dos jóvenes sicarios de los que se enamora, Fernando reflexiona sobre la posibilidad de escribir y relatar en medio de la ciudad violenta, y cataloga, analiza y termina adoptando las expresiones populares y los juegos de lenguaje que utilizan los jóvenes marginales, jerga que para muchos letrados en un país de larga tradición de gramáticos implicaría usos erróneos, incorrectos e impuros de la lengua.

»Fuera de hacer referencia a su oficio de escritor, Fernando se define a sí mismo como “el último gramático de Colombia” (30), “en este que fuera país de gramáticos siglos ha” (20), e invoca en numerosas reflexiones sobre el lenguaje y la semántica a Rufino José Cuervo, a quien llama un “viejo amigo […] a quien frecuenté en mi juventud” (20). De forma paralela, en El cuervo blanco, que el autor introduce como un santoral de Cuervo, este sostiene que el trabajo de Cuervo “dejó una gran huella en mí” (26) y “definió mi vida” (47). Autor y narrador se construyen en diversos textos y discursos de Vallejo como herederos de un saber que fue central para la construcción del orden político colombiano desde la Independencia.



»La limpieza y esplendor de los gramáticos

»Al posicionarse como el último de los gramáticos colombianos, el narrador de La virgenevoca una importante tradición de letrados de fines de siglo XIX y comienzos del XX, cuyo conocimiento y erudito manejo de la lengua castellana y del latín estuvo íntimamente ligado a la actividad política. Deas y von der Walde han sugerido que el estudio de la lengua y la gramática, junto con el ejercicio de la escritura, durante décadas fue el requisito para ejercer el poder político en Colombia, al señalar los efectos de estas prácticas letradas en la consolidación de un orden político conservador, hispanista y católico legitimado por el Estado y la ley que buscó amurallar a la nación de los cambios que traía consigo la modernidad.

»La gramática, como ciencia que abogaba por la pureza del lenguaje y la articulación de leyes permanentes y perdurables para el uso de la lengua, fue uno de los saberes hegemónicos que determinaron el acceso al poder en Colombia, con importantes consecuencias políticas.

»El gramático colombiano más importante de esta época marcada por la institucionalización de la ciudad letrada fue Rufino José Cuervo, cuyo fantasma puebla los textos y alocuciones de Vallejo desde que publicó su tratado sobre el lenguaje literario, en 1983. Como uno de los filólogos y gramáticos de la lengua española más reconocidos del mundo a finales del siglo XIX, momento de la consolidación del hispanismo como disciplina, Cuervo editó y comentó la famosa Gramáticade Andrés Bello (1874), fue autor de las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano(1872), de un Catecismo de urbanidad(1883) y del inacabado Diccionario de construcción y régimen de la lengua españolaque Vallejo analiza en profundidad en El cuervo blanco.

»Cuervo se lamentó con pesimismo de lo que consideraba la inminente pérdida de la unidad del castellano que localizaba en una etapa similar a la transición en el Medioevo entre el latín vulgar y las diversas lenguas romances. En sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, tratado comparativo entre el habla local y el castellano de España, que ya para 1885 se había convertido en la obra de erudición más popular en la Colombia de la época, Cuervo observó las diferencias entre las hablas locales desde los parámetros de lo que él consideraba el esplendor lingüístico de la España del Siglo de Oro, que implantó en América su proyecto colonial. En El cuervo blanco, Vallejo explica el propósito de las Apuntacionesde la siguiente manera:

»“Por la época de la gramática latina que escribió con Miguel Antonio Caro, Cuervo empezó sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, un libro que Colombia amó y que decidió mi vida. Parecía un libro de provincialismos o de dialectología, pero no, era algo más, mucho más, un libro normativo: su fin era enseñarle a hablar bien a Colombia, y Colombia, hasta donde pudo y le dio su cabecita loca, aprendió, convirtiéndolo de paso en el árbitro del idioma”. (47)


»Cuervo catalogó los errores y desviaciones que alejaban a los bogotanos del buen uso de la lengua, lamentó la pérdida de “la copiosa y la más castiza habla de nuestros padres” y localizó el buen uso del idioma en un segmento social definido por “las personas cultas”, que se diferenciaban del “vulgo” que erraba en el uso de la lengua y se desviaba de la norma (xii). Para Cuervo, “en Bogotá, como en todas partes, hay personas que hablan bien y personas que hablan mal, y en Bogotá, como en todas partes, se necesitan y se escriben libros que, condenando los abusos, vinculen el lenguaje culto entre las clases elevadas, y mejoren el chabacano de aquellos que, por la atmósfera en que han vivido, no saben otro” (x).

»En este sentido, el proyecto proscriptivo y prescriptivo de Cuervo se relacionaba con la producción de un tipo de ciudadanía: estaba ligado a un proyecto social de entendimiento basado en unas jerarquías particulares de la lengua que estipulaban el uso “correcto” del lenguaje a partir de una norma proveniente de la lengua literaria de Cervantes. Este “bien hablar”, que estaba íntimamente ligado a una clase social “culta”, constituía el requisito para tener acceso a la ciudad letrada y al poder (von der Walde, 76).

»El intelectual y político que comprendió de forma más explícita las dimensiones políticas de la regulación de la lengua fue Miguel Antonio Caro, gramático, filósofo, poeta, miembro con Cuervo de la recién fundada Academia de la Lengua, presidente de Colombia (1894-1898) y uno de los artífices del orden político conservador que definió el Estado centralista, autoritario y católico que rigió la vida colombiana del siglo XX. Junto con otros presidentes conservadores posteriores, como José Manuel Marroquín y Miguel Abadía Méndez, autores también de extensos tratados lingüísticos, diccionarios y gramáticas, el ímpetu catalogador y prescriptivo de Caro revela la profunda conexión entre actividad política y políticas de la lengua en la historia colombiana (Deas, 31).

»Como señala Von der Walde, en sus numerosos escritos Caro reparó en la relación entre lengua y orden político sustentando en la gramática un discurso político y religioso antimoderno que produjo una idea de nación definida por la tradición española y católica (76). “El uso correcto de la lengua”, sugiere von der Walde con respecto a Caro “remite no solo al orden gramatical. En la lengua se consignan el orden divino, la moral y por tanto la conducción de los pueblos” (77). Para Caro la “limpieza” lingüística del castellano provenía del mayor grado de civilización del lenguaje que él localizaba en la España colonizadora, cuyo esplendor estaba atado a un proyecto moral católico. Como sugiere Deas “La lengua permitía la conexión con el pasado español, lo que definía la clase de república que estos humanistas [de fines de siglo XIX] querían” (47).

»Durante la colonización española en América, época que sirvió de parámetro del esplendor cultural para los gramáticos colombianos, el lenguaje operó como sistema simbólico para transmitir la doctrina cristiana. De dicha concepción surgen las prácticas amalgamadas bajo el concepto de ‘reducción’, que han estudiado Cummins y Rappaport, entre las que se encuentra el ordenamiento de las sociedades americanas a través de una serie de gramáticas de lenguajes indígenas que buscaban ordenar un mundo considerado caótico y que produjeron una jerarquía cultural en la que las lenguas de origen latino tenían primacía. En términos espaciales, se estableció una estrecha relación entre la letra y el espacio urbano, ya que la organización de gramáticas indígenas venía de la mano de la organización de ciudades y pueblos desde el espacio de una plaza que irradiaba el poder eclesiástico a las diferentes regiones periféricas rurales (Cummins y Rappaport 176).

»La producción de documentos legales, eclesiásticos y literarios durante la época colonial coincidió con prácticas espaciales que instituyeron el poder sobre los cuerpos indígenas. Así como se pretendía “reducir” (ordenar, hacer razonar) a los indígenas al conocimiento de Dios, la planeación urbana fue también una instancia de ordenamiento íntimamente ligada a la escritura. Los funcionarios públicos de la Colonia, responsables tanto de sumarios como de gramáticas, inscribían el espacio social en documentos, a través de lo que Cummins y Rappaport han llamado un “espacio alfabético” (176). La reflexión lingüística del protagonista gramático de La virgeny su circulación por el espacio de Medellín y sus iglesias nos remite también a esa historia colonial que encontró continuidad en la Colombia de fines de siglo XIX.

»Aunque estos gramáticos-políticos colombianos del siglo XIX compartieron la preocupación de Andrés Bello con la unidad del castellano frente a la diversidad de usos del lenguaje y los dialectos y jergas utilizados en las nuevas repúblicas hispanoamericanas, estos entendieron la relación entre lenguaje y política de forma distinta. No abogaban por el derecho de los americanos a participar en la formación de una lengua común que ampliara el castellano peninsular, ni consideraban el lenguaje elemento central para el proyecto liberal de integración comercial hispanoamericana. Von der Walde demuestra cómo estos esfuerzos por fijar el castellano correcto y la doctrina moral católica se tradujeron en la construcción de un proyecto hegemónico de nación “excluyente de las mayorías mestizas del país y [que] deja de lado también la existencia de más de ochenta familias de lenguas indígenas en el territorio. Los saberes letrados, la fe católica, el hispanismo serán dominio de unos pocos que legitimarán con ello su derecho al poder” (79).

»En este contexto se enmarca la Constitución de 1886, que rigió la vida colombiana durante más de un siglo, diseñada por Caro y otros letrados interesados en el estudio de la lengua. Esta buscó centralizar un país fragmentado desmontando el modelo de un Estado laico propuesto por anteriores gobiernos liberales, para volver a restituir el poder de la Iglesia en el ámbito educativo y social. Como señala Hoyos, diversos textos de Vallejo aluden precisamente a este trasfondo histórico que aportó a la consolidación de una identidad nacional íntimamente ligada a lo católico, y en el proceso intentan examinar los vínculos de esa colombianidad cristiana con la historia de sus violencias.

»Al alejarse de los modelos propuestos por los gramáticos decimonónicos y sus aliados, la Constitución de 1991 buscó romper con el matrimonio entre Iglesia y Estado bajo una impronta liberal y multicultural, reconociendo por primera vez la pluralidad cultural y lingüística de la nación. En los años posteriores a la firma de esa nueva Constitución que intentó poner fin, al menos en la letra, al imperio de los gramáticos, surge la novela de Vallejo, en la que un protagonista gramático quiererevisar la relación entre lengua, violencia y nación.»





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