julio 13, 2016

«De nuevo sobre la apócope extrema. Observaciones a la hipótesis de Lema (1997)»



Carlos Folgar Fariña
«De nuevo sobre la apócope extrema. Observaciones a la hipótesis de Lema (1997)»

Revista de filología de la Universidad de La Laguna, n.º 34, 2016
Número dedicado a: Ramón Gómez de la Serna

Revista de filología de la Universidad de La Laguna | San Cristóbal de La Laguna (Santa Cruz de Tenerife) | ESPAÑA


Extracto de páginas 272, 274-275 y 280-281 del artículo en PDF. Véanse en la publicación original del texto notas a pie de página números 1, 6, 7, 8, 17 y 18.




«La comprensión de un proceso lingüístico tan enigmático como es la apócope extrema del castellano medieval debe mucho al artículo de Lapesa (1951 [«La apócope de la vocal en castellano antiguo. Intento de explicación histórica», en Estudios dedicados a Menéndez Pidal, Madrid: CSIC, vol. II]), publicado en fecha ya lejana pero que sigue siendo aún hoy una guía indispensable en el estudio y análisis de tan importante fenómeno de la fonética histórica castellana. En ese artículo Lapesa sentó las bases de la consideración científica de la apócope extrema como un proceso autóctono de la fonología castellana medieval, en el que, no obstante, se ha de percibir también la influencia galorrománica (actuante desde lenguas como el francés o el provenzal, tendentes a la desaparición de las vocales átonas finales). El honorable filólogo valenciano amplió y matizó alguna de sus ideas sobre el tema en un artículo bastante posterior (1975 [«De nuevo sobre la apócope vocálica en castellano medieval», Nueva Revista de Filología Hispánica24/1]), en el cual seguía manteniendo sus postulados básicos, es decir, carácter autóctono de la apócope extrema e intervención galorrománica en el desarrollo de algunas de las fases por las que atravesó el proceso.

»Como habitualmente sucede en el ámbito científico de las humanidades, donde la discrepancia es algo intrínseco a nuestra propia actividad, las exposiciones de Lapesa acerca de la apócope no han gozado de la aceptación de todos los investigadores que se ocupan de la historia de nuestra lengua. Algunos de los puntos de vista defendidos por el maestro han sido discutidos o incluso abiertamente rechazados1.


»[...]


»El único investigador que entiende la apócope de /–e/ como un fenómeno de naturaleza morfológica es Lema (1997: 173-182 [«Reparación silábica y generalización de ‘e’ en castellano», en Concepción Company (ed.), Cambios diacrónicos en el español, México: UNAM]), y ahí radica precisamente el carácter novedoso de su propuesta6. Lema analiza el asunto desde la perspectiva generativista y toma como punto de partida la existencia, ya en castellano preliterario y medieval, de tres temas morfológicos en el sustantivo, que son producto, como bien se sabe, de la reducción de las cinco declinaciones latinas y de la ruina del subsistema de casos que tenía la lengua de Roma. En su opinión, al haberse asociado /–o/ al género masculino y /–a/ al femenino, /–e/ quedaba desprovista del valor de vocal temática que poseía en la 3.ª declinación latina, es decir, carecía ya de función morfemática en castellano, y esta inutilidad morfológica la hizo desaparecer sistemáticamente en posición final de palabra.


»[...]


»En definitiva, a nuestro modo de ver, en la caída de /–e/ se superpone una causa fonética a un condicionamiento morfológico que hizo posible el proceso fonético: si la /–e/ hubiese desempeñado un papel morfológico, no habría estado en disposición de perderse, pero si realmente se perdió fue porque las consonantes que entonces quedaban en posición final de palabra eran ya admitidas en posición final de sílaba interior, de modo que la estructura fonotáctica castellana se mantenía inalterada.

»En este sentido, parece más lógica la sugerencia de Veiga (2002: 91 [El subsistema vocálico español, Santiago de Compostela: Universidade de Santiago de Compostela]), que relaciona la apócope de /e/ con su carácter de elemento no marcado en el subsistema vocálico del español: /e/ es [– grave] (por no ser de articulación central ni velar, frente a /a/, /o/, /u/) y es [– difuso] (porque no es de abertura mínima, frente a /i/). El carácter no marcado es precisamente el factor que, en su opinión, permite que sea este el fonema vocálico más propenso a la desaparición según las leyes de la fonética histórica, pero también propenso a procesos aparentemente contrarios, como el surgimiento, en calidad de vocal protética, en posición inicial absoluta (v.gr. scriptu >escrito, spica >espiga, stare >estar, etc.) o su empleo como vocal paragógica18.

»Lo importante de esta explicación, creemos nosotros, es que no se basa en motivos de naturaleza morfológica, que son válidos para unas determinadas clases de palabras pero no lo son para otras. Al fundamentar su explicación en la estructura interna del sistema fonológico, el mencionado lingüista queda libre de las críticas que hemos expuesto a autores como Lema. Claro es que las posibilidades de aparición o desaparición de /e/ no son ilimitadas, sino que se encuentran condicionadas por las reglas fonotácticas castellanas y por la propia actuación de las leyes fonéticas, pero debemos admitir, de acuerdo con Veiga, que las otras vocales del castellano han mostrado y muestran una capacidad muchísimo menor de inserción o pérdida que la de la vocal palatal de abertura media. Insistimos, por consiguiente, en que la tendencia a la apócope de /e/ no tiene origen morfológico, sino fonético-fonológico.

»Nuestra opinión, pues, es que sigue siendo válida la interpretación que en su día dio Lapesa (1951) de la apócope de /–e/ como un proceso explicable en términos estrictamente fonéticos, no ligado a condicionantes de tipo morfológico19. Naturalmente, esto no niega que ciertas clases de palabras ofrezcan algunas peculiaridades en el tratamiento de la /–e/ latina, tanto en la apócope normal como en la pérdida extrema, pero, en todo caso, el arranque y la explicación del fenómeno que estamos analizando dependen, a nuestro juicio, de parámetros fonéticos.»





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