enero 19, 2017

«La desarticulación retórica del discurso filosófico»



Juan Ignacio Blanco Ilari
«La desarticulación retórica del discurso filosófico»

Eidos. Revista de Filosofía, n.º 26, 2017

Eidos. Revista de Filosofía | Universidad del Norte | Departamento de Humanidades y Filosofía | Barranquilla | COLOMBIA


Extracto de los apartados Introducción y Conclusión, en páginas 16-17 y 38-41 de la publicación en PDF. Véanse las referencias en dicha publicación original.




«Introducción

»La relación entre la retórica y la filosofía no ha sido fácil. Aunque pudo disfrutar de algunos momentos de relativa pacificación (pocos), el conflicto fue lo habitual. Desde luego, cuando hablamos de retórica y de filosofía estamos aludiendo a dos disciplinas cuya longevidad y riqueza hacen imposible atraparlas en un concepto. A esta altura de los tiempos, es sabido que no hay “la” filosofía, ni “la” retórica.

»La sinécdoque se justifica por cuestiones metodológicas. Creo que podemos circunscribir uno de los ideales filosóficos que más incidencia tuvo en nuestra civilización; o al menos, que mejor se posicionó en el contexto de nuestra cultura durante varios siglos. Este ideal es como una hidra de varias cabezas: platonismo, objetivismo, fundacionalismo, esencialismo, dogmatismo, realismo, entre otras [NOTA 1]. Esta línea filosófica ha adquirido la dimensión de verdadero “paradigma” [NOTA 2]. No solo ha reunido tras de sí un gran número de prácticas, sino que ha logrado imponer un ideal de conocimiento (y de pensamiento) que ha gozado de excelente salud desde su aparición hasta hace unos años. Si bien este paradigma se ha visto seria y eficazmente cuestionado, entre otros, como veremos, por la retórica, lo cierto es que el impacto, la capacidad de penetrar en los capilares más profundos de nuestra cultura, todavía se siente con fuerza.

»En el primer apartado de este trabajo analizo lo que considero son los lineamientos directrices de esta filosofía. Soy consciente de que cualquier intento de compendiar en unas pocas líneas una tradición tan compleja corre serio riesgo de distorsionarla por simplificación. Se tratará de un sobrevuelo sobre algunos de los momentos históricos más importantes para la contienda. Haré énfasis en dos de los puntos más criticados por la retórica: el desprecio de la doxa y la consecuente unificación y universalización del saber tras el modelo objetivista.

»Luego, en los otros dos apartados, analizo las críticas que la retórica hace a estos razonamientos filosóficos. Me centro en dos ejes críticos, relacionados pero diferenciables. La rehabilitación de la doxa será el tema central del apartado (c). La retórica, más antigua que la filosofía, advierte rápidamente el peligro que supone subestimar la doxa, no solo para la supervivencia de la polis, y de la comunidad en general, sino también para la experiencia común, inmediata, del ciudadano medio. Hay, en el tipo de pensamiento distanciado, descomprometido, una tendencia irrefrenable a destruir aquellas cosas que en el vivir cotidiano consideramos básicas, elementales, y que, como tales, conforman la identidad de una comunidad.

»En el apartado (d) me detengo en la necesidad de reconocer una pluralidad de ámbitos de experiencia (que se expresan en diferentes campos discursivos) que opone la retórica al monismo filosófico. Esta última crítica se advierte mejor en el giro retórico contemporáneo, aunque el ojo entrenado lo avizora ya en la retórica clásica (v.g. la de Aristóteles). La idea de “sentido común”, unida conceptualmente a la noción de “auditorio”, nos abrirá el camino para reconocer que los entramados discursivos responden a múltiples modos de experiencia (del mundo, de los otros, de sí mismo), que tienen sus propios criterios de sentido y de verdad.


»[...]


»Conclusión

»La rehabilitación de la retórica en el siglo XX se vio favorecida por el decaimiento del paradigma objetivista (platónico/cartesiano) que ella misma contribuyó a diluir. Si bien ese paradigma todavía goza de fuerza vinculante, ya no tiene la hegemonía que supo tener. Inclusive durante sus años de esplendor, la matriz del pensamiento filosófico recibió nutritivas críticas del pensamiento retórico.

»La rica y antigua tradición retórica ha fungido como elemento coligante de una multiplicidad de líneas de pensamiento que en el siglo XX han sido protagonistas de la escena intelectual. Todas ellas, atravesadas por varios aires de familia, se unen en el rechazo al fundacionalismo objetivante, y en la centralidad que dan al lenguaje. Basta leer el apretado quinto capítulo de los Principia Rhetorica para ver hasta qué punto la retórica es la nueva tierra prometida (a la que estaríamos retornando renovados). Allí se embanderan detrás de la retórica autores como Wittgenstein, Gadamer, Foucault, Habermas, Eco, Perelman, Russell, Toulmin, Jauss, Iser, Richards, entre otros. Aunque el entusiasmo de Meyer parece algo desmesurado, es difícil no reconocer que la retórica opera como denominador común para una buena parte del siglo XX.

»El eje de la crítica retórica consiste en señalar que el tipo de argumento/discurso que en cada caso se sostenga depende de una praxis anterior que lo abre y lo funda. Pero entonces es improcedente tratar de hallar/estipular un criterio de verdad y corrección que sea independiente del contexto de aplicación. Se trata de una resignificación del viejo argumento aristotélico, según el cual en el ámbito de lo contingente no podemos exigir (racionalmente) deducciones, así como tampoco debemos esperar argumentos persuasivos en el seno de las demostraciones matemáticas. El giro retórico contemporáneo ha extendido las esferas de validez más allá del dualismo contingente - necesario.

»La atención puesta a la noción de auditorio le permite a la retórica desenmascarar el truco que utiliza la filosofía. Al pretender estar hablándole al hombre en general, al sujeto trascendental, a la razón humana, la filosofía no le habla a nadie. Peor aun, el discurso universalista le exige al sujeto encarnado que abandone sus pertenencias, capte la verdad eterna y luego la aplique a su realidad situada. Pero esto olvida que si pensamos “esto” es porque estamos “aquí”, si decidimos hacer “tal” o “cual” cosa es porque “la circunstancia” lo exigía. Sáqueme de mi situación, modifique mi circunstancia, y seguramente pensaré otra cosa y decidiré otra cosa. La tentación universalista es muy grande, a tal punto que la elasticidad de la noción de auditorio parece acercársele. El mismo Perelman habla, por ejemplo, de un auditorio universal compuesto por la “humanidad en general”, por “todo hombre razonable”. Sin embargo, creo que esta idea es parasitaria de una mirada objetivista/externalista incompatible con la caracterización del concepto de auditorio. Al respecto, Beuchot (1998) sostiene que hablar de un “auditorio universal” es problemático, dado que se trataría de

»“…un conjunto de oyentes ideales, y un oyente ideal no existe. Puede admitirse solo como parámetro (efectivamente inexistente) que hay que estar regulando y adaptando a cada instante. No es algo que ofrezca seguridad y estabilidad, sino que … tendrá que dejarse al control de esa instancia tan intuitiva y tan poco racionalizable como es la prudencia. El auditorio ideal se tendrá que manejar a base de prudencia y “buen tino”, lo cual hace ya que no sea tan ideal. Esa idea kantiana de oyentes racionales, filósofos casi como dioses, que tanto gusta a Perelman, va cambiando según las escuelas y las actitudes filosóficas de los destinatarios. Pierde la fijeza que pareciera prometer en un principio, y se vuelve asunto de acomodos muy movedizo”. (pp. 106/7).


»Eso no quiere decir que no haya movilidad y cambio en el campo de la praxis. Pero cuando lo que varía es lo que consideramos el núcleo de nuestra comunidad, entonces ya no tenemos más esa comunidad. En ese caso no hay “cambio” sino verdadera “metamorfosis”.

»No quisiera terminar este trabajo sin mencionar que el reconocimiento de la pluralidad de instancias discursivas, de contextos de emisión, de comunidades de comunicación, así como el reconocimiento de la interrelación que media entre “posibilidad de apreciar un argumento - formar parte del auditorio al que se dirige el argumento”, plantea una agenda de problemas que necesitan, con prontitud, ser repensados.

»El más dañoso es el problema de la comunicación entre diversos horizontes de significado. No hay que olvidar que la retórica nace, crece y vive de la necesidad de “comunicar”, de poder establecer contactos allí donde el dato es la distancia, la desavenencia, el litigio. No se trata solo de que los campos semánticos coexistan pacíficamente (algo que debería garantizar el principio de tolerancia), este es un objetivo fundamental, básico. Creo que el desafío estriba en poder trasvasar algunas experiencias propias de un campo a otro. Pienso en un científico y un religioso entablando un debate. ¿Está condenado de antemano a un callejón sin salida?, ¿es posible encontrar un “tercer lenguaje” en el que se encuentren?, ¿o debemos ceder a la tentación unitiva y quedarnos con el dato de una pluralidad irreconciliable (¿inconmensurable?)?

»Con otras palabras, una vez que aceptamos que las razones solo son razones dentro de un universo discursivo, una vez que advertimos la relación de interdependencia entre las creencias básicas, el compromiso ontológico, el marco teórico y el tipo de experiencia, y aceptamos, por lo tanto, que los criterios de sentido y validez son inmanentes al tipo de auditorio: ¿en qué se transforma la comunicación entre diversos campos argumentales, entre diferentes auditorios? En última instancia, la pregunta apunta a los límites de la comprensión. El problema adquiere dimensiones verdaderamente dramáticas cuando lo que se pone en juego son cuestiones mínimas de convivencia, y el desacuerdo se sustenta, en última instancia, en diferentes modos de “percibir”. Si tomamos en serio esta pluralidad perceptiva veremos que el diálogo tiene un límite insuperable, porque las cuestiones de percepción no son argumentables, no pertenecen al campo de lo discutible. Cuando alguien ve un objeto sagrado donde otro ve un simple objeto, la posibilidad del “acuerdo” queda suspendida. No hay persuasión posible.

»Hay un punto en el que debemos capitular ante la imposibilidad de acuerdos consensos y contactos. Es decir, llega un momento en que el diálogo se corta, y las disputas se dirimen por otros medios. Quizá solo podamos dilatar un poco más ese momento con la esperanza de hallar el lenguaje del acuerdo.



»[NOTAS]

»[NOTA 1] En adelante cuando hable de “filosofía” estaré aludiendo a esta tradición.

»[NOTA 2] En los últimos años la palabra “paradigma” ha recibido una saturación pragmática. Sin duda, la obra de Kuhn (La estructura de las revoluciones científicas) ha tenido mucha responsabilidad en el reposicionamiento de un término que, por lo demás, ha servido de insumo categorial para la filosofía desde el siglo XIX. Para evitar dañosas ambigüedades, me veo en la obligación de aclarar el uso del término al que adscribo: “por paradigma entiendo un conjunto de procedimientos argumentales, metas, marcos teóricos, problemas y términos guía que definen los lindes de una comunidad epistémica. Dichos lindes operan, a un tiempo, de manera descriptiva y normativa”.»





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