Kathya Araujo
«Culturas académicas: entre reinvención y contrabando»
Papeles del CEIC, 2015, n.º 1, marzo
Monográfico: «Fuera de campo. Trayectorias e identidades de investigadores latinoamericanos hoy», coord. por Gabriel Gatti, Ignacio Irazuzta y Danilo Martuccelli.
Papeles del CEIC | Universidad del País Vasco | Facultad de Ciencias Sociales | Departamento de Sociología 2 | Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva | Leioa (Bizkaia) | ESPAÑA
Extracto de páginas 14-16 del artículo en PDF
«Decantados en saber
»Describir en detalle la manera en que se resolvió en mi caso esta reinvención y cuáles mis contrabandos al mundo académico que me acogió, me parece, no es demasiado interesante para los fines de una reflexión como la presente. Y, además, mi esfuerzo sería vano a falta de la distancia necesaria. Por supuesto, lo que es seguro es que mi oficio de socióloga no lo habría desarrollado de la misma manera si no hubiera habido este desplazamiento entre culturas académicas. Seguramente, si no hubiera sido por mi desconfianza heredada de los años peruanos, no habría resistido tan activamente a que mis agendas de investigación fueran moldeadas por la relación con el Estado; puede ser que si no hubiera sido por el desprestigio que tenían en la cultura académica chilena, habría intentado en mis trabajos interpretaciones más arriesgadas y globales; y, tal vez, si no me hubiera encontrado con las exigencias con las que me encontré habría estado menos preocupada metodológicamente en el desarrollo de mis investigaciones. Quién sabe.
»En cualquier caso, lo que es innegable es que me vi confrontada, como todo aquel que atraviesa la experiencia migratoria, a realizar un ajuste inventivo, una reinvención que me permitiera orientarme con pies más firmes en el mundo que empecé a habitar, pero que estaba destinada a no poder sustraerse del todo de mis apegos originarios, de los cuales, quizás, mi relación con el lenguaje sea la más evidente.
»Pero, lo que sí resulta esencial, a mi entender, es el saber que se decantó desde una experiencia como ésta, y ello a pesar de mis resistencias iniciales y los no pocos esfuerzos que me exigió y reclamé: esto es, que no había una cultura académica mejor que otra. Que no se trataba de comparar sino de entender. Lo que yo encontré en aquellos dos momentos de mi vida fueron conjuntos de principios ideales y exigencias prácticas para quienes pretendíamos hacer parte de los trabajadores de las ciencias sociales, y, más allá de mi simpatía mayor o menor por algunos de sus componentes, estos conjuntos no eran arbitrarios, sino que tenían profundas y complejas lógicas propias. En ambos casos, se trataba de ciencias sociales comprometidas socialmente, con formas particulares de entender las tareas históricas a las que ellas estaban enfrentadas, y con herencias y trayectos diferenciales que influyeron en las modalidades en que les resultó posible responder a estos requerimientos. Con sus éxitos y fracasos, con sus excesos y sus límites, con todo lo que se les pueda criticar o añorar de cara al momento actual, cada una de ellas, en cada uno de esos universos sociales circunscritos a un momento histórico, intentaba responder, y esto es esencial, a su carácter público.
»De este modo, por contraposición, mi historia de desplazamiento, su empuje a la reinvención y al contrabando, muestra de qué manera las modalidades de evaluación hoy, los rankings, la búsqueda de isomorfismo de las estructuras argumentativas y las formas lingüísticas o incluso la ficción de sociologías globales, son los hilos de un manto (de los muchos que nuestra época de capitalismo avanzado tiende a producir) que recubre la importancia y la vigencia política, en el sentido más amplio del término, de mantener vivas las culturas académicas particulares. El carácter público, crítico y comprometido de las ciencias sociales, y en particular de la sociología, está indefectiblemente unido a la fidelidad a las tareas específicas, muchas veces urgentes, que las realidades en que se desarrollan les plantean. A la conciencia que esos son los desafíos que les competen. Esto quiere decir que las divergencias en las culturas académicas, la singularidad de sus estilos, las particularidades valóricas, las formas de sociabilidad que las distinguen y hasta sus formas lingüísticas son una, cierto que, entre otras, garantía de que la sociología pueda quedar aún leal a la vocación que la atinge desde su origen.
»Si no conseguimos hacer algo contra la expansión de los procesos homogeneizadores, un día en el futuro algún estudiante que se anime a desempolvar viejas historias se preguntará, con sorna y hasta con lástima, cómo una comunidad que fue capaz de desarrollar vibrantes evidencias y alegatos acerca de la importancia de la diferencia; que se desarrolló en un momento de quiebre epistemológico en el que los paradigmas únicos resultaban insostenibles; que fue la hija del giro lingüístico; y que estuvo alimentada por tanta experiencia de migración, permitió y hasta se autoimpuso entusiastamente procesos tan extendidos de uniformización. Tendrá razón.»
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