enero 12, 2016

La mujer caída en el discurso literario mexicano del XIX



Martha Elena Munguía Zatarain
«La imagen de la mujer caída en algunas obras de la literatura mexicana»

Nóesis. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades
vol. 25, n.º 49, 2016

Nóesis. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades | Universidad Autónoma de Ciudad Juárez | Instituto de Ciencias Sociales y Administración (ICSA) | Ciudad Juárez | Chihuahua | MÉXICO


Extracto de páginas 182-183 y 200-202 del artículo en PDF




«En la creación de una obra literaria confluyen múltiples discursos que se gestan en las disciplinas científicas, en las iglesias, en las charlas familiares, en los discursos políticos y morales que día a día se pronuncian.

»El arte verbal construye sus sentidos en esa heterogeneidad de visiones, las organiza, las pone a discutir y conforma una unidad que ofrece un punto de vista particular sobre el mundo, de ahí la complejidad de las obras literarias y por eso lo impertinente de querer reducir el sentido a una de las perspectivas, a una de las orientaciones filosóficas o religiosas que palpitan en su seno. Lo que sí es indiscutible es que la literatura labra imágenes artísticas que regresan a la vida social de donde las toma, pero regresan reelaboradas, con mayor riqueza significativa.

»No hay más que pensar en el loco, por ejemplo, que desde siempre se ha paseado por las calles de todos los pueblos y ciudades del mundo, pero sólo la literatura ha sabido verlo en profundidad y por ello es la única que ha sido capaz de llevarlo a lo más alto de sus posibilidades significativas; ahí está el Quijote como el ejemplo paradigmático de toda la poesía que puede encerrar la creación artística de un loco universal.

»Quiero analizar en este artículo algunos aspectos relacionados con el motivo de la mujer caída por la enorme importancia que ha tenido para la literatura mexicana, no sólo en lo temático, sino en tanto creación de una de las imágenes artísticas cuyas resonancias en la vida social han sido extraordinarias. La indagación de las formas en las que se ha construido esta imagen puede arrojar luces acerca de la conflictiva relación del arte verbal con el mundo social concreto en el que vive, del que se alimenta y que a su vez nutre. Centraré mi atención en algunas obras literarias escritas en el siglo XIX, principalmente, porque es en este momento en el que se forja la imagen y adquiere su máximo esplendor, aunque tenga sus derivaciones a lo largo del siglo XX, sobre todo en el cine. El presente trabajo no tiene pretensiones de exhaustividad, pues es demasiado amplio el material que podría ser objeto de estudio, de ahí que solamente haré alusión a algunas obras que han sido importantes en nuestra historia literaria y que han aportado una visión particular en la elaboración de la imagen de la mujer caída. Por lo demás, debo señalar que no pienso que esto haya sido un fenómeno exclusivo de México: todo lo contrario, se trata de un verdadero fantasma que recorrió prácticamente todas las literaturas occidentales. ¿Cómo y por qué encendió la imaginación poética la vida de las mujeres prostituidas? ¿De qué está hecha la imagen de la mujer caída? ¿Por qué esa efusión en un mundo que ponderaba tanto la decencia, el pudor, la abnegación y la maternidad como fin supremo de la mujer? ¿Fue sólo la atracción morbosa de bohemios románticos que enfebrecidos iban a los burdeles a celebrar el lado oscuro y silenciado de la vida, o lo hacían porque en realidad, como señalaba a principios XX Luis Lara y Pardo, [NOTA 1] ignoraban las terribles consecuencias económicas y sociales que traía aparejado el fenómeno? Voy a intentar trazar algunas de las posibles rutas de indagación de esta faceta de nuestra literatura.

»Se han hecho ya muchos estudios donde se analiza el problema del ejército de mujeres empobrecidas que a lo largo del siglo XIX no tenía más remedio que salir a las calles a buscar su sustento, ofreciendo servicios sexuales, por las condiciones de extrema explotación en las fábricas, en las tabacaleras, en el servicio doméstico, por la falta de educación y de perspectivas para alcanzar una vida medianamente satisfactoria. El hambre, la indigencia, la orfandad son realidades que empujaron a muchas mujeres a lanzarse a la prostitución; esto lo alcanzaron a ver con suma claridad algunos de los escritores del siglo XIX y así lo consignaron en algunas de sus páginas.

» [...]

»Como puede apreciarse en este sucinto recorrido del trayecto de la mujer caída que fue conformando la literatura, desde el siglo XIX hasta llegar al XX, ha habido dos motivos fundamentales alrededor de los cuales se presentan múltiples variaciones. Primero: la mujer caída como una víctima que debe suscitar la compasión y conmover a los lectores piadosos. Todo ángel caído es resultado del engaño de hombres poco escrupulosos que la abandonan una vez deshonrada, lo que la deja sin ninguna posibilidad de conseguir un matrimonio conveniente; o bien, ha sido orillada a la prostitución porque la pobreza le cerró los caminos de la decencia. El segundo motivo es el de la minuciosa delectación en la vida suntuosa y de placeres que vive la mujer triunfadora con su cuerpo encanallado. Los literatos decimonónicos decidieron rodear a la cortesana de vinos caros, sedas crujientes, cojines mullidos con el propósito de hacer más contundente y dramática la caída final. La literatura no permitió la entrada a sus páginas de la prostituta proletaria, callejera o de burdeles miserables, sino hasta muy avanzado el siglo XX, con la escritura de Revueltas o más tardíamente con los cronistas de la ciudad monstruosa, como Armando Ramírez. [NOTA 6]

»Entre estos dos polos emerge una ambigüedad constante que casi ningún escritor pudo eludir: por un lado, está la empatía compasiva por esa mujer víctima de su circunstancia y, por otro, el rechazo temeroso a quien se imaginan poderosa y destructiva por su potencial demoniaco. La mujer caída resulta amenazante, por eso se le niega la voz y los autores irrumpen en el mundo ficticio para imponer la suya, para juzgarla y para cerrarle cualquier resquicio de redención, como no sea después de muerta, luego de la segunda y definitiva caída en la enfermedad, la cárcel y una agonía pavorosa. [NOTA 7] A veces se vela esta etapa, pero siempre está ahí latiendo, recordándole al lector que no puede haber final feliz en estos casos, ni puede restaurarse la armonía que se rompió con la primera caída de la muchacha. La armonía y el orden sólo se restablecen con la muerte.

»Ahora bien, no obstante la insistencia con la que se ha señalado el dejo condenatorio que siempre aparece en estas obras, vale la pena destacar el hecho de que la literatura, a pesar de todo, no estuvo nunca sometida a los dictados de la moral ni se dejó supeditar a los dictámenes de la ciencia, y la prueba está en que desde muy diversos frentes se intentó hacer callar a los escritores porque no se decidían a señalar con el dedo flamígero a la mujer pública; se les censuraba por la simpatía que destilaba en las páginas de novelas y cuentos, aunque fuera una simpatía atravesada por la lástima paternal. Los discursos hegemónicos hubieran deseado una cruzada homogeneizada para desterrar el vicio y el crimen, aunque reconocieran la necesidad social de la prostitución.

»Les parecía que la literatura no hacía sino cubrir con un velo embellecedor la vida de estas mujeres condenables y por tanto, en el fondo, se convertía en una invitación a llevar una vida licenciosa. Aunque los autores de esta etapa no pudieran otorgarle voz y tuvieran que condenar a la prostituta, fueron construyendo los caminos para hacer posible la entrada a la literatura de visiones encontradas y sobre todo, lograron crear un impresionante mosaico de imágenes palpitantes que todavía siguen siendo referentes en nuestro universo cultural, sin los cuales es imposible entender la vida en México en los dos siglos pasados.»



[Notas]

»[NOTA 1] Uno de los estudiosos más importantes del fenómeno de la prostitución en el México porfiriano.

»[NOTA 6] En su Crónica de los chorrocientos días del barrio de Tepito (Ramírez, 1973: 1973), deja un espacio para relatar la historia de una prostituta de los bajos fondos y el relato lo hilvana la voz de ella.

»[NOTA 7] Mariano Azuela también escribió por lo menos tres obras en las que recrea la decadencia de sendas mujeres caídas en la prostitución (María Luisa, Impresiones de un estudiante y la Malahora). En la primera va sembrando una serie de aseveraciones que revelan su absoluta pertenencia al horizonte ideológico del porfiriato: “Así como al despertar de sus sentidos no había podido resistir la influencia de su raza degenerada, detenida solamente por artificios de educación, al encontrar en el alcohol el remedio de sus penas, una vez dado el primer paso, nada ni nadie sería capaz de contenerla; y empujada por la maldita herencia quedaría hundida para siempre. Su voluntad de hembra valiente y noble en las tormentas de la vida cayó rendida al primer golpe asestado por su sentimiento netamente humano; pero el de maza de su amor infortunado le arrancó la última resistencia. Y como pluma flotante, siguió los impulsos del huracán” (Azuela, 1993: 745). En Impresiones de un estudiante se detiene a recrear con especial atención el momento de la enfermedad incurable de la mujer (tuberculosis) de la que morirá sin remedio. En ningún caso hay salvación para esas mujeres víctimas de su herencia de sangre y de sus imprudencias.



»Referencias

»Azuela, Mariano. 1993. María Luisa, Impresiones de un estudiante. Obras completas, tomo II. México: Fondo de Cultura Económica.

»Ramírez Rodríguez, Armando. 1973. Crónica de los chorrocientos mil días del barrio de Tepito. México: Novaro.»






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